Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Conversión del rey
El rey había contempló los sucesos del martirio y la glorificación de Mateo desde la azotea de palacio. Bajó a toda prisa para postrarse delante de la urna que contenía los restos del apóstol e haciendo una confesión clamorosa de su fe ante la jerarquía del lugar: el obispo, los presbíteros y los diáconos, Este fue el tenor de su confesión: “Creo realmente en el Dios verdadero Jesucristo”.
Ofreció su palacio con todas sus estancias como homenaje a Mateo pidiendo por su parte el sello de Cristo, es decir, el santo bautismo. Quiso que depositaran la urna con las santas reliquias sobre su lecho de oro. Pidió encarecidamente que le administraran el bautismo y lo hicieran participar de la eucaristía. El obispo hizo que el rey se despojara de sus regias vestiduras mientras lo instruía con todo interés en las verdades de la fe. El rey lloraba amargamente y se mostraba arrepentido de todo cuanto había hecho contra Mateo y su misión apostólica.
Ungió al rey con el óleo sagrado y “lo sumergió en el mar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (c. 27,2). El obispo pronunció la bendición con la acción de gracias, le hizo partícipe del pan y del vino de la eucaristía diciendo: “Éste es el cuerpo de Cristo y este cáliz es su sangre que, derramada por nosotros, te sirva como perdón de los pecados para la vida”. Se oyó entonces una voz del cielo que ratificaba lo acontecido con un triple “Amén”.
El apóstol y mártir Mateo bajó del cielo y se apareció al rey para cambiarle el nombre. Ya no se llamaría Bulfamno, sino Mateo, lo mismo que su hijo no se llamaría más Bulfandro, sino también Mateo. Zifagia, la mujer del rey se llamaría en adelante Sofía (Sabiduría); finalmente, la mujer del hijo del rey no se llamaría ya Orbá, sino Sínesis (Comprensión). Fue entonces cuando Mateo nombró presbítero al rey que tenía treinta y siete años, presbítera a su mujer, diácono al hijo del rey, de diecisiete años y diaconisa a la mujer del hijo del rey, igualmente de diecisiete años.
El rey entró luego en palacio y destruyó todos los ídolos de los dioses. Publicó luego una edicto dirigido a sus súbditos para recordarles que la aparición de Cristo en la tierra había servido para demostrar que los dioses eran depósitos de mentira y corrupción. Había un solo Dios, creador de cielos y tierra. En consecuencia, debían ser destruidos todos los ídolos a lo largo y ancho del reino. Si alguno diera culto a los dioses falsos, sería castigado a espada. Todos los ciudadanos se afanaron por destruir gozosamente los signos de los dioses proclamando que solamente hay un Dios bienhechor de la humanidad (c. 9,2).
El autor del apócrifo acaba su relato recordando la advertencia hecha por Mateo desde los cielos para que se ofrecieran ofrendas a su memoria para regocijo de su alma bienaventurada y para gloria de nuestro Señor. Vaticinó después al obispo Platón que dentro de tres años estaría con Mateo en el cielo. Le recomendaba que nombrara obispo al rey y sucesor en el trono a su hijo. Cuando Mateo hubo deseado la paz a todos los santos, apareció subiendo entre los ángeles al cielo, “donde a la diestra del Padre está el rey de la gloria Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos” (c. 30,2).
Otra vez vino una voz del cielo augurando a los ciudadanos del reino paz y regocijo, porque “no habrá guerra ni calamidad de espada en esta ciudad por causa de Mateo mi elegido”. La narración termina recordando que el día de la memoria de Mateo es el día cuadragésimo del mes Gorpieo, mes macedonio que abarcaba el final de agosto y el principio de septiembre. Un grupo de códices señala el 16 de noviembre como fecha de la muerte de Mateo, pero el título de la versión latina afirma claramente que el apóstol Mateo “padeció el día 11 de octubre” . La doxología final que proclama: “Gloria, honor y adoración a Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos” (c. 31,1).
(San Mateo escribiendo su evangelio)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Conversión del rey
El rey había contempló los sucesos del martirio y la glorificación de Mateo desde la azotea de palacio. Bajó a toda prisa para postrarse delante de la urna que contenía los restos del apóstol e haciendo una confesión clamorosa de su fe ante la jerarquía del lugar: el obispo, los presbíteros y los diáconos, Este fue el tenor de su confesión: “Creo realmente en el Dios verdadero Jesucristo”.
Ofreció su palacio con todas sus estancias como homenaje a Mateo pidiendo por su parte el sello de Cristo, es decir, el santo bautismo. Quiso que depositaran la urna con las santas reliquias sobre su lecho de oro. Pidió encarecidamente que le administraran el bautismo y lo hicieran participar de la eucaristía. El obispo hizo que el rey se despojara de sus regias vestiduras mientras lo instruía con todo interés en las verdades de la fe. El rey lloraba amargamente y se mostraba arrepentido de todo cuanto había hecho contra Mateo y su misión apostólica.
Ungió al rey con el óleo sagrado y “lo sumergió en el mar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (c. 27,2). El obispo pronunció la bendición con la acción de gracias, le hizo partícipe del pan y del vino de la eucaristía diciendo: “Éste es el cuerpo de Cristo y este cáliz es su sangre que, derramada por nosotros, te sirva como perdón de los pecados para la vida”. Se oyó entonces una voz del cielo que ratificaba lo acontecido con un triple “Amén”.
El apóstol y mártir Mateo bajó del cielo y se apareció al rey para cambiarle el nombre. Ya no se llamaría Bulfamno, sino Mateo, lo mismo que su hijo no se llamaría más Bulfandro, sino también Mateo. Zifagia, la mujer del rey se llamaría en adelante Sofía (Sabiduría); finalmente, la mujer del hijo del rey no se llamaría ya Orbá, sino Sínesis (Comprensión). Fue entonces cuando Mateo nombró presbítero al rey que tenía treinta y siete años, presbítera a su mujer, diácono al hijo del rey, de diecisiete años y diaconisa a la mujer del hijo del rey, igualmente de diecisiete años.
El rey entró luego en palacio y destruyó todos los ídolos de los dioses. Publicó luego una edicto dirigido a sus súbditos para recordarles que la aparición de Cristo en la tierra había servido para demostrar que los dioses eran depósitos de mentira y corrupción. Había un solo Dios, creador de cielos y tierra. En consecuencia, debían ser destruidos todos los ídolos a lo largo y ancho del reino. Si alguno diera culto a los dioses falsos, sería castigado a espada. Todos los ciudadanos se afanaron por destruir gozosamente los signos de los dioses proclamando que solamente hay un Dios bienhechor de la humanidad (c. 9,2).
El autor del apócrifo acaba su relato recordando la advertencia hecha por Mateo desde los cielos para que se ofrecieran ofrendas a su memoria para regocijo de su alma bienaventurada y para gloria de nuestro Señor. Vaticinó después al obispo Platón que dentro de tres años estaría con Mateo en el cielo. Le recomendaba que nombrara obispo al rey y sucesor en el trono a su hijo. Cuando Mateo hubo deseado la paz a todos los santos, apareció subiendo entre los ángeles al cielo, “donde a la diestra del Padre está el rey de la gloria Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos” (c. 30,2).
Otra vez vino una voz del cielo augurando a los ciudadanos del reino paz y regocijo, porque “no habrá guerra ni calamidad de espada en esta ciudad por causa de Mateo mi elegido”. La narración termina recordando que el día de la memoria de Mateo es el día cuadragésimo del mes Gorpieo, mes macedonio que abarcaba el final de agosto y el principio de septiembre. Un grupo de códices señala el 16 de noviembre como fecha de la muerte de Mateo, pero el título de la versión latina afirma claramente que el apóstol Mateo “padeció el día 11 de octubre” . La doxología final que proclama: “Gloria, honor y adoración a Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos” (c. 31,1).
(San Mateo escribiendo su evangelio)
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro