En muchos países, las cajas de ahorros (savings banks) han sido unas entidades financieras con un marcado carácter social. A lo largo de muchos años, durante la mayor parte del siglo pasado, esta característica de las cajas se ha mantenido con unos resultados más que aceptables en la dinámica del crecimiento y el desarrollo en muchas zonas del planeta y especialmente en un país como España.
Las cajas de ahorros, al no tener accionistas, destinan parte del beneficio neto a la obra benéfica social (OBS). No obstante, la labor social de las cajas, durante muchos años, ha ido mucho más allá de la organización de conciertos, premios escolares, ayudas a festejos municipales y otras actividades culturales. Con ser estas actuaciones valorables, la esencia social de las cajas se proyectaba en la financiación de autónomos y PYMES de ámbitos local y provincial, así como en el consumo familiar en pequeños pueblos y barrios periféricos de grandes ciudades. Todo ello con unos tipos de interés que se solían quedar dos o tres puntos por debajo de la media aplicada por la banca privada. En este sentido se podría afirmar que hasta hace unos veinte años, las cajas llegaban allí donde al mercado no le interesaba, donde los niveles de rentabilidad, aunque existentes, no eran suficientemente atractivos para la gran banca dominante.
Con la plena implantación de los aires de la globalización financiera en la última década del siglo pasado, el paradigma de la competencia se asume sin ningún tipo de escrúpulos por todos los agentes financieros, incluidas las cajas de ahorros y el histórico sello social de éstas cambia radicalmente. “Hay que competir y obtener beneficio para financiar la OBS”. Éste es el lema que se impone entre los nuevos gestores de las cajas.
Se esfuma, así, el auténtico rol social que las cajas habían desempeñado y que en amplios sectores de la economía real se hacía absolutamente necesario. Desaparecen las diferencias en los tipos de interés con respecto a la banca privada y aparecen las comisiones de todo tipo con cargo a los clientes de activo y pasivo en aras a engrosar la cuenta de resultados. La histórica calificación de entidades “no lucrativas” con que se definían a las cajas durante muchos años ha desaparecido por completo en las dos últimas décadas.
Estas frenéticas ansias por la obtención de beneficio vienen a coincidir con la hegemonía del pensamiento económico de la globalización. Como es bien sabido, la globalización –sólo financiera, que no de mano de obra- se caracteriza por la libertad de movimiento, por la desregulación y también por la privatización. En los mercados financieros internacionales se impuso por completo la libre transferencia de flujo de capitales, sin ninguna normativa contra la especulación y con una vergonzosa permisividad con la existencia de paraísos fiscales expandidos por todo el mundo. Ello dio lugar a la gravísima crisis que ahora estamos padeciendo, pero aún, después de tres años, el G20 y los poderes fácticos del sistema no han sido capaces –probablemente porque no interesa- de regular y poner coto a la especulación financiera perniciosa.
Sólo se ha apuntado la necesidad de potenciar la solvencia de las entidades financieras a través de Basilea-3 y no ha faltado tiempo para que el FMI y el semanario liberal más influyente del mundo, The Economist, se hayan pronunciado abiertamente por la privatización de las cajas de ahorros españolas. Era la tercera característica que le faltaba al liberalismo financiero para imponer su criterio.
En un país como por ejemplo España, donde el crédito a las PYMES y al consumo no fluye (con todas sus gravísimas consecuencias en el empleo y en el bienestar social), la privatización de facto de estas entidades financieras (teóricamente pertenecientes al ámbito de las fundaciones y de la economía social), no deja de ser una tristísima contradicción. Existen fórmulas para compatibilizar la solvencia de las cajas con su auténtica labor social: desde mejorar su gestión con una mayor profesionalidad de sus gestores hasta incorporarlas al crédito oficial, pasando por recortar los desorbitados sueldos que en muchas ocasiones alcanzan sus directivos.
La presión consciente de los poderes fácticos internacionales está consiguiendo que desaparezca el auténtico papel social de las cajas de ahorros y que avance inexorablemente el pensamiento único ultraliberal en nuestro escenario financiero. Y todo ello a pesar del enorme daño que está ocasionando a empresas y ciudadanos de todo el mundo. Ciertamente sorprendente y lamentable.