CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

La historicidad de los evangelios –o, si se prefiere, el grado de fiabilidad que estos merecen– es una de esas cuestiones clave que, quizás precisamente en virtud de sus implicaciones potencialmente devastadoras, no acostumbran a ser respondidas de manera suficientemente clara.

Los autores confesionales acostumbran, sea a soslayar, sea a minimizar todo lo posible los problemas de fiabilidad de los evangelios con diversos procedimientos, y generalmente, tras un mero reconocimiento genérico pro forma de la existencia de tales problemas, en la práctica pasan a olvidarlos. Pero también a menudo los estudiosos laicos abordan de modo insatisfactorio esta cuestión, bien porque presuponen que el carácter hagiográfico de los evangelios hace superflua la demostración de su escasa fiabilidad, bien porque –más a menudo– se acomodan a las expectativas del lector medio, que en consonancia con la enseñanza eclesial tradicional tiende a asumir la básica verosimilitud de lo narrado.

El problema se plantea de forma particularmente acuciante en lo que respecta a los relatos de la pasión, que constituyen el punto neurálgico del kerigma cristiano hasta el punto de que, en la célebre frase de Martin Kähler, los evangelios pueden ser definidos como “relatos de la pasión precedidos de una extensa introducción”.

En diversos artículos, y de acuerdo con otros investigadores, he puesto de manifiesto de modo argumentado que, a pesar de su carácter de propaganda religiosa, existe un núcleo no solo verosímil sino históricamente probable en esos relatos, que consiste en que el galileo Jesús hijo de José (Jesús de Nazaret) fue ejecutado en Jerusalén por orden del prefecto romano Poncio Pilato hacia el año 30 e.c. con acusaciones de signo político –una posición antirromana–.

He argumentado asimismo que algunos otros detalles extraíbles de los relatos de la pasión tienen asimismo un altísimo grado de probabilidad: que hubo algún tipo de resistencia armada por parte del grupo de Jesús, que este fue ejecutado en una crucifixión colectiva –y que por tanto Jesús fue ejecutado con varias personas relacionadas ideológica y/u operativamente con él–, y que fue acusado (con fundamento) de enarbolar una pretensión regio-mesiánica.

Sin embargo, una vez admitido esto, poco más de tales relatos tiene visos de verosimilitud. Una gran proporción muy considerable de los contenidos de los relatos de la pasión oscila entre lo improbable y lo imposible. Esta proporción es mucho mayor de lo que la mayor parte de estudiosos están dispuestos a reconocer, tal como muestra un análisis mínimamente pausado. Las razones para ello han sido mostradas en solo algunas ocasiones por estudiosos particularmente críticos, aunque sus voces resultan apenas audibles en medio del ruido creado por las legiones de quienes repiten acríticamente las viejas cantilenas.

En un artículo que acaba de publicarse, he expuesto las razones principales no solo para desconfiar, sino para mantener positivamente que los relatos de la pasión son –dejando aparte el núcleo señalado– narraciones piadosas, apologéticas y polémicas, infestadas de incongruencias y cuya fiabilidad como fuentes históricas resulta muy limitada. Los lectores interesados pueden descargarlo gratuitamente en

https://uned.academia.edu/FernandoBermejoRubio

Resulta profundamente aleccionador que una gran cantidad de personas, incluso con una seria formación cultural, estén dispuestas a prestar amplio crédito a tales relatos hagiográficos como fuentes históricas. A ello ha contribuido no solo un eficaz y multisecular proceso de adoctrinamiento, sino también el hecho de que la dramática historia narrada en estos escritos –la de un ser ontológica y moralmente excepcional, víctima inocente de una conspiración por parte de una colectividad odiosa y desalmada– resulta vívida y profundamente cautivadora, a tal punto que para muchos oyentes y lectores a lo largo de los siglos ha poseído indudable verosimilitud, a pesar de sus abundantes e innegables incongruencias.

La necesidad de contar con relatos que doten de sentido a la difícil existencia humana, por inconsistentes que sean, parece inhibir la capacidad crítica del sedicente homo sapiens hasta límites insospechados.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 18 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero

¿Quién es el rey de este reino?


La respuesta a esta pregunta es variada. Se da por supuesto que el rey supremo es Dios, aunque dada la distancia entre la divinidad y los hombres, Dios no ejercerá el dominio propio de su reinado directamente. El Jesús que aparece en la tradición evangélica no es explícito a este propósito, por lo que acudimos a la tradición de la teología del judaísmo de su entorno que sin duda Jesús compartía.

El rey de la primera fase del Reino de Dios sería, para la inmensa mayoría del pueblo, el “mesías”. Pero esta figura se concebía de modos muy diferentes en la época de Jesús. Normalmente –se pensaba- sería un personaje descendiente da algún modo de David, conforme a la profecía de Natán de 2 Sam 7, que se ha citado en el capítulo anterior. Tendría este rey davídico dos facetas: una guerrera; otra, de cuidado de que se enseñara la Ley y fuera como la “constitución” del Reino y se cumpliera exactamente. Respecto a su faceta guerrera sería un hombre que ejercitaría expresamente la acción bélica contra los extranjeros, para expulsarlos de la tierra de Israel de modo que el pueblo no tuviera impedimento en practicar libremente su religión. Pero a la vez no confiaría en sus propias armas, ni en jinetes ni carros de combate, sino que la victoria vendría concedida expresamente por Dios. ¿Cómo intervendría Éste? Con una acción maravillosa y directa, o bien por medio de sus ángeles (“doce legiones de ángeles”: Mt 26,53). Esta imagen de rey guerrero, pero también pacífico, promotor de la Ley y del bienestar del pueblo –una vez establecido el Reino-, es la del Salmo 17 de la colección denominada Salmos de Salomón .

Para otros judíos de la época, como los representados en los Manuscritos del Mar Muerto o en los Testamentos de los XII Patriarcas , habría en realidad dos “reyes”, es decir, dos “mesías”: uno sacerdotal; otro guerrero. El texto más famoso que presenta esta idea es 1QS IX 9-11 (Regla de la comunidad de Qumrán):

b[… Serán gobernados [los miembros de la comunidad de Qumrán] por las ordenanzas primeras en las que comenzaron a ser instruidos, hasta que venga el profeta (el precursor) y los mesías de Aarón [sacerdotal] y de Israel [el guerrero].]b

Para otros judíos del siglo I, el rey-mesías habría de ser también una figura humana, pero de algún modo celeste. Las figuras eran variadas: Melquisedec (Génesis 14,18), o un “hijo de Dios” o “hijo del Altísimo”, o un Hijo del Hombre, o el “profeta” Henoc, o una figura indeterminada, que actuaría en la tierra como delgado divino. De este personaje trataremos más adelante al discutir si Jesús se creyó a sí mismo, o no, el Hijo del Hombre como juez universal del Gran Juicio (p. *).

Finalmente, para otros judíos, el “rey” de esta primera fase del Reino sería simplemente el sumo sacerdote en funciones. Hemos visto en el capítulo anterior cómo el sumo sacerdote es en el pensamiento judío del tiempo de Jesús, por un lado, el representante del pueblo ante la divinidad; por otro, el representante de Dios para el pueblo. En un régimen teocrático, para muchos judíos la figura del sumo sacerdote y su consejo bastaba para regir la nación. Igualmente podría ser así en la primera fase del futuro reino mesiánico.

2. Segunda fase o segundo “reino futuro de Dios”

Éste vendrá, según el autor del Apocalipsis (20,7), “cuando se terminen los mil años y sea Satanás soltado de su prisión”. Podemos considerar que no es éste propiamente un “segundo” reino, sino la segunda fase del “Reino de Dios en general”. Habrá entonces otra lucha mesiánica de los malvados, capitaneados por Satanás, contra Jesús y sus fieles. Pero estas huestes del Mal serán definitivamente derrotadas, y entonces tendrá lugar el Gran Juicio final. Inmediatamente antes habrá una resurrección universal para que sean juzgadas todas las gentes: se abrirán los libros celestes, o las “tablas celestiales” y todas las naciones y pueblos serán examinados según sus obras.

Finalmente, tras el juicio, los malvados recibirán su castigo junto con el Diablo, su seductor, arrojados todos a un lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, símbolos del Imperio Romano y por extensión de todos los imperios malvados de la tierra. Allí serán todos atormentados día y noche por los siglos de los siglos (Ap 20,10).

Para los justos vendrá entonces el “cielo nuevo y la tierra nueva” absolutos, cuya característica principal es que se trata ya de un reino ultramundano, en el más allá. Sus habitantes no sufrirán nunca más la muerte, no habrá llanto, ni gritos ni fatigas porque el mundo viejo “ha pasado”, ha desaparecido. El paraíso es esplendoroso: como una ciudad de piedras preciosas y oro. El trono de Dios estará en medio de ella y la felicidad consistirá en darle culto:

Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche; ni tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos (Ap 22,3-5).

Esta breve descripción del “segundo Reino de Dios” es obra del presbítero Juan, uno de los autores del Nuevo Testamento más enraizados en el judeocristianismo. Como ya apuntamos, es de suponer que es por ello uno de los que más fielmente se acerca al pensamiento del Jesús histórico, por lo que podemos atribuir a éste una concepción del Segundo Reino parecida a la que hemos señalado.

Parece lícito, pues, formular la hipótesis de que Jesús se imaginaba dos reinos de Dios o quizá mejor un Reino de Dios en dos fases: la primera, inmediata, en la tierra de Israel, con la recepción por parte de los fieles del ciento por uno de cuanto hubieren debido sacrificar anteriormente, un Reino pleno de bienes espirituales y materiales. Tras éste vendría la segunda fase, otro “Reino de Dios definitivo”, una vida en el otro mundo absoluto, el “segundo mundo futuro”, muy espiritualizado como piensa el cristiano hoy día, junto a la divinidad, un estar gozoso rodeado de los patriarcas del pueblo (“en el seno de Abrahán”: Lc 16,23), disfrutando de una existencia como la de “los ángeles en el cielo”. Si es así, y ello parece posible, Jesús debía de concebir este mundo futuro, ultramundano, definitivo o final, como un lugar celeste donde los bienaventurados son los justos supervivientes que viven ya una vida angélica. La actividad principal del justo resucitado será la contemplación y la alabanza de Dios junto con los ángeles.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com]bb[
Lunes, 16 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero


Pregunta:


¿Cuál es la diferencia del concepto del sacrificio expiatorio de Jesús por \"los muchos\" y el del tratado talmúdico Shabbat 33b.13 sobre la muerte expiatoria de los tzadikim por su generación? ¿Cuál es la diferencia del argumento de este tratado con el paulino sobre la muerte de Jesús? Parece estar en el judaísmo. Me corrige si estoy incorrecto. Aquí una traducción del tratado: http://come-and-hear.com/shabbath/shabbath_33.html#33b_12


RESPUESTA:


Usted se refiere sin duda a las siguientes palabras (perdón, pero no tengo la versión española:


When there are righteous men in the generation, the righteous are seized [by death] for the [sins of the] generation; when there are no righteous in a generation, school-children are seized for the generation.

Nota: This is not to be confused with the doctrine of vicarious atonement, which is rejected by Judaism.

Mi respuesta está dada muy claramente en mi obra “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino”, Trotta, Madrid, 2015, que le ruego consulte si le es posible. Pero le hago una síntesis: la muerte estrictamente vicaria no existe en el judaísmo, es decir, que muera uno en sustitución de otro. Pero se puede admitir que

Se suele aducir como ejemplo, típico y único, 2 Macabeos 6,28; 7,9.37-38. Pero es erróneo: el texto no dice que el anciano Eleazar y los siete hermanos, que mueren atrozmente durante la persecución antijudía de Antíoco IV Epífanes (168 a.C.), lo hicieran en vez de otros o para que otros judíos no murieran, sino “en pro de las leyes patrias”, “en defensa de las leyes patrias” (griego: hyper tôn nómon, o perì tôn patríon nómon). Lo que Pablo dice es lo que se denomina técnicamente “una muerte vicaria”, es decir, un inocente muere por un culpable de modo que este siga con vida. Pero esta noción de “dar la vida por” no es una invención de Pablo, puesto que es absolutamente normal en el mundo grecorromano.

El texto de 4 Macabeos que habla de la muerte heroica de los mártires por no transgredir la ley divina, era susceptible de ser entendido de diversas maneras por un judío de la diáspora:

El tirano (Antíoco IV Epífanes) fue castigado y nuestra patria purificada. (Los mártires) sirvieron de rescate por los pecados de nuestro pueblo. Por la sangre de aquellos justos y por su muerte propiciatoria la divina providencia salvó al antes malvado Israel... (17,21-22: AAT 2III 213).

¿Hay que entender que la muerte del Mesías en cruz fue simplemente un “abandonar la vida” como fidelidad al misterioso designio de Dios, o hay que comprenderla como un “sacrificio” a Dios gracias al cual una divinidad, airada con el pecado de la humanidad, cesa en su ira y se reconcilia con ella? Y como consecuencia, ¿es esta muerte vicaria, “por nosotros”, de modo que no tengamos que morir los seres humanos, según Pablo?

Es posible quizás que el pensamiento común de los judíos de la diáspora en el siglo I era que la sangre derramada por los mártires expiaba por los pecados del pueblo, no exclusivamente por las máculas del santuario.

Pablo apela sin duda a diferentes imágenes para referirse a la muerte de Cristo como expiación, rescate, alianza nueva, perdón de los pecados, morir por otros. Las imágenes del Templo para explicarlas son abundantes en Pablo. Que él entendiera este conjunto como lo hicieron sus sucesores y sobre todo la iglesia posterior, a saber, como un estricto sacrificio de su cuerpo ofrecido a Dios Padre, no queda del todo claro en el pensamiento paulino, y la razón es porque probablemente da por supuesto y conocido este extremo. Pero el número y peso de los textos que mezclan muerte del Mesías con sangre, rescate, alianza nueva y reconciliación, nos lleva a pensar que su idea acerca de esa muerte fue la de un sacrificio en el que la ira de Dios queda eliminada, por lo que este perdona los pecados de la humanidad. Además, la muerte de Cristo, según Pablo, fue “sustitutoria” o “vicaria” para que no fuera condenada a muerte eterna toda la humanidad. En el mundo grecorromano, de donde está tomada la expresión de muerte vicaria, las metáforas de expiación y rescate están ligadas a la concepción sacrificial. Pablo sintió que no hacía falta explicar más, aunque su concepto de expiación fuera más complejo que el del Levítico. El Apóstol está forjando entre metáforas un nuevo sentido a la muerte del Mesías, hecho que para muchos de sus compatriotas judíos era inexplicable (páginas 121. 122.126).

Pregunta:

La versión tradicional que del famoso incendio de Roma, acaecido en tiempos de Nerón, tenemos, afirma que los cristianos fueron acusados injustamente del origen del mismo y se terminó afirmando que el verdadero culpable fue el emperador. Sin embargo, reparando en el contexto de la época, se está preparando el levantamiento judío del 66, y teniendo en cuenta el radicalismo de los primeros cristianos, que parece desprenderse de la expulsión de los mercaderes del Templo y otra reacciones de Jesús señaladas en los evangelios, ¿no es posible que unos judíos-cristianos decidiesen atentar en el mismísimo corazón del Imperio contra lo que su capital representaba? ¿No cabe la posibilidad de que realmente fuesen los responsables del incendio? Gracias.

RESPUESTA:

Teóricamente cabría pensarlo. Pero me parece poco plausible, porque está usted pensando con criterios modernos. No existía el terrorismo en esos momentos. Segundo: los judeocristianos y otros gentiles conversos de Roma en el 66 aceptaban ya una buena parte del paulinismo. Vea Romanos 13,1-7. Por tano es sumamente inverosímil su hipótesis. Tercero: existe la tesis de que el Evangelio de Marcos se compuso en Roma poir Marcos precisamente para que los romanos distinguieran bien entre judeocristianos pacíficos y los insurgentes judíos del 66-70. Es otro indicio de que esos cristianos tenían poco interés en significarse políticamente. Esperaban la parusía de Jesús y nada más.

Pregunta:

Buenas tardes, quería consultarle si alguna obra contiene la traducción completa al español del apocalipsis siríaco de Baruc. Muchas gracias.

RESPUESTA:

Sí. En mi edición de los “Apócrifos del Antiguo Testamento” (iniciada con Díez Macho, y que falta aún por concluir el vol. VII con índices de los siete volúmenes), de Ediciones Cristiandad, Madrid 2009, pp. 165-230, traducida y anotada por los Profs. Drs. F. del Río y J.J. Alarcón (Univ. de Barcelona y Complutense). Muy buena traducción del siríaco por los dos, y destaco a F. del Río porque es uno de los grandes especialistas a nivel internacional. La edición tiene una buena introducción y notas. Vea por favor el catálogo de Ediciones Cristiandad para los otros volúmenes.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 13 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero

Establecidos los prenotandos, que hemos señalado en las postales anteriores, vamos a intentar dibujar ordenada y sintéticamente lo que podría ser la imagen del doble mundo futuro según Jesús. Su concepción sería la siguiente:

1. Primera fase o primer reino futuro

Éste será el Reino de Dios sobre la tierra, el reino mesiánico. Será una suerte de etapa “milenarista”, en la cual los justos gozarán en esta tierra de una constitución social y religiosa perfecta y feliz, con inmensa abundancia de bienes… etc., como hemos ya indicado.

En este primer mundo futuro existirá quizá la institución del matrimonio o la vida de hombres y mujeres, emparejados o no –como estuvieran antes-, que han sido justos y han ingresado en el Reino. Pero tarde o temprano esta situación tendrá su fin natural. El conjunto será algo así como lo que dibuja el Apocalipsis cuando habla del “reinado de los mil años” de los fieles al Cordero/Jesús, el mesías celeste. Citamos el texto completo:

Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no revivieron hasta que se acabaron los mil años. Es la primera resurrección. Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Cuando se terminen los mil años, será Satanás soltado de su prisión (Ap 20,4-6).


Obsérvese que en este reino resucitan ciertos difuntos, los justos, para participar en él. En el reino mesiánico, aun en esta tierra, hay una primera resurrección…, según la opinión al menos de una línea del judaísmo y del pensamiento del cristianismo primitivo. Quizás Jesús se refiera a esta primera resurrección cuando en la Última Cena, de despedida, afirma, tras tomar en su mano una copa de vino: “Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Porque os digo que a partir de este momento no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios” (Lc 22,17). Jesús era muy consciente de que su vida corría peligro por su oposición a las autoridades judías, e indirectamente a las romanas, por sus concepciones sobre el Reino de Dios. Pensaba muy probablemente que si moría –como un profeta que era-, volvería a resucitar por obra de Dios para tomar parte en el inminente reino divino. Un comentarista señero y clásico del Apocalipsis, R. H. Charles, señala:

Los primeros comentaristas del Apocalipsis como Justino Mártir, Tertuliano, Ireneo de Lyón, Hipólito de Roma y Victorino de Petau interpretan con toda justeza estas palabras en un sentido absolutamente literal. Es un reino de Cristo realmente existente, sobre la tierra junto con los mártires glorificados. Por el contrario, el método espiritualizante de Alejandría puso punto final a esta exégesis fidedigna del Apocalipsis .

Un ejemplo excelente de cómo se concebía esta vida material, dichosa y feliz en ese mundo previo al definitivo se halla en la llamada “Historia de los recabitas”, un documento judío de los siglos III o IV d.C., conservado en griego y en otras lenguas antiguas, que contiene ideas que debían circular mucho antes, justo por la época del nacimiento del cristianismo . El texto nos dice en la ficción cuál es la suerte futura de los justos en un Reino de Dios sobre la tierra. Comienza así:

Había una vez cierto hombre admirable y virtuoso que habitó durante cuarenta años en el desierto, durante los cuales no comió pan (comida en general) ni bebió vino ni vio el rostro de mortal alguno. Su nombre era Zósimo y pedía a Dios con insistencia día y noche que le mostrara el lugar al que había trasladado a los bienaventurados, los hijos de Jonadab, a los que se había llevado de esta vida mortal en tiempos de Jeremías, el profeta ,y rogaba que Dios le indicara dónde vivían.

Zósimo recibe la revelación divina que le instruye acerca de cómo unos fieles israelitas, descendientes de Recab, son perseguidos por el rey Joacaz (609 a.C.) a causa de haberse mantenido fieles a la alianza con Dios y a sus preceptos. Por ello son arrojados a una prisión, pero los ángeles de Dios los rescatan y los transportan a las “Islas de los bienaventurados”, donde viven una vida casi eterna y feliz. Aunque sus habitantes son de hecho todavía mortales (11,2), viven un pregusto en la tierra de lo que luego será la vida bienaventurada en el cielo. Esta vida dichosa en la Isla consiste -desde luego- en abundantes plegarias y alabanzas a Dios, pero también en una existencia apacible en una naturaleza prodigiosa, entre maravillosos árboles de espléndidos frutos, de los que subsisten aquellos justos sin ningún esfuerzo. La tierra producía de por sí suficiente alimento, y no eran necesarios el laboreo, ni la ganadería. Tampoco era preciso el oro o la plata, ni era menester trabajar el hierro. Lucía en aquella isla una luz perpetua, no había noche ni tiempo lluvioso o malo. Todo era apacible, venturoso y pacífico. Uno de los bienaventurados dice a Zósimo:

Dios ha dado la orden y esta tierra produce para nosotros árboles amenos y espléndidos, llenos de abundantes y maravillosos frutos. A los pies de estos árboles (hay fuentes) de las que fluye un agua dulce y deliciosa. Nos alimentamos de estos frutos y bebemos de esta agua. En nuestras tierras hay viñas, cereales, madera, hierro, casas y grandes edificios, oro y plata. El tiempo en nosotros no tiene tormentas ni lluvia, tampoco nieve o hielo. El sol no brilla amenazante sobre nosotros, porque una nube –que lo rodea como un baluarte- lo impide. Nuestra tierra está llena de una luz maravillosa, de modo que no hay en ella noche ni obscuridad. Nuestro rostro brilla y vivimos rodeados de luz (11,3-5).

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

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AVISO PARA RESIDENTES EN MADRID Y ALREDEDORES

Hoy miércoles día 11 de noviembre 2015, a las 20.00 horas

en la Gran Logia de España, c/ Juan Ramón Jiménez 6, bajo, de Madrid, presentaré mi libro:

"Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino". Consecuencias de una nueva interpretación de Pablo, de Editorial Trotta. Madrid 2001, que tiene como lema una hipérbole: “Si se hubiere entendido bien a Pablo de Tarso, no se habría producido el Holocausto”.

Os invito cordialmente a los que podáis y os interese el tema
La entrada es libre, hasta completar el aforo.

Saludos,
Antonio Piñero

NOTA IMPORTANTE:

La hipérbole debe entenderse del modo siguiente: Pablo muere pronto. También pronto comienza a formarse un corpus de sus cartas. Estas se editan y se pierden algunas. Muy pronto los discípulos de Pablo escriben cartas, como Colosenses, Efesios, tratando de precisar el pensamiento de Pablo. Este ha utilizado de modo impreciso el concepto de Ley y en apariencia tiene textos inconciliables sobre el valor de la Ley. A la vez tampoco es claro sobre la naturaleza del Mesías.

Simultáneamente se añaden glosas al corpus paulino. Las más nefastas son 1 Tesalonicenses 2,14-16 y 1 Corintios 14,34-35. Y si se hubiera interpretado, desde muy pronto, como lema para entender lo que Pablo comprende por “la Ley” y su aplicación a los tres grupos a los que se dirige directa o indirectamente en sus cartas, judíos, judeocristianos y paganocristianos, a la luz de 1 Corintios 7,17-20, jamás se habría escrito el grito del pueblo en el Evangelio de Mateo 27,25 (judíos como pueblo deicida; cuando la verdad histórica no fue así) y el sesgo del Evangelio de Juan (con su descripción tan negativa, contumaz y persistente de los “judíos” como adversarios estúpidos y malvados de Jesús), no habría habido a partir del siglo IV pogromos tan intensos antijudíos por parte de los cristianos y jamás se habría llegado al sesgo antijudío de un Martín Lutero, y todo lo que vino después.

Por tanto, entender el lema “Si se hubiere entendido bien a Pablo de Tarso, no se habría producido el Holocausto” solo como referido al nazismo y no a toda la historia cristiana desde la muerte de Pablo, me parece poco correcto y casi diría que falto de perspectiva global.
Miércoles, 11 de Noviembre 2015
AVISO PARA RESIDENTES EN MADRID Y ALREDEDORES


El próximo miércoles día 11 de noviembre 2015, a las 20.00 horas

en la Gran Logia de España, c/ Juan Ramón Jiménez 6, bajo, de Madrid, presentaré mi libro:

"Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino". Consecuencias de una nueva interpretación de Pablo, de Editorial Trotta, que tiene el lema que escribí más arriba.

Os invito cordialmente a los que podáis y os interese el tema
La entrada es libre, hasta completar el aforo.

Saludos,

Antonio Piñero
Martes, 10 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero

En esta entrega abordamos el siguiente punto: “Duración del Reino de Dios sobre la tierra”

Este Reino de Dios, o reino mesiánico sobre la tierra, durará un cierto número de años o centurias, o milenios, sin precisar. Su descripción y duración no aparece estrictamente en los Evangelios, pero sí en el Apocalipsis. Suponemos que es lícito complementar la información de los escritos evangélicos con la obra canónica, sagrada, de un autor judeocristiano, afín –se supone- al espíritu de un Jesús judío. Este libro enseña que el reino del mesías en la tierra durará mil años, el denominado “quiliasmo” (del griego chiliasmós, derivado de chília, “mil”) o “milenio”:

Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años (Apocalipsis 20,6-8).

Otro escrito judío del siglo I, al que recurriremos varias veces, el Apocalipsis siríaco de Baruc, piensa igualmente en un reino terreno del mesías, en Israel, pero su duración es indeterminada. Pero algún otro, como el Libro IV de Esdras (7,28-30), señala que el reino mesiánico durará 400 años:

Pues se revelará mi Hijo [..] con todos los suyos, y alegrará durante cuatrocientos años a los que hayan quedado. Y sucederá que, tras estos años, morirá mi hijo, el ungido, y todos los que tienen aliento de hombre, y el mundo volverá al silencio de antes, siete días, como en los primeros comienzos de manera que nada quede.

Obsérvese cómo el mesías es un ser humano al fin y al cabo, y cómo le toca morir al final del reino mesiánico. Su vida, sin embargo, dura míticamente cuatro centurias.

Distinción entre una primera y segunda parte del Reino de Dios

Este Reino de Dios no es, sin embargo, el absoluto y definitivo; es sólo la primera parte o primera fase. Así se deduce del mismo texto del Apocalipsis que acabamos de leer, puesto que el visionario habla también de una “segunda muerte” (20,6) que tendrá lugar después del milenio y -como veremos ahora mismo- esta idea se deduce también del pensamiento de Jesús, tal como se recoge en algunas escenas de los Evangelios, ciertamente de no fácil interpretación tal como han sido transmitidas.

Después del Reino mesiánico terrenal vendrá un momento al que Jesús llama –al menos en la traducción al griego de sus palabras- “el eón o siglo futuro”, o el “mundo de la resurrección (definitiva)”. Hay al respecto un texto clave del Nazareno, recogido en la perícopa que cuenta la discusión de éste con los saduceos a propósito de la realidad de la resurrección:

Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer. Jesús les contestó: “¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error (Mc 12,18-27).

Según Jesús, cuando se consuma el tiempo del Reino de Dios en la tierra y venga este “mundo de la resurrección”, el matrimonio dejará de existir. Este dato nos da la pista de que debe estar hablando de una realidad distinta de la que acabamos de describir, pues en el Reino que hemos mencionado –recordemos: un Reino también de características materiales- tendría que existir el matrimonio, salvo que -en contra de todas las ideas judías del momento, pero con un parecer similar al autor del Apocalipsis sirio de Baruc- se piense que Jesús defendía que los que tuvieran la suerte de acceder a ese reino no habrían de envejecer en cuatrocientos o mil años.

Ahora bien, en el eón futuro en el que piensa Jesús, no tendrá ningún lugar el matrimonio; el mundo definitivo excluye el ejercicio del sexo. El evangelista Lucas afirma que Jesús se expresó concretamente así:

Los que alcancen a ser dignos de tener parte en el otro mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (Lc 20,34-36).


Creo que este pasaje lucano y el del Evangelio de Marcos citado antes no se refieren al estado del Reino de Dios en esta tierra del que hemos hablado hasta este momento –su primera fase-, sino a un segundo mundo futuro, al paraíso, el “mundo de la resurrección”, que tendrá lugar en el cielo, en un estado ultramundano después de la conclusión del tiempo del reino mesiánico de Dios aquí abajo en la tierra.

Ésta nos parece una conclusión necesaria: si se tomara el final de los pasajes de Lucas/Marcos que acabamos de citar como una referencia al Reino de Dios en esta tierra (que hemos denominado “primera parte, o fase, del Reino de Dios”), serían de muy difícil interpretación, pues no encajarían en absoluto con lo que sabemos por los Evangelios mismos de las concep¬ciones de Jesús de un inmediato mundo futuro con abundantes bienes materiales que hemos apuntado en breves rasgos un poco más arriba.

El tema de la existencia o no del matrimonio en el “mundo futuro” nos ofrece –según creo- una de las pistas para distinguir entre los dos mundos futuros. En el primero habrá muy probablemente institución del matrimonio o una vida en pareja al menos; en el segundo, el del paraíso, ciertamente no. Por lo tanto, los pasajes de Marcos y Lucas que acabamos de citar deben referirse al ulterior reino divino, el segundo y definitivo, que tenemos que denominar el cielo o el paraíso.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Aviso para residentes en MADRID y alrededores


El próximo miércoles día 11 de noviembre 2015, a las 20.00 horas

en la Gran Logia de España, c/ Juan Ramón Jiménez 6, bajo, de Madrid, presentaré mi libro:

"Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino". Consecuencias de una nueva interpretación de Pablo, de Editorial Trotta.

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La entrada es libre, hasta completar el aforo.
Lunes, 9 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero

Seguimos con nuestra síntesis del concepto “reino de Dios” en Jesús. Y nos afirmábamos en la conocida idea de que Jesús no explica nunca qué es el Reino, ni siquiera en sus parábolas, porque en ellas hablaba de algunas de sus características o maneras de éste sobre las que le interesaba insistir en algún momento.

En todo caso, puede decirse que Jesús explicita la idea del Reino más o menos indirectamente: en primer lugar por ejemplo, indicando que parece aceptar --en su entrada triunfal en Jerusalén (Mc 11)-- que él es el mesías, el Hijo de David, real o metafóricamente; que el Reino vendrá, por tanto, sobre la tierra de Israel, y que será el cumplimiento de las promesas anunciadas por los profetas (Lc 24,21 y Hch 1,6); que ese Reino exige un templo nuevo, restaurado y purificado, es decir, no simplemente eliminado, sino uno que cumpliera a la perfección su tarea de ser casa del Padre, lugar preferido de oración, etc.; que la norma y constitución de ese Reino habría de ser la ley de Moisés al decir: “No penséis que he venido a abrogar la Ley y los profetas. No he venido para abrogarla, sino para cumplirla…”, etc. Observemos entre paréntesis que la mayoría de los exegetas opina que estas palabras, tal cual están, no pudieron ser pronunciadas por el Jesús histórico. Pero, a la vez, están prácticamente todos de acuerdo, en que el espíritu que expresan es muy similar al que hubo de tener el Jesús histórico.

También afirmaba Jesús que en ese Reino futuro, los Doce, sus seguidores más íntimos, habrían de sentarse en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel…, por tanto explicaba que Israel sería restaurado, conforme a los oráculos de los profetas, y que las tribus perdidas desde hacía siglos –en concreto desde la destrucción del Reino del Norte en el 721 a.C. por obra de las tropas del monarca asirio Salmanasar-- serían de nuevo reunidas por Dios milagrosamente en la tierra de Israel, en los últimos días.

En ese Reino, el que hubiera dejado padre, madre o casa o hacienda por amor a él, recibirá el ciento por uno: “Cien veces más, ahora en este tiempo, casas, hermanos… y luego la vida eterna en el mundo futuro…” (Mc 10,30). En las Bienaventuranzas Jesús prometía también que, en ese Reino, los que hasta ese momento habían llorado serían consolados por Dios; que los mansos y pacíficos heredarían la tierra –no el cielo-, y que el que tuviera hambre y sed se vería harto de alimento (Lc 6,20-21). Jesús explicaba que él consideraba que los esponsales y las fiestas que rodeaban las nupcias eran los días más felices del ser humano; por ello empleaba el símil de las bodas y el banquete nupcial para dar cuerpo gráfico a la futura gloria de la época mesiánica, es decir, del Reino: “Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8,11). Igualmente una parábola de Jesús comenzaba: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda…” (Mt 22,2-3). Entonces no habrá hambre ni sed, como indica el dicho, probablemente auténtico, de Mc 2,19: “¿Acaso pueden ayunar los amigos del novio mientras duran las bodas?”.

La doble naturaleza del Reino/reinado de Dios

Da toda la impresión por la tanto de que, según Jesús de Nazaret, el Reino de Dios futuro –al menos en una primera parte, fase o primer momento, como enseguida aclararemos-, el inmediato, el que está a las puertas y que al parecer ha iniciado ya su andadura con la derrota de Satanás gracias a los exorcismos de Jesús, no va a tener lugar en el cielo, no es algo ultramundano, sino que acaecerá en esta tierra. Se trataba, pues, de un reino de Dios “aquí abajo”, en la tierra de Israel naturalmente. El fin de este mundo y la implantación del Reino de Dios en un “mundo futuro” no significaba, pues, la aniquilación total de la tierra presente, sino su “renovación o restauración”, como dice el apóstol Pedro en su segundo gran discurso después de los sucesos de Pascua (Hch 3,20: “A fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al mesías que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas”. La mano cristiana se observa en que “Pedro” habla ya no se una restauración de sólo Israel, sino del mundo entero”).

Esta restauración sucede de acuerdo con lo “dicho por Dios desde antiguo por boca de sus santos profetas” (3,21). Y como los profetas jamás hablaron de un reino de Dios ultramundano, la conclusión es que la predicación primitiva cristiana pensaba que el Reino predicado por Jesús habría de tener lugar en un Israel restaurado, no aniquilado totalmente. Este Reino, por tanto tendría una doble naturaleza:

A. Ante todo espiritual: la tierra de Israel, libre de impíos e infieles, la mayoría de ellos extranjeros, se dedicaría en cuerpo y alma a cumplir la ley de Dios, pues todo el mundo se habría sinceramente convertido. Todos conocerán la Ley y todos la cumplirán. Instaurado, pues, el dominio de Dios, éste se traducirá también en un nuevo régimen religioso, teocrático, controlado en último término por la divinidad a través de sus agentes. La norma y guía, la “constitución” que gobernará esa nueva situación será la ley de Moisés, según deja a entender Mc 11,10: “Bendito el reino de nuestro padre David, que viene” y que Jesús defiende ante quienes le critican (Lc 19,39; de la entrada mesiánica en Jerusalén, escribe el evangelista: “Algunos de los fariseos que estaban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Respondió Jesús: “Os digo que si estos callan, hablarán las piedras”).

B. Pero también es un Reino de características y bienes materiales, de bienes terrenales. Dios, contento con la situación, hará que la vida sea dichosa, que la tierra dé sus frutos con inmensa abundancia y que los piadosos vivan en una suerte de Jauja feliz. Esta situación puede compararse con las delicias de un banquete. A esta parte material alude lo antes dicho sobre recibir el “ciento por uno” y las promesas de las Bienaventuranzas.

Ya con esta última afirmación hemos dicho algo sencillo pero que en términos generales jamás se oye decir en un posible sermón sobre el Reino de Dios. Y es que si también tiene bienes materiales, ese Reino tendrá lugar, sin duda alguna, sobre la tierra.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 6 de Noviembre 2015
Hoy escribe Fernando Bermejo

Finalizamos hoy la reseña del libro de Franco Tommasi Non c’è Cristo che tenga (NCCCT). Silenzi, invenzioni e imbarazzi alle origini del cristianesimo: Qual è il Gesù storico più credibile?, Manni Editore, Lecce, 2014, una obra de un no-especialista que pretende ofrecer una panorámica de las posiciones sobre la figura histórica de Jesús.

El reconocimiento del interés del libro, que hemos puesto de relieve en anteriores postales, no quiere decir que el especialista no encontrará algunos aspectos que podrían haber sido más matizados. En lo que sigue ofreceré unos pocos ejemplos.

Tommasi se esfuerza por encontrar un cierto terreno común entre los distintos enfoques que analiza, pero en algunos casos hay más terreno común del que él reconoce. Por ejemplo, el capítulo dedicado al Jesús antirromano se ofrece yuxtapuesto con, por ejemplo, el denominado “Las posiciones dominantes”, orientaciones en las que se enfatiza la personalidad religiosa de Jesús. Ahora bien, todo estudio responsable del aspecto político del mensaje de Jesús reconoce con toda naturalidad la dimensión religiosa del personaje, hasta el punto de que es precisamente esta dimensión religiosa la que, en este caso, parece en buena medida explicar el compromiso “político” del galileo.

NCCCT dedica varias páginas al Testimonium Flavianum, el pasaje de Antigüedades Judías XVIII en el que Flavio Josefo se refiere a Jesús. Las páginas de Tommasi contienen inteligentes reflexiones sobre este debatido texto, y subrayan los problemas a los que se enfrenta la reconstrucción habitual, según la cual la eliminación de tres frases permitiría recuperar el texto original. Este procedimiento es acertado, pero Tommasi afirma que, además de las hipótesis al uso ( A. El texto es completamente auténtico; B. El texto es enteramente un falso. C. El texto ha sido manipulado por cristianos) debería ser añadida una cuarta, a saber, la de que el texto original escrito por Josefo fue muy diferente al texto conservado. Esta última es en efecto una buena hipótesis, pero es una hipótesis que ha sido ya propuesta en no pocas ocasiones en la historia de la investigación. De hecho, varios estudiosos de muy diferentes trasfondos ideológicos que no son citados por Tommasi en este contexto (Eisler, Bienert, Reinach, Pötscher, Twelftree, Bammel, Stanton, etc.) han sugerido la existencia de ecos negativos incluso en el texto tal como es generalmente reconstruido por la exégesis mayoritaria (Meier, Theissen y muchos otros). Este hecho ha sido detalladamente argumentado en los artículos que el autor de estas líneas ha dedicado al Testimonium.

Otro aspecto que podría haber mejorado el libro habría sido una mayor atención al debate contemporáneo sobre los criterios de historicidad. Tommasi dedica varias páginas valiosas a los criterios, pero no se refiere a los importantes debates metodológicos que sobre todo en el último lustro se están produciendo entre los especialistas. Aunque algunas de las discusiones pueden acabar revelándose como una tormenta en un vaso de agua, hay razones serias para pensar que otros aspectos representan mejoras metodológicas que merecen ser conocidas por los lectores.

Estas anotaciones críticas no tienen por objeto minimizar la relevancia de NCCCT, cuyo interés ha sido reconocido con claridad en las anteriores postales. Son solo puntos secundarios, del tipo que un especialista podría señalar. Lo revelador es que todo este material apuntalaría, si cabe, el enfoque adoptado por Franco Tommasi. Non c’è Cristo che tenga es una obra valiosa, llena de observaciones perspicaces, sentido común, amor por la verdad y hasta energía ética, que merece seria atención. Su apertura, sentido crítico e independencia de juicio lo hacen recomendable a todo aquel que esté interesado en este fascinante tema.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 4 de Noviembre 2015

Escribe Antonio Piñero

A partir del 5/12/2014 inicié una serie de comentarios en este Blog, de la mano del Prof. Dr. Raúl González Salinero acerca de las persecuciones a los cristianos y nos detuvimos especialmente a estudiar la “condena a la fieras”, tan jaleada, por ejemplo, por el cine, de modo que es un tema muy conocido. Vimos que un examen atento de los documentos antiguos nos iluminaba sobre lo que hay de mito y de historia en esta cuestión. Pero, cuando el Dr. G. Salinero, como yo mismo, comentábamos estas cosas, ya se estaba preparando, con interesantes adiciones y puestas al día, la segunda edición del libro que hace de título a esta postal, que lleva como subtítulo “Una aproximación crítica.

Hoy anuncio que ya ha visto a la luz. Se trata de una edición corregida, ampliada y actualizada. Después de diez años de la primera edición, el autor ha continuado trabajando sobre el tema, y ha prestado mucha atención a la investigación que se iba desarrollando. Por ello, no solo ha aumentado la bibliografía sino también el contenido del libro que responde nuevas perspectivas. Una interesante idea es que la bibliografía no va toda seguida, como una lista a veces imposible de manejar, sino dividida por temas. De este modo el interesado accede a lo que le atrae.

En el 2009 vio igualmente la luz la edición italiana de este trabajo y fue prologada por el Prof. Mauro Pesce, muy conocido en el ámbito científico y en el popular en Italia, autor, entre otras muchas obras de L’inchiesta su Gesù, que también comentamos alguna vez en el Blog. Me parece un interesante prólogo que reconoce la valía de la obra de G. Salinero, que se ha traducido en esta segunda edición española. En ella señala, por ejemplo, que la instigación de los judíos a las autoridades contra los cristiano como motivo de las persecuciones, aunque sea un tópico literario e historiográfico, tiene bien poca base. También me parece interesante el hincapié que M. Pesce hace sobre el examen de G. Salinero si entre las causas desencadenantes de las persecuciones –ciertamente en casos aislados— fue la propia sed exagerada del martirio, “casi una especie de vocación al suicidio”, o es este un tema igualmente exagerado.

Las novedades, añadidas a este libro son: la incorporación de un artículo del autor titulado “Las sinagogas de los judíos, ¿fuentes de las persecuciones?” También una buena parte del texto y de las conclusiones de otro artículo: “Miserantes eorum crudelius saeviebamus: la ‘compasión’ de los magistrados romanos ante el martirio cristiano”. El libro ha sido modificado y enriquecido con la reconstrucción del texto de los apartados sobre las Acta Martyrum y la “Condena a las fieras” con estudios del autor recientes, de 2013.

Por último quiero destacar en esta brevísima noticia que me parece muy interesante cómo el autor va presentando en todo momento las fuentes, de modo que el lector, al verlas citada ampliamente, se pone también en contacto directo con ellas, no solo con la opinión del investigador que las analiza.

El libro está editado por Signifer Libros, dentro de sus “Monografías y estudios sobre la antigüedad griego y romana”, nº 15, Madrid-Salamanca 2015, a la que personalmente agradezco su esfuerzo por la difusión de estudios, en este caso sobre la antigüedad tardo romana, muchísimas veces tan desconocida pues estamos ofuscados por la luz y el prestigio de la época imperial desde Augusto hasta finales del siglo II. Enhorabuena, pues.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Martes, 3 de Noviembre 2015
Escribe Antonio Piñero

Me preguntaron el otro día por correo electrónico sobre el concepto del reino de Dios de Jesús en los siguientes términos:


¿En qué consiste el Reino de Dios que predicó Jesús? ¿Cuáles son los signos que Jesús hizo para hacerle ver a los demás que ya estaba llegando el Reino? ¿En realidad llegó el Reino de Dios con la persona de Jesús? ¿Se instauró el Reino en la historia o no? y ¿Cuál era ese Reino que quería ver Jesús en el pueblo de Israel?

Y le contesté:


En verdad, creo que Usted no ha caído en la cuenta de la enormidad de su pregunta. Es un tema destacado de la investigación sobre Jesús, y de él se han escrito centenares de libros serios en los últimos veinte años. Por tanto, necesitaría un libro para contestarle.

Le recomiendo una cosa: vea mi artículo de la Revista “Ilu”, el Universidad Complutense, sobre “Notas críticas a la presentación usual hoy del Reino de Dios según Jesús de Nazaret”. Este artículo fue expuesto, un tanto arreglado en mi Blog. Utilice el Buscador y léalo, por favor.

Segundo: en el libro de varios autores editado por mí en EDAF, cuya ficha le paso, (El Juicio Final en el cristianismo primitivo y las religiones de su entorno, A. Piñero y E. Gómez Segura (eds.), Madrid, Edaf, 2010, 978-84-414-2505-7. tiene Usted un buen resumen. Vea, por favor, la Página Web de Editorial EDAF, porque es un libro muy accesible

Luego me puse a buscar pacientemente –todavía no está hecho el índice de temas tratados en el Blog— entre mis publicaciones aquí, en la Red, y encontré muchas cosas desperdigadas desde 2007, es decir, desde hace ocho años. Pensé igualmente que para lograr un relato ordenado utilizando el buscador del Blog, el lector podría tardar mucho tiempo y lograría quizás ponerse nervioso o volverse “tarumba”. Por ello me he decidido tomar como base la síntesis que realicé en ese libro de EDAF y exponer un resumen de lo que creo que se puede decir, hipotéticamente sobre este tema.

Y digo “hipotéticamente” porque, aunque ese concepto es básico en el evangelio de Jesús y es el eje sustancia de su predicación, no lo explicó Jesús nunca, ni tuvo necesidad de ello, y los evangelistas lo presentan muy oscuramente y a retazos en sus obras. ¿Por qué? Sustancialmente, opino, porque escriben después de Pablo y todos ellos son de alguna manera dependientes de su pensamiento.

Ahora bien, al igual que el Apóstol había hecho una mutación sustancial en la naturaleza del mesías judío --totalmente judío e invendible a los paganos que quería convertir a la fe en ese mesías--, a saber lo había transformado en un salvador universal, de igual modo, el concepto del reino de Dios en Jesús –tan súper judío igualmente, como un reino que se iba a establecer en la tierra de Israel básicamente, y que era también “invendible” en una prédica a los paganos, hubo de hacer de ese concepto una mutación sustancial: de reino en Israel y terreno lo transformó en reino de Dios universal y ultraterreno.

Este cambio profundo afectó a la presentación de Jesús por parte de los evangelistas, quienes no supieron qué hacer verdaderamente con material procedente del Jesús histórico y que no era concorde con el pensamiento del maestro Pablo. Por eso –entre otras razones-- el concepto de reino de Dios no queda claro a menudo en los Evangelios.


El Reino/reinado de Dios

Debo insistir en primer lugar por qué Jesús no explica de hecho el concepto del reino de Dios y que sigue siendo materia controvertida por la razón clara que el Nazareno no explica en ninguna parte, al menos en lo que tenemos recogido en los Evangelios, qué es exactamente ese reino divino. Es éste un concepto que compartía plenamente con sus oyentes, las gentes que le seguían y escuchaban y que, por tanto, no necesitaba aclarar. Si me repito aquí, pido disculpas a los que esto se lo saben de memoria.

Ocurriría con Jesús algo similar con un político de hoy que hablara continuamente en sus discursos sobre la “democracia”. Todo el mundo sabe, o pretende saber, más o menos qué es, y su definición se da por supuesta por convención en la inmensa mayoría de las proclamas políticas. Ahora bien, el político imaginado sí podría explicar de vez en cuando cómo deben ser algunos rasgos precisos de la “democracia” aquí y ahora: en qué sentido ha de ser límpida y clara, que acciones son incompatibles con ella, qué actitudes son demócratas o no, etc. Pero, a la vez, un político podría estar un año entero hablando sobre la democracia a su público sin necesidad de precisar ni una sola vez qué entiende exactamente por el concepto “democracia”.

Igualmente ocurría con Jesús: en sus parábolas sobre el Reino no explicaba qué era el Reino en sí, sino algunas características o maneras de éste sobre las que le interesaba insistir en algún momento.

Por ejemplo: su pronta venida en un futuro muy cercano; sus mínimos inicios, ya incoados en el presente, pero su rápido crecimiento; que en él estarán juntos el trigo y la cizaña y que Dios no había ordenado eliminar rápidamente esta última; la obligación de uno de prepararse para tal llegada con el arrepentimiento y la vuelta a la ley de Moisés, bien entendida tal como él, Jesús, la explicaba; que tal preparación no consistía en guardar pequeñas minucias legales según la tradición, sino en ir a lo esencial de la Ley: mantener la pureza de corazón, no apegarse a los bienes presentes…; que si la familia carnal se oponía a la preparación y venida del Reino, debía ser dejada aparte, etc. Pero en realidad después de aclarar todos estos extremos, Jesús no había explicado qué es en sí el Reino.

Seguiremos el próximo día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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Lunes, 2 de Noviembre 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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