Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho X (cc. 119-133): Bautismo de Migdonia
Estaba Migdonia reflexionando sobre lo sucedido, cuando se le presentó Judas Tomás. Al verlo, quedó aterrada y cayó al suelo como muerta. Tomás la tomó de la mano y la tranquilizó. La mujer estaba desconcertada viendo al apóstol fuera de la prisión. Pero escuchó la explicación de los hechos en el sentido de que Jesús era más poderoso que todos los reyes y gobernantes. Para él no existían ni puertas ni llaves que se resistieran a su voluntad.
Migdonia, fiel a su obsesión, pidió a Tomás que le concediera el sello de Jesucristo (el bautismo). Entró, pues, en el patio de su casa y rogó a su nodriza Marcia que le hiciera el favor más importante de todos los que le había hecho hasta ahora. No era otro que el aportar todo lo necesario para el rito del bautismo: pan, mezcla de vino con agua y un poco de aceite. Se supone que el rito del bautismo o sello debía ir seguido de la celebración de la eucaristía.
Cuando la nodriza aportó lo que Migdonia había solicitado, se colocó delante de Judas Tomás con la cabeza descubierta. El apóstol vertió el aceite sobre la cabeza de la mujer pronunciando una plegaria que acababa pidiendo la curación para Migdonia en virtud de aquella unción. Cumplido aquel gesto, pidió a la nodriza que desnudara a Migdonia y la cubriera con un lienzo de lino. Había allí una fuente de agua, a la que bajaron y en la que “el apóstol bautizó a Migdonia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Una vez que Migdonia quedó bautizada y vestida, partió el pan el apóstol y “tomando un recipiente de agua, hizo partícipe a Migdonia del cuerpo del Señor y del cáliz del Hijo de Dios” (c. 121,2). Se oyó una voz del cielo que dijo: “Sí, amén”. Cuando Marcia oyó esta voz, suplicó a Tomás que le diera también a ella el sello. El apóstol se lo concedió diciendo: “La gracia del Señor sea sobre ti, como sobre los demás” (c. 121,3).
Judas Tomás había realizado varias acciones fuera de la cárcel, de la que había salido porque las puertas se abrieron solas mientras los guardias estaban dormidos. Regresó tranquilamente reflexionando sobre la victoria que Jesús había obtenido sobre la muerte y dándole gloria por su misión misericordiosa. Despertaron entonces los guardianes y quedaron sorprendidos al ver que las puertas estaban abiertas, pero los presos dentro.
Una vez que amaneció, se acercó Carisio a la alcoba de Migdonia, en la que se encontraba con su nodriza. Ambas mujeres rezaban invocando a Dios para que apartara de ellas la locura de Carisio. Al oír su nombre en el contexto de la plegaria de Migdonia, volvió Carisio a la carga. Él prometía realidades, el mago Tomás sólo ilusiones mágicas. Recordaba los tiempos pasados y los recuerdos de días felices. Migdonia respondió con un alegato sobre lo pasajero de una vida transitoria frente a la vida eterna que ahora se le ofrecía. Carisio era un esposo pasajero y mortal, Jesús era el esposo verdadero e inmortal (c. 124,3).
Interrogatorio a Judas Tomás
La situación había llegado al paroxismo. Carisio acudió al rey para solicitar su ayuda y su actuación. Pero cuando el rey le propuso acabar cuanto antes con Judas Tomás, Carisio prefirió elegir la estrategia de obligarle a persuadir a Migdonia a que fuera lo que antes había sido. Así las cosas, el rey Misdeo envió a buscar a Judas para interrogarle. El interrogatorio giró alrededor de un tema recurrente. El apóstol enseñaba que Dios exigía de los hombres una vida pura, lo que Tomás admitía paladinamente. Lo mismo que el rey exigía que sus soldados vivieran con aseo y dignidad, lo mismo pedía Dios a sus servidores. Sus exigencias insistían en la renuncia al adulterio, el robo, la embriaguez y las acciones vergonzosas (c. 126, 3).
El rey dejó libre a Tomás rogándole que convenciera a Migdonia para que no se separara de su marido. El apóstol insistió en que Migdonia era libre, pero que nada, ni el hierro ni el fuego, podrían apartarla de la decisión vital que había adoptado. Misdeo pasaba a las amenazas. Si Tomás le hacía caso, se ahorraría nada menos que su propia vida. Pero si no lograba convencer a Migdonia, podría dar su vida por perdida. Carisio repitió los ruegos y las amenazas que había proferido el rey. Marchó luego con Tomás a su casa, donde encontró a Migdonia en compañía de Marcia. Migdonia pronunció unas palabras expresando su deseo de ver abreviada su vida para poder ir a contemplar al ser hermoso del que Tomás le había hablado. Tomás se colocó al lado de Migdonia, que le hizo una profunda reverencia. Carisio vio en el gesto el respeto que Tomás inspiraba a la mujer. Colegía que cualquier cosa que él le pidiera, lo cumpliría inmediatamente.
Judas dijo entonces a Migdonia unas sorprendentes palabras: “Haz caso, hija mía Migdonia, a lo que te dice Carisio”. Era pura estrategia. Migdonia hizo una exposición de su criterio tan firme como inmutable. Carisio dirigió entonces sus amenazas contra Migdonia. La aherrojará y no permitirá que pueda tratar con el mago. Por lo demás, él sabía muy bien cómo tenía que actuar. Judas Tomás salió de la casa de Carisio y se dirigió a la de Sifor. El general le ofreció una sala de su casa para que pudiera enseñar allí. Prometía además que en adelante tanto él como su mujer y su hija vivirían en castidad. Pedía luego la gracia del sello para que pudieran convertirse en adoradores del Dios verdadero y en ovejas fieles de su rebaño.
(Dibujo: Símbolos del bautismo)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Hecho X (cc. 119-133): Bautismo de Migdonia
Estaba Migdonia reflexionando sobre lo sucedido, cuando se le presentó Judas Tomás. Al verlo, quedó aterrada y cayó al suelo como muerta. Tomás la tomó de la mano y la tranquilizó. La mujer estaba desconcertada viendo al apóstol fuera de la prisión. Pero escuchó la explicación de los hechos en el sentido de que Jesús era más poderoso que todos los reyes y gobernantes. Para él no existían ni puertas ni llaves que se resistieran a su voluntad.
Migdonia, fiel a su obsesión, pidió a Tomás que le concediera el sello de Jesucristo (el bautismo). Entró, pues, en el patio de su casa y rogó a su nodriza Marcia que le hiciera el favor más importante de todos los que le había hecho hasta ahora. No era otro que el aportar todo lo necesario para el rito del bautismo: pan, mezcla de vino con agua y un poco de aceite. Se supone que el rito del bautismo o sello debía ir seguido de la celebración de la eucaristía.
Cuando la nodriza aportó lo que Migdonia había solicitado, se colocó delante de Judas Tomás con la cabeza descubierta. El apóstol vertió el aceite sobre la cabeza de la mujer pronunciando una plegaria que acababa pidiendo la curación para Migdonia en virtud de aquella unción. Cumplido aquel gesto, pidió a la nodriza que desnudara a Migdonia y la cubriera con un lienzo de lino. Había allí una fuente de agua, a la que bajaron y en la que “el apóstol bautizó a Migdonia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Una vez que Migdonia quedó bautizada y vestida, partió el pan el apóstol y “tomando un recipiente de agua, hizo partícipe a Migdonia del cuerpo del Señor y del cáliz del Hijo de Dios” (c. 121,2). Se oyó una voz del cielo que dijo: “Sí, amén”. Cuando Marcia oyó esta voz, suplicó a Tomás que le diera también a ella el sello. El apóstol se lo concedió diciendo: “La gracia del Señor sea sobre ti, como sobre los demás” (c. 121,3).
Judas Tomás había realizado varias acciones fuera de la cárcel, de la que había salido porque las puertas se abrieron solas mientras los guardias estaban dormidos. Regresó tranquilamente reflexionando sobre la victoria que Jesús había obtenido sobre la muerte y dándole gloria por su misión misericordiosa. Despertaron entonces los guardianes y quedaron sorprendidos al ver que las puertas estaban abiertas, pero los presos dentro.
Una vez que amaneció, se acercó Carisio a la alcoba de Migdonia, en la que se encontraba con su nodriza. Ambas mujeres rezaban invocando a Dios para que apartara de ellas la locura de Carisio. Al oír su nombre en el contexto de la plegaria de Migdonia, volvió Carisio a la carga. Él prometía realidades, el mago Tomás sólo ilusiones mágicas. Recordaba los tiempos pasados y los recuerdos de días felices. Migdonia respondió con un alegato sobre lo pasajero de una vida transitoria frente a la vida eterna que ahora se le ofrecía. Carisio era un esposo pasajero y mortal, Jesús era el esposo verdadero e inmortal (c. 124,3).
Interrogatorio a Judas Tomás
La situación había llegado al paroxismo. Carisio acudió al rey para solicitar su ayuda y su actuación. Pero cuando el rey le propuso acabar cuanto antes con Judas Tomás, Carisio prefirió elegir la estrategia de obligarle a persuadir a Migdonia a que fuera lo que antes había sido. Así las cosas, el rey Misdeo envió a buscar a Judas para interrogarle. El interrogatorio giró alrededor de un tema recurrente. El apóstol enseñaba que Dios exigía de los hombres una vida pura, lo que Tomás admitía paladinamente. Lo mismo que el rey exigía que sus soldados vivieran con aseo y dignidad, lo mismo pedía Dios a sus servidores. Sus exigencias insistían en la renuncia al adulterio, el robo, la embriaguez y las acciones vergonzosas (c. 126, 3).
El rey dejó libre a Tomás rogándole que convenciera a Migdonia para que no se separara de su marido. El apóstol insistió en que Migdonia era libre, pero que nada, ni el hierro ni el fuego, podrían apartarla de la decisión vital que había adoptado. Misdeo pasaba a las amenazas. Si Tomás le hacía caso, se ahorraría nada menos que su propia vida. Pero si no lograba convencer a Migdonia, podría dar su vida por perdida. Carisio repitió los ruegos y las amenazas que había proferido el rey. Marchó luego con Tomás a su casa, donde encontró a Migdonia en compañía de Marcia. Migdonia pronunció unas palabras expresando su deseo de ver abreviada su vida para poder ir a contemplar al ser hermoso del que Tomás le había hablado. Tomás se colocó al lado de Migdonia, que le hizo una profunda reverencia. Carisio vio en el gesto el respeto que Tomás inspiraba a la mujer. Colegía que cualquier cosa que él le pidiera, lo cumpliría inmediatamente.
Judas dijo entonces a Migdonia unas sorprendentes palabras: “Haz caso, hija mía Migdonia, a lo que te dice Carisio”. Era pura estrategia. Migdonia hizo una exposición de su criterio tan firme como inmutable. Carisio dirigió entonces sus amenazas contra Migdonia. La aherrojará y no permitirá que pueda tratar con el mago. Por lo demás, él sabía muy bien cómo tenía que actuar. Judas Tomás salió de la casa de Carisio y se dirigió a la de Sifor. El general le ofreció una sala de su casa para que pudiera enseñar allí. Prometía además que en adelante tanto él como su mujer y su hija vivirían en castidad. Pedía luego la gracia del sello para que pudieran convertirse en adoradores del Dios verdadero y en ovejas fieles de su rebaño.
(Dibujo: Símbolos del bautismo)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro