Otra sociedad, ¿otra política?


Domingo, 16 de Junio 2013, 12:41 | Leído 839 veces | 0 comentario(s)


En un contexto de cambio de época y sacudida social, la política sigue siendo un coto cerrado para especialistas cuando debería incorporar a todos. Joan Subirats plantea el debate sobre la necesidad de repensar la política y la forma de llevarla a cabo. Se trata de evolucionar de “lo político” a “lo común”, profundizando en paradojas como la de la mayor individualización que convive con el auge de las redes sociales, la sobreinformación que lo hace con la falta de pensamiento o la necesidad de potenciar los enfoques a largo plazo cuando el día a día presiona tanto y los futuros escenarios son más inciertos.


El desarrollo de estas ideas se encuentra en el libro de Joan Subirats, Doctor, Catedrático de Ciencia Política y responsable de doctorado del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona. B (http://igop.uab.es), editado por Icaria Editorial en noviembre de 2011 bajo licencia de Creative Commons, por lo que se puede conseguir gratuitamente en la página web de la editorial, a través de http://www.icariaeditorial.com/libros.php?id=1253. El título coincide con el de este post, y su subtítulo es DEL "NO NOS REPRESENTAN" A LA DEMOCRACIA DE "LO COMÚN"
 
La obra empieza por introducir la situación actual como un cambio de época, que ha modificado las pautas de trabajo y de vida. Todo evoluciona, pero la política mantiene su lema de “acceso restringido” cuando la democracia es algo más que una forma de gobierno. Su objetivo también es construir un mundo en el que todos participen. Una democracia viva necesita espacios y oportunidades que permitan debates abiertos en los que se construyan visiones e ideales compartidos.
 
En este contexto, Internet facilita nuevas formas de relacionarse y vivir, y pone en cuestión muchas funciones de intermediación y control porque completa la confusa dicotomía entre mercado y Estado.
 
Partidos e instituciones siguen anclados en escenarios anacrónicos, en un momento en que las expectativas de participación ciudadana son mayores porque pueden ser más directas e inmediatas.
 
El principal objetivo del libro es formular preguntas sobre los conceptos anteriores, defendiendo la necesidad de cambiar la política y partiendo de la necesidad de nuevos diagnósticos sobre lo que nos afecta a diario. Ideas que tropiezan “con una democracia representativa e institucionalizada, capturada en gran medida por las élites mercantil-financieras, que en estos momentos parece ser más impedimento que palanca de cambio”.
 
La obra se divide en siete capítulos con el siguiente contenido.
 
¿Qué democracia tenemos? ¿Qué democracia queremos?
Empieza por plantear la creciente desafección ciudadana que parte de su sensación que las instituciones políticas están subordinadas a las dinámicas económicas y financieras, hasta el punto de que ha quedado en evidencia la debilidad de las bases de las políticas sociales. Además, cuestiona asunciones como el alcance de la delegación a través del voto, la legitimidad de tener manos libres durante todo el periodo electoral o el todavía poco respeto a las minorías. Unas minorías a las que debemos avances como el respeto al medio ambiente o la igualdad de la mujer. Termina planteando que el Estado parece que tiende a ser un actor más, ni el más fuerte ni el más representativo de la sociedad. Y la democracia una forma de responder a los nuevos retos a los que nos enfrentamos, no un fin en sí mismo. Para ello explica la posible relación a medio plazo entre democracia representativa y democracia participativa, en donde no tiene tanto sentido subordinar la segunda a la primera como enriquecerla a través de la denominada democracia de “lo común”.
 
¿Internet y democracia? ¿Qué efectos tiene la generalización de Internet en este escenario?
Los pesimistas subrayan que Internet permite un exhaustivo control de datos. Los optimistas, que favorece el acceso de la ciudadanía a las actividades del gobierno y es un contrapeso a su control jerárquico. Pero también hay que considerar que el sistema político contempla la deliberación y la interacción con una cierta dedicación de tiempo, mientras que la revolución tecnológica se caracteriza por la rapidez. Por eso no se trata tanto de evaluar si el sistema actual puede prestar los mismos servicios a los ciudadanos gracias a las TIC ni si puede mejorar la comunicación entre las élites y la ciudadanía como de imaginar nuevos escenarios de democracia más directa, con mayor implicación de todos en los asuntos comunes. Para ello habría que partir de la hipótesis de que existe una ciudadanía activa, interesada por los asuntos colectivos no sólo como vía para defender sus intereses personales sino como forma de entender una democracia relacional y participativa en temas de interés común.
 
¿Otra política? Movimientos sociales, internet y política
En una sociedad en la que Internet y las TIC ganan terreno, la relación forma parte intrínseca de la comunicación. La subjetividad y la facilidad de comunicación que permiten las TIC generan una cultura de autonomía e intercambio en la que surge un escenario de ciudadanía social y comunitaria en el que la política ya no es monopolio del Estado. Las instituciones políticas ya no son el centro del sistema de bienestar, sino que se ha generado un nuevo tejido cívico autónomo y relacional. Pero conviene recordar que el peso de las organizaciones políticas y mercantiles en la red es muy significativo, con el consiguiente riesgo de controles y monopolios.
 
Cobra fuerza la idea de que los representantes deben encarnar de la forma más cercana y continua posible a quienes pretenden representar. Son necesarios mecanismos de renovación continuada de la legitimidad a lo largo de cada periodo electoral, que permitan tener en cuenta la voluntad popular directa en ciertas decisiones. Por ahora Internet ha facilitado la posibilidad de vincular conflictos sociales con exigencias democráticas, poniendo en evidencia conexiones y complicidades entre privilegiados decisores políticos y grandes intereses económicos. La gente se pregunta a quién representan los gobernantes, por lo que parece indudable que van a ir apareciendo nuevas formas de hacer política y tomar decisiones.
 
¿Democracia directa? Democracia y participación ciudadana
La vieja idea de la democracia directa recupera la idea de asamblea, que fue sustituida en su día por la democracia representativa debido a las dificultades operativas relacionadas con el tamaño de la población y la naturaleza de los temas a tratar. Sin embargo, la democracia representativa tiene su lado oscuro: el poder discrecional de los representantes en decisiones especialmente significativas. Por eso hay poner el énfasis en establecer cautelas y equilibrios para controlar la discrecionalidad y renovar periódicamente la confianza.
 
El reto es combinar la facilidad de participación que ofrecen las TIC con la necesidad de contar con mecanismos que aseguren la deliberación y canalicen opiniones y debates hacia formas de tomar decisiones pragmáticas, eficaces y eficientes. Se podría imaginar un sistema de gobierno elegido por mecanismos similares a los actuales pero que sometiera a refrendo directo decisiones especialmente significativas. Queda mucho camino por recorrer, pero vale la pena si se considera importante evitar el alejamiento entre ciudadanía y sistema político que se está produciendo.
 
Espacio de lo común. Democracia e innovación social
La política no sólo es dinámica partidista y vida institucional. También incluye la sanidad, educación, cultura, economía o tecnología, donde también hay muchas decisiones que tomar y formas de tomarlas que favorecen a unos y perjudican a otros, muchas dinámicas organizativas que siguen pensadas en clave jerárquica o elitista. Bajo denominaciones como commons o “lo común” se ha ido moldeando una nueva manera de hacer y pensar que plantea cambios no sólo en la forma de vivir, producir y consumir, sino también en la de organizarnos y gobernarnos, no mercantilizable y sujeta a una lógica más cualitativa que cuantitativa.
 
Internet representa una palanca multiplicadora de “lo común” por su capacidad para hacer visible la creación conjunta de valor y minimizar costes de interacción entre sus usuarios cambiando la lógica de mercado y Estado. En el primero, la innovación está vinculada sobre todo a la competencia. En el segundo, se puede generar valor social sin que intervenga el Estado. Es decir, se trata de entender que empiezan a existir nuevas formas de gestionar recursos, que abren nuevos escenarios.
 
La nueva era en la que vivimos abre caminos a una reformulación democrática del binomio Estado-mercado que contemple no sólo participación sino también acción, en el que comunidades de personas y grupos se entrelazan a través de redes de participación y colaboración que diluyen la concentración de poder. El Estado pasa a ser más garantía que jerarquía, colaboración que decisión, servicio que poder.
 
Nueva ciudadanía y la dinámica de lo común
Estamos en momentos de transformación en la vida y las interacciones sociales. Las trayectorias vitales, hasta hace poco bastante previsibles, evolucionan hacia una mayor incertidumbre. Las políticas públicas ya no se sustentan en una rutina de crecimiento presupuestario continuo y el bienestar deja de ser sólo una reivindicación global para convertirse en una demanda personal y comunitaria que pide soluciones de proximidad. La clave de las políticas sociales de nueva generación es una igualdad que reconozca las diferencias, la autonomía y la singularidad personales.
 
Todo ello cuestiona las formas actuales de entendedor la política, el mercado y las relaciones sociales, en la que cobra sentido “lo común”. Una política que no confunda lo público con lo institucional, una economía al servicio de las personas y una convivencia más transversal, activa y dinámica
 
¿Conclusiones? Más bien un camino por recorrer
Estamos asistiendo a una serie acelerada de cambios relevantes en las formas de vida y relación entre la persona y la sociedad. Vivimos en un escenario más complejo y globalizado, en el que aumenta la incertidumbre, la individualización y la heterogeneidad aunque todo parece más cercano e interconectado.
 
La propuesta es repensar la situación y cambiar la concepción de la democracia. Se trata de vincularla a las nuevas dinámicas económicas y sociales, utilizando el potencial de Internet e incorporando a la ciudadanía a la tarea de organizar las nuevas coordenadas vitales. No parece que las lógicas especulativas y financieras del mercado ni el desconcierto de los Estados ante una realidad que sobrepasa sus estructuras soberanas puedan afrontar los desafíos que plantea el futuro. La propuesta de incorporar “lo común”, ya presente en muchos rincones y experiencias en todo el mundo, va ganado terreno. Ideas y enfoques incipientes, sobre los que hay que seguir experimentando.



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