Recipientes egipcios para tinta. Museo del Louvre. Foto IEAE
Por estas razones, entre otras muchas, los pueblos que ‘inventaron’ los primeros sistemas de escritura de la humanidad siempre tuvieron, a los ojos de la posteridad, un alto prestigio, sensación que todavía nos alcanza cuando nos acercamos al estudio de las lenguas escritas antiguas.
Los egipcios crearon su sistema de escritura en un momento muy temprano, si consideramos su contexto sincrónico con otras culturas del Próximo Oriente. Esta circunstancia se puede ubicar a partir de la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo. De hecho, todo indica que la escritura egipcia, junto con la sumeria, pudiera haber sido la más antigua del mundo.
La invención de la escritura nació aparentemente al amparo de las necesidades administrativas de las sociedades primitivas en su construcción de lo que podríamos llamar las ‘paleoestructuras estatales’. En concreto, la práctica de establecer marcas y elaborar registros e inventarios.
Los primeros rastros del egipcio escrito y del sumerio escrito pueden datarse hacia el 3.300-3.250 antes de Cristo y consisten en marcas de ceramistas sobre jarras, inscripciones en placas de marfil o hueso que recogen nombres reales, o anotaciones hechas sobre pequeñas tabletas de arcilla que se sujetaban, utilizadas como etiquetas, a los objetos a los que designaban.
Para obtener una referencia fácilmente entendible de lo que, dentro del proceso civilizador universal, pudo suponer la creación de la escritura egipcia, basta pensar que, por ejemplo, la escritura china tomó cuerpo alrededor de algo más de un milenio y medio después que la egipcia, hacia el 1.500 antes de Cristo.
Lo más curioso del fenómeno creador de la escritura jeroglífica egipcia es que surgió de una manera completamente formada y definida, tal como permanecería durante los tres mil años siguientes de un modo prácticamente inalterable. Durante este largo lapso de tiempo el sistema de la escritura jeroglífica, y su expresión cursiva, la escritura hierática, estuvieron presentes sobre todo tipo de monumentos y objetos. La escritura en Egipto configuró de manera decisiva, si cabe más que en otras civilizaciones antiguas, la estructura de la sociedad.
Desde la época tinita (hacia el 3.300 a C.) esa sociedad se organizó en una suerte de pirámide en cuya cima se encontraba el rey. Bajo el soberano, sus hijos, hermanos y familiares, más o menos cercanos, engrosaron las filas de la organización administrativa del país del Nilo en todos sus aspectos: el religioso, el político y el militar.
La supervivencia de este sistema requería la existencia de un verdadero ejército de gentes letradas, de escribas dedicados a colaborar con el cumplimiento del ‘benéfico mandato del Horus sobre la tierra’ (el rey), para que la obra creadora de los dioses cosmogónicos se mantuviera intacta.
De este modo, todo cuanto ordenase el rey debía ser recogido por escrito y ser cumplido. Era preciso mantener en buenas condiciones los diques de los canales para administrar adecuadamente la crecida del río Nilo. Lo era también controlar las superficies de los terrenos cultivables por medio de la agrimensura, para poder fijar de antemano la cantidad de grano que se produciría y, en consecuencia, las cantidades que habrían de ser entregadas al tesoro de la corona, o a los templos.
Era necesario conocer el número de hombres que debían ser reclutados para acometer las obras de construcción a favor del rey, o de los dioses y, consecuentemente, saber cuantas raciones de alimentos y de bebida serían necesarias para sostener tales equipos de trabajadores.
Había que dar culto a los dioses para estar seguros de que su presencia sobre la tierra de Egipto estuviera garantizada y, a tal fin, era preciso recoger sobre papiro, o sobre los muros de los templos las fórmulas del culto y las compilaciones teológicas que describían los distintos sistemas de creación del mundo.
La supervivencia en el más allá, después de la muerte, también formó parte de las preocupaciones básicas de los antiguos egipcios y, en consecuencia, se sintió la necesidad de plasmar por escrito recopilaciones de fórmulas religiosas que habían sido transmitidas por vía oral desde tiempos inmemoriales.
De este modo, la organización de la corte de los primeros soberanos egipcios, especialmente a partir del momento en que se produjo la mítica unificación de las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, implicó el uso de todo un sofisticado sistema de escritura sobre el que descansarían todos y cada uno de los aspectos de esta civilización que tanto nos admira.
Pero, desde otro punto de vista, la escritura sirvió para dividir y separar a la sociedad egipcia, desde sus orígenes, en dos partes netas y bien diferenciadas: las gentes letradas y las gentes iletradas.
Las primeras, conocedoras de un complejo sistema de escritura, podían leer y escribir. Constituían el tejido-sostén de todas las manifestaciones culturales de la sociedad. Eran los escribas que controlaban el país en nombre del faraón y de los dioses.
Esta casta social de gentes letradas era, verdaderamente, la administradora de Egipto. Por sus manos pasaban todas las actividades económicas, religiosas, políticas, y militares. Desde la casa del rey, hasta los almacenes y las obras públicas, todo estaba bajo el control y la organización de la clase dirigente por excelencia de la sociedad egipcia antigua: los escribas.
Las gentes iletradas, por el contrario, formaban parte de la base social dedicada a desarrollar el trabajo físico y, en su conjunto, eran los encargados de ejecutar lo previsto y ordenado por las gentes letradas. Ya fuese en las labores agrícolas y ganaderas, o en el desarrollo de las obras públicas, ellos eran la mano de obra del faraón, controlada por los escribas.
El hombre egipcio fue sensible desde muy pronto a esta división social necesaria, pero no igualmente deseada por todos los que formaban parte de ella.
La primera referencia que conocemos acerca de tal sentimiento es la composición literaria de sabiduría moral y crítica social llamada ‘La instrucción de Dua-Jety’, también conocida como ‘Sátira de los oficios’.
Se trata de un ejemplo del género de las instrucciones o principios de sabiduría (Sebayt) que fue compuesto durante el Imperio Medio (hacia el 1994-1797 a. C.). En ella se pondera la superioridad de la carrera o profesión de escriba, sobre cualquier otra de las existentes en la sociedad egipcia. El mejor y más completo ejemplar de esta obra que se conserva, está recogido en el papiro B.M. 10.182, también llamado ‘Papiro Sallier II’. En realidad se trata de una copia de la obra original, realizada durante la dinastía XIX, más de setecientos años después de la redacción del original.
Que este tipo de instrucciones estuviera permanentemente presente en la mente de los egipcios a lo largo de toda su historia, indica claramente la importancia que, para ellos, tenía el conocimiento de la escritura y de la lectura.
La enseñanza comienza de una manera muy interesante, explicando lo que realmente pensaban los egipcios acerca del asunto:
Un padre viaja con su hijo desde el nordeste del Delta, hacia la Residencia Real, probablemente en la ciudad de Menfis, la capital del norte de Egipto, para hacer ingresar al muchacho en la ‘Escuela Oficial de Escribas’ formados en el palacio real. Durante la navegación , Dua-Jety, ilustrará a su hijo, Pepy, haciéndole comprender las razones existentes para considerar que ser escriba en Egipto, es lo mejor que podía sucederle.
Dice el padre al hijo: ‘…Lee hasta el final del Libro de Kemet; hallarás que dice esto: ‘El escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia (real), no carecerá de nada’. El que ejecuta los deseos de otro no podrá salir satisfecho. Yo no veo otra profesión comparable a la del escriba de la que pueda ser dicha esta máxima. Voy a hacerte amar los libros más de lo que tu puedas amar a tu madre, y a mostrarte sus magnificiencias. Es la más grande de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella. Apenas el escriba comienza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea un niño. Lo envían a ejecutar una tarea y ¡ya no volverá a ponerse el delantal (del trabajador manual)!...’.
Para confirmar aún más la idea según la cual, el egipcio iletrado no podía esperar a lo largo de su vida más que miseria y malos tratos, el padre dice al hijo: ‘…He visto a muchos que han sido golpeados. ¡Pon tu corazón en los libros!. He observado a los que han sido reclutados para el trabajo forzado:¡Mira, nada es superior a los libros: son como un barco sobre el agua!...’.
Resulta, pues, evidente que la organización social egipcia requería y estimaba el desempeño de las funciones del escriba, tanto o más que el trabajo material de los canteros, o el de los labradores, aunque es muy cierto que sin el esforzado sacrificio de los segundos, los primeros nunca habrían tenido la posibilidad de escribir demasiadas cosas…
Sin embargo, lo definitivo es que los escribas fueron los rectores del universo egipcio.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Los egipcios crearon su sistema de escritura en un momento muy temprano, si consideramos su contexto sincrónico con otras culturas del Próximo Oriente. Esta circunstancia se puede ubicar a partir de la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo. De hecho, todo indica que la escritura egipcia, junto con la sumeria, pudiera haber sido la más antigua del mundo.
La invención de la escritura nació aparentemente al amparo de las necesidades administrativas de las sociedades primitivas en su construcción de lo que podríamos llamar las ‘paleoestructuras estatales’. En concreto, la práctica de establecer marcas y elaborar registros e inventarios.
Los primeros rastros del egipcio escrito y del sumerio escrito pueden datarse hacia el 3.300-3.250 antes de Cristo y consisten en marcas de ceramistas sobre jarras, inscripciones en placas de marfil o hueso que recogen nombres reales, o anotaciones hechas sobre pequeñas tabletas de arcilla que se sujetaban, utilizadas como etiquetas, a los objetos a los que designaban.
Para obtener una referencia fácilmente entendible de lo que, dentro del proceso civilizador universal, pudo suponer la creación de la escritura egipcia, basta pensar que, por ejemplo, la escritura china tomó cuerpo alrededor de algo más de un milenio y medio después que la egipcia, hacia el 1.500 antes de Cristo.
Lo más curioso del fenómeno creador de la escritura jeroglífica egipcia es que surgió de una manera completamente formada y definida, tal como permanecería durante los tres mil años siguientes de un modo prácticamente inalterable. Durante este largo lapso de tiempo el sistema de la escritura jeroglífica, y su expresión cursiva, la escritura hierática, estuvieron presentes sobre todo tipo de monumentos y objetos. La escritura en Egipto configuró de manera decisiva, si cabe más que en otras civilizaciones antiguas, la estructura de la sociedad.
Desde la época tinita (hacia el 3.300 a C.) esa sociedad se organizó en una suerte de pirámide en cuya cima se encontraba el rey. Bajo el soberano, sus hijos, hermanos y familiares, más o menos cercanos, engrosaron las filas de la organización administrativa del país del Nilo en todos sus aspectos: el religioso, el político y el militar.
La supervivencia de este sistema requería la existencia de un verdadero ejército de gentes letradas, de escribas dedicados a colaborar con el cumplimiento del ‘benéfico mandato del Horus sobre la tierra’ (el rey), para que la obra creadora de los dioses cosmogónicos se mantuviera intacta.
De este modo, todo cuanto ordenase el rey debía ser recogido por escrito y ser cumplido. Era preciso mantener en buenas condiciones los diques de los canales para administrar adecuadamente la crecida del río Nilo. Lo era también controlar las superficies de los terrenos cultivables por medio de la agrimensura, para poder fijar de antemano la cantidad de grano que se produciría y, en consecuencia, las cantidades que habrían de ser entregadas al tesoro de la corona, o a los templos.
Era necesario conocer el número de hombres que debían ser reclutados para acometer las obras de construcción a favor del rey, o de los dioses y, consecuentemente, saber cuantas raciones de alimentos y de bebida serían necesarias para sostener tales equipos de trabajadores.
Había que dar culto a los dioses para estar seguros de que su presencia sobre la tierra de Egipto estuviera garantizada y, a tal fin, era preciso recoger sobre papiro, o sobre los muros de los templos las fórmulas del culto y las compilaciones teológicas que describían los distintos sistemas de creación del mundo.
La supervivencia en el más allá, después de la muerte, también formó parte de las preocupaciones básicas de los antiguos egipcios y, en consecuencia, se sintió la necesidad de plasmar por escrito recopilaciones de fórmulas religiosas que habían sido transmitidas por vía oral desde tiempos inmemoriales.
De este modo, la organización de la corte de los primeros soberanos egipcios, especialmente a partir del momento en que se produjo la mítica unificación de las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, implicó el uso de todo un sofisticado sistema de escritura sobre el que descansarían todos y cada uno de los aspectos de esta civilización que tanto nos admira.
Pero, desde otro punto de vista, la escritura sirvió para dividir y separar a la sociedad egipcia, desde sus orígenes, en dos partes netas y bien diferenciadas: las gentes letradas y las gentes iletradas.
Las primeras, conocedoras de un complejo sistema de escritura, podían leer y escribir. Constituían el tejido-sostén de todas las manifestaciones culturales de la sociedad. Eran los escribas que controlaban el país en nombre del faraón y de los dioses.
Esta casta social de gentes letradas era, verdaderamente, la administradora de Egipto. Por sus manos pasaban todas las actividades económicas, religiosas, políticas, y militares. Desde la casa del rey, hasta los almacenes y las obras públicas, todo estaba bajo el control y la organización de la clase dirigente por excelencia de la sociedad egipcia antigua: los escribas.
Las gentes iletradas, por el contrario, formaban parte de la base social dedicada a desarrollar el trabajo físico y, en su conjunto, eran los encargados de ejecutar lo previsto y ordenado por las gentes letradas. Ya fuese en las labores agrícolas y ganaderas, o en el desarrollo de las obras públicas, ellos eran la mano de obra del faraón, controlada por los escribas.
El hombre egipcio fue sensible desde muy pronto a esta división social necesaria, pero no igualmente deseada por todos los que formaban parte de ella.
La primera referencia que conocemos acerca de tal sentimiento es la composición literaria de sabiduría moral y crítica social llamada ‘La instrucción de Dua-Jety’, también conocida como ‘Sátira de los oficios’.
Se trata de un ejemplo del género de las instrucciones o principios de sabiduría (Sebayt) que fue compuesto durante el Imperio Medio (hacia el 1994-1797 a. C.). En ella se pondera la superioridad de la carrera o profesión de escriba, sobre cualquier otra de las existentes en la sociedad egipcia. El mejor y más completo ejemplar de esta obra que se conserva, está recogido en el papiro B.M. 10.182, también llamado ‘Papiro Sallier II’. En realidad se trata de una copia de la obra original, realizada durante la dinastía XIX, más de setecientos años después de la redacción del original.
Que este tipo de instrucciones estuviera permanentemente presente en la mente de los egipcios a lo largo de toda su historia, indica claramente la importancia que, para ellos, tenía el conocimiento de la escritura y de la lectura.
La enseñanza comienza de una manera muy interesante, explicando lo que realmente pensaban los egipcios acerca del asunto:
Un padre viaja con su hijo desde el nordeste del Delta, hacia la Residencia Real, probablemente en la ciudad de Menfis, la capital del norte de Egipto, para hacer ingresar al muchacho en la ‘Escuela Oficial de Escribas’ formados en el palacio real. Durante la navegación , Dua-Jety, ilustrará a su hijo, Pepy, haciéndole comprender las razones existentes para considerar que ser escriba en Egipto, es lo mejor que podía sucederle.
Dice el padre al hijo: ‘…Lee hasta el final del Libro de Kemet; hallarás que dice esto: ‘El escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia (real), no carecerá de nada’. El que ejecuta los deseos de otro no podrá salir satisfecho. Yo no veo otra profesión comparable a la del escriba de la que pueda ser dicha esta máxima. Voy a hacerte amar los libros más de lo que tu puedas amar a tu madre, y a mostrarte sus magnificiencias. Es la más grande de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella. Apenas el escriba comienza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea un niño. Lo envían a ejecutar una tarea y ¡ya no volverá a ponerse el delantal (del trabajador manual)!...’.
Para confirmar aún más la idea según la cual, el egipcio iletrado no podía esperar a lo largo de su vida más que miseria y malos tratos, el padre dice al hijo: ‘…He visto a muchos que han sido golpeados. ¡Pon tu corazón en los libros!. He observado a los que han sido reclutados para el trabajo forzado:¡Mira, nada es superior a los libros: son como un barco sobre el agua!...’.
Resulta, pues, evidente que la organización social egipcia requería y estimaba el desempeño de las funciones del escriba, tanto o más que el trabajo material de los canteros, o el de los labradores, aunque es muy cierto que sin el esforzado sacrificio de los segundos, los primeros nunca habrían tenido la posibilidad de escribir demasiadas cosas…
Sin embargo, lo definitivo es que los escribas fueron los rectores del universo egipcio.
Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo