Hoy escribe Antonio Piñero
Dijimos en una de las notas anteriores que Brandon insiste en que Jesús, en el episodio de la entrada a Jerusalén (Mc 11,7-10), no corrige a las masas que le aclaman como “El que viene, El rey en nombre del Señor” (literalmente: “Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del señor; Bendito el reino de nuestro padre David que viene; ¡Hosanna en las alturas”).
Estas frases tienen unas connotaciones plenamente judías y se entienden muy bien en la época de Jesús. Es notable, por otro lado, que Lucas en su pasaje paralelo, omita el título “Hijo de David”. En mi opinión no es un olvido, sino una muestra de su “tendencia”, es decir, su deseo de presentar ante todo un Jesús “pacífico”. Lucas inserta además algo en la escena que es típicamente suyo, la frase “Paz en el cielo y gloria en las alturas”, que recuerda demasiado al lenguaje angélico de Lc 2,14. En mi opinión, y en la de prácticamente todos los comentaristas, esta frase es un añadido de Lucas para contrarrestar la posible imagen belicosa de un “Hijo de David” y potenciar la figura del “Cristo pacífico”.
¡Nunca pueden leerse los evangelios hoy día sencilla y llanamente! Se quejan algunos lectores de que la crítica científica quita de aquí y de allá frases “que no le interesan”. En primer lugar: No se trata de eso, como si se obrara con malas o perversas ideas y afán de tergiversar a Jesús por algún odio oculto, sino de ver claramente -y distinguir- entre lo que es un comentario redaccional del Evangelista, lo que no pertenece al estrato primitivo de la tradición sobre Jesús y que normalmente responde a una “tendencia” o “agenda teológica” –como se dice ahora- previa, y lo que puede ser originario, adscribible a un estadio anterior más cercano al Jesús de la historia. Por ello no se ponen tales comentarios redaccionales al mismo nivel de lo que el análisis racional y crítico sitúa como tradición de base, más cercana a ese Jesús cuyos rasgos pertinentes se intentan dibujar. Se supone que en una Facultad universitaria los que estudian el mundo antiguo en su aspecto ideológico no pueden tener odio a un personaje de hace 2.000 años. Se intenta explicar su mundo mental y su entorno y se acabó: no hay más transfondo.
Sostienen algunos, amparándose muchas veces en citas extraídas de libros de Hans Küng, que no deben eliminarse como secundarias de los Evangelios frases de Jesús de aquí o de allá, actuando “arbitrariamente” con la mera pretensión de hacer del Nazareno un guerrillero, un insurrecto, un agitador y revolucionario político y convertir su mensaje del reino de Dios espiritual en un mero programa político-social. Se supone que en el ánimo del investigador se pretende –insisto- tergiversar y falsear los relatos evangélicos, seleccionando unilateralmente las fuentes con los dichos y hechos de Jesús y atribuyendo a creaciones de la comunidad pasajes sacados de su contexto.
Con otras palabras: ¡tal investigador que busca precisamente situar a Jesús en su contexto histórico lo saca de él con fines espurios! Para ello –se sostiene- hay que prescindir del mensaje de Jesús como totalidad, y se procede, en suma, con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico.
Si tomamos estas críticas al pie de la letra –aparte del juicio de intenciones sobre el investigador que pasa de presuntamente honesto a ser un “no científico” y un “falseador voluntario”- ocurre una de dos cosas:
A. O bien, hacemos lo mismo que se critica al investigador, y ejercemos nuestra propia crítica, a saber eliminando también pasaje –o no prestando a ellos ninguna atención, silenciándolos, o interpretándolas fuera del contexto de la mentalidad del siglo I en Israel- o incluso perícopas enteras que no cuadran en absoluto con la imagen del Cristo transmitido por la tradición eclesiástica, y damos sólo como buena nuestra interpretación de lo eliminado como secundario, de lo silenciado y de lo que queda,
B. O bien hacemos una lectura acrítica de los Evangelios, coincidente en el fondo con una tradición patrística ciertamente centenaria, y en el fondo y en la forma despreciamos las herramientas críticas elaboradas durante más de doscientos años de reflexión –desde finales del siglo XVIII- declarándolas sesgadas y torticeras.
No creo que haya ningún tertium razonable a este dilema. Naturalmente, los críticos discreparán. ¡Que sea con razones y no con meros "desiderata o afirmaciones que la cosa es de otro modo"!
Con otras palabras: un notable número de apostillas, sugerencias y comentarios de los lectores de este blog al modo de proceder, analítico y argumentativo que en él se practica y que se desea estrictamente científico, consisten en achacar a voluntad previa distorsionadora del comentarista (en este caso de Brandon y –supongo- que también del que propone sus argumentos a consideración), a un afán de no buscar la verdad, a un deseo de acabar con una imagen centenaria de Jesús, a un deseo arbitrario de construir su propia imagen de Jesús eliminando en concreto lo que se considera comentario redaccional del Evangelista, o a una perspectiva sesgada de éste o de su comunidad, aunque ésta se encuentre en los Evangelios como puesta a veces en labios de Jesús.
Se suele denostar como “pseudociencia” tal proceder. Pero vuelvo a afirmar que no es así. Se trata de enmarcar a Jesús en su mundo, que no es el nuestro, ni mucho menos, y que tenía unas ideas a veces en absoluto parecidas a las nuestras y que hoy consideraríamos infantiles. Y que en muchísimos casos no pueden modernizarse so pena de inventarse también por su cuenta un Jesús estupendo. Léanse, por favor, los comentarios científicos a los evangelios, comentarios escritos por estudiosos de todo tipo de adscripción teológica creyente o no creyente: ¡coinciden en altísimo grado en ese proceder tachado de arbitrario, a saber eliminar de la base para la reconstrucción del Jesús histórico los estratos secundarios presentes en los Evangelios!
Muy importante, como dijimos, en la perícopa de la entrada en Jerusalén es que Jesús no reprende a la multitud, ni a sus discípulos que le aclaman como el mesías, “Hijo de David”:
“Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras”.
Por tanto, debe obligatoriamente suponerse que hay una concordancia en cuanto a la definición y contenido de lo que supone el vocablo “mesías” entre las masas, los discípulos y Jesús.
Y debe suponerse que si las masas están por medio se trata de un concepto de la teología popular israelita del siglo I, que se supone también implícita, conocida y que no se explica ni hay necesidad de explicitar. Espero que a nadie se le ocurra plantear la hipótesis de que Jesús, teniendo en su verdad un concepto de mesianismo distinto, apolítico, totalmente pacífico, sufriente, etc., permitió que las masas se mantuvieran en un error invencible. Tal hipótesis sería, por lo menos para mí impensable. Por tanto, Jesús tenía la misma idea de su mesianismo que la masa que lo aclamaba y que él no corregía ni le explicaba nada distinto.
Seguimos en la próxima nota.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Dijimos en una de las notas anteriores que Brandon insiste en que Jesús, en el episodio de la entrada a Jerusalén (Mc 11,7-10), no corrige a las masas que le aclaman como “El que viene, El rey en nombre del Señor” (literalmente: “Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del señor; Bendito el reino de nuestro padre David que viene; ¡Hosanna en las alturas”).
Estas frases tienen unas connotaciones plenamente judías y se entienden muy bien en la época de Jesús. Es notable, por otro lado, que Lucas en su pasaje paralelo, omita el título “Hijo de David”. En mi opinión no es un olvido, sino una muestra de su “tendencia”, es decir, su deseo de presentar ante todo un Jesús “pacífico”. Lucas inserta además algo en la escena que es típicamente suyo, la frase “Paz en el cielo y gloria en las alturas”, que recuerda demasiado al lenguaje angélico de Lc 2,14. En mi opinión, y en la de prácticamente todos los comentaristas, esta frase es un añadido de Lucas para contrarrestar la posible imagen belicosa de un “Hijo de David” y potenciar la figura del “Cristo pacífico”.
¡Nunca pueden leerse los evangelios hoy día sencilla y llanamente! Se quejan algunos lectores de que la crítica científica quita de aquí y de allá frases “que no le interesan”. En primer lugar: No se trata de eso, como si se obrara con malas o perversas ideas y afán de tergiversar a Jesús por algún odio oculto, sino de ver claramente -y distinguir- entre lo que es un comentario redaccional del Evangelista, lo que no pertenece al estrato primitivo de la tradición sobre Jesús y que normalmente responde a una “tendencia” o “agenda teológica” –como se dice ahora- previa, y lo que puede ser originario, adscribible a un estadio anterior más cercano al Jesús de la historia. Por ello no se ponen tales comentarios redaccionales al mismo nivel de lo que el análisis racional y crítico sitúa como tradición de base, más cercana a ese Jesús cuyos rasgos pertinentes se intentan dibujar. Se supone que en una Facultad universitaria los que estudian el mundo antiguo en su aspecto ideológico no pueden tener odio a un personaje de hace 2.000 años. Se intenta explicar su mundo mental y su entorno y se acabó: no hay más transfondo.
Sostienen algunos, amparándose muchas veces en citas extraídas de libros de Hans Küng, que no deben eliminarse como secundarias de los Evangelios frases de Jesús de aquí o de allá, actuando “arbitrariamente” con la mera pretensión de hacer del Nazareno un guerrillero, un insurrecto, un agitador y revolucionario político y convertir su mensaje del reino de Dios espiritual en un mero programa político-social. Se supone que en el ánimo del investigador se pretende –insisto- tergiversar y falsear los relatos evangélicos, seleccionando unilateralmente las fuentes con los dichos y hechos de Jesús y atribuyendo a creaciones de la comunidad pasajes sacados de su contexto.
Con otras palabras: ¡tal investigador que busca precisamente situar a Jesús en su contexto histórico lo saca de él con fines espurios! Para ello –se sostiene- hay que prescindir del mensaje de Jesús como totalidad, y se procede, en suma, con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico.
Si tomamos estas críticas al pie de la letra –aparte del juicio de intenciones sobre el investigador que pasa de presuntamente honesto a ser un “no científico” y un “falseador voluntario”- ocurre una de dos cosas:
A. O bien, hacemos lo mismo que se critica al investigador, y ejercemos nuestra propia crítica, a saber eliminando también pasaje –o no prestando a ellos ninguna atención, silenciándolos, o interpretándolas fuera del contexto de la mentalidad del siglo I en Israel- o incluso perícopas enteras que no cuadran en absoluto con la imagen del Cristo transmitido por la tradición eclesiástica, y damos sólo como buena nuestra interpretación de lo eliminado como secundario, de lo silenciado y de lo que queda,
B. O bien hacemos una lectura acrítica de los Evangelios, coincidente en el fondo con una tradición patrística ciertamente centenaria, y en el fondo y en la forma despreciamos las herramientas críticas elaboradas durante más de doscientos años de reflexión –desde finales del siglo XVIII- declarándolas sesgadas y torticeras.
No creo que haya ningún tertium razonable a este dilema. Naturalmente, los críticos discreparán. ¡Que sea con razones y no con meros "desiderata o afirmaciones que la cosa es de otro modo"!
Con otras palabras: un notable número de apostillas, sugerencias y comentarios de los lectores de este blog al modo de proceder, analítico y argumentativo que en él se practica y que se desea estrictamente científico, consisten en achacar a voluntad previa distorsionadora del comentarista (en este caso de Brandon y –supongo- que también del que propone sus argumentos a consideración), a un afán de no buscar la verdad, a un deseo de acabar con una imagen centenaria de Jesús, a un deseo arbitrario de construir su propia imagen de Jesús eliminando en concreto lo que se considera comentario redaccional del Evangelista, o a una perspectiva sesgada de éste o de su comunidad, aunque ésta se encuentre en los Evangelios como puesta a veces en labios de Jesús.
Se suele denostar como “pseudociencia” tal proceder. Pero vuelvo a afirmar que no es así. Se trata de enmarcar a Jesús en su mundo, que no es el nuestro, ni mucho menos, y que tenía unas ideas a veces en absoluto parecidas a las nuestras y que hoy consideraríamos infantiles. Y que en muchísimos casos no pueden modernizarse so pena de inventarse también por su cuenta un Jesús estupendo. Léanse, por favor, los comentarios científicos a los evangelios, comentarios escritos por estudiosos de todo tipo de adscripción teológica creyente o no creyente: ¡coinciden en altísimo grado en ese proceder tachado de arbitrario, a saber eliminar de la base para la reconstrucción del Jesús histórico los estratos secundarios presentes en los Evangelios!
Muy importante, como dijimos, en la perícopa de la entrada en Jerusalén es que Jesús no reprende a la multitud, ni a sus discípulos que le aclaman como el mesías, “Hijo de David”:
“Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras”.
Por tanto, debe obligatoriamente suponerse que hay una concordancia en cuanto a la definición y contenido de lo que supone el vocablo “mesías” entre las masas, los discípulos y Jesús.
Y debe suponerse que si las masas están por medio se trata de un concepto de la teología popular israelita del siglo I, que se supone también implícita, conocida y que no se explica ni hay necesidad de explicitar. Espero que a nadie se le ocurra plantear la hipótesis de que Jesús, teniendo en su verdad un concepto de mesianismo distinto, apolítico, totalmente pacífico, sufriente, etc., permitió que las masas se mantuvieran en un error invencible. Tal hipótesis sería, por lo menos para mí impensable. Por tanto, Jesús tenía la misma idea de su mesianismo que la masa que lo aclamaba y que él no corregía ni le explicaba nada distinto.
Seguimos en la próxima nota.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com