Alcalde inteligente, ciudad inteligente


Lunes, 25 de Noviembre 2013, 21:49 | Leído 379 veces | 0 comentario(s)


El concepto de ciudad inteligente significa tanto que puede no significar nada. Por eso, si yo fuera alcalde pediría ayuda a mi equipo de gobierno para saber si mi ciudad debe posicionarse en el movimiento de las ciudades inteligentes, en el de las accesibles o en el de las amigables. Porque hay interesantes grupos formales de trabajo bajo cada uno de los adjetivos anteriores, todos ellos llamando a la puerta de todos los ayuntamientos para crecer en toda la geografía nacional.


Alcalde inteligente, ciudad inteligente
En primer lugar me intentaría documentar y vería que el diseño de la ciudad del futuro está hoy principalmente en manos de redes de ciudades en las que trabajan las grandes empresas, políticos y técnicos en el marco de las smart cities. Se trata de foros en los que prima la gestión de recursos de forma que se puedan concebir servicios innovadores, eficaces, eficientes y sostenibles de la mano de la tecnología. O sea, una especie de gestión electrónica de las ciudades para optimizar el alumbrado, el riego, el tráfico, el transporte, los trámites administrativos o los datos públicos. Foros en los que los municipios que los integran colaboran compartiendo conocimiento y experiencia para generar sinergias y economías de escala con los recursos de todos. Ya era hora. En los que se habla de aplicaciones para teléfonos móviles y tabletas que permitirán, por ejemplo, consultar el estado del tráfico, la disponibilidad de plazas de aparcamiento, el grado de contaminación o el tiempo que tardará en llegar el próximo transporte público. Es decir, foros sobre ciudades digitales.
 
Vería que una de las asignaturas pendientes para muchos de los miembros de dichos foros (no para todos, gracias a Dios) es la duda sobre si el ciudadano sabrá utilizarlos. ¿Habrá ciudadanos digitales para optimizar su vida en la ciudad digital? ¿Habrá que formarlos para que sean usuarios avanzados o simplemente intentar evitar la temida brecha digital? ¿Para que lo vean tan atractivo que no solo lo usen sino que lo paguen (porque los fondos siempre salen de sus bolsillos)? ¿O da igual, porque son contribuyentes en cualquier caso, y las alianzas públicos-privadas impondrán tasas obligatorias y se repartirán después los ingresos?
 
Es posible que a continuación descubriera que hay iniciativas de otro tipo, más cercanas al hardware que al software de la ciudad, en torno a la accesibilidad y la movilidad. Menos numerosas y con menos participantes. Y, en tercer lugar, las que parecen hoy el patito feo del sistema: las ciudades amigables, entre las que destaca el de las ciudades amigables con los mayores que promueve la OMS a nivel mundial y nuestro querido CEAPAT-IMSERSO en España. Una amigabilidad que suena a más humana que las anteriores.
 
A continuación quizá optaría por la mejor forma de situar a mi Ayuntamiento, si como digital, accesible o amigable con todos los votantes y sus hijos. Incluyendo todo tipo de combinaciones. Y ¡problema resuelto!
 
Pero si cambiara las luces de posición por las largas, me daría cuenta de que el análisis es pobre, incompleto e incluso antiguo. Porque lo que procede en los nuevos tiempos que corren es salir de la burbuja político-empresarial y acercarse a los ciudadanos con más frecuencia, no sólo cada cuatro años. Es una de las cosas que se deduce de los últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, que reflejan unas preocupaciones de la gente que deberían preocupar a un alcalde joven, con visión y carrera por delante, como yo.
 
Es decir, tras un primer análisis institucional tocaría averiguar qué piensan los ciudadanos. No los japoneses, los coreanos ni los de Silicon Valley, sino nosotros, que no somos tan raros. Sobre todo los que intentamos no ser solo habitantes, sino que tenemos conciencia cívica, de lo común, de la sociedad y la comunidad, y la ejercemos porque no sólo como hombres buenos votando al final de cada periodo electoral y obedientes administrados y contribuyentes el resto del tiempo. Pues resulta que hay contenidos sobre este capítulo en los laboratorios ciudadanos que están inaugurando las grandes urbes y en las redes sociales más relacionadas con la economía colaborativa y la participación. Contenidos que se pueden resumir en que su opción es por una ciudad más humana frente a la sobre todo digital pretendida por los gurús.
 
No soy alcalde (todavía) y la juventud es un agradable recuerdo, pero apuesto por las personas comprometidas. Por eso he explorado las redes sociales y dos foros electrónicos de opinión y participación que empiezan a ser de referencia. Ahí el discurso es otro.
 
Para los más implicados resulta que ciudad inteligente equivale a accesible, respetuosa con el medio ambiente, con un transporte integrado y un reducido consumo energético. Con unos mejores servicios públicos y una comunicación e información fáciles, sobre todo para los mayores y las personas con discapacidad. Es decir, con un entorno más amigable, sostenible y humano.
 
Aunque coinciden en que el cambio estará generado sobre todo por la tecnología, manifiestan que también afectarán las nuevas formas de trabajar y –cómo no- los intereses empresariales. Y dicen explícitamente que se debería tener mucho más en cuenta la opinión de las personas que la de las empresas y los políticos, que son quienes ahora lideran sin conceder la misma autoridad a otras opiniones, entre ellas las de los que acabarán pagando la fiesta. Además, presentan propuestas muy diversas en diversos ámbitos para conseguir unos mejores entornos comunes.
 
Son conscientes de que la ciudadanía participa y opina poco, pero proponen realizar una pedagogía básica sobre el concepto de espacio inteligente como punto de partida para poder contar con los usuarios desde el principio y fomentar su participación activa.
 
Después de esta doble aproximación, se puede concluir que la virtud puede ser una combinación de todo lo anterior. Las personas reclaman un mayor protagonismo en la generación de ideas y en la toma de decisiones que ahora están casi exclusivamente en el terreno de las grandes empresas y los responsables políticos. Ya hay formas de colaborar, desde las formalmente establecidas para facilitar la participación pública abierta y continua hasta las asociaciones de mayores o de personas con discapacidad o los laboratorios ciudadanos. Estos grupos suelen ser parte del equipo de trabajo de las iniciativas relacionadas con la accesibilidad, la movilidad o las ciudades amigables con los mayores, pero no tanto en las vinculadas a las smartcities.
 
Contar más con las personas ayudaría a acercar los conceptos de ciudad digital y ciudad humana, en línea con una de las megatendencias sociales. Me refiero a la ciudadanía colaborativa y participativa directa, llamada a desarrollarse como factor de enriquecimiento del actual sistema de lo público, lo privado y el tercer sector. Se trata de pasar de la colaboración bípeda público-privada a la más estable público-privada-ciudadana, en la que las personas tengan un protagonismo directo (no indirecto) sobre el futuro del entorno del que son vecinos. Aunque los nuevos teléfonos tabletas se inventaran de otra forma, pero eso es otro territorio.

Más información, en el Foro Empresa y Sociedad

(Colaboración para el número de otoño de la revista Madurez Activa) 

130610 Resumen ejecutivo.pdf  (216.36 Kb)




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