Hoy escribe Antonio Piñero
Aunque estoy de acuerdo con Domingo Muñoz en diversos rasgos con los que él -en su comentario a las Cartas de Juan que estamos reseñando- caracteriza el ambiente teológico de estos textos (una comunidad que cree en Jesús Hijo de Dios, que se esfuerza en vivir el mandamiento de la caridad fraterna; una comunidad, tardía que vive de la Palabra y del sacramento, un grupo que proclama la verdad de cómo es Jesús a base del IV Evangelio y que cree en la revelación que transite el Jesús de este escrito…, etc.), no veo nada claro algunas cuestiones básicas de autoría y ambiente vital de las Cartas.
Domingo Muñoz defiende en su introducción que el Discípulo Amado es –al menos en sustancia- el autor del Cuarto Evangelio y de las Cartas:
“En Jn 21, 24 se atribuye la autoría del Cuarto Evangelio al Discípulo amado… (Este personaje anónimo) ha tenido y, a nuestro parecer sigue teniendo, como mejor identificación al apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. Naturalmente, la tradición se ha querido referir también a este apóstol con el título “Cartas de san Juan” o “apocalipsis de san Juan”, cuyo nombre aparece varias veces en este escrito” P. 18).
Luego precisa D. Muñoz:
“Incluso en la hipótesis de que Juan el apóstol hubiese sido martirizado antes de que la colonia johánica emigrase a Éfeso (se sobrentiende que desde Samaría) y de que el supuesto Juan el presbítero hubiese sido quien llevó a cabo la redacción del Evangelio y de las Cartas, la autoría de estas obras pudo atribuirse al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, por haber sido garante, mentor y testigo apostólico en la comunidad johánica de Palestina” (p. 18).
En primer lugar, el autor confirma que no parece estar seguro de que el Apocalipsis sea del mismo autor que el del Evangelio y las Cartas, aunque pertenezca a la “Escuela johánica”. Algo es algo. Ya hemos criticado este extremo.
En segundo: esta afirmación de D. Muñoz hoy día acerca del Discípulo Amado = Juan,. hijo de Zebedeo, me parece ignorar en la práctica, de facto, todo el trabajo de la crítica desde el siglo XIX por lo menos. Esta posición debe argumentarse muy sólidamente, pues va contra el consenso. Es cierto que en otro tiempo Muñoz ha escrito al menos dos artículos largos en los que defiende con amplitud esta hipótesis (citados en la Bibliografía: “¿Es el Apóstol Juan el Discípulo amado? Razones en pro y en contra del carácter apostólico de la tradición johánica?”: Estudios Bíblicos 45 (1987) 403-492 y “Juan el Presbítero y el Discípulo amado. Consideraciones críticas sobre la opinión de M. Hengel en su libro “La cuestión johánica”: Estudios Bíblicos 48 (1990) 543-563). Pero los lectores del libro que comentamos no tienen normalmente acceso a estos artículos, por lo que al menos debería de haber ofrecido los argumentos más importantes, ya q se trata de un Comentario a las Cartas y tenía espacio de sobra.
En tercero: defender que el “garante” de la tradición johánica es un discípulo directo de Jesús me parece inverosímil por el carácter de su obra:
• Como mínimo, el Cuarto Evangelio corrige radicalmente la tradición sinóptica (si es que no conoce, al menos, el Evangelio de Lucas, lo que es probable y defienden muchos investigadores). Por tanto, sostener que un testigo visual de lo que dijo Jesús de Nazaret en el Cuarto Evangelio es históricamente cierto, supone negar implícitamente toda la historicidad a los Sinópticos, puesto que los dos “Jesuses” presentados por una y otra tradición (Cuarto Evangelio / Tradición sinóptica) son sencillamente incompatibles.
• La teología del Jesús del Cuarto Evangelio se explica mucho mejor como culminación del proceso de comprensión o reinterpretación de Jesús en el Nuevo Testamento que como un inicio. En concreto su cristología de la preexistencia y su idea de Jesús como el Verbo eterno encarnado encaja mejor al final del proceso cristológico del Nuevo Testamento que al comienzo. Y si el garante fuera un apóstol, aunque longevo, habría que postular la creación de una doctrina sobre Jesús bastante pronto y por parte de alguien que convivió con Jesús.
Parece del todo inverosímil que alguien que conviviera con el Jesús que pintan los Sinópticos creyera que en el fondo el Jesús que estaba a su lado era el Verbo eterno. No podría ser judío si lo hubiese pensado así.
Y si el Jesús dibujado podría encajar, aunque malamente en un cierto ambiente esenio por su marcado dualismo, ético y teológico, un Jesús protognóstico, tal como aparece en los discursos del Cuarto Evangelio, es altamente inverosímil en los primeros años del siglo I en Israel.
En fin, no creo que a estas alturas del desarrollo de la investigación sobre el Nuevo Testamento, que empezó en serio en 1768, sea necesario gastar mucha tinta para sostener que los presupuestos analizados de este Comentario de Domingo Muñoz son al menos altamente improbables. El lector que lo deseo puede, además, leer sobre la posibilidad de que el Discípulo amado fuera una entidad simbólica o ideal (quizás una figura de un maestro con ribetes gnósticos o protognósticos, pero idealizado) en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, pp. 395-398.
Finalmente y en síntesis, como escribía en las postal anterior, el análisis sincrónico y la compresión teológica del texto de las Cartas tal como se nos ha transmitido es bueno en este Comentario. El lector que desee pasar por alto las cuestiones de autoría y marco ideológico vital puede concentrarse en las ideas en sí de las tres Cartas y obtener provecho de una comprensión más completa del mensaje que quisieron transmitir sus autores que, por lo demás, no es muy complicado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Aunque estoy de acuerdo con Domingo Muñoz en diversos rasgos con los que él -en su comentario a las Cartas de Juan que estamos reseñando- caracteriza el ambiente teológico de estos textos (una comunidad que cree en Jesús Hijo de Dios, que se esfuerza en vivir el mandamiento de la caridad fraterna; una comunidad, tardía que vive de la Palabra y del sacramento, un grupo que proclama la verdad de cómo es Jesús a base del IV Evangelio y que cree en la revelación que transite el Jesús de este escrito…, etc.), no veo nada claro algunas cuestiones básicas de autoría y ambiente vital de las Cartas.
Domingo Muñoz defiende en su introducción que el Discípulo Amado es –al menos en sustancia- el autor del Cuarto Evangelio y de las Cartas:
“En Jn 21, 24 se atribuye la autoría del Cuarto Evangelio al Discípulo amado… (Este personaje anónimo) ha tenido y, a nuestro parecer sigue teniendo, como mejor identificación al apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. Naturalmente, la tradición se ha querido referir también a este apóstol con el título “Cartas de san Juan” o “apocalipsis de san Juan”, cuyo nombre aparece varias veces en este escrito” P. 18).
Luego precisa D. Muñoz:
“Incluso en la hipótesis de que Juan el apóstol hubiese sido martirizado antes de que la colonia johánica emigrase a Éfeso (se sobrentiende que desde Samaría) y de que el supuesto Juan el presbítero hubiese sido quien llevó a cabo la redacción del Evangelio y de las Cartas, la autoría de estas obras pudo atribuirse al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, por haber sido garante, mentor y testigo apostólico en la comunidad johánica de Palestina” (p. 18).
En primer lugar, el autor confirma que no parece estar seguro de que el Apocalipsis sea del mismo autor que el del Evangelio y las Cartas, aunque pertenezca a la “Escuela johánica”. Algo es algo. Ya hemos criticado este extremo.
En segundo: esta afirmación de D. Muñoz hoy día acerca del Discípulo Amado = Juan,. hijo de Zebedeo, me parece ignorar en la práctica, de facto, todo el trabajo de la crítica desde el siglo XIX por lo menos. Esta posición debe argumentarse muy sólidamente, pues va contra el consenso. Es cierto que en otro tiempo Muñoz ha escrito al menos dos artículos largos en los que defiende con amplitud esta hipótesis (citados en la Bibliografía: “¿Es el Apóstol Juan el Discípulo amado? Razones en pro y en contra del carácter apostólico de la tradición johánica?”: Estudios Bíblicos 45 (1987) 403-492 y “Juan el Presbítero y el Discípulo amado. Consideraciones críticas sobre la opinión de M. Hengel en su libro “La cuestión johánica”: Estudios Bíblicos 48 (1990) 543-563). Pero los lectores del libro que comentamos no tienen normalmente acceso a estos artículos, por lo que al menos debería de haber ofrecido los argumentos más importantes, ya q se trata de un Comentario a las Cartas y tenía espacio de sobra.
En tercero: defender que el “garante” de la tradición johánica es un discípulo directo de Jesús me parece inverosímil por el carácter de su obra:
• Como mínimo, el Cuarto Evangelio corrige radicalmente la tradición sinóptica (si es que no conoce, al menos, el Evangelio de Lucas, lo que es probable y defienden muchos investigadores). Por tanto, sostener que un testigo visual de lo que dijo Jesús de Nazaret en el Cuarto Evangelio es históricamente cierto, supone negar implícitamente toda la historicidad a los Sinópticos, puesto que los dos “Jesuses” presentados por una y otra tradición (Cuarto Evangelio / Tradición sinóptica) son sencillamente incompatibles.
• La teología del Jesús del Cuarto Evangelio se explica mucho mejor como culminación del proceso de comprensión o reinterpretación de Jesús en el Nuevo Testamento que como un inicio. En concreto su cristología de la preexistencia y su idea de Jesús como el Verbo eterno encarnado encaja mejor al final del proceso cristológico del Nuevo Testamento que al comienzo. Y si el garante fuera un apóstol, aunque longevo, habría que postular la creación de una doctrina sobre Jesús bastante pronto y por parte de alguien que convivió con Jesús.
Parece del todo inverosímil que alguien que conviviera con el Jesús que pintan los Sinópticos creyera que en el fondo el Jesús que estaba a su lado era el Verbo eterno. No podría ser judío si lo hubiese pensado así.
Y si el Jesús dibujado podría encajar, aunque malamente en un cierto ambiente esenio por su marcado dualismo, ético y teológico, un Jesús protognóstico, tal como aparece en los discursos del Cuarto Evangelio, es altamente inverosímil en los primeros años del siglo I en Israel.
En fin, no creo que a estas alturas del desarrollo de la investigación sobre el Nuevo Testamento, que empezó en serio en 1768, sea necesario gastar mucha tinta para sostener que los presupuestos analizados de este Comentario de Domingo Muñoz son al menos altamente improbables. El lector que lo deseo puede, además, leer sobre la posibilidad de que el Discípulo amado fuera una entidad simbólica o ideal (quizás una figura de un maestro con ribetes gnósticos o protognósticos, pero idealizado) en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, pp. 395-398.
Finalmente y en síntesis, como escribía en las postal anterior, el análisis sincrónico y la compresión teológica del texto de las Cartas tal como se nos ha transmitido es bueno en este Comentario. El lector que desee pasar por alto las cuestiones de autoría y marco ideológico vital puede concentrarse en las ideas en sí de las tres Cartas y obtener provecho de una comprensión más completa del mensaje que quisieron transmitir sus autores que, por lo demás, no es muy complicado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com