Hace un año di una charla en FIDE sobre los cambios que se están produciendo en el ámbito legal. Fue la primera de varias ponencias y artículos en Replicante Legal, en los que he tratado el tema.
Durante estos meses he tenido la ocasión de debatir sobre esta materia con muchos compañeros y me sorprende que la mayoría de abogados piensa que la revolución que tenemos a la vuelta de la esquina se reduce a manejar Lexnet o a aprovechar las nuevas funcionalidad que incorporarán las bases de datos jurídicas. Todos los que piensan así están convencidos de que la figura del abogado, en el sentido tradicional, seguirá existiendo y que lo único que hay que hacer es implementar las nuevas tecnologías cuando se vayan desarrollando. Me recuerda al "que inventen ellos" de Unamuno.
Corremos el riesgo que exponía certeramente Miquel Roca, de que los clientes vengan ya con el tema casi resuelto por Google o, peor aún, que ni siquiera acudan a nosotros porque pueden encontrar solución legal a sus problemas en los servicios que, cada vez con mayor intensidad, se ofrecen a través de internet.
Ciertamente las operaciones complejas que se manejan en los grandes despachos no van a ser automatizadas a corto plazo pero que es una cuestión de tiempo y de intensidad que todos nos veamos afectados por el nuevo ejército de algoritmos legales.
No cabe duda de que las nuevas tecnologías disruptivas están inundando todos los sectores. Los abogados tendemos a pensar que estamos en una torre pero ciertamente no podemos pretender que vamos a ser inmunes a las inundaciones que provocan los tsunamis. Ahora mismo el agua está en la parte baja de la torre. Trasladando el símil a nuestro sector, diríamos que, en este momento, es difícil que un letrado pueda cobrar 200 euros a un particular por preparar un contrato de arrendamiento básico que el cliente puede encontrar gratis o a un precio muy reducido, en las webs que ofrecen este tipo de formularios.
El agua va a seguir subiendo. Servicios como Watson, Legalzoom, Ravel o LegalRobot están ya operativos y cada vez son más potentes. Los fondos están invirtiendo grandes sumas de dinero en proyectos de inteligencia artificial, computación cognoscitiva o machine learning. La cuestión no es tanto que los abogados comprendamos los nuevos desarrollos técnicos y los usemos para conseguir ser más productivos y ofrecer un mejor servicio, sino que los clientes progresivamente van a poder resolver más dudas y necesidades sin acudir a nosotros.
Hay que tomar conciencia de esa realidad y entender que, si nos aportamos valor, cada vez vamos a tener más difícil poder ofrecer servicios competitivos.
Durante estos meses he tenido la ocasión de debatir sobre esta materia con muchos compañeros y me sorprende que la mayoría de abogados piensa que la revolución que tenemos a la vuelta de la esquina se reduce a manejar Lexnet o a aprovechar las nuevas funcionalidad que incorporarán las bases de datos jurídicas. Todos los que piensan así están convencidos de que la figura del abogado, en el sentido tradicional, seguirá existiendo y que lo único que hay que hacer es implementar las nuevas tecnologías cuando se vayan desarrollando. Me recuerda al "que inventen ellos" de Unamuno.
Corremos el riesgo que exponía certeramente Miquel Roca, de que los clientes vengan ya con el tema casi resuelto por Google o, peor aún, que ni siquiera acudan a nosotros porque pueden encontrar solución legal a sus problemas en los servicios que, cada vez con mayor intensidad, se ofrecen a través de internet.
Ciertamente las operaciones complejas que se manejan en los grandes despachos no van a ser automatizadas a corto plazo pero que es una cuestión de tiempo y de intensidad que todos nos veamos afectados por el nuevo ejército de algoritmos legales.
No cabe duda de que las nuevas tecnologías disruptivas están inundando todos los sectores. Los abogados tendemos a pensar que estamos en una torre pero ciertamente no podemos pretender que vamos a ser inmunes a las inundaciones que provocan los tsunamis. Ahora mismo el agua está en la parte baja de la torre. Trasladando el símil a nuestro sector, diríamos que, en este momento, es difícil que un letrado pueda cobrar 200 euros a un particular por preparar un contrato de arrendamiento básico que el cliente puede encontrar gratis o a un precio muy reducido, en las webs que ofrecen este tipo de formularios.
El agua va a seguir subiendo. Servicios como Watson, Legalzoom, Ravel o LegalRobot están ya operativos y cada vez son más potentes. Los fondos están invirtiendo grandes sumas de dinero en proyectos de inteligencia artificial, computación cognoscitiva o machine learning. La cuestión no es tanto que los abogados comprendamos los nuevos desarrollos técnicos y los usemos para conseguir ser más productivos y ofrecer un mejor servicio, sino que los clientes progresivamente van a poder resolver más dudas y necesidades sin acudir a nosotros.
Hay que tomar conciencia de esa realidad y entender que, si nos aportamos valor, cada vez vamos a tener más difícil poder ofrecer servicios competitivos.