Hoy escribe Antonio Piñero
Voy a dividir mis observaciones al libre en tres partes que publicaré en este Blog hoy viernes, y los días sucesivos, sábado y domingo.
En líneas generales estimo que tanto este volumen III como los dos anteriores son dignos de atención. Los artículos son estrictamente científicos, responden bien a lo que exigen sus títulos, son muy informativos, están al tanto de la bibliografía actual y ofrecen, por lo general, unas conclusiones netas.
Pero –como ya indiqué en la reseña dedicada a los otros volúmenes— para mí el gran problema de estos congresos y sus respectivas publicaciones es el diseño de ellos.
Me explico: pienso que si se dedica tanto tiempo a organizar eventos científicos sobre la filiación en el ámbito histórico y sociológico, dentro del marco de una Facultad de teología católica, y luego se transforman sus resultados en una publicación seria es para iluminar en último término cómo concibe el cristianismo primitivo la filiación de Jesús y consecuentemente como se piensa la filiación de los seres humanos en relación con ese Jesús mesías ya considerado como hijo de Dios. Luego, supongo, se trasladaría esta concepción de los orígenes a los tiempos actuales, o bien se considera como materia puramente histórica.
Si esto es así, es evidente que está bien hacer cuantos más estudios previos de las religiones y culturas en torno a donde nace el cristianismo, el Mediterráneo oriental del siglo I d.C. para finalmente acabar en los temas claves de cómo concibió Jesús su filiación respecto a Dios y cómo la entendieron sus seguidores. Primero respecto al Maestro mismo, Jesús de Nazaret y, segundo, respecto a sí mismos, sus seguidores.
Una vez que se hayan estudiado los conceptos diversos de “filiación” en esas culturas entorno –pongamos Egipto, todo Oriente Medio próximo desde Sumeria, más el ámbito de Grecia y Roma— habría que centrarse en el Antiguo Testamento y estudiar y analizar ahí, en ese corpus, la filiación desde todos los puntos posibles. Luego habría que estudiar todo lo que conocemos del judaísmo de tiempos del Segundo Templo (obras deuterocanónicas del Antiguo Testamento, admitidas en la lista de libros sagrados por el catolicismo; obras apócrifas y pseudoepigráficas, Qumrán, e incluso material rabínico que pudiera recoger de algún modo doctrinas u opiniones referidas a la “filiación” en los momentos de Jesús y de sus primeros seguidores.
Inmediatamente después opino que habría que estudiar al figura de Jesús y qué pensaba él de su Dios y de su filiación respecto a él; inmediatamente vendría el análisis de la “filiación” de mesías en Pablo de Tarso, en sus discípulos, sobre todo en el pensamiento como tal de los Evangelistas si compete (es decir, en sus secciones redaccionales, independientes de la tradición que ofrezcan sobre Jesús), y en el resto del Nuevo Testamento.
Finalmente ya se podría abordar el tiempo de los Padres Apostólicos y Apologetas, siglo II y el resto de los escritores y Padres de la Iglesia hasta donde se desee llegar.
Y éste es mi “pero”. No recuerdo que en los otros dos volúmenes anteriores de “Filiación” se haya procedido de una manera sistemática, ni tampoco que se hayan estudiado los temas pertinentes en Jesús de Nazaret, en Pablo de Tarso y en los evangelistas y su material redaccional y de un modo sistemático en Padres apostólicos y Apologetas.
Y si esto es así, y si cuando en el presente volumen III se ofrece un estudio sobre Hebreos 5,8 (“7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia;”) y 12,1-11 (ejemplo de la fe y confianza de Jesús; aceptación de la lucha que ha tener el cristiano en esta vida; necesidad de la corrección paterna que Dios nos hace en cuanto hijos que cometemos faltas), resulta que el lector no tiene ya estudiado el material previo sobre Jesús, sobre Pablo y probablemente sobre los Evangelios, que le sirva de apoyo no sólo para comparar, sino sencillamente para situar la teología del autor de Hebreos al respecto…, la obra se queda coja. ¿De qué vale en un plan general sobre la “filiación” estudiar a fondo a Justino Mártir si antes no conocemos el pensamiento del Jesús histórico y de Pablo, por ejemplo más el de los Evangelios?
Seguimos mañana
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Voy a dividir mis observaciones al libre en tres partes que publicaré en este Blog hoy viernes, y los días sucesivos, sábado y domingo.
En líneas generales estimo que tanto este volumen III como los dos anteriores son dignos de atención. Los artículos son estrictamente científicos, responden bien a lo que exigen sus títulos, son muy informativos, están al tanto de la bibliografía actual y ofrecen, por lo general, unas conclusiones netas.
Pero –como ya indiqué en la reseña dedicada a los otros volúmenes— para mí el gran problema de estos congresos y sus respectivas publicaciones es el diseño de ellos.
Me explico: pienso que si se dedica tanto tiempo a organizar eventos científicos sobre la filiación en el ámbito histórico y sociológico, dentro del marco de una Facultad de teología católica, y luego se transforman sus resultados en una publicación seria es para iluminar en último término cómo concibe el cristianismo primitivo la filiación de Jesús y consecuentemente como se piensa la filiación de los seres humanos en relación con ese Jesús mesías ya considerado como hijo de Dios. Luego, supongo, se trasladaría esta concepción de los orígenes a los tiempos actuales, o bien se considera como materia puramente histórica.
Si esto es así, es evidente que está bien hacer cuantos más estudios previos de las religiones y culturas en torno a donde nace el cristianismo, el Mediterráneo oriental del siglo I d.C. para finalmente acabar en los temas claves de cómo concibió Jesús su filiación respecto a Dios y cómo la entendieron sus seguidores. Primero respecto al Maestro mismo, Jesús de Nazaret y, segundo, respecto a sí mismos, sus seguidores.
Una vez que se hayan estudiado los conceptos diversos de “filiación” en esas culturas entorno –pongamos Egipto, todo Oriente Medio próximo desde Sumeria, más el ámbito de Grecia y Roma— habría que centrarse en el Antiguo Testamento y estudiar y analizar ahí, en ese corpus, la filiación desde todos los puntos posibles. Luego habría que estudiar todo lo que conocemos del judaísmo de tiempos del Segundo Templo (obras deuterocanónicas del Antiguo Testamento, admitidas en la lista de libros sagrados por el catolicismo; obras apócrifas y pseudoepigráficas, Qumrán, e incluso material rabínico que pudiera recoger de algún modo doctrinas u opiniones referidas a la “filiación” en los momentos de Jesús y de sus primeros seguidores.
Inmediatamente después opino que habría que estudiar al figura de Jesús y qué pensaba él de su Dios y de su filiación respecto a él; inmediatamente vendría el análisis de la “filiación” de mesías en Pablo de Tarso, en sus discípulos, sobre todo en el pensamiento como tal de los Evangelistas si compete (es decir, en sus secciones redaccionales, independientes de la tradición que ofrezcan sobre Jesús), y en el resto del Nuevo Testamento.
Finalmente ya se podría abordar el tiempo de los Padres Apostólicos y Apologetas, siglo II y el resto de los escritores y Padres de la Iglesia hasta donde se desee llegar.
Y éste es mi “pero”. No recuerdo que en los otros dos volúmenes anteriores de “Filiación” se haya procedido de una manera sistemática, ni tampoco que se hayan estudiado los temas pertinentes en Jesús de Nazaret, en Pablo de Tarso y en los evangelistas y su material redaccional y de un modo sistemático en Padres apostólicos y Apologetas.
Y si esto es así, y si cuando en el presente volumen III se ofrece un estudio sobre Hebreos 5,8 (“7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia;”) y 12,1-11 (ejemplo de la fe y confianza de Jesús; aceptación de la lucha que ha tener el cristiano en esta vida; necesidad de la corrección paterna que Dios nos hace en cuanto hijos que cometemos faltas), resulta que el lector no tiene ya estudiado el material previo sobre Jesús, sobre Pablo y probablemente sobre los Evangelios, que le sirva de apoyo no sólo para comparar, sino sencillamente para situar la teología del autor de Hebreos al respecto…, la obra se queda coja. ¿De qué vale en un plan general sobre la “filiación” estudiar a fondo a Justino Mártir si antes no conocemos el pensamiento del Jesús histórico y de Pablo, por ejemplo más el de los Evangelios?
Seguimos mañana
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com