Notas

Vida de Pablo. Episodios en Éfeso (Papiro de Hamburgo)

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 20 de Junio 2011 a las 07:43

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los HchPl en el Papiro de Hamburgo (PH)

Seguía diciendo Pablo que nada podría hacer el gobernador ni contra su cuerpo ni contra su alma. Dios había creado el mundo para disfrute de los hombres. Pero éstos eran esclavos del oro, las riquezas, el adulterio y la bebida. Dios quiere salvarlos ahora por medio de sus santos apóstoles, porque sus dioses son materia inerte, ni comen, ni ven, ni hablan ni pueden salvar. El gobernador reconocía que Pablo hablaba razonablemente, por lo que dejaba en las manos de los efesios la suerte del nuevo predicador. Unos pensaban que debía ser condenado a las llamas, otros que a las fieras.

Pablo, condenado a las fieras

El gobernador Jerónimo se decidió por condenarlo a las fieras después de flagelarlo. Era la fiesta de Pentecostés, por lo que los cristianos no podían entristecerse (PH I 1). Después de un par de líneas desaparecidas, continúa el relato de los hechos (PH II). Se oyó el ruido de los carros y el griterío de los que llevaban las fieras. Un enorme león rugió poderosamente junto a la puerta donde estaba Pablo encadenado. La muchedumbre gritó al unísono: “¡El león!”. El mismo Pablo interrumpió su oración aterrado. El contexto de la presentación de las fieras se quiebra con la presentación de dos mujeres, las esposas del gobernador Jerónimo, Artemila, y la de su liberto Diofantes, Eubula. Ésta era discípula de Pablo y permanecía sentada día y noche junto a él, lo que provocaba los celos de su marido Diofantes. Artemila dijo a Eubula que ella quería también oír las palabras del condenado a las fieras. Eubula se lo contó a Pablo que le mandó que se la trajera.

Bautismo de Artemila y Eubula en el mar

Artemila, vestida ya de negro, fue con Eubula a ver a Pablo, quien le dirigió un alegato sobre la vanidad de las riquezas y su carácter perecedero. Sólo Dios permanece y la filiación que llega a los hombres por Cristo, el Salvador. El resultado de las sentidas palabras de Pablo fue que Artemila y Eubula “pidieron a Pablo que las bautizara en Dios” (PH II 25).

El gobernador Jerónimo se enteró por Diofantes que Artemila y Eubula estaban noche y día sentadas con Pablo, lo que le provocó una viva irritación. Se preocupó de disponer todo lo necesario para que el combate de Pablo con las fieras se celebrara cuanto antes. Las dos mujeres propusieron a Pablo traer a un herrero para que lo librara de las cadenas y pudiera bautizarlas en el mar. Pero Pablo, la víspera de su lucha con las fieras, rogó a Dios que hiciera caer las cadenas de sus manos. Al instante apareció un joven hermoso y sonriente, que dejó libre a Pablo de sus ataduras. La aparición de un joven sonriente es un topos que se repite en otros apócrifos, como en la historia de Drusiana de los HchJn. El joven desapareció, pero cuando Pablo se dirigía al mar con Artemila y Eubula, un joven semejante a Pablo iba por delante y “alumbraba, no con una lámpara, sino con la santidad de su cuerpo” (PH III 25).

Después de pronunciar una plegaria, impuso Pablo las manos a las mujeres y las bautizó en el nombre de Jesucristo. Aunque el rito del bautismo en el mar se realizaba a favor de las dos mujeres, el texto pone su foco en Artemila. El mar se embraveció hasta el punto de poner en peligro a las bautizadas. En opinión de Antonio Piñero, el mar, como sede de monstruos infernales y signo del poder de Satán, se enfurecía por haber servido de medio de comunicación de la gracia divina (A. Piñero & G. del Cerro, o. c., vol. II p. 797).

La página IV del PH refiere la narración de la “lucha de Pablo con las fieras”. Se inicia con la recuperación de Artemila y el regreso a la prisión, en la que todavía los guardas estaban dormidos. Pablo administró la eucaristía a Artemila solamente con agua sin vino, como en los demás Hechos apócrifos de los siglos II-III. A continuación la envió junto a su marido Jerónimo. Y llegó el momento de la prueba.

Nuevo encuentro de Pablo con el león bautizado

La multitud gritaba enardecida a la espera del espectáculo. Jerónimo ordenó a Diofantes que condujeran a Pablo al estadio. Pablo iba abatido porque era conducido como en triunfo por la ciudad. Como ocurría en los triunfos militares con los vencidos y prisioneros, Pablo recibía los insultos de la plebe. Al verlo silencioso y digno, muchos se sentían molestos con su actitud. Artemila y Eubula cayeron gravemente enfermas por la tristeza que les producía la inminente muerte del apóstol. Jerónimo se sentía triste por la enfermedad de su mujer y por los rumores de su relación con el condenado. Ordenó, pues, que soltaran contra Pablo un león de extrema ferocidad que había sido capturado recientemente.

La gente animaba con sus gritos al león para que acabara con Pablo. Pero el león se ocultó detrás de un cierto arbusto que había en la arena y se puso a rezar. Por su parte, Pablo seguía rezando. El león, como desfilando para mostrar la grandeza de su cuerpo, fue corriendo a postrarse a los pies del apóstol como un corderillo amaestrado. Al terminar de rezar, como quien despierta de un sueño, dijo a Pablo con voz humana: “La gracia sea contigo”. Pablo respondió sin el menor temor: “Igualmente contigo, león” (PH IV 30). Pablo puso su mano sobre la fiera provocando la ira del gentío que le gritaba acusándolo de mago y hechicero. Mirando Pablo al león, cayó en la cuenta de que era el mismo al que había bautizado en las cercanías de Jericó.

La página V del PH sigue narrando el resultado del episodio. Pablo preguntó al león: “¿Eres tú el león a quien bauticé?”. El león respondió con un monosílabo: “Sí”. “¿Cómo has sido capturado?”, dijo Pablo de nuevo. “Lo mismo que tú, Pablo”. Hasta ese momento duraba la paciencia del cielo. Y la de Jerónimo. Hizo soltar el gobernador otras fieras feroces para que mataran a Pablo y envió a unos arqueros para que asaetearan al león. Entonces cayó de un cielo despejado una granizada espantosa que mató a muchos espectadores e hizo huir a los demás. El granizo cayó sobre las otras fieras, que perecieron bajo su violencia, pero no tocó ni a Pablo ni al león. El mismo Jerónimo perdió una oreja mientras el gentío escapaba pidiendo que Dios los salvara de aquel hombre condenado a las fieras.

Pablo se despidió del león y descendió al puerto, donde embarcó en una nave que partía para Macedonia. El león escapó corriendo hacia las montañas de acuerdo con su naturaleza. Artemila y Eubula estaban tristísimas y ayunaban preocupadas por lo que pudiera haberle sucedido a Pablo. Llegada la noche, vino un joven en visión a la alcoba en la que se encontraban las piadosas mujeres y Jerónimo, atormentado por la herida de su oreja. Consoló a Artemila y Eubula asegurándoles que Pablo estaba sano y salvo en Macedonia para realizar los proyectos del Señor. Jerónimo, que había pasado la noche en vela por los dolores producidos por la herida de su oreja, invocó a Dios pidiéndole que ya que había ayudado al condenado a las fieras, le ayudara ahora por medio del joven que había entrado en su alcoba cerrada. El joven misterioso gritó: “Por la voluntad de Jesucristo, quede sanada tu oreja”. La herida sanó completamente cuando le aplicaron miel según la recomendación del joven.

Aquí se interrumpe el texto del PH. Por los datos que poseemos, Pablo se embarcó para ir a Macedonia. Conocemos que luego se encontraba en Filipos, pero no tenemos noticia de que visitara antes alguna ciudad. Según Hch 16,10-17, Pablo visitó Filipos, Tesalónica y Berea.

Templo de Adriano en Éfeso.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 20 de Junio 2011
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