Escribe Antonio Piñero
Foto: Werner Heisenberg, autor del principio de indeterminación.
Después de los progresos en la incardinación del Jesús histórico en el judaísmo palestino del siglo I, que hemos adquirido gracias a las obras pioneras de E. P. Sanders y Geza Vermes, seguidos por muchísimos investigadores, se asiste a un cambio radical de panorama en la breve historia de la investigación de James D. G. Dunn, en “Jesús recordado”, que nos sirve de guía. Este cambio nace de la pregunta “Es en realidad capaz el método histórico crítico de llegar al Jesús histórico? (p. 127).
Pero más en fondo, y en mi opinión, la respuesta a la pregunta y el cambio que supone ofrecer como respuesta “No; no es capaz”, nace del miedo que produce para la fe tradicional basada en la mezcla de Jesús con el Cristo paulino. La idea de un Jesús totalmente judío, propio del siglo I, con casi ninguna idea de un mesías celestial, no casa bien con esa fe. El encuadramiento sociológico, religioso y político (íntimamente unidos) que conducen a la idea de que el reino de Dios va unido a la idea de que el Imperio romano no puede existir en un Israel preparado para la venida de ese reino a la tierra de Israel, es demasiado tremendo para aceptarlo. Además si se afirma que Jesús pensaba exactamente eso.
Lo que llama Dunn pensamiento “postmodernista”, que se enfrenta radicalmente al método histórico, amenaza ciertamente con dar al traste con todo lo que hasta ahora parecía un buen camino hacia el Jesús de la historia.
Pero el postmodernismo no nace espontáneamente, sino que hunde sus raíces en diversos movimientos filosóficos de la época. El primero es la negación absoluta de la verdad cartesiana que afirma “que el yo como sujeto consciente de mi propio ser –que es análogo a lo de fuera de mí– puedo definir y describir con objetividad lo que percibo”. Es decir, los objetos de fuera existen, con una existencia objetiva fuera de mí, y yo los percibo tal cual son. Tengo de ellos un conocimiento objetivo. Trasladado al Jesús histórico sería: “El Jesús de la historia, del siglo I israelita es un entidad que existe fuera de mí, en la memoria del pasado. Y si yo lo observo adecuadamente, puedo rescatarlo y percibirlo en toda su realidad, y además casi exactamente.
Sin embargo, con el postmodernismo, la afirmación sería muy distinta: “No puedo observar un objeto de la realidad exterior simple y llanamente, y menos del pasado, porque yo, el observador, al observarlo lo cambio de modo radical en su entidad. Lo percibo de un modo diferente a lo que es”.
La filosofía existencialista ayuda mucho a sentir que el observador cambio lo observado; que lo importante es el sujeto que observa y no la realidad de los observado. El problema de esta nueva realidad es que la ciencia física parece estar de acuerdo con ella. Ya no nos sirve la mecánica celeste que surge de las leyes o principios matemáticos del universo, tal como las señaló Newton. Ahora reina en la física la teoría de la relatividad einsteniana: el espacio y el tiempo no existen en realidad, sino que dependen de la posición del observador y se crean con la percepción. O el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg, el cual afirma que ciertamente el observador es incapaz de observar objetivamente la posición y el movimiento de una partícula.
A esto se añade la mecánica cuántica, cuyos principios fueron formulados ya por Max Planck al principio del siglo XX, que adquieren también gran vigencia en el postmodernismo, ya que en el mundo de lo infinitamente pequeño rigen unas leyes que se parecen más al azar (aunque no lo sean) que otra cosa, y que incluso puede darse la interacción de dos partículas distantes o –al menos la apariencia– que una partícula está en dos sitios a la vez. Además, observarlo con exactitud es casi imposible.
Toda esta atmósfera de pensamiento es aprovechado por el postmodernismo para afirmar “la relatividad de las cosas y de los procesos”. Esto lleva en la historia a abandonar la idea de que puede haber un conocimiento objetivo del pasado, que lo corrompemos al observarlo, que nunca lo alcanzaremos tal cual es. Ello significa que a través de los textos antiguos no podemos acercarnos a ninguna realidad objetiva; en primer lugar porque los observadores antiguos no podían ser ellos mismos objetivos; y en segundo lugar, porque nosotros mismos no podremos nunca alcanzar una realidad objetiva a través de los textos históricos que nos describen lo que ellos creen que pasó.
Y la consecuencia respecto al Jesús de la historia es clara: Este Jesús es inalcanzable objetivamente. Lo que importa no es el objeto en sí (en esta caso el Jesús del siglo I en Israel), sino como yo lo percibo. Por tanto, despreocupémonos de los estudios históricos y atengámonos a nuestras percepciones de Jesús. Y estas percepciones nos las proporciona la fe, no la historia.
Todo queda claro: abrazo la fe y me quedo tranquilo. Además, este pensamiento postmodernista me dice que la intención del autor del texto, lo que pensó al escribirlo y la finalidad a lo que lo destinó, tampoco es importante. El texto, una vez escrito, es autónomo, independiente del autor. Lo que importa es lo que el texto me dice a mí, lector, en el acto de la lectura… El significado primordial o no importa o no puedo percibirlo. Lo que importa es “qué significa ese texto para mí”. Yo como lector, le otorgo el significado.
Me imagino que caerán en la cuenta de las terribles consecuencias que tienen estas ideas para la crítica de los Evangelios, que intenta alcanzar: A) Una verdad objetiva; B) Que afirma que el texto antiguo no depende de mis coordenadas mentales del siglo XX o XXI; C) Que yo como lector no dictamino en último término qué significa el texto para mí; D) Que lo que debo hacer es entenderlo tal como lo entendía el primer lector que leyó ese texto en el siglo I, sin añadirle nada subjetivo y personal.
Son, pues, dos mundos distintos. Se acabó toda objetividad… aparte de que ya no se puede formar grupo religioso alguno basado en una interpretación similar de Jesús para todos los miembros del grupo… Porque… si lo que importa soy yo como lector… y yo soy un individuo único, necesariamente me construiré un Jesús a mi medida, y guiado por mis ideas y sentimientos, que los aplicaré, sin duda, a la lectura del texto. En consecuencia ese Jesús será para mí solo y no puedo compartirlo.
¿Hay salida a estos argumentos?
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
NOTA:
Ahí va un enlace a una entrevista en You Tube sobre el fin del mundo:
https://youtu.be/ZbXhbFivbDg : Sobre el fin del mundo” Canal “Dulcinea despierta”, Argentina / Colombia
Foto: Werner Heisenberg, autor del principio de indeterminación.
Después de los progresos en la incardinación del Jesús histórico en el judaísmo palestino del siglo I, que hemos adquirido gracias a las obras pioneras de E. P. Sanders y Geza Vermes, seguidos por muchísimos investigadores, se asiste a un cambio radical de panorama en la breve historia de la investigación de James D. G. Dunn, en “Jesús recordado”, que nos sirve de guía. Este cambio nace de la pregunta “Es en realidad capaz el método histórico crítico de llegar al Jesús histórico? (p. 127).
Pero más en fondo, y en mi opinión, la respuesta a la pregunta y el cambio que supone ofrecer como respuesta “No; no es capaz”, nace del miedo que produce para la fe tradicional basada en la mezcla de Jesús con el Cristo paulino. La idea de un Jesús totalmente judío, propio del siglo I, con casi ninguna idea de un mesías celestial, no casa bien con esa fe. El encuadramiento sociológico, religioso y político (íntimamente unidos) que conducen a la idea de que el reino de Dios va unido a la idea de que el Imperio romano no puede existir en un Israel preparado para la venida de ese reino a la tierra de Israel, es demasiado tremendo para aceptarlo. Además si se afirma que Jesús pensaba exactamente eso.
Lo que llama Dunn pensamiento “postmodernista”, que se enfrenta radicalmente al método histórico, amenaza ciertamente con dar al traste con todo lo que hasta ahora parecía un buen camino hacia el Jesús de la historia.
Pero el postmodernismo no nace espontáneamente, sino que hunde sus raíces en diversos movimientos filosóficos de la época. El primero es la negación absoluta de la verdad cartesiana que afirma “que el yo como sujeto consciente de mi propio ser –que es análogo a lo de fuera de mí– puedo definir y describir con objetividad lo que percibo”. Es decir, los objetos de fuera existen, con una existencia objetiva fuera de mí, y yo los percibo tal cual son. Tengo de ellos un conocimiento objetivo. Trasladado al Jesús histórico sería: “El Jesús de la historia, del siglo I israelita es un entidad que existe fuera de mí, en la memoria del pasado. Y si yo lo observo adecuadamente, puedo rescatarlo y percibirlo en toda su realidad, y además casi exactamente.
Sin embargo, con el postmodernismo, la afirmación sería muy distinta: “No puedo observar un objeto de la realidad exterior simple y llanamente, y menos del pasado, porque yo, el observador, al observarlo lo cambio de modo radical en su entidad. Lo percibo de un modo diferente a lo que es”.
La filosofía existencialista ayuda mucho a sentir que el observador cambio lo observado; que lo importante es el sujeto que observa y no la realidad de los observado. El problema de esta nueva realidad es que la ciencia física parece estar de acuerdo con ella. Ya no nos sirve la mecánica celeste que surge de las leyes o principios matemáticos del universo, tal como las señaló Newton. Ahora reina en la física la teoría de la relatividad einsteniana: el espacio y el tiempo no existen en realidad, sino que dependen de la posición del observador y se crean con la percepción. O el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg, el cual afirma que ciertamente el observador es incapaz de observar objetivamente la posición y el movimiento de una partícula.
A esto se añade la mecánica cuántica, cuyos principios fueron formulados ya por Max Planck al principio del siglo XX, que adquieren también gran vigencia en el postmodernismo, ya que en el mundo de lo infinitamente pequeño rigen unas leyes que se parecen más al azar (aunque no lo sean) que otra cosa, y que incluso puede darse la interacción de dos partículas distantes o –al menos la apariencia– que una partícula está en dos sitios a la vez. Además, observarlo con exactitud es casi imposible.
Toda esta atmósfera de pensamiento es aprovechado por el postmodernismo para afirmar “la relatividad de las cosas y de los procesos”. Esto lleva en la historia a abandonar la idea de que puede haber un conocimiento objetivo del pasado, que lo corrompemos al observarlo, que nunca lo alcanzaremos tal cual es. Ello significa que a través de los textos antiguos no podemos acercarnos a ninguna realidad objetiva; en primer lugar porque los observadores antiguos no podían ser ellos mismos objetivos; y en segundo lugar, porque nosotros mismos no podremos nunca alcanzar una realidad objetiva a través de los textos históricos que nos describen lo que ellos creen que pasó.
Y la consecuencia respecto al Jesús de la historia es clara: Este Jesús es inalcanzable objetivamente. Lo que importa no es el objeto en sí (en esta caso el Jesús del siglo I en Israel), sino como yo lo percibo. Por tanto, despreocupémonos de los estudios históricos y atengámonos a nuestras percepciones de Jesús. Y estas percepciones nos las proporciona la fe, no la historia.
Todo queda claro: abrazo la fe y me quedo tranquilo. Además, este pensamiento postmodernista me dice que la intención del autor del texto, lo que pensó al escribirlo y la finalidad a lo que lo destinó, tampoco es importante. El texto, una vez escrito, es autónomo, independiente del autor. Lo que importa es lo que el texto me dice a mí, lector, en el acto de la lectura… El significado primordial o no importa o no puedo percibirlo. Lo que importa es “qué significa ese texto para mí”. Yo como lector, le otorgo el significado.
Me imagino que caerán en la cuenta de las terribles consecuencias que tienen estas ideas para la crítica de los Evangelios, que intenta alcanzar: A) Una verdad objetiva; B) Que afirma que el texto antiguo no depende de mis coordenadas mentales del siglo XX o XXI; C) Que yo como lector no dictamino en último término qué significa el texto para mí; D) Que lo que debo hacer es entenderlo tal como lo entendía el primer lector que leyó ese texto en el siglo I, sin añadirle nada subjetivo y personal.
Son, pues, dos mundos distintos. Se acabó toda objetividad… aparte de que ya no se puede formar grupo religioso alguno basado en una interpretación similar de Jesús para todos los miembros del grupo… Porque… si lo que importa soy yo como lector… y yo soy un individuo único, necesariamente me construiré un Jesús a mi medida, y guiado por mis ideas y sentimientos, que los aplicaré, sin duda, a la lectura del texto. En consecuencia ese Jesús será para mí solo y no puedo compartirlo.
¿Hay salida a estos argumentos?
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
NOTA:
Ahí va un enlace a una entrevista en You Tube sobre el fin del mundo:
https://youtu.be/ZbXhbFivbDg : Sobre el fin del mundo” Canal “Dulcinea despierta”, Argentina / Colombia