El Ex- Ministro de Cultura D. César A. Molina; la Dra Abir Abd El Salam; Teresa Bedman y Francisco Martín Valentín. Presentación del libro 'Hatshepsut: de reina a farón de Egipto'
El acto tuvo lugar en la embajada de Egipto; concretamente el anfitrión era el Instituto Egipcio de Estudios Islámicos y tuvieron el buen gusto de ponerlo la tarde de un miércoles que, como todo el mundo sabe, (por supuesto, nuestro amadísimo jefe no es tan vulgar como para encontrarse en este grupo) es un día perfecto para estas cosas.
Hice bien yendo con tiempo pues minutos antes de comenzar, la sala estaba llena.
Tras una introducción breve y concisa de la representante egipcia tomaron la palabra los asistentes.
El ex-ministro de cultura César Antonio Molina, hizo hincapié en la importancia y la deuda contraída con aquellos que llevan una labor lenta, meticulosa y, a veces, poco reconocida cuyo fin es rescatar la Historia.
Recordó la visita que hizo a la excavación española y su admiración al encontrarse con semejantes hallazgos, bajar diez pisos bajo tierra para descubrir un grafiti con el retrato de un gran Sen-en-Mut a mano alzada por un arquitecto, los vestigios de una historia y los de cómo se quiso ocultar ésta por los sucesores, las estancias descubiertas al ahondar en la tierra…, pero sobre todo por el equipo que allí trabajaba. Se intuía que aquella excursión había acabado siendo algo más que una mera formalidad.
El editor de La esfera de los libros logró desde el principio sentar a Hatshepsut en la mesa con gracia, al piropear de guapa nada menos que a un faraón de Egipto.
Por lo bajo, Francisco Martín Valentín, le susurra a la presentadora que le dé la palabra primero a la otra autora, Teresa Bedman. ¿Por cortesía o para que llevara la faena al tercio que más le gustara? No se haría esperar la respuesta.
Teresa Bedman empezó con una frase recordando el día que cruzó la puerta de la embajada, en 1986, con el sueño de ser egiptóloga y… aquí la emoción apenas la deja terminar, después de tanto tiempo y esfuerzo, lo veía cumplido.
Se dirigió a muchos de los presentes, caras a las que entrañablemente ponía nombre y apellido. La lista era variada y larga: arqueólogos, estudiosos, familiares, estudiantes… y agradeció a cada uno su labor en el todo y en cada parte del proyecto. He de decir que desde el comienzo hasta ese momento, no había dejado de mirar y dedicar una sonrisa o un guiño a cada uno según los descubría en el auditorio. Con semejante trato, cariño y confianza eran cada vez más comprensibles los aplausos que la ayudaban a pasar los momentos más emotivos que la dejaban sin voz.
Por supuesto que habló del libro, aunque no demasiado. Lo que sí acercó, con absoluta maestría, a todos los presentes fue la figura de Hatshepsut, un personaje al que 3500 años después se le devuelve con justicia su puesto en la Historia. Como reina, con un destino previsible, como faraón, rompiendo con la costumbre de su tiempo y como mujer. Curiosamente una mujer que tuvo detrás un gran hombre, al contrario de los siglos venideros, como reza el dicho. Y Teresa no se olvidó de él.
Dando a entender que «toda la parte sensible que pudiera haber en el libro es fácil suponer a quién corresponde», le cede la palabra a Francisco Martín Valentín. Ahí se supone que empezaba la parte más árida, más científica y más cruda, claro.
Es el Sr. Martín Valentín un hombre de apariencia seria y eminente que comienza a agradecer correctamente de forma general a instituciones y organismos todos los apoyos y aportaciones. Y, pequeña pausa para coger aire, quiere sobre todo agradecer a alguien especial. Después de esa introducción uno se espera las siglas de una nueva desconocida organización, pero no. La afortunada es una persona en concreto, alguien que no aparece en los papeles: Mercedes, la mujer del Sr. Molina, la que supo contagiar el entusiasmo y el interés por esa misión perdida en la arena de Deir El Bahari. Y con esa referencia, ese detalle de tan poca aparente relevancia, Francisco, el que se suponía el cerebro frío, también nota la voz quebrada y tiene que interrumpir para sobreponerse.
Como no podía ser menos, nuevos aplausos llenan el silencio obligado.
Parece una reacción algo desmedida, pero no lo es. A lo largo de su exposición, en la que se palpa la pasión por su profesión en cada palabra, se siente que lo que motiva a este riguroso científico, además de la búsqueda y estudio de verdades antiguas, es el privilegio y la necesidad de poder brindarlas a los demás. No solo a una comunidad académica reducida, también a aquellos que de algún modo sienten el interés de saber de dónde venimos y qué camino hemos andado.
La única pega de todo el acto fue que alguien olvidara conectar el aire acondicionado, pues el calor nos privó de una posible ronda de comentarios y tertulia que habrían sido de lo más interesantes dado el nivel y conocimientos de gran parte del público.
Para terminar hubo un piscolabis en el hall, con algo de salado y bebida, y té con pastas, para los más fieles a la costumbre egipcia.
Personalmente, que para eso estuve allí, me encantó. Me fascinó el personaje, la entrega y amor a una profesión, los datos que allí se entreveían picaron la curiosidad por el tema, aplaudí, no llegué a llorar… casi, me dieron ganas de ir a Egipto, me acordé en varios momentos de muchos hislibreños que habrían disfrutado con este o aquel detalle y, por supuesto, me compré el libro y me lo llevé dedicado por los dos, aun a riesgo de no probar casi lo que se servía fuera de la sala, dada la cantidad de gente y felicitaciones que recibieron.
Y no, no me identifiqué como Aretes, una que es así de sosa.
Pero estar, estuve.
Publicado por H.E.A.
Fuente
Hice bien yendo con tiempo pues minutos antes de comenzar, la sala estaba llena.
Tras una introducción breve y concisa de la representante egipcia tomaron la palabra los asistentes.
El ex-ministro de cultura César Antonio Molina, hizo hincapié en la importancia y la deuda contraída con aquellos que llevan una labor lenta, meticulosa y, a veces, poco reconocida cuyo fin es rescatar la Historia.
Recordó la visita que hizo a la excavación española y su admiración al encontrarse con semejantes hallazgos, bajar diez pisos bajo tierra para descubrir un grafiti con el retrato de un gran Sen-en-Mut a mano alzada por un arquitecto, los vestigios de una historia y los de cómo se quiso ocultar ésta por los sucesores, las estancias descubiertas al ahondar en la tierra…, pero sobre todo por el equipo que allí trabajaba. Se intuía que aquella excursión había acabado siendo algo más que una mera formalidad.
El editor de La esfera de los libros logró desde el principio sentar a Hatshepsut en la mesa con gracia, al piropear de guapa nada menos que a un faraón de Egipto.
Por lo bajo, Francisco Martín Valentín, le susurra a la presentadora que le dé la palabra primero a la otra autora, Teresa Bedman. ¿Por cortesía o para que llevara la faena al tercio que más le gustara? No se haría esperar la respuesta.
Teresa Bedman empezó con una frase recordando el día que cruzó la puerta de la embajada, en 1986, con el sueño de ser egiptóloga y… aquí la emoción apenas la deja terminar, después de tanto tiempo y esfuerzo, lo veía cumplido.
Se dirigió a muchos de los presentes, caras a las que entrañablemente ponía nombre y apellido. La lista era variada y larga: arqueólogos, estudiosos, familiares, estudiantes… y agradeció a cada uno su labor en el todo y en cada parte del proyecto. He de decir que desde el comienzo hasta ese momento, no había dejado de mirar y dedicar una sonrisa o un guiño a cada uno según los descubría en el auditorio. Con semejante trato, cariño y confianza eran cada vez más comprensibles los aplausos que la ayudaban a pasar los momentos más emotivos que la dejaban sin voz.
Por supuesto que habló del libro, aunque no demasiado. Lo que sí acercó, con absoluta maestría, a todos los presentes fue la figura de Hatshepsut, un personaje al que 3500 años después se le devuelve con justicia su puesto en la Historia. Como reina, con un destino previsible, como faraón, rompiendo con la costumbre de su tiempo y como mujer. Curiosamente una mujer que tuvo detrás un gran hombre, al contrario de los siglos venideros, como reza el dicho. Y Teresa no se olvidó de él.
Dando a entender que «toda la parte sensible que pudiera haber en el libro es fácil suponer a quién corresponde», le cede la palabra a Francisco Martín Valentín. Ahí se supone que empezaba la parte más árida, más científica y más cruda, claro.
Es el Sr. Martín Valentín un hombre de apariencia seria y eminente que comienza a agradecer correctamente de forma general a instituciones y organismos todos los apoyos y aportaciones. Y, pequeña pausa para coger aire, quiere sobre todo agradecer a alguien especial. Después de esa introducción uno se espera las siglas de una nueva desconocida organización, pero no. La afortunada es una persona en concreto, alguien que no aparece en los papeles: Mercedes, la mujer del Sr. Molina, la que supo contagiar el entusiasmo y el interés por esa misión perdida en la arena de Deir El Bahari. Y con esa referencia, ese detalle de tan poca aparente relevancia, Francisco, el que se suponía el cerebro frío, también nota la voz quebrada y tiene que interrumpir para sobreponerse.
Como no podía ser menos, nuevos aplausos llenan el silencio obligado.
Parece una reacción algo desmedida, pero no lo es. A lo largo de su exposición, en la que se palpa la pasión por su profesión en cada palabra, se siente que lo que motiva a este riguroso científico, además de la búsqueda y estudio de verdades antiguas, es el privilegio y la necesidad de poder brindarlas a los demás. No solo a una comunidad académica reducida, también a aquellos que de algún modo sienten el interés de saber de dónde venimos y qué camino hemos andado.
La única pega de todo el acto fue que alguien olvidara conectar el aire acondicionado, pues el calor nos privó de una posible ronda de comentarios y tertulia que habrían sido de lo más interesantes dado el nivel y conocimientos de gran parte del público.
Para terminar hubo un piscolabis en el hall, con algo de salado y bebida, y té con pastas, para los más fieles a la costumbre egipcia.
Personalmente, que para eso estuve allí, me encantó. Me fascinó el personaje, la entrega y amor a una profesión, los datos que allí se entreveían picaron la curiosidad por el tema, aplaudí, no llegué a llorar… casi, me dieron ganas de ir a Egipto, me acordé en varios momentos de muchos hislibreños que habrían disfrutado con este o aquel detalle y, por supuesto, me compré el libro y me lo llevé dedicado por los dos, aun a riesgo de no probar casi lo que se servía fuera de la sala, dada la cantidad de gente y felicitaciones que recibieron.
Y no, no me identifiqué como Aretes, una que es así de sosa.
Pero estar, estuve.
Publicado por H.E.A.
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