Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Acto IX de los Hechos de Tomás. Migdonia, mujer de Carisio (3)
Prisión de Judas Tomás
El rey Misdeo envió a buscar a Tomás a casa del general para detenerlo y llevarlo ante él con todos los que se encontraran en la casa. Resultó que allí se encontraba Migdonia. Regresaron confesando que no se habían atrevido a hacer nada dadas las circunstancias. Carisio se levantó de un salto, reunió un buen grupo de gente y prometió traer a todos, incluida Migdonia, a quien el extranjero había robado el sentido.
Encontró a Tomás predicando, pero no vio a Migdonia, que había regresado a su casa cuando supo que el rey pensaba ir a buscarla. Mantuvo Carisio un duro enfrentamiento verbal con el apóstol. Ordenó luego que ataran a Tomás y lo arrastraran para conducirlo a presencia del rey Misdeo.
El interrogatorio del rey se redujo a dos cuestiones: Quién era y en virtud de quién realizaba aquellas obras (Mt 21,23). El apóstol se mantuvo en silencio. El rey ordenó que le propinaran ciento veintiocho latigazos y que lo arrojaran a la cárcel encadenado. El rey y Carisio deliberaban de qué forma le darían muerte. Pero Tomás pronunció en su interior una ferviente acción de gracias y rogaba poder recibir las bendiciones prometidas a los perseguidos y ultrajados por los hombres (c. 107,1-2). Todos los presentes le suplicaban que rogara también por ellos. Después de haber suplicado comenzó a entonar el salmo siguiente, es decir, el famoso Himno de la Perla, considerado como la perla de la poesía gnóstica.
Himno de la perla
Ocupa seis largos capítulos del apócrifo, que nada tienen que ver con la persona de Judas Tomás, que es presuntamente el que lo entona. En el fondo el himno trata de la peripecia del alma y de la salvación del gnóstico. El texto se refiere a la perla que se encontraba en Egipto y estaba custodiada por una serpiente. El himno empieza refiriendo los orígenes del viajero que va en busca de la perla perdida. “Cuando era un tierno infante en el palacio de mi padre, disfrutando con la riqueza y el lujo de mis nutricios, me aprovisionaron mis padres y me enviaron lejos del oriente, nuestra patria” (c. 108,1-3). Si el enviado recuperaba la perla, heredaría el reino de su padre.
En su viaje bajó del Oriente hasta llegar a Egipto. Se dirigió a la hura de la serpiente a esperar que se durmiera para poder acceder a la perla. En aquel país se habituó a sus costumbres y acabó olvidando que era hijo de reyes y por qué motivo había venido. Sus padres y todos los nobles de su país le escribieron una carta para recordarle la causa de su misión. La carta voló en forma de águila que se posó a su lado y lo despertó. Tomó la carta, la besó y la leyó. Recordó entonces que era hijo de rey y comenzó a pronunciar el conjuro que debía adormecer a la serpiente silbadora. Se apoderó de la perla y emprendió el camino de regreso. En el camino, volvió a encontrar la carta, que ahora lo guiaba con su luz. Al llegar a su país, salieron a su encuentro los servidores de su padre portando el vestido que le correspondía como heredero que era del reino. Adornado con el vestido y en posesión de la perla recuperada, podía descansar de su peregrinación.
En las notas a pie de página en nuestra edición de los Hechos de Tomás, pueden verse los aspectos de la doctrina gnóstica reflejados en el Himno de la Perla (Hechos Apócrifos de los Apóstoles, vol. II, pp. 1093-1109.). La versión siríaca ofrece después del Himno de la perla otro himno de Tomás, que sirve de contrapeso ortodoxo al texto de la versión griega. Es el que ofrecemos en nuestra edición como capítulo 114a. Desde el punto de vista literario, el texto es un tanto reiterativo en sus expresiones. Se trata de un himno de alabanza a la Trinidad. En primer lugar, repite veintiuna veces una frase dedicada al Padre y que empieza con el verbo “glorificamos”. Todas y cada una de esas frases van seguidas de otras tantas que se inician con un repetido “alabamos”, referido al Hijo. Todo para continuar con una especie de doxología trinitaria para pedir que “todas las bocas y las lenguas glorifiquen al Padre, adoren al Hijo, alaben al Espíritu Santo”. El himno termina con cinco bienaventuranzas en primera persona: “Bienaventurados somos”.
Sigue en la narración una larga lamentación de Carisio, que cuenta sus méritos y los de Migdonia en la celebración de su matrimonio. Carisio se pregunta un tanto teatralmente qué ha sucedido para que la sensatez de su mujer se trueque en locura. El texto siríaco tiene expresiones exageradas, pide que le arranquen los ojos mientras los de ella sigan mirándole, que le corten el brazo derecho mientras pueda seguir abrazándola con el izquierdo (c. 115,3). Dispone de riquezas, honores y títulos, pero nada significan para él si no puede recuperar a su esposa. La respuesta de Migdonia a las lamentaciones de Carisio no ayudaba nada a rehacer la convivencia. Confesaba abiertamente que ahora amaba a otro mucho mejor que él, dueño de riquezas y posesiones que no se marchitaban. Su pasada vida en común debía quedar en el olvido.
Carisio hizo un último intento ofreciendo a Migdonia el perdón y la libertad para Judas Tomás. Pedía a su mujer que recapacitara y cambiara de actitud, como habían hecho otras mujeres que habían sido también engañadas por aquel mago. Migdonia, por su parte, tomó diez denarios para que el carcelero le permitiera entrar a visitar al apóstol. Pero cuando iba por el camino, se encontró con Judas Tomás, a quien confundió con uno de los gobernantes de la ciudad. Se lamentaba en su interior porque todavía no había recibido el sello o bautismo. Y corrió a esconderse en un lugar apartado.
(El hijo del rey. Salomón de Berruguete)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Acto IX de los Hechos de Tomás. Migdonia, mujer de Carisio (3)
Prisión de Judas Tomás
El rey Misdeo envió a buscar a Tomás a casa del general para detenerlo y llevarlo ante él con todos los que se encontraran en la casa. Resultó que allí se encontraba Migdonia. Regresaron confesando que no se habían atrevido a hacer nada dadas las circunstancias. Carisio se levantó de un salto, reunió un buen grupo de gente y prometió traer a todos, incluida Migdonia, a quien el extranjero había robado el sentido.
Encontró a Tomás predicando, pero no vio a Migdonia, que había regresado a su casa cuando supo que el rey pensaba ir a buscarla. Mantuvo Carisio un duro enfrentamiento verbal con el apóstol. Ordenó luego que ataran a Tomás y lo arrastraran para conducirlo a presencia del rey Misdeo.
El interrogatorio del rey se redujo a dos cuestiones: Quién era y en virtud de quién realizaba aquellas obras (Mt 21,23). El apóstol se mantuvo en silencio. El rey ordenó que le propinaran ciento veintiocho latigazos y que lo arrojaran a la cárcel encadenado. El rey y Carisio deliberaban de qué forma le darían muerte. Pero Tomás pronunció en su interior una ferviente acción de gracias y rogaba poder recibir las bendiciones prometidas a los perseguidos y ultrajados por los hombres (c. 107,1-2). Todos los presentes le suplicaban que rogara también por ellos. Después de haber suplicado comenzó a entonar el salmo siguiente, es decir, el famoso Himno de la Perla, considerado como la perla de la poesía gnóstica.
Himno de la perla
Ocupa seis largos capítulos del apócrifo, que nada tienen que ver con la persona de Judas Tomás, que es presuntamente el que lo entona. En el fondo el himno trata de la peripecia del alma y de la salvación del gnóstico. El texto se refiere a la perla que se encontraba en Egipto y estaba custodiada por una serpiente. El himno empieza refiriendo los orígenes del viajero que va en busca de la perla perdida. “Cuando era un tierno infante en el palacio de mi padre, disfrutando con la riqueza y el lujo de mis nutricios, me aprovisionaron mis padres y me enviaron lejos del oriente, nuestra patria” (c. 108,1-3). Si el enviado recuperaba la perla, heredaría el reino de su padre.
En su viaje bajó del Oriente hasta llegar a Egipto. Se dirigió a la hura de la serpiente a esperar que se durmiera para poder acceder a la perla. En aquel país se habituó a sus costumbres y acabó olvidando que era hijo de reyes y por qué motivo había venido. Sus padres y todos los nobles de su país le escribieron una carta para recordarle la causa de su misión. La carta voló en forma de águila que se posó a su lado y lo despertó. Tomó la carta, la besó y la leyó. Recordó entonces que era hijo de rey y comenzó a pronunciar el conjuro que debía adormecer a la serpiente silbadora. Se apoderó de la perla y emprendió el camino de regreso. En el camino, volvió a encontrar la carta, que ahora lo guiaba con su luz. Al llegar a su país, salieron a su encuentro los servidores de su padre portando el vestido que le correspondía como heredero que era del reino. Adornado con el vestido y en posesión de la perla recuperada, podía descansar de su peregrinación.
En las notas a pie de página en nuestra edición de los Hechos de Tomás, pueden verse los aspectos de la doctrina gnóstica reflejados en el Himno de la Perla (Hechos Apócrifos de los Apóstoles, vol. II, pp. 1093-1109.). La versión siríaca ofrece después del Himno de la perla otro himno de Tomás, que sirve de contrapeso ortodoxo al texto de la versión griega. Es el que ofrecemos en nuestra edición como capítulo 114a. Desde el punto de vista literario, el texto es un tanto reiterativo en sus expresiones. Se trata de un himno de alabanza a la Trinidad. En primer lugar, repite veintiuna veces una frase dedicada al Padre y que empieza con el verbo “glorificamos”. Todas y cada una de esas frases van seguidas de otras tantas que se inician con un repetido “alabamos”, referido al Hijo. Todo para continuar con una especie de doxología trinitaria para pedir que “todas las bocas y las lenguas glorifiquen al Padre, adoren al Hijo, alaben al Espíritu Santo”. El himno termina con cinco bienaventuranzas en primera persona: “Bienaventurados somos”.
Sigue en la narración una larga lamentación de Carisio, que cuenta sus méritos y los de Migdonia en la celebración de su matrimonio. Carisio se pregunta un tanto teatralmente qué ha sucedido para que la sensatez de su mujer se trueque en locura. El texto siríaco tiene expresiones exageradas, pide que le arranquen los ojos mientras los de ella sigan mirándole, que le corten el brazo derecho mientras pueda seguir abrazándola con el izquierdo (c. 115,3). Dispone de riquezas, honores y títulos, pero nada significan para él si no puede recuperar a su esposa. La respuesta de Migdonia a las lamentaciones de Carisio no ayudaba nada a rehacer la convivencia. Confesaba abiertamente que ahora amaba a otro mucho mejor que él, dueño de riquezas y posesiones que no se marchitaban. Su pasada vida en común debía quedar en el olvido.
Carisio hizo un último intento ofreciendo a Migdonia el perdón y la libertad para Judas Tomás. Pedía a su mujer que recapacitara y cambiara de actitud, como habían hecho otras mujeres que habían sido también engañadas por aquel mago. Migdonia, por su parte, tomó diez denarios para que el carcelero le permitiera entrar a visitar al apóstol. Pero cuando iba por el camino, se encontró con Judas Tomás, a quien confundió con uno de los gobernantes de la ciudad. Se lamentaba en su interior porque todavía no había recibido el sello o bautismo. Y corrió a esconderse en un lugar apartado.
(El hijo del rey. Salomón de Berruguete)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro