Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy con el tema si la conciencia de filiación divina de Jesús implicaba que él se creyese a sí mismo Dios
Comenzamos con el pasaje de la Transfiguración (Mc 9,2-8):
« Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. »
¿Qué pensar de este texto? La crítica, casi unánimemente sostiene que la Transfiguración es una escena evangélica “postpascual”, es decir, pertenece al período después de la resurrección de Jesús, que alguien en la comunidad primitiva -quizá algún profeta cristiano- ha trasladado da la vida en la tierra de Jesús. Con otras palabras: es una escena de aparición del Jesús resucitado, transformada en visión de Jesús cuando estaba aún sobre la tierra. Por tanto, se trata de una escena contada en la comunidad primitiva y refleja la teología de esta comunidad. No pertenece al estrato del Jesús histórico, y no vale como prueba de que el Jesús real pensara que la voz divina le hubiera dicho a él que era el hijo real, bienamado, de Dios.
La escena del Bautismo de Jesús y la Voz Celeste
Si interpretamos este pasaje junto con la escena del bautismo de Jesús contada por el mismo Marcos, observamos que la tradición nos menciona una Voz celeste que proclama la filiación especial de Jesús.
· En el bautismo: “Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11)
· En la transfiguración: “Vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.” (Mc 9,7)
Interpretado según la mentalidad judía del momento, cuando se pensaba que ya Dios había dejado de mandar profetas a Israel (es decir, se opinaba que había concluido el tiempo de la revelación oficial y seguía el tiempo de la interpretación y el cumplimiento en el cual si Dios deseaba manifestar algo lo hacía por medio de una voz celeste), los dos textos nos indican que Jesús tuvo en su vida algunos momentos importantes, en los que Dios le había comunicado su voluntad y su deseo de que él fuera de algún modo su mensajero.
Dos textos judíos nos ayudan a situar bien lo que decimos. El primero se refiere a la ausencia de profecía en sir sustituido por la “Voz divina”:
« Con la muerte de Ageo, Zacarías y Malaquías, los últimos profetas, el Espíritu Santo dejó a Israel; sin embargo, se les sigue haciendo oír (= revelaciones) a través de una voz celestial (Talmud de Babilonia, Sotah 48b; Tosefta Sotah 13,2) »
El segundo se refiere a esta “Voz divina” que señala a un rabino como personaje (no dice exactamente “hijo”) predilecto de Dios porque era además profeta:
« Cuando los ancianos llegaron a la casa de Gadia, en Jericó, Una voz celestial les anunció: Hay un hombre entre vosotros digno del Espíritu Santo, pero esta generación no lo merece. Ellos fijaron los ojos y (vieron) a Hillel el Viejo (Tosefta Sota 13,3; Talmud de Babilonia Sotah 48b) »
Lo que pasó con Jesús sería algo parecido: como una suerte de “momentos estelares” de su vida o de paso de una situación a otra, que puede imaginarse como un trance extático o una experiencia espiritual de cualquier tipo. Tales momentos significaban cambios de vida. Tales momentos serían el bautismo a manos de Juan, la retirada al desierto, la transfiguración o una visión divina que le señalaba su camino.
Y como hemos visto por el texto número dos arriba citado(el de Hillel), la manera de describir tales experiencias o sucesos entre los judíos del momento era: “Una voz del cielo le había hablado” diciendo que era tal cosa u otra, por ejemplo, profeta o hijo de un modo excelente.
Posteriormente esos hechos o experiencias se transmitieron entre los discípulos como manifestaciones de esa “Voz de Dios”. Y así pasaron a los Evangelios. Debemos pensar que los evangelistas, Marcos en concreto, compusieron literariamente las dosescenas. En concreto a la acción del bautismo añadió Marcos la teofanía, o aparición sobrenatural de la Paloma = Espíritu Santo, convenientemente escenificada dentro de la cual se encaja la Voz divina que proclama la filiación especial de Jesús.
Nos parece evidente que todo ello, tanto en el Bautismo como en la Transfiguración, son unas escenas compuestas por los evangleistas, o por la tradición que está tras ellos, dado su contenido altamente mítico y sobrenaturalista. Tales acontecimientos no pudieron ser históricos.
¿Cómo debemos entender la filiación vehiculada por estas escenas? Naturalmente al modo judío original, donde fueron concebidas estas leyendas, y no a la manera como lo transmite el evangelista, el cual escribe su evangelio para un público de habla griega, con una mentalidad distinta a la judía, y muchos años más tarde del pretendido suceso.
Y en el modo judío denominar a un ser humano “hijo de Dios” no significa que se transmute su esencia de mero ser humano y quede divinizado de algún modo, sino simplemente que ese hombre obtiene una elación especial con Dios.
Así consideradas, las escenas del bautismo y la transfiguración queda de algún modo como “desmitificadas” y reducidas a su ámbito originario, el judío. En él, al que pertenece el Jesús de la historia, no parece posible que el sintagma “hijo de Dios” que se encuentra en los Evangelios pueda entenderse al modo griego, como hijo físico y natural de Dios, sino como “hijo” metafórico, lo que indica una especial intimidad con la divinidad y nada más.
Es preciso insistir en que otra cosa es que los evangelistas y sus lectores griegos de los Evangelios –y luego el común de la Iglesia, formada ya a finales del siglo I por conversos procedentes del paganismo- entendieran esta filiación como se comprendía en general en el mundo grecorromano: una filiación real y verdadera, óntica diríamos. Pero en el ámbito del Jesús de la historia no podía ni cabía comprenderse así.
..........................
En conclusión, de las 1.315 veces que aparece la palabra "Dios" en el Nuevo Testamento, sólo hay siete –como dijimos- que afirman de alguna manera que "Jesús es Dios", pero entre ellas ninguna en la que los críticos estén de acuerdo que procede de los labios del Jesús histórico.
Por ello, como conclusión al menos provisional, podemos afirmar: en opinión de la crítica, es más que dudoso que Jesús se considerara a sí mismo como Dios verdadero, ya que no conservamos ninguna palabra auténtica suya que lo afirme y –como veremos- no encaja con la concepción que tenía de Dios ni con su religión.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Concluimos hoy con el tema si la conciencia de filiación divina de Jesús implicaba que él se creyese a sí mismo Dios
Comenzamos con el pasaje de la Transfiguración (Mc 9,2-8):
« Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. »
¿Qué pensar de este texto? La crítica, casi unánimemente sostiene que la Transfiguración es una escena evangélica “postpascual”, es decir, pertenece al período después de la resurrección de Jesús, que alguien en la comunidad primitiva -quizá algún profeta cristiano- ha trasladado da la vida en la tierra de Jesús. Con otras palabras: es una escena de aparición del Jesús resucitado, transformada en visión de Jesús cuando estaba aún sobre la tierra. Por tanto, se trata de una escena contada en la comunidad primitiva y refleja la teología de esta comunidad. No pertenece al estrato del Jesús histórico, y no vale como prueba de que el Jesús real pensara que la voz divina le hubiera dicho a él que era el hijo real, bienamado, de Dios.
La escena del Bautismo de Jesús y la Voz Celeste
Si interpretamos este pasaje junto con la escena del bautismo de Jesús contada por el mismo Marcos, observamos que la tradición nos menciona una Voz celeste que proclama la filiación especial de Jesús.
· En el bautismo: “Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11)
· En la transfiguración: “Vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.” (Mc 9,7)
Interpretado según la mentalidad judía del momento, cuando se pensaba que ya Dios había dejado de mandar profetas a Israel (es decir, se opinaba que había concluido el tiempo de la revelación oficial y seguía el tiempo de la interpretación y el cumplimiento en el cual si Dios deseaba manifestar algo lo hacía por medio de una voz celeste), los dos textos nos indican que Jesús tuvo en su vida algunos momentos importantes, en los que Dios le había comunicado su voluntad y su deseo de que él fuera de algún modo su mensajero.
Dos textos judíos nos ayudan a situar bien lo que decimos. El primero se refiere a la ausencia de profecía en sir sustituido por la “Voz divina”:
« Con la muerte de Ageo, Zacarías y Malaquías, los últimos profetas, el Espíritu Santo dejó a Israel; sin embargo, se les sigue haciendo oír (= revelaciones) a través de una voz celestial (Talmud de Babilonia, Sotah 48b; Tosefta Sotah 13,2) »
El segundo se refiere a esta “Voz divina” que señala a un rabino como personaje (no dice exactamente “hijo”) predilecto de Dios porque era además profeta:
« Cuando los ancianos llegaron a la casa de Gadia, en Jericó, Una voz celestial les anunció: Hay un hombre entre vosotros digno del Espíritu Santo, pero esta generación no lo merece. Ellos fijaron los ojos y (vieron) a Hillel el Viejo (Tosefta Sota 13,3; Talmud de Babilonia Sotah 48b) »
Lo que pasó con Jesús sería algo parecido: como una suerte de “momentos estelares” de su vida o de paso de una situación a otra, que puede imaginarse como un trance extático o una experiencia espiritual de cualquier tipo. Tales momentos significaban cambios de vida. Tales momentos serían el bautismo a manos de Juan, la retirada al desierto, la transfiguración o una visión divina que le señalaba su camino.
Y como hemos visto por el texto número dos arriba citado(el de Hillel), la manera de describir tales experiencias o sucesos entre los judíos del momento era: “Una voz del cielo le había hablado” diciendo que era tal cosa u otra, por ejemplo, profeta o hijo de un modo excelente.
Posteriormente esos hechos o experiencias se transmitieron entre los discípulos como manifestaciones de esa “Voz de Dios”. Y así pasaron a los Evangelios. Debemos pensar que los evangelistas, Marcos en concreto, compusieron literariamente las dosescenas. En concreto a la acción del bautismo añadió Marcos la teofanía, o aparición sobrenatural de la Paloma = Espíritu Santo, convenientemente escenificada dentro de la cual se encaja la Voz divina que proclama la filiación especial de Jesús.
Nos parece evidente que todo ello, tanto en el Bautismo como en la Transfiguración, son unas escenas compuestas por los evangleistas, o por la tradición que está tras ellos, dado su contenido altamente mítico y sobrenaturalista. Tales acontecimientos no pudieron ser históricos.
¿Cómo debemos entender la filiación vehiculada por estas escenas? Naturalmente al modo judío original, donde fueron concebidas estas leyendas, y no a la manera como lo transmite el evangelista, el cual escribe su evangelio para un público de habla griega, con una mentalidad distinta a la judía, y muchos años más tarde del pretendido suceso.
Y en el modo judío denominar a un ser humano “hijo de Dios” no significa que se transmute su esencia de mero ser humano y quede divinizado de algún modo, sino simplemente que ese hombre obtiene una elación especial con Dios.
Así consideradas, las escenas del bautismo y la transfiguración queda de algún modo como “desmitificadas” y reducidas a su ámbito originario, el judío. En él, al que pertenece el Jesús de la historia, no parece posible que el sintagma “hijo de Dios” que se encuentra en los Evangelios pueda entenderse al modo griego, como hijo físico y natural de Dios, sino como “hijo” metafórico, lo que indica una especial intimidad con la divinidad y nada más.
Es preciso insistir en que otra cosa es que los evangelistas y sus lectores griegos de los Evangelios –y luego el común de la Iglesia, formada ya a finales del siglo I por conversos procedentes del paganismo- entendieran esta filiación como se comprendía en general en el mundo grecorromano: una filiación real y verdadera, óntica diríamos. Pero en el ámbito del Jesús de la historia no podía ni cabía comprenderse así.
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En conclusión, de las 1.315 veces que aparece la palabra "Dios" en el Nuevo Testamento, sólo hay siete –como dijimos- que afirman de alguna manera que "Jesús es Dios", pero entre ellas ninguna en la que los críticos estén de acuerdo que procede de los labios del Jesús histórico.
Por ello, como conclusión al menos provisional, podemos afirmar: en opinión de la crítica, es más que dudoso que Jesús se considerara a sí mismo como Dios verdadero, ya que no conservamos ninguna palabra auténtica suya que lo afirme y –como veremos- no encaja con la concepción que tenía de Dios ni con su religión.
Saludos cordiales de Antonio Piñero