Cármina Burana reta al público


Domingo, 22 de Diciembre 2013, 11:54 | Leído 563 veces | 0 comentario(s)


Una colección de textos de los siglos XII y XIII y las circunstancias de su interpretación también son capaces de inspirar un futuro mejor.


Ayer tuve la suerte de volver a escuchar la cantata Cármina Burana en el Auditorio Nacional con varios de mis mejores amigos y de situar algunas sensaciones y reflexiones en el contexto que estamos viviendo.
 
Es conocido que Cármina Burana no es una joven alemana, sino el título de una colección de poemas de los siglos XII y XIII de una zona de su Baviera (“Canciones de Beuern”) que se encontraron en 1803 en pleno proceso de secularización de una abadía benedictina. Entre sus singularidades, se puede decir que es la colección laica de versos medievales más grande que se conserva, en una época en que apenas había obras de este tipo que no fueran de carácter puramente religioso.
 
Se nos presentó, por tanto, la oportunidad de repensar las ideas de sus más de 300 cantos sobre la alegría de vivir, los placeres terrenales y el disfrute de la naturaleza, todo ello como contrapeso y crítica inteligente a las élites sociales y eclesiásticas que ostentaban el poder en una época en la que todavía no había empresas ni sindicatos. Elogios al amor, al juego y a lo sencillo que está al alcance de cualquiera, en un ambiente de cotidianeidad para los lugareños de entonces, aunque salpicado de exaltaciones al destino y la suerte como componente de la vida.
 
En la versión orquestal hecha por Carl Orff de 25 de sus canciones intervienen orquesta, solistas y coros, en los que se alternan luminosidad, fuerza y sensibilidad, con una magistral percusión que mantiene un ritmo rico y contagioso y algunos paréntesis para voces blancas que hacen de contrapunto a los momentos más explosivos. El fragmento más conocido es “O fortuna ”, que inicia el preludio y cierra con fuerza el final, con su “Fortuna imperatrix mundi” que subraya que todos dependemos también de la suerte, incluso los poderosos.
 
Una oportunidad también de repasar el momento que estamos viviendo y revitalizar ideas como la importancia de recuperar lo valioso de nuestra historia, que tiene mucho que aportar a la frenética velocidad con la que vivimos, sin apenas espacio para el pensamiento, para interpretar tendencias ni para imaginar un futuro deseable. Una oportunidad de cuestionar el papel de cada uno en relación con el pérfido sistema de poder e inmovilidad institucional que hemos construido y la tentación de limitarnos a vivir en un pequeño entorno acogedor para lo nuestro y los nuestros. Una oportunidad de revisar qué es de nuestra sabiduría vital, que no sé si es tal cuando no es motor de libertad, posicionamiento y actividad ante cualquier circunstancia, incluso las relacionadas con la buena o la mala fortuna.
 
La lección, de la que espero disfrutar al menos durante unos días, se completó con algunas otras características de la interpretación. En directo, con la voz humana por encima de la orquesta en momentos brillantes, con un coro de niños junto al de adultos y con un director que acababa de cumplir 80 años y unos apellidos que reflejan con claridad que es ciudadano del mundo. Un trabajador autónomo que ha inventado su propio trabajo, que exporta, sin oficina estable, que innova para las multinacionales y los gobiernos, transmite ideas universales con un lenguaje que entiende todo el mundo y que no se ha jubilado a los famosos 65. Por eso los cariñosos aplausos del público, culto, de clase media, enfervorizado pero aparentemente consciente de la profundidad de los variados matices del conjunto. Como mis amigos y yo, esperanzados en que no solo seamos espectadores pasivos ante el presente del que somos cómplices y ante un futuro diferente que podemos empezar a construir desde ahora mismo, aunque sea improbable.



En la misma rúbrica