Viñeta que hace referencia a la aparición de Re, al amanecer. Capítulo XVI del Libro de los Muertos. Papiro de Hu-Nefer. (BM EA 9901/1)
Todos trataban de actuar y de protegerse contra las adversidades normales de la vida cotidiana. Las enfermedades, las actuaciones de los enemigos, o los ataques de los animales dañinos, eran las preocupaciones más exigentes y perentorias a las que el hombre egipcio debía hacer frente.
Finalmente, la superación de la muerte y la posibilidad de regresar al mundo de los vivos desde el Más allá, eran otras de sus mayores obsesiones. Para estar protegidos, o para conseguir sus fines, los egipcios utilizaron la magia. Pero esta magia era algo derivado del mundo divino que había tenido su nacimiento en el propio origen de lo religioso, de su relación con la divinidad.
El mundo de la magia tuvo su origen en el de los dioses
En la lengua egipcia antigua el concepto de ‘dios’ se expresaba con el término Netcher. La aparente complejidad del panteón egipcio, que a nosotros se nos muestra como una lista interminable de divinidades mayores y menores, solo obedecía a la pretensión de mostrar, haciéndolas asequibles al pueblo, las distintas manifestaciones del poder divino, presentes en cada una de las fuerzas naturales y de los seres que rodeaban a los habitantes de las riberas del Nilo.
Ellos creían que, los Netcheru, o dioses, eran la manifestación de los diferentes elementos de una o varias funciones cósmicas que actuaban y se manifestaban por sí, y en virtud de su propio determinismo. Por ello, el egipcio siempre trató de ganarse a la divinidad correspondiente por medio de los actos rituales que eran a sus ojos actos propiciatorios por medio de los cuales se conseguía influir en la esfera divina para conseguir lo deseado, o impedir lo temido.
Los antiguos egipcios procuraban asociar en las distintas composiciones plásticas que hoy podemos contemplar en las paredes de las tumbas, o en los muros de los templos, a especies animales y vegetales que tenían afinidades vitales entre sí.
Es así como nos demuestran que poseían un profundo conocimiento de las relaciones analógicas entre todos los seres y elementos de la creación, lo que les permitía vivir en una simbiosis perfecta.
Este conocimiento fue utilizado para crear un estado armonioso entre los hombres y las cosas, a través de un doble modo de actuación: en una vía positiva, y en otra negativa. La vía positiva consistía en atraer las influencias benéficas, mediante la actuación sobre la idea concreta de un ser animal o vegetal, o sobre un objeto, los cuales aportarían buenos resultados al agente actuante. La negativa, consistía en repeler las influencias perniciosas, actuando sobre elementos que tenían una naturaleza contraria o incompatible con esas fuerzas oscuras.
El mago y el uso de la palabra como instrumento mágico
En Egipto todos los rituales de la religión y de la magia estaban fundamentados sobre el conocimiento de los nombres de los dioses, las personas, los animales, y las cosas.
Por otra parte, el nombre constituía uno de los nueve elementos esenciales que, según ellos, componían el ser. En realidad los egipcios creían que el nombre de los diferentes seres y entidades era de alguna manera como la fórmula secreta que resumía en sí misma su esencia y su estructura.
Controlar el nombre de los seres equivalía a poseer poder sobre ellos. Pero, para que el acto de emitir el nombre de aquél sobre el que se quería actuar tuviera la fuerza creadora del Verbo, era necesario ser lo que los textos llamaban un Maa-Jeru, ‘Justo de Voz’; es decir, que el mago actuante, tenía que poseer una voz apropiada y en armonía con la naturaleza del objeto sobre el que el mago iba a actuar y adecuado al medio físico en el que se iban a realizar las actuaciones mágicas.
Se ha dicho que, en Egipto, el sacerdote suplicaba, mientras que el mago ordenaba.
El culto de los dioses se hacía por medio de fórmulas apaciguadoras que facilitaban la presencia divina en las capillas y sobre las imágenes que les servían de sede material. Por el contrario, el mago, conocedor de la naturaleza de los seres y de las cosas, ordenaba con el poder de su palabra, para conseguir la sumisión de aquéllos a su voluntad.
En Egipto, los magos recibían el nombre de Rej-ijet, ‘el conocedor del rito’ y la palabra magia se reconoce con el término Hekau.
El conocimiento, la iniciación, eran pues, esenciales para poder utilizar la fuerza de la magia por el uso del Verbo Creador. Los magos en Egipto tuvieron la consideración de una especie de oficiales públicos al servicio del rey, cooperadores con él en las funciones del mantenimiento del orden cosmológico. Ellos eran los encargados de ejercer la magia como sacerdotes, en sustitución del propio faraón, el mago por excelencia de todo Egipto, pues él poseía las Dos Coronas, la Roja y la Blanca, que eran los más poderosos instrumentos mágicos.
Estos profesionales de la magia, por así decirlo, ejercían sus funciones dentro de un marco oficial, como parte del sistema de orden y organización del cosmos y del mundo egipcio, y pertenecían a un estamento profesional formado en las Casas de la Vida de los templos.
La magia, conforme al pensamiento egipcio antiguo, consistía en la facultad de poseer el poder que ellos llamaban ‘Heka’. En realidad, todos los textos religiosos egipcios vienen a indicarnos que el ‘Heka’ era un atributo de los dioses y, por extensión, del rey, y, básicamente, consistía en el profundo conocimiento de la naturaleza del universo y de sus medios sensibles, condiciones que aseguraban su control en beneficio de la humanidad.
En definitiva, los magos egipcios no eran otra cosa que sacerdotes pertenecientes a un clero especial, el del dios Heka, aunque también solían formar parte al mismo tiempo de los cleros de otras divinidades. Ellos recibían su formación en unas instituciones, anejas a los templos, llamadas en los textos Per-anj, ‘Casa de la Vida’, en cuyo seno se practicaban y enseñaban todos los aspectos de la ciencia divina que los egipcios consideraban como parte del conocimiento o sabiduría.
Allí se estudiaba y se enseñaba muy especialmente la magia y se redactaban y conservaban libros considerados tratados mágicos. Ciertamente, las Casas de la Vida poseyeron especial fama a causa de sus bibliotecas. En ellas se recogían los textos teológicos, los himnos y los cantos sagrados, la tratados de astronomía, de medicina y de matemáticas. Era común que los escribas o los sacerdotes lectores de otros templos viajaran desde sus ciudades para consultar esas magníficas salas llenas de rollos de papiro, como debía ser el caso de la más célebre que, según la tradición se hallaba en el templo del dios Thot, en Hermópolis.
Las bibliotecas y los tratados de magia
Conocemos el contenido de alguna de estas misteriosas bibliotecas, como sucede con la del Templo del dios Horus, en Edfu, donde hay una sala que los textos llaman ‘La Cámara de los Escritos’. Sobre una de sus paredes existen dos listas de Libros que debían estar depositados allí para la consulta de los sacerdotes.
Entre otros, se nos dice que allí se encontraban los Libros y los grandes pergaminos de cuero puro que permiten abatir el demonio. Los Libros de rechazar al cocodrilo. Los Libros de protección de la hora. Los Libros de Protección de la Barca. El Libro de ‘Hacer salir al rey en procesión’. El Libro para capturar a los enemigos. El Libro de todos los escritos del combate mágico. El libro de ‘Apaciguar’ a Sejemet. El Libro de cazar al león, rechazar los cocodrilos y los reptiles. El Libro de conocer todos los Misterios del Laboratorio.
Para los egipcios, la fórmula mágica era el más antiguo y seguro de los instrumentos para operar sobre este especial y sutil mundo. La forma más acreditada era la prohibición, pero también estaban, la invitación con amenazas, si no se hacía lo deseado, y las alusiones mitológicas, comparando al personaje protegido o conjurado con ciertas entidades divinas.
Todas, eran formas alternativas de uso de los ensalmos utilizados. Existen muchas colecciones que han llegado hasta nosotros escritas en papiros, cuyos fines son tan amplios como la misma vida cotidiana de los habitantes del Valle del Nilo. Se trata de auténticos ‘Libros de Magia’, manuales de trabajo para los magos egipcios de los que, algunos, como el Papiro Mágico de Leyden, se han conservado milagrosamente hasta nuestros días.
Estos papiros, recogen una amplia serie de ensalmos, sin un orden aparente, que han sido cuidadosamente ordenados por el escriba que los copió y recopiló como un minucioso investigador que fuera tomando de aquí y de allá lo mejor de la ciencia mágica de cada época.
Las fórmulas a veces habían sido facilitadas por un colega; otras, la mayoría, escritas y recopiadas a partir de otros papiros más antiguos, probablemente escondidos en las bibliotecas de los templos. Los egipcios iniciados ansiaban poseer los libros mágicos que les darían el poder y la sabiduría; pues bien, este magnífico papiro, junto con otros documentos, tales como el Papiro Mágico Harris, o la Estela de Metternich, constituyen una apasionante colección, cuyo contenido, era aplicable a todas las necesidades cotidianas de la vida diaria.
El Papiro Mágico Harris, era, sin duda, el manual mágico por definición y excelencia. Debió ser redactado hacia la dinastía XX, (hacia el 1186-1069 a. de C.), durante el Imperio Nuevo. Primero, contiene una serie de oraciones propiciatorias para invocar el poder y la ayuda de los dioses primordiales de la creación del mundo. Sobre todo y principalmente se trata de himnos de adoración al dios Amon-Re.
En el Museo Egipcio de Turín se conserva otra interesantísima colección de papiros de magia que representan un conjunto de salvaguardas contra las picaduras de las serpientes y de los escorpiones. Datan de alrededor de la dinastía XX, durante el Imperio Nuevo egipcio, (hacia el 1186-1069 a. de C.).
La primera parte de estos papiros relata el mito del ciclo solar en el que la diosa Isis, por medio de la picadura de una serpiente que ella había creado con métodos mágicos, consiguió conocer todos los nombres, incluso el más secreto, del dios sol Re. El resto de los conjuros son fórmulas de uso cotidiano, aunque la leyenda de Isis y de Re también tenía fuerza mágica, pues sus frases se utilizaban con dichos fines en la creencia de que, tal como la diosa curó a Re de la picadura mortal de la serpiente mágica que ella le había enviado, así los mortales curarían de las picaduras de estos dañinos animales.
Otro ejemplo de libros de fórmulas mágicas está representado por el Papiro Mágico de Leyden.
Este manual de magia que se ha conservado, dividido en dos fragmentos, uno existente en el Museo Británico, (Papiro BM nº 10.070), y el otro en el Museo de Antigüedades de Leyden, (Papiro de Leyden J. 383), recoge una serie de fórmulas y encantamientos dirigidos a realizar prácticas de adivinación, por diversos medios.
Incluye también ensalmos para gozar del respeto de los iguales y el favor de los superiores, para obtener la curación y la salud, para controlar el conocimiento de las pociones y los venenos, para conseguir el amor de una mujer o de un hombre y dedica una parte sensible de su contenido al estudio de diversas plantas y sus usos medicinales.
Algunas fórmulas
Veamos, por ejemplo, una fórmula mágica utilizada para rechazar una enfermedad mortal:
‘¡Mujer que pasas tu tiempo haciendo ladrillos para tu padre Osiris.!. ¡Mujer que has conjurado a tu padre Osiris cuando se alimentaba de legumbres y de miel¡. ¡Sal fuera, asiática venida del desierto, negra venida de las tierras vacías!. ¿Eres una esclava?. ¡Entonces sal fuera por medio del vómito!. ¿Eres una dama de la nobleza?. ¡Entonces sal fuera por su orina!. ¡Sal fuera por las secreciones de su nariz!.¡Sal fuera en el sudor de su cuerpo!. Mis manos se posan sobre mi niño, y las manos de Isis están sobre él, igual que protegieron a su hijo, Horus.’ (Papiro Berlin nº 3.027).
Eran célebres las fórmulas para enamorar a una mujer.
¡Homenaje a ti, Ra Hor-Ajty, padre de los dioses!. ¡Homenaje a vosotras, las siete Hat-Hor que os vestís con tejido de lino rojo!. ¡Homenaje a vosotros, dioses, señores del cielo y de la tierra!. ¡Haced que la mujer N. nacida de N. vaya detrás de mí como una vaca va tras el pasto, como una niñera va tras sus niños, como un pastor va tras su rebaño.! ¡Si no conseguís que venga detrás de mí, Yo incendiaré Busiris y quemaré a Osiris!. (Ostracon D. El Medina BM 1057).
Había también Conjuros para proteger las casas:
‘…N.N. nacido de N.N. ha conjurado las crujías. El es el Señor de los Misterios. El ha conjurado el lugar que le pertenece, su habitación, su cama. El ha conjurado a las cuatro nobles Señoras en cuyas bocas está la llama y cuyo fuego va detrás de cualquier enemigo o enemiga, de cualquier muerto o muerta que esté en el cuerpo de N.N. nacido de N.N., para expulsarlos. Ellos no vendrán por él por la noche, por el día o en cualquier tiempo......’ (Papiro Chester Beatty III, rº, 10).
Hubo fórmulas para todos los problemas. Los egipcios trataron de resolver sus inquietudes vitales diarias tales como la salud, los amores, el poder o el ejercicio de la venganza por medio de la magia. Ellos creyeron que podían ser protegidos o atacados por fuerzas superiores y que, por tanto, debían controlarlas.
Los descubrimientos de todos estos conjuros son la prueba evidente de que la magia regía todos y cada uno de los sucesos diarios en el Valle del Nilo. Las gentes que lo poblaban sabían, aún no siendo magos profesionales, lo que las fuerzas sutiles podían hacer en su favor. Ciertamente, el abuso de esta manera de conseguir la seguridad en la vida diaria, llevó al mundo tardío egipcio a convertir una sociedad que había sido organizada bajo las reglas rectoras de mentes iniciadas, en un embrollado mundo de supersticiones. Esto debió suceder cuando los secretos de los antiguos magos fueron desvelados y comunicados sin control.
El uso y el abuso de esta magia hasta convertirse en hechicería, lo que sucedió especialmente durante la época tardía, fue también el reflejo de una sociedad que ya no tenía seguridad en sus propios valores civilizadores. Por ello, los hombres debían asegurarse sus objetivos sin contar en exceso con la justicia divina o humana.
Este fue el final de la misma civilización egipcia.
Para saber más:
Andrews, C. Amulets of Ancient Egypt. Londres, 1994
Lexa, F. La magie dans l’Égypte antique. 3 Vol. París, 1925
Martín Valentín, F. J. Los magos del antiguo Egipto. Madrid, 2002
Pinch, G. Magic in Ancient Egypt. Londres, 1994
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo