Notas

Vida del apóstol Felipe según sus Hechos Apócrifos

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 20 de Febrero 2012 a las 06:43

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho VII (cc. 87-93): Actividades de Felipe en Nicatera

El Hecho VII se desarrolla también en Nicatera. Ireo, Nercela, Artemila y hasta la portera de su casa vivían alegres en compañía de Felipe, a quien pidieron que los bendijese. Recibida la bendición, Ireo propuso al apóstol la construcción de una iglesia y una residencia episcopal. Nereo, padre del joven resucitado, se ofreció para ser él quien corriera con los gastos de la construcción. Pero puestos de acuerdo sobre el modo y el lugar, gastaron gran cantidad de dinero. Los judíos fueron testigos de la obra con cierta envidia y resignación. Todos los creyentes acudían al nuevo edificio para recibir las enseñanzas del apóstol.

Tomó entonces Felipe a Ireo y lo nombró obispo, como guía espiritual de los conversos. Hizo votos para que tuviera mansedumbre y recibiera “la gracia de apacentar a los hermanos en la fe”. Luego pronunció unas palabras de despedida, porque, dijo, “yo ya me voy”. Estas palabras llenaron de tristeza a los hermanos, que empezaron a gemir y a llorar. No querían que Felipe se separara de ellos. A pesar de las palabras de aliento y de consuelo que el apóstol les dirigía, salieron muchos hermanos con provisiones para acompañarle en su marcha hasta el barco en el que pudiera zarpar.

Tomando sólo cinco panes, invocó Felipe al Señor y ordenó a los demás regresar a sus hogares. Sus palabras de despedida fueron sencillas: “Id en paz y rogad a Cristo por mí” (c. 93,2). Ellos se postraron sobre su rostro hasta que el apóstol desapareció de su vista. Regresaron a sus hogares llorando, pensando en la hermosa doctrina de Felipe y dando gloria al Señor.

Hecho VIII (cc. 94-101): Un cabrito y un leopardo se convierten a la fe

El Hecho VIII comienza aludiendo a la distribución por sorteo de las tierras de misión. A Felipe le correspondió ir a la tierra de los griegos, lo que le produjo tal contrariedad, que se echó a llorar desconsoladamente. Su hermana Mariamne se acercó a Jesús para interceder por su hermano. El Salvador le pidió que fuera con su hermano a todo lugar y en todo tiempo para darle ánimos en sus momentos de debilidad. Felipe era, en efecto, “un hombre audaz e irascible” que podía crear problemas a la gente. Para ayudarle, enviaría también a Bartolomé y a Juan a causa de la maldad de los habitantes de aquella tierra, que eran adoradores de la Víbora, la madre de las serpientes.

La narración introduce a continuación una larga exhortación de Jesús dirigida a Felipe, en la que le reprende por sus dudas y temores. Le habla de forma insistente de sus promesas de ayuda y asistencia con recurso a métodos retóricos. Es él quien envía a los suyos como ovejas siendo pastor, como discípulos siendo maestro, como rayos siendo sol. Los anima a no devolver mal por mal, sino a hacer siempre el bien. Estará con ellos en los caminos y en las ciudades, en la tierra y en el mar. No tienen motivo para temer las mordeduras de las serpientes aunque hayan de vivir en el país de los ofitas, que les dan culto.

Las palabras de Jesús conmovieron a Felipe hasta el punto de que nuevamente se echó a llorar. Temía no saber cumplir con los mandamientos del Señor cuando les recomendaba no devolver mal por mal. Pues si las serpientes lo asaltaban con sus venenos, quizá no tuviera paciencia para soportar sus pesadumbres. El Señor le recordaba que mayor mérito tenía el que no hacía el mal cuando podía, y más aún si en toda ocasión devolvía bien por mal. Pero de todos modos, el bien era en el mundo más abundante que el mal, como en el mundo animal abundan más los mansos que los feroces.

Quedaron consolados Felipe y sus compañeros con las palabras del Señor. Se dirigieron, pues, animosos al país de los ofitas, los que daban culto a la Víbora, madre de las serpientes. Atravesaban el desierto de los dragones cuando les salió al paso un gran leopardo, que se postró a sus pies y comenzó a hablarles con voz humana. Contó que la noche anterior topó con un rebaño de cabras frente al monte de la madre de las serpientes. Se llevó un cabrito al que golpeó con intención de devorarlo. Pero el cabrito se echó a llorar como un niño y le habló diciendo que debía cambiar su ferocidad por mansedumbre. La razón es que iban a pasar por el lugar los “apóstoles del Dios de la majestad” para consumar la promesa de su Hijo. El leopardo sintió que su corazón se transformaba y se abstuvo de devorar al cabrito. Vio entonces que pasaban Felipe y sus compañeros. Comprendió al punto que se trataba de los servidores del buen Dios; se acercó a ellos para pedirles el don de la libertad, porque deseaba vivir una vida humana. Fueron todos guiados por el leopardo al lugar donde yacía el cabrito. El texto comenta que “el herido curó al que lo hirió” (c. 98,1).

Felipe y Bartolomé oraron al bondadoso Jesús pidiendo para los dos animales “vida, aliento y subsistencia” lejos de la naturaleza animal, para que el leopardo no volviera a comer carne, y el cabrito dejara de tomar el alimento de los ganados. Estos detalles están de acuerdo con la mentalidad encratita del autor. Deseaban ambos animales tener corazón humano, comer como hombres y hablar de forma humana para gloria de Jesús. Al momento levantaron el leopardo y el cabrito sus patas delanteras y hablaron en lenguaje humano dando gracias a Dios y bendiciendo su nombre, porque había cambiado su naturaleza salvaje en mansedumbre. Se postraron en tierra y reverenciaron a Felipe, Bartolomé y Mariamne. Los apóstoles glorificaron a Dios y decidieron que el cabrito y el leopardo caminaran con ellos hacia la ciudad a la que se dirigían. Y en efecto, “caminaron en su compañía alabando y glorificando a Dios” (c. 101,1).

(El leopardo duerme con el cabrito. De Lladró. Is 11,6)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 20 de Febrero 2012
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