Un filósofo español del pasado siglo venía a señalar con certeras palabras algo perfectamente aplicable, hoy, al mundo económico: “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa, que no sabemos lo que nos pasa”.
En el ámbito económico, desde 2007, atravesamos una grave crisis económica a nivel internacional que, me temo, no sabemos todavía de dónde viene. Este año 2012, en España, en la Unión Europea y en el G20 se viene hablando de un rescate para el sistema bancario nacional. Todo el mundo, desde el presidente Obama hasta el ciudadano de a pie, está preocupado porque España necesita más de 50.000 millones de euros según las agencias privadas (Oliver Wyman y Roland Berger) para la capitalización de algunas entidades financieras (Bankia, Caixanova, Caja de ahorros del Mediterráneo…), lo cual ha sembrado una situación de incertidumbre en responsables políticos españoles, europeos y americanos. Ante ello, habría que preguntarse por qué ocurre esto o, como diría Ortega y Gasset, “qué es lo que nos pasa”, por qué está en quiebra un grupo tan importante de cajas de ahorros como Bankia que agrupaba entre otras a las poderosas Caja Madrid y Bancaja.
Trabajé como administrativo y, posteriormente, como ejecutivo en el sector de las cajas de ahorros españolas en los años 70 y principios de los 80. En aquella época, estaba muy controlado por parte de la autoridad monetaria el mundo de las cajas de ahorros (saving-bank) y de las entidades de crédito en general. Periódicamente, el Banco de España y los restantes bancos centrales cuidaban muy de cerca el nivel de riesgo y de solvencia de las entidades financieras, de tal manera, que éstas no podían prestar más de, digamos, el 90% de los depósitos y recursos ajenos que captaban. Por ello, el negocio bancario y financiero en general era un negocio privilegiado. Nunca se invertía más de lo que se tenía y, por tanto, el negocio de las cajas y de los bancos era un negocio seguro y rentable. Daba no sólo para mantener la viabilidad de las entidades financieras, sino también para crear fundaciones y obras sociales y benéficas que aliviaban buena parte de las situaciones sociales de la economía nacional e internacional. Era prácticamente imposible que una entidad financiera cayera en problemas de insolvencia, excepto que se hubiera obrado con mala fe o se hubiera caído en problemas contables fraudulentos.
De aquella situación de hace 30 años hasta ahora mucho han cambiado las cosas. No han sido pocas las entidades financieras que han pasado por dificultades y han necesitado que las fusionaran con otra mayor o que recibieran grandes cantidades de dinero para fortalecer su capital y recursos propios. Ya no nos acordamos, pero en el año 2009 y 2010 se han dedicado en el mundo más de 120.000 millones de dólares y/o euros para reforzar los recursos propios de bancos y cajas para evitar de esta forma el pánico bancario, los corralitos y el temor inusitado de los ahorradores que ven perder su dinero. El ciudadano ha visto cómo han desaparecido muchas sucursales bancarias, le están cobrando comisiones en conceptos de cualquier tipo y tener el dinero en la entidad (lo cual antes era rentable y seguro) ahora se ha convertido en algo fastidioso con costes cada vez más insoportables. Lo que ha ocurrido es que, desde los años 80, la desregularización bancaria inspirada por Thatcher y Reagan ha convertido los intercambios financieros en poco menos que en una selva sin orden en la que la avaricia y la codicia ha ocupado un primer lugar. Ello ha coincidido con una burbuja inmobiliaria absolutamente inusitada y perjudicial para la sociedad. A las cajas de ahorros, incluso las medianas y las pequeñas, se han acercado promotores, constructores y especuladores de pisos. Casi todos fueron recibidos con los brazos abiertos en las oficinas bancarias. El motivo era que casi todas estas operaciones eran muy rentables y la codicia de los directivos financieros no tenía límite. A muchos ahorradores se les ofrecían hipotecas mucho más allá de lo necesario, con lo cual todos salían ganando mientras durase la burbuja financiera.
En 2007 se detectaron los primeros síntomas del pinchazo de la burbuja y empezó a despeñarse todo el edificio artificial que se había creado en los años anteriores. Como consecuencia de la avaricia de directivos de cajas y bancos, aunque éstos fueran pequeños, se sobrepasaban ampliamente los límites de crédito prudentes y la forma de financiarlos no era ya a través de depósitos y recursos ajenos captados, que estaban ya agotados, sino acudir a los mercados mayoristas internacionales. Se producía así el endeudamiento de muchas cajas y bancos que al cabo del tiempo se convertía en insoportable. El problema de la solvencia, por tanto, de éstas entidades no ha venido sólo por la morosidad de muchos clientes, que también, sino por la imposibilidad de pagar las enormes deudas en que han incurrido con los mercados financieros internacionales. De esta manera, la forma de cubrir esos enormes agujeros financieros no ha sido otra que recurrir a fondos públicos dado que el Estado es el garante de todo el sistema.
Como se sabe, estos fondos públicos adquieren la forma de miles de parados, rebaja del sueldo de los funcionarios, disminución de gastos sociales para la educación y sanidad, copago, menos infraestructuras y menos cooperación internacional al desarrollo. En definitiva, el ciudadano de a pie paga la avaricia, los errores e incluso la ignorancia de muchos políticos y responsables financieros. He ahí otra razón para la injusticia y la indignación social que se está produciendo en Europa y en todo Occidente.
En el ámbito económico, desde 2007, atravesamos una grave crisis económica a nivel internacional que, me temo, no sabemos todavía de dónde viene. Este año 2012, en España, en la Unión Europea y en el G20 se viene hablando de un rescate para el sistema bancario nacional. Todo el mundo, desde el presidente Obama hasta el ciudadano de a pie, está preocupado porque España necesita más de 50.000 millones de euros según las agencias privadas (Oliver Wyman y Roland Berger) para la capitalización de algunas entidades financieras (Bankia, Caixanova, Caja de ahorros del Mediterráneo…), lo cual ha sembrado una situación de incertidumbre en responsables políticos españoles, europeos y americanos. Ante ello, habría que preguntarse por qué ocurre esto o, como diría Ortega y Gasset, “qué es lo que nos pasa”, por qué está en quiebra un grupo tan importante de cajas de ahorros como Bankia que agrupaba entre otras a las poderosas Caja Madrid y Bancaja.
Trabajé como administrativo y, posteriormente, como ejecutivo en el sector de las cajas de ahorros españolas en los años 70 y principios de los 80. En aquella época, estaba muy controlado por parte de la autoridad monetaria el mundo de las cajas de ahorros (saving-bank) y de las entidades de crédito en general. Periódicamente, el Banco de España y los restantes bancos centrales cuidaban muy de cerca el nivel de riesgo y de solvencia de las entidades financieras, de tal manera, que éstas no podían prestar más de, digamos, el 90% de los depósitos y recursos ajenos que captaban. Por ello, el negocio bancario y financiero en general era un negocio privilegiado. Nunca se invertía más de lo que se tenía y, por tanto, el negocio de las cajas y de los bancos era un negocio seguro y rentable. Daba no sólo para mantener la viabilidad de las entidades financieras, sino también para crear fundaciones y obras sociales y benéficas que aliviaban buena parte de las situaciones sociales de la economía nacional e internacional. Era prácticamente imposible que una entidad financiera cayera en problemas de insolvencia, excepto que se hubiera obrado con mala fe o se hubiera caído en problemas contables fraudulentos.
De aquella situación de hace 30 años hasta ahora mucho han cambiado las cosas. No han sido pocas las entidades financieras que han pasado por dificultades y han necesitado que las fusionaran con otra mayor o que recibieran grandes cantidades de dinero para fortalecer su capital y recursos propios. Ya no nos acordamos, pero en el año 2009 y 2010 se han dedicado en el mundo más de 120.000 millones de dólares y/o euros para reforzar los recursos propios de bancos y cajas para evitar de esta forma el pánico bancario, los corralitos y el temor inusitado de los ahorradores que ven perder su dinero. El ciudadano ha visto cómo han desaparecido muchas sucursales bancarias, le están cobrando comisiones en conceptos de cualquier tipo y tener el dinero en la entidad (lo cual antes era rentable y seguro) ahora se ha convertido en algo fastidioso con costes cada vez más insoportables. Lo que ha ocurrido es que, desde los años 80, la desregularización bancaria inspirada por Thatcher y Reagan ha convertido los intercambios financieros en poco menos que en una selva sin orden en la que la avaricia y la codicia ha ocupado un primer lugar. Ello ha coincidido con una burbuja inmobiliaria absolutamente inusitada y perjudicial para la sociedad. A las cajas de ahorros, incluso las medianas y las pequeñas, se han acercado promotores, constructores y especuladores de pisos. Casi todos fueron recibidos con los brazos abiertos en las oficinas bancarias. El motivo era que casi todas estas operaciones eran muy rentables y la codicia de los directivos financieros no tenía límite. A muchos ahorradores se les ofrecían hipotecas mucho más allá de lo necesario, con lo cual todos salían ganando mientras durase la burbuja financiera.
En 2007 se detectaron los primeros síntomas del pinchazo de la burbuja y empezó a despeñarse todo el edificio artificial que se había creado en los años anteriores. Como consecuencia de la avaricia de directivos de cajas y bancos, aunque éstos fueran pequeños, se sobrepasaban ampliamente los límites de crédito prudentes y la forma de financiarlos no era ya a través de depósitos y recursos ajenos captados, que estaban ya agotados, sino acudir a los mercados mayoristas internacionales. Se producía así el endeudamiento de muchas cajas y bancos que al cabo del tiempo se convertía en insoportable. El problema de la solvencia, por tanto, de éstas entidades no ha venido sólo por la morosidad de muchos clientes, que también, sino por la imposibilidad de pagar las enormes deudas en que han incurrido con los mercados financieros internacionales. De esta manera, la forma de cubrir esos enormes agujeros financieros no ha sido otra que recurrir a fondos públicos dado que el Estado es el garante de todo el sistema.
Como se sabe, estos fondos públicos adquieren la forma de miles de parados, rebaja del sueldo de los funcionarios, disminución de gastos sociales para la educación y sanidad, copago, menos infraestructuras y menos cooperación internacional al desarrollo. En definitiva, el ciudadano de a pie paga la avaricia, los errores e incluso la ignorancia de muchos políticos y responsables financieros. He ahí otra razón para la injusticia y la indignación social que se está produciendo en Europa y en todo Occidente.