Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Identidad del protagonista
Felipe es el protagonista de los Hechos con una personalidad prolija de variados perfiles. Cuando el Salvador recomienda a Mariamne, hermana de Felipe, que ayude a su hermano en las tareas de la evangelización, traza un carácter del apóstol como de hombre inseguro y vacilante en sus determinaciones. Y aunque lo califica de “audaz e irascible”, reconoce que necesita apoyos puntuales, y pide a la sacrificada mujer que no lo deje solo porque podría “crear problemas a la gente” (HchFlp VIII 95).
En las referencias al texto de los HchFlp pongo en números romanos el Hecho correspondiente. El número latino en negrita se refiere a la numeración de Bonnet. En los pasajes de los manuscritos A y G (Atenas), notaré el número romano del Hecho en cuestión seguido de la letra A o G y el número latino de la numeración de F. Bovon.
La personalidad vacilante de Felipe está quizá condicionada por la dudosa identidad del protagonista. Los dos personajes bíblicos que llevan ese nombre han provocado una confusión, perceptible ya en escritores muy antiguos. Los dos personajes, el apóstol de las listas de los Sinópticos y el evangelista de Hch 8,5-13, aparecen unidos por una misma tradición que los sitúa en Hiérapolis de Frigia. El lugar de la antigua Hiérapolis de Frigia es la moderna Pamukkale (“Castillo de algodón”), así llamada por las terrazas y cascadas petrificadas de calcárea blanca, fenómeno natural sorprendente, admirado y visitado por los turistas.
Allí residieron y allí descansan según la tradición sus restos mortales. Precisamente en estos días se está hablando del hallazgo de la tumba del apóstol Felipe en las ruinas de una antigua iglesia cristiana de Pamukkale (Turquía). Tumba que aún no ha podido ser abierta, pero que lo será en breve. A pesar de la comprensible confusión de los dos personajes homónimos de los libros canónicos, el texto de los HchFlp deja fuera de toda duda que el protagonista del apócrifo es el apóstol. Lo proclaman los principales manuscritos (A y V) desde el título hasta el “amén” (HchFlp 146,1).
El evangelio de Juan contiene varias referencias al apóstol Felipe. En primer lugar, cuenta su encuentro con Jesús, que lo invitó a seguirle (Jn 1,43). Felipe dio parte de la noticia a Natanael, natural de Caná de Galilea (Jn 21,2), un Natanael ausente con ese nombre de las listas de los apóstoles, pero que muy bien pudiera ser el Bartolomé de los Sinópticos. De Felipe dice Juan que “era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro”. Vuelve Felipe al texto de Juan en la escena de la multiplicación de los panes. Jesús se dirige precisamente a Felipe para preguntarle dónde se podría comprar el pan suficiente para alimentar a tanta gente. Con doscientos denarios, responde Felipe, no habría para dar a cada comensal ni una rebanada (Jn 6,5-7).
A Felipe se dirigieron unos griegos que querían ver a Jesús. Felipe transmitió el deseo a su compañero Andrés, y ya los dos comunicaron a Jesús la pretensión de los extranjeros (Jn 12,20-22). En el contexto de una reflexión de Jesús sobre su identidad con el Padre, Felipe le abordó para pedirle: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (Jn 14,8-9). Sería, pues, Felipe un apóstol con quien Jesús podía permitirse ciertas intimidades y confianzas. Una persona con matices de ingenuidad mezclada con segura lealtad.
Otro Felipe hace su aparición en las páginas del Nuevo Testamento con ocasión de un conflicto doméstico, producido entre los griegos y los hebreos. Las deficiencias en el servicio de las mesas dieron origen al nombramiento de siete varones para que los Apóstoles pudieran dedicarse a la oración y al ministerio de la palabra. Fueron los siete diáconos (ministros o servidores), entre los cuales Felipe es mencionado en segundo lugar después de Esteban (Hch 6,5). Este Felipe es el protagonista del capítulo octavo de los Hechos de Lucas. Felipe “bajó a la ciudad de Samaría y predicaba a Cristo” (Hch 8,5) con acompañamiento de milagros. Sus prodigios atrajeron a muchos a la fe, entre otros, a Simón Mago, quien después de recibir el bautismo se unió a Felipe (Hch 8,13). El ángel del Señor encaminó luego a Felipe al encuentro con el etíope, que era ministro de la reina de Candaces, encuentro que terminó con el bautismo del que el texto denomina reiteradamente “eunuco” (Hch 8,23-39) . Posiblemente, el término deba entenderse, como en numerosos pasajes antiguos, en el sentido de hombre de confianza, profesión más que estado fisiológico.
Del diácono Felipe, reconocido como “uno de los siete”, tenemos en Hch 21,8 la noticia de que recibió en su casa a Pablo, que volvía de Éfeso. El texto de Lucas cuenta que este Felipe “tenía cuatro hijas vírgenes, que practicaban la profecía”. Los datos aportados por los Hechos canónicos pudieron ser la ocasión de que se produjera una confusión que acabara en la fusión de dos personas distintas en una sola.
Un detalle que se repite por dos veces en los HchFlp es el de la escena de reparto de las tierras de misión, hecho por sorteo entre los Apóstoles. Ya hemos mencionado la opinión de A. Lipsius, para quien esa escena debía figurar al principio de todos los Hechos Apócrifos. Sin embargo, presente en los HchTom, en los HchJnPr y en el Martyrium Prius, aparece en los HchFlp, concretamente al principio de los Hechos III y VIII. En ambos casos, se trata obviamente del inicio de sendos ciclos narrativos.
(Estatua del apóstol Felipe en San Juan de Letrán de Roma).
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Identidad del protagonista
Felipe es el protagonista de los Hechos con una personalidad prolija de variados perfiles. Cuando el Salvador recomienda a Mariamne, hermana de Felipe, que ayude a su hermano en las tareas de la evangelización, traza un carácter del apóstol como de hombre inseguro y vacilante en sus determinaciones. Y aunque lo califica de “audaz e irascible”, reconoce que necesita apoyos puntuales, y pide a la sacrificada mujer que no lo deje solo porque podría “crear problemas a la gente” (HchFlp VIII 95).
En las referencias al texto de los HchFlp pongo en números romanos el Hecho correspondiente. El número latino en negrita se refiere a la numeración de Bonnet. En los pasajes de los manuscritos A y G (Atenas), notaré el número romano del Hecho en cuestión seguido de la letra A o G y el número latino de la numeración de F. Bovon.
La personalidad vacilante de Felipe está quizá condicionada por la dudosa identidad del protagonista. Los dos personajes bíblicos que llevan ese nombre han provocado una confusión, perceptible ya en escritores muy antiguos. Los dos personajes, el apóstol de las listas de los Sinópticos y el evangelista de Hch 8,5-13, aparecen unidos por una misma tradición que los sitúa en Hiérapolis de Frigia. El lugar de la antigua Hiérapolis de Frigia es la moderna Pamukkale (“Castillo de algodón”), así llamada por las terrazas y cascadas petrificadas de calcárea blanca, fenómeno natural sorprendente, admirado y visitado por los turistas.
Allí residieron y allí descansan según la tradición sus restos mortales. Precisamente en estos días se está hablando del hallazgo de la tumba del apóstol Felipe en las ruinas de una antigua iglesia cristiana de Pamukkale (Turquía). Tumba que aún no ha podido ser abierta, pero que lo será en breve. A pesar de la comprensible confusión de los dos personajes homónimos de los libros canónicos, el texto de los HchFlp deja fuera de toda duda que el protagonista del apócrifo es el apóstol. Lo proclaman los principales manuscritos (A y V) desde el título hasta el “amén” (HchFlp 146,1).
El evangelio de Juan contiene varias referencias al apóstol Felipe. En primer lugar, cuenta su encuentro con Jesús, que lo invitó a seguirle (Jn 1,43). Felipe dio parte de la noticia a Natanael, natural de Caná de Galilea (Jn 21,2), un Natanael ausente con ese nombre de las listas de los apóstoles, pero que muy bien pudiera ser el Bartolomé de los Sinópticos. De Felipe dice Juan que “era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro”. Vuelve Felipe al texto de Juan en la escena de la multiplicación de los panes. Jesús se dirige precisamente a Felipe para preguntarle dónde se podría comprar el pan suficiente para alimentar a tanta gente. Con doscientos denarios, responde Felipe, no habría para dar a cada comensal ni una rebanada (Jn 6,5-7).
A Felipe se dirigieron unos griegos que querían ver a Jesús. Felipe transmitió el deseo a su compañero Andrés, y ya los dos comunicaron a Jesús la pretensión de los extranjeros (Jn 12,20-22). En el contexto de una reflexión de Jesús sobre su identidad con el Padre, Felipe le abordó para pedirle: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (Jn 14,8-9). Sería, pues, Felipe un apóstol con quien Jesús podía permitirse ciertas intimidades y confianzas. Una persona con matices de ingenuidad mezclada con segura lealtad.
Otro Felipe hace su aparición en las páginas del Nuevo Testamento con ocasión de un conflicto doméstico, producido entre los griegos y los hebreos. Las deficiencias en el servicio de las mesas dieron origen al nombramiento de siete varones para que los Apóstoles pudieran dedicarse a la oración y al ministerio de la palabra. Fueron los siete diáconos (ministros o servidores), entre los cuales Felipe es mencionado en segundo lugar después de Esteban (Hch 6,5). Este Felipe es el protagonista del capítulo octavo de los Hechos de Lucas. Felipe “bajó a la ciudad de Samaría y predicaba a Cristo” (Hch 8,5) con acompañamiento de milagros. Sus prodigios atrajeron a muchos a la fe, entre otros, a Simón Mago, quien después de recibir el bautismo se unió a Felipe (Hch 8,13). El ángel del Señor encaminó luego a Felipe al encuentro con el etíope, que era ministro de la reina de Candaces, encuentro que terminó con el bautismo del que el texto denomina reiteradamente “eunuco” (Hch 8,23-39) . Posiblemente, el término deba entenderse, como en numerosos pasajes antiguos, en el sentido de hombre de confianza, profesión más que estado fisiológico.
Del diácono Felipe, reconocido como “uno de los siete”, tenemos en Hch 21,8 la noticia de que recibió en su casa a Pablo, que volvía de Éfeso. El texto de Lucas cuenta que este Felipe “tenía cuatro hijas vírgenes, que practicaban la profecía”. Los datos aportados por los Hechos canónicos pudieron ser la ocasión de que se produjera una confusión que acabara en la fusión de dos personas distintas en una sola.
Un detalle que se repite por dos veces en los HchFlp es el de la escena de reparto de las tierras de misión, hecho por sorteo entre los Apóstoles. Ya hemos mencionado la opinión de A. Lipsius, para quien esa escena debía figurar al principio de todos los Hechos Apócrifos. Sin embargo, presente en los HchTom, en los HchJnPr y en el Martyrium Prius, aparece en los HchFlp, concretamente al principio de los Hechos III y VIII. En ambos casos, se trata obviamente del inicio de sendos ciclos narrativos.
(Estatua del apóstol Felipe en San Juan de Letrán de Roma).
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro