Efectos de las políticas de infancia en tu envejecimiento


Viernes, 5 de Septiembre 2014, 18:27 | Leído 737 veces | 0 comentario(s)



Todos sabemos que la sociedad envejece porque somos más longevos. No le damos tanta importancia a que también es porque nacen menos niños. E incluso ignoramos buena parte de los matices de la situación de la infancia y las políticas de familia, tal como sugiere el informe “La infancia en España 2014 ”, publicado por UNICEF antes del verano.
 
No sé si nos hemos parado a pensar en el hecho de que la pobreza de un hogar tiende a aumentar de manera directamente proporcional al número de niños que viven en él, salvo que haya algún factor corrector de tipo político. En España, hoy la tasa de pobreza en hogares con dos adultos es del 14,8% cuando no tienen niños, del 23,3% cuando tienen niños y del 46,9% cuando tienen tres o más niños. Unos datos que han causado un cierto terremoto interior en mi burbuja de confort, en sí mismos y porque mi egoísta deformación profesional me recuerda que los niños de hoy también son actores clave en la sostenibilidad de nuestro bienestar, incluyendo nuestras pensiones.
 
La tendencia es que en 2023 haya casi un millón menos de menores de 10 años que hoy (un 20,4% menos) y que en los próximos 40 años nazcan un 24% menos que en los últimos 40 años. La tasa de fecundidad es de 1,32 hijos por mujer, muy lejos de la tasa de reemplazo generacional del 2,1 a pesar de que tanto hombres como mujeres coincidimos en que querríamos tener dos o más hijos.
 
Unos datos que deberían considerarse en el diseño de un nuevo sistema, porque este se caracteriza por la práctica inexistencia de prestaciones de carácter familiar. Así lo ilustran algunos números. La inversión pública en políticas de protección social de infancia y familia en España es del 1,4% del PIB frente al 2,2% de la UE28 o un 2,3% de la UE17. Con altos niveles de fracaso escolar (el 23,1% de los alumnos acaban ESO sin obtener la titulación) y abandono educativo temprano (el 23,5% no continúan los estudios tras la ESO, el peor porcentaje de Europa duplicando prácticamente la media de la UE) así como con unos limitados resultados educativos según el informe PISA. En España los presupuestos para infancia son un tercio menos que en la UE, y la dotación presupuestaria para infancia, donde un 65% se destina a educación, ha caído en términos reales un 6,8% desde 2007.
 
Proteger y educar a los niños no se restringe al ámbito doméstico ni es solo un asunto de sus familias. A la vista de lo anterior, queda claro que necesitamos realizar una apuesta social, ciudadana y política por los niños que les de la voz que les corresponde como actores clave en el futuro de cualquier sociedad. Una voz ahora callada (¿se imaginan a los niños explicando todo esto a la sociedad?) porque el coste electoral de no realizar inversiones y cambios de calado en la infancia es pequeño porque no tiene efectos visibles a corto plazo. Una voz que incorpore la importancia de los hoy niños para cuando las generaciones del babyboom seamos mayores.
 
La infancia debe ser una época de igualdad de oportunidades, más que ningún otro periodo en la vida, que no debe depender solo de los ingresos o las capacidades de los padres. Es muy arriesgado resignarse a que el ideario social o cultural asuma que los niños molestan, como a veces parece, y muy injusto que en la crianza de los hijos no sólo no haya un reconocimiento social sino un castigo práctico en forma de pobreza, obstáculos a la carrera profesional o sobrecarga de responsabilidades. Sin olvidar que las privaciones temporales que experimenta un niño tienen un efecto irreversible en sus capacidades futuras y, por extensión, en las de la sociedad.
 
Pero podemos cambiar proyectando más globalmente la solidaridad que viven los miembros de las familias extensas, sobre todo de las personas mayores con sus hijos y nietos. Una solidaridad sin la que no habríamos podido asimilar el fuerte revés socioeconómico de los últimos años, que ha sido muy superior al que nos dicen los pequeños decrecimientos porcentuales de un PIB que no refleja las importantes aportaciones invisibles a “lo común” que realizan las familias y la ciudadanía en términos de cuidados personales y dedicación gratuita no cuantificada. Cambios que consideren el bienestar de los niños, el de sus padres y la solidaridad intergeneracional como base de una nueva sociedad. Y de un nuevo sistema de bienestar, por la cuenta que trae incluso a quienes ignoran la magnitud de los cambios que ya están anunciados.



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