Notas

Un obispo iconoclasta en Occidente (II)

Redactado por Antonio Piñero el Miércoles, 22 de Febrero 2012 a las 07:26

Hoy escribe Fernando Bermejo

¿Cuáles fueron los argumentos iconoclastas del obispo español Claudio de Turín en el s. IX, las razones esgrimidas para sus comportamientos estauroclastas tan contrarios a la tradición?

En efecto, el obispo hispánico no se contentó con destruir las imágenes. Convencido de tener razón y de defender la ortodoxia, se dedicó a explicar y justificar por escrito su actitud. Su argumentación iconoclasta se contiene en particular en su Apologeticum, aunque de este se conservan únicamente los extractos que sus detractores han citado. Estos catorce extractos que los censores han transmitido a la posteridad es de donde podemos extraer, mal que bien, su doctrina.

El primer argumento era previsible, pues constituye el arma empleada más a menudo en la panoplia iconoclasta: se trata del segundo artículo del Decálogo, la prohibición de representar y adorar las criaturas celestes, terrestres o acuáticas (Ex 20, 4-5), el fundamento de un aniconismo hebreo que, como han mostrado entre otros los descubrimientos de Dura Europos, se relajó un tanto en los primeros siglos de nuestra era y no volvió a ser observado estrictamente hasta los ss. V o VI.

A nivel teológico se le respondió con la ocurrencia de que la representación de Dios era imposible antes de la encarnación del Hijo, pues Dios es por naturaleza incomprensible (aperíleptos), no susceptible de ser circunscrito (aperígraptos), infinito (ápeiros) e irrepresentable (askhemátistos), pero que con la encarnación la cosa cambia. De este modo, los iconófilos, en un alarde de creatividad, podían relativizar el aniconismo judío subrayando su carácter específico y circunstancial.

El segundo argumento desvela mejor todavía las convicciones del obispo de Turín. Los iconódulos, incluso cuando no creen que haya algo divino en las imágenes y se contentan con venerarlas para honrar a aquel al que representan, en la medida en que fabrican y veneran imágenes de Dios o de los santos, imitan ellos también a los paganos y reemplazan una idolatría por otra. El hombre, decía Claudio (citando un escrito de Cipriano dirigido a un pagano) ha sido llamado por dios para volverse hacia el cielo, y el culto que da a las imágenes lo abaja hacia la tierra.

Entre los argumentos de Claudio se hallaba también la idea de la absoluta trascendencia divina, y el peligro de idolatría en todo culto prestado a lo que no es Dios. Y continuaba: “Si adoramos la cruz porque Cristo padeció en ella, adoremos a las doncellas, porque de una virgen nació Cristo. Adoremos los pesebres, porque fue reclinado en un pesebre. Adoremos los paños viejos, porque después de muerto en un paño viejo fue envuelto. Adoremos las barcas, porque navegó con frecuencia en ellas y desde una enseñó a las turbas y en una de ellas durmió. Adoremos a los asnos, porque en un asno entró en Jerusalén…”.

Estas “raras ilaciones que de la adoración de la cruz saca el iconoclasta” (Menéndez Pelayo dixit) continúan así: “Dios mandó que llevásemos la cruz, no que la adorásemos. Y precisamente la adoran los que ni espiritual ni corporalmente quieren llevarla […] Adoremos las piedras, porque Cristo, después del descendimiento, fue enterrado en un sepulcro de piedra. Adoremos las espinas y las zarzas, porque el Salvador llevó corona de espinas. Adoremos las cañas, porque en la mano de Jesús pusieron los soldados un cetro de caña. Adoremos las lanzas, porque una lanza hirió el costado del señor”.

Remito a los lectores interesados en Claudio a la minuciosa obra de Pierre Boulhol, Claude de Turin. Un évêque iconoclaste dans l’Occident Carolingien, Institut d’Études Augustiniennes, Paris, 2002.

Quede constancia, con estas referencias a Claudio, de las distintas sensibilidades cristianas en aquellos siglos que probablemente no fueron ni más ni menos oscuros que los nuestros, que los de siempre.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 22 de Febrero 2012
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