Hoy escribe Antonio Piñero
Creo que puede ser conveniente que explicitemos nuestra posición acerca del denominado “secreto mesiánico” porque es fundamental- creo- para entender la cuestión del mesianismo de Jesús en cuanto “Hijo de David”. Aceptar que Jesús admitió este título no significa que él no introdujera algunas matizaciones en él. Pero ninguna que destrozara su esencia ni que hubiese de ser explicada a la gentes y que por lo tanto fuera propia de él sólo y no del judaísmo de su época.
El examen pausado y crítico del Evangelio marcano -el más antiguo cronológicamente de los cuatro, compuesto en su versión actual después del año 70, entre el 70-75- dentro del contexto en el que se escribió, intentando precisar su pensamiento, no entendiéndolo simple y llanamente como un lector sólo del siglo XXI que ignora normalmente cómo era el judaísmo de ese momento de Jesús y su época, lleva a la conclusión razonada de que bajo éste se trasluce el verdadero carácter de Jesús, que podría resultar ser mesiánico en sentido tradicional judío según el testimonio fidedigno de sus discípulos como veremos.
Atención especial merece la que la crítica ha señalado como la perícopa central de todo el Evangelio de Marcos, a saber aquella en la que Pedro afirma categóricamente que “Jesús es el mesías”: Mc 8,27-33. He aquí el texto:
“27 Salió Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28 Ellos respondieron: Juan Bautista; y otros, Elías; y otros: Alguno de los profetas. 29 Entonces él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y respondiendo Pedro, le dice: ¡Tú eres el Cristo! 30 Y les mandó que no hablasen esto de él a ninguno. 31 Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del hombre padeciese mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar después de tres días. 32 Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro le tomó, y le comenzó a reprender. 33 Y él, volviéndose y mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciendo: Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres”.
Esta sección presenta como auténtica la figura de un Jesús que no critica en principio esta afirmación de que él es el mesías esperado, sino que sólo hace precisiones al respecto. Así que –repito- Jesús parece aceptar que él es el mesías. Lo importante, según Marcos, es el cómo.
En primer lugar, Jesús conmina a su discípulo preferido, Pedro, a que a nadie diga que él es el mesías. Luego le asegura con solemnidad que él, Jesús, conoce y acepta de antemano con detalle y suficientes precisiones su futura pasión, muerte y resurrección. A renglón seguido, ante la protesta de un Pedro muy sorprendido, lo reprende reciamente designándolo como “Satanás” por no haber comprendido esta doble realidad: la obligatoriedad del silencio sobre su mesianismo, y el designio divino que indica la necesidad de su pasión, muerte y resurrección de entre los muertos.
Esta perícopa, y otras en las que aparece Jesús ocultando su identidad mesiánica, son conocidas como exponentes del denominado “secreto mesiánico”: la identidad de Jesús como agente de la divinidad debe mantenerse oculta y no se conocerá hasta después de su exaltación a los cielos. Los evangelios de Lucas y Mateo, que siguen en esto al de Marcos, repiten la misma idea, que resulta ser de importancia cardinal: Jesús es en verdad el mesías, pero en un sentido radicalmente nuevo…, lo que provoca la sorpresa y la indignación entre sus mismos discípulos.
Téngase en cuenta que este secreto mesiánico es sólo la mitad del contenido teológico de lo que significaba en realidad ser el Hijo del Hombre sufriente y triunfante. En otros pasajes del Evangelio (el más claro es Mc 14,61-52:
“61 Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? 62 Y Jesús le dijo: YO SOY; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la Potencia de Dios , y viniendo en las nubes del cielo”
y Mt 25,31-32
“31 Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. 32 Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos”) la figura del Hijo del Hombre tiene como otra característica principal que será exaltado por Dios al “cargo” de Juez futuro universal
La necesidad absoluta de que el mesianismo de Jesús sea así entendido, y no de otro modo, es el eje y la cuestión clave del Evangelio de Marcos.
El evangelista sostiene que la mesianidad de Jesús fue en realidad tal como él la dibuja en su escrito, e intenta probar repetidas veces que Jesús previó y anunció su muerte: hubo de aceptarla como un designio divino ab eterno. Según Mc 10,45 (“Porque el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, mas para servir, y dar su vida en rescate por muchos”), esta muerte es vicaria, sustitutoria de toda la humanidad y expiatoria de los pecados de todos los seres humanos: Jesús muere en vez de ellos, quienes son así literalmente liberados por este sacrificio expiatorio de una situación irremediable de pecado o enemistad con Dios.
Ahora bien, una crítica del conjunto del evangelio de Marcos intuye con casi absoluta evidencia que el “secreto mesiánico” es un mero artificio literario, un artilugio inventado teológicamente por el autor con un doble objetivo:
• Primero, explicar la incomprensión general, incluida la de sus discípulos más íntimos, de la verdadera naturaleza de la misión de Jesús, misión divina, lo que justifica su imprevista e infamante muerte en cruz (nadie la entendió en vida, porque si la hubieran entendido no se habrían atrevido a crucificarlo) y,
• Segundo, exonerar a la fe judeocristiana postpascual acerca del mesianismo de Jesús de su insólita novedad tanto dentro del pensamiento judío como particularmente en la propia experiencia personal de los discípulos que habían convivido con el Nazareno tanto tiempo. Es decir, afirmar que el nuevo mesianismo sufriente-triunfante, aunque insólito dentro del pensamiento judío de la época, era así, y no de otra manera. Y que los que habían convivido tanto tiempo con Jesús, aunque al principio no comprendieron, finalmente, iluminados por el Espíritu Santo después de la resurrección de Jesús, sí entendieron.
A partir del “secreto mesiánico” y con la utilización de elementos de la apocalíptica judía, gracias a cambios tanto sutiles como gruesos, Marcos muestra a Jesús como exponente de un insólito mesianismo, muy novedoso dentro del pensamiento judío, sufriente-triunfante.
Se trata de un mesías de final aparentemente catastrófico, moldeado por los ya cristianos (el judaísmo nunca lo interpretó de este modo) sobre la figura del “siervo de Yahvé” del Deuteroisaías, en especial 52,13-53,12, y con rasgos que se asemejan extraordinariamente a la concepción paulina de un Jesús visto como un Cristo celeste, noción explicitada en las Cartas auténticas del Apóstol, compuestas unos 20 0 25 años antes del propio Evangelio.
Concluimos el próximo día ofreciendo consideraciones que pueden probar estos asertos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
¿Engañó Jesús a sus seguidores en la entrada a Jerusalén? Qué significaba ser “Hijo de David” en tiempos de Jesús (IV) Comentario a la síntesis de Pérez Fernández (139-16)
Creo que puede ser conveniente que explicitemos nuestra posición acerca del denominado “secreto mesiánico” porque es fundamental- creo- para entender la cuestión del mesianismo de Jesús en cuanto “Hijo de David”. Aceptar que Jesús admitió este título no significa que él no introdujera algunas matizaciones en él. Pero ninguna que destrozara su esencia ni que hubiese de ser explicada a la gentes y que por lo tanto fuera propia de él sólo y no del judaísmo de su época.
El examen pausado y crítico del Evangelio marcano -el más antiguo cronológicamente de los cuatro, compuesto en su versión actual después del año 70, entre el 70-75- dentro del contexto en el que se escribió, intentando precisar su pensamiento, no entendiéndolo simple y llanamente como un lector sólo del siglo XXI que ignora normalmente cómo era el judaísmo de ese momento de Jesús y su época, lleva a la conclusión razonada de que bajo éste se trasluce el verdadero carácter de Jesús, que podría resultar ser mesiánico en sentido tradicional judío según el testimonio fidedigno de sus discípulos como veremos.
Atención especial merece la que la crítica ha señalado como la perícopa central de todo el Evangelio de Marcos, a saber aquella en la que Pedro afirma categóricamente que “Jesús es el mesías”: Mc 8,27-33. He aquí el texto:
“27 Salió Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28 Ellos respondieron: Juan Bautista; y otros, Elías; y otros: Alguno de los profetas. 29 Entonces él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y respondiendo Pedro, le dice: ¡Tú eres el Cristo! 30 Y les mandó que no hablasen esto de él a ninguno. 31 Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del hombre padeciese mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar después de tres días. 32 Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro le tomó, y le comenzó a reprender. 33 Y él, volviéndose y mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciendo: Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres”.
Esta sección presenta como auténtica la figura de un Jesús que no critica en principio esta afirmación de que él es el mesías esperado, sino que sólo hace precisiones al respecto. Así que –repito- Jesús parece aceptar que él es el mesías. Lo importante, según Marcos, es el cómo.
En primer lugar, Jesús conmina a su discípulo preferido, Pedro, a que a nadie diga que él es el mesías. Luego le asegura con solemnidad que él, Jesús, conoce y acepta de antemano con detalle y suficientes precisiones su futura pasión, muerte y resurrección. A renglón seguido, ante la protesta de un Pedro muy sorprendido, lo reprende reciamente designándolo como “Satanás” por no haber comprendido esta doble realidad: la obligatoriedad del silencio sobre su mesianismo, y el designio divino que indica la necesidad de su pasión, muerte y resurrección de entre los muertos.
Esta perícopa, y otras en las que aparece Jesús ocultando su identidad mesiánica, son conocidas como exponentes del denominado “secreto mesiánico”: la identidad de Jesús como agente de la divinidad debe mantenerse oculta y no se conocerá hasta después de su exaltación a los cielos. Los evangelios de Lucas y Mateo, que siguen en esto al de Marcos, repiten la misma idea, que resulta ser de importancia cardinal: Jesús es en verdad el mesías, pero en un sentido radicalmente nuevo…, lo que provoca la sorpresa y la indignación entre sus mismos discípulos.
Téngase en cuenta que este secreto mesiánico es sólo la mitad del contenido teológico de lo que significaba en realidad ser el Hijo del Hombre sufriente y triunfante. En otros pasajes del Evangelio (el más claro es Mc 14,61-52:
“61 Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? 62 Y Jesús le dijo: YO SOY; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la Potencia de Dios , y viniendo en las nubes del cielo”
y Mt 25,31-32
“31 Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. 32 Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos”) la figura del Hijo del Hombre tiene como otra característica principal que será exaltado por Dios al “cargo” de Juez futuro universal
La necesidad absoluta de que el mesianismo de Jesús sea así entendido, y no de otro modo, es el eje y la cuestión clave del Evangelio de Marcos.
El evangelista sostiene que la mesianidad de Jesús fue en realidad tal como él la dibuja en su escrito, e intenta probar repetidas veces que Jesús previó y anunció su muerte: hubo de aceptarla como un designio divino ab eterno. Según Mc 10,45 (“Porque el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, mas para servir, y dar su vida en rescate por muchos”), esta muerte es vicaria, sustitutoria de toda la humanidad y expiatoria de los pecados de todos los seres humanos: Jesús muere en vez de ellos, quienes son así literalmente liberados por este sacrificio expiatorio de una situación irremediable de pecado o enemistad con Dios.
Ahora bien, una crítica del conjunto del evangelio de Marcos intuye con casi absoluta evidencia que el “secreto mesiánico” es un mero artificio literario, un artilugio inventado teológicamente por el autor con un doble objetivo:
• Primero, explicar la incomprensión general, incluida la de sus discípulos más íntimos, de la verdadera naturaleza de la misión de Jesús, misión divina, lo que justifica su imprevista e infamante muerte en cruz (nadie la entendió en vida, porque si la hubieran entendido no se habrían atrevido a crucificarlo) y,
• Segundo, exonerar a la fe judeocristiana postpascual acerca del mesianismo de Jesús de su insólita novedad tanto dentro del pensamiento judío como particularmente en la propia experiencia personal de los discípulos que habían convivido con el Nazareno tanto tiempo. Es decir, afirmar que el nuevo mesianismo sufriente-triunfante, aunque insólito dentro del pensamiento judío de la época, era así, y no de otra manera. Y que los que habían convivido tanto tiempo con Jesús, aunque al principio no comprendieron, finalmente, iluminados por el Espíritu Santo después de la resurrección de Jesús, sí entendieron.
A partir del “secreto mesiánico” y con la utilización de elementos de la apocalíptica judía, gracias a cambios tanto sutiles como gruesos, Marcos muestra a Jesús como exponente de un insólito mesianismo, muy novedoso dentro del pensamiento judío, sufriente-triunfante.
Se trata de un mesías de final aparentemente catastrófico, moldeado por los ya cristianos (el judaísmo nunca lo interpretó de este modo) sobre la figura del “siervo de Yahvé” del Deuteroisaías, en especial 52,13-53,12, y con rasgos que se asemejan extraordinariamente a la concepción paulina de un Jesús visto como un Cristo celeste, noción explicitada en las Cartas auténticas del Apóstol, compuestas unos 20 0 25 años antes del propio Evangelio.
Concluimos el próximo día ofreciendo consideraciones que pueden probar estos asertos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
¿Engañó Jesús a sus seguidores en la entrada a Jerusalén? Qué significaba ser “Hijo de David” en tiempos de Jesús (IV) Comentario a la síntesis de Pérez Fernández (139-16)