Escribe Antonio Piñero
Pedro Apóstol afirma contra Simón Mago en defensa que el politeísmo es inexcusable
Homilías Pseudoclementinas II 45. ––Pero ten la seguridad de que no nos tendrás como socios de ese intento ni permitiremos que nos engañes. 2Pues tampoco nos aprovechará como excusa en el Juicio si decimos que tú nos engañaste, porque ni a la primera mujer le valió como excusa decir que había sido seducida neciamente por la serpiente, sino que fue condenada a muerte por haber creído neciamente. 3Por esta misma causa, Moisés recomendó al pueblo la fe en un solo Dios diciendo: «Guárdate no seas seducido (para apartarte) del Señor tu Dios». 4Mira que usa la misma palabra que usaba la primera mujer para excusarse, diciendo que había sido seducida, pero de nada le valió. 5Pero por encima de todo, aunque se levantara algún profeta verdadero, que hiciera signos y prodigios, pero quisiera persuadirnos para que diéramos culto a otros dioses al margen del Dios de los judíos, nunca le podríamos creer. 6Pues así nos lo ha enseñado la ley divina, recomendándonos más puramente un lenguaje secreto a partir de la tradición. 7Dijo pues: «Si se levantara un profeta o un soñador de ensueños, que hiciera signos y prodigios, que se cumplieran como signos y prodigios, 8y te dijera que vayamos y demos culto a dioses extraños que no conocéis, no escucharéis las palabras de ese profeta ni los sueños de aquel soñador, porque ciertamente os tentó para ver si amáis al Señor nuestro Dios».
Y ahora voy con el tema directo de la pregunta que puede formularse como “El paso del politeísmo al monoteísmo en Israel”. Para responder utilice ideas de una antigua reseña mía a un libro de un colega, El Prof. Julio Trebolle que lleva el título de Editorial Trotta, Madrid, 2008. Escribí lo siguiente:
Para el público que no ha parado mientes en los orígenes de la religión israelita, y que de un modo más o menos consciente tiene grabada en su mente la imagen global que ofrece los primero libros de la Biblia -con los relatos de la creación, Abrahán y los patriarcas, relatos en los que desde el principio parece un Dios único e indiscutido, que crea los cielos y la tierra… y al final al ser humano, cuyos avatares principales se dibujan hasta llegar a Moisés en pocos miles de años- tiene que resultar muy curiosa la pintura que ofrece Trebolle en el capítulo 6 de su libro: la religión de los israelitas y la figura y culto a su dios único es el producto de una evolución y de la mezcla de concepciones diversas.
Entre ellas destaca la idea en torno a la divinidad. En un principio la religión patriarcal y familiar de los clanes y familias que luego serían Israel no conocía a Yahvé. Su Dios era la divinidad cananea ’El (la misma palabra que el árabe Alá, cuyo significado es simplemente “dios”). “La presencia del elemento ’El en el nombre propio “Israel-’El” corresponde a un estadio en el que el dios de las tribus israelitas era todavía ’El y no Yahvé” (p. 266).
En Éxodo 6,2-3 se lee “2 Habló Dios a Moisés y le dijo: «Yo soy Yahvé. Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como El Sadday; pero mi nombre de Yahvé no se lo di a conocer”.
Este pasaje reconoce claramente lo que acabamos de decir y significa que la religión del dios cananeo El es fundamentalmente el sustrato profundo de la religión yahvista, pero que esta divinidad se superpone y añade sus propias características a la antigua religión base.
Según el conjunto el Éxodo 6, el nombre de esta divinidad se comunica a Moisés tan sólo en la teofanía del Sinaí. Pero luego advierte el mismo libro, en el episodio de la zarza ardiente que se le muestra Moisés, pastor de ovejas, en el monte Horeb, que la divinidad que se le muestra de modo tan asombroso es la misma antes adorada con el nombre de ‘El: “Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios (Ex 3,6)”.
Trebolle añade que Moisés conoció al dios Yahvé a través de su suegro, que era un madianita, sacerdote de ese dios.
Las primeras referencias al dios Yahvé lo sitúan en el sur de Palestina. Es el “Dios del Sinaí” (salmo 68,9), que sale de Seír (unas montañas al sur del mar Muerto habitada primero por hurritas y luego por madianitas/edomitas, por ser zona fronteriza) y avanza desde los campos de Edom (Jueces 5,4-5); que viene del Sinaí, desde Seír (Dt 33,2) o de Temán (Hab 3,3). No cabe pensar que israelitas de una época posterior localizaran a su Dios en un territorio extranjero, si ello no respondía a un recuerdo mínimamente histórico” (p. 266).
Por tanto Yahvé es un dios más antiguo que Israel. Era la divinidad de una montaña sagrada situada al sur de Palestina. Lo más probable es que Moisés (lo que de entre las leyendas puede reconstruirse como la base histórica de un personaje difuso, cuyo nombre y procedencia parecen ser egipcias, no hebreas) se convirtiera a ese dios, convenciera a un grupo fuerte de entre las gentes de su entorno y que la adoración a esa divinidad se consolidase tras el convencimiento profundo de que ella, y no El era la los había liberado de la esclavitud de Egipto.
Así pues, origen de la religión yahvista “se relaciona con un grupo de hapiru, formado básicamente por prisioneros de guerra de origen étnico muy diverso, condenados a trabajos forzosos en la región egipcia de Pi y Ramsés” (p. 277).
Esta divinidad exige pronto una adoración exclusiva: se proclama primero la más importante, y luego la única. Hay desde el principio una tendencia al monoteísmo que la Biblia liga indisolublemente al movimiento religioso político impulsado por Moisés.
“La investigación más reciente afirma que hasta el exilio en Babilonia la religión de Israel seguía siendo una religión politeísta que no se distinguía de las de su entorno. Hasta los siglos IX-VIII a.C. no existió ni la idea ni la práctica de un culto exclusivo a Yahvé, en cuyo proceso de formación a partir de esta época tuvo influjo decisivo el movimiento profético de un solo Yahvé” (p. 269).
El monoteísmo teórico, por tanto, no era propio de la religión oficial –patrocinada por el monarca y sus acólitos- en contraposición con la religión popular, politeísta y tendiente a la magia. La verdadera contraposición se dio entre un politeísmo, tanto de la monarquía como del pueblo y un grupo de gentes religiosas, entre los que destacaban los profetas, cuya figura épica es Elías, que luchaban por implantar el culto de un dios único.
La transición de la época politeísta hasta el yahvismo posterior, se dio según Trebolle, por un movimiento doble de convergencia y de diferenciación. El movimiento de convergencia se hizo asimilando con la figura de Yahvé las características de otros dioses: ‘El, Baal e incluso la divinidad femenina Asherá. Yahvé tiene en sí mismo, y mejor, las cualidades de cualquier otra deidad. De Baal en concreto Yahvé asume las características de Dios guerrero y de los fenómenos atmosféricos de los cielos.
El proceso de diferenciación de Yahvé se logró, al parecer, por un impulso interno de la religión yahvista que desde sus orígenes tendía a oponerse a cualquier otra divinidad.
Finalmente es interesante la síntesis de nuestro autor que resume en tres fases la evolución del discurso sobre la unicidad de Dios:
1. En un principio “no tendrás otros dioses más que a mí” (Ex 20 Y Dt 5), lo que manifiesta que se acepta que existen otros dioses, a los que no se debe hacer caso alguno, sin embargo.
2. “Yahvé nuestro Dios es el solo Yahvé” (Dt 6,4), donde se establece la obligación del culto a una sola divinidad.
3. Llegada a una formulación estrictamente monoteísta: “Yo, Yahvé, soy el primero y el último; fuera de mí no hay otros dioses” (Is 44,6).
Por último, Trebolle se hace eco de la teoría dentro de la historia de las religiones (propugnada por ya Jakob Burckhardt en el siglo XIX) que el cambio a una religión estrictamente monoteísta no pudo ser más que instantánea, es decir, por una imposición desde las superiores instancias religiosas. En este caso hubieron de ser las que encarnaron, a la vuelta de exilio, ya en Israel, los impulsos continuos que desde la época de Elías y del profeta Oseas se habían hecho en este sentido. Por tanto, el movimiento encabezado por Nehemías y Esdras.
Esto supone que el monoteísmo absoluto en Israel, a pesar de que la Biblia lo muestra como un fenómeno campante ya entre los antepasados de Israel, en los orígenes, es un hecho mucho más tardío de lo que se supone. Esta tesis no desconoce, ni le resta méritos a aportaciones anteriores a este movimiento monoteísta: los redactores deuteronomistas, el profeta Jeremías y las reformas religiosas y políticas de los reyes de Judá Ezequías y Josías en el siglo VII a.C.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Pedro Apóstol afirma contra Simón Mago en defensa que el politeísmo es inexcusable
Homilías Pseudoclementinas II 45. ––Pero ten la seguridad de que no nos tendrás como socios de ese intento ni permitiremos que nos engañes. 2Pues tampoco nos aprovechará como excusa en el Juicio si decimos que tú nos engañaste, porque ni a la primera mujer le valió como excusa decir que había sido seducida neciamente por la serpiente, sino que fue condenada a muerte por haber creído neciamente. 3Por esta misma causa, Moisés recomendó al pueblo la fe en un solo Dios diciendo: «Guárdate no seas seducido (para apartarte) del Señor tu Dios». 4Mira que usa la misma palabra que usaba la primera mujer para excusarse, diciendo que había sido seducida, pero de nada le valió. 5Pero por encima de todo, aunque se levantara algún profeta verdadero, que hiciera signos y prodigios, pero quisiera persuadirnos para que diéramos culto a otros dioses al margen del Dios de los judíos, nunca le podríamos creer. 6Pues así nos lo ha enseñado la ley divina, recomendándonos más puramente un lenguaje secreto a partir de la tradición. 7Dijo pues: «Si se levantara un profeta o un soñador de ensueños, que hiciera signos y prodigios, que se cumplieran como signos y prodigios, 8y te dijera que vayamos y demos culto a dioses extraños que no conocéis, no escucharéis las palabras de ese profeta ni los sueños de aquel soñador, porque ciertamente os tentó para ver si amáis al Señor nuestro Dios».
Y ahora voy con el tema directo de la pregunta que puede formularse como “El paso del politeísmo al monoteísmo en Israel”. Para responder utilice ideas de una antigua reseña mía a un libro de un colega, El Prof. Julio Trebolle que lleva el título de Editorial Trotta, Madrid, 2008. Escribí lo siguiente:
Para el público que no ha parado mientes en los orígenes de la religión israelita, y que de un modo más o menos consciente tiene grabada en su mente la imagen global que ofrece los primero libros de la Biblia -con los relatos de la creación, Abrahán y los patriarcas, relatos en los que desde el principio parece un Dios único e indiscutido, que crea los cielos y la tierra… y al final al ser humano, cuyos avatares principales se dibujan hasta llegar a Moisés en pocos miles de años- tiene que resultar muy curiosa la pintura que ofrece Trebolle en el capítulo 6 de su libro: la religión de los israelitas y la figura y culto a su dios único es el producto de una evolución y de la mezcla de concepciones diversas.
Entre ellas destaca la idea en torno a la divinidad. En un principio la religión patriarcal y familiar de los clanes y familias que luego serían Israel no conocía a Yahvé. Su Dios era la divinidad cananea ’El (la misma palabra que el árabe Alá, cuyo significado es simplemente “dios”). “La presencia del elemento ’El en el nombre propio “Israel-’El” corresponde a un estadio en el que el dios de las tribus israelitas era todavía ’El y no Yahvé” (p. 266).
En Éxodo 6,2-3 se lee “2 Habló Dios a Moisés y le dijo: «Yo soy Yahvé. Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como El Sadday; pero mi nombre de Yahvé no se lo di a conocer”.
Este pasaje reconoce claramente lo que acabamos de decir y significa que la religión del dios cananeo El es fundamentalmente el sustrato profundo de la religión yahvista, pero que esta divinidad se superpone y añade sus propias características a la antigua religión base.
Según el conjunto el Éxodo 6, el nombre de esta divinidad se comunica a Moisés tan sólo en la teofanía del Sinaí. Pero luego advierte el mismo libro, en el episodio de la zarza ardiente que se le muestra Moisés, pastor de ovejas, en el monte Horeb, que la divinidad que se le muestra de modo tan asombroso es la misma antes adorada con el nombre de ‘El: “Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios (Ex 3,6)”.
Trebolle añade que Moisés conoció al dios Yahvé a través de su suegro, que era un madianita, sacerdote de ese dios.
Las primeras referencias al dios Yahvé lo sitúan en el sur de Palestina. Es el “Dios del Sinaí” (salmo 68,9), que sale de Seír (unas montañas al sur del mar Muerto habitada primero por hurritas y luego por madianitas/edomitas, por ser zona fronteriza) y avanza desde los campos de Edom (Jueces 5,4-5); que viene del Sinaí, desde Seír (Dt 33,2) o de Temán (Hab 3,3). No cabe pensar que israelitas de una época posterior localizaran a su Dios en un territorio extranjero, si ello no respondía a un recuerdo mínimamente histórico” (p. 266).
Por tanto Yahvé es un dios más antiguo que Israel. Era la divinidad de una montaña sagrada situada al sur de Palestina. Lo más probable es que Moisés (lo que de entre las leyendas puede reconstruirse como la base histórica de un personaje difuso, cuyo nombre y procedencia parecen ser egipcias, no hebreas) se convirtiera a ese dios, convenciera a un grupo fuerte de entre las gentes de su entorno y que la adoración a esa divinidad se consolidase tras el convencimiento profundo de que ella, y no El era la los había liberado de la esclavitud de Egipto.
Así pues, origen de la religión yahvista “se relaciona con un grupo de hapiru, formado básicamente por prisioneros de guerra de origen étnico muy diverso, condenados a trabajos forzosos en la región egipcia de Pi y Ramsés” (p. 277).
Esta divinidad exige pronto una adoración exclusiva: se proclama primero la más importante, y luego la única. Hay desde el principio una tendencia al monoteísmo que la Biblia liga indisolublemente al movimiento religioso político impulsado por Moisés.
“La investigación más reciente afirma que hasta el exilio en Babilonia la religión de Israel seguía siendo una religión politeísta que no se distinguía de las de su entorno. Hasta los siglos IX-VIII a.C. no existió ni la idea ni la práctica de un culto exclusivo a Yahvé, en cuyo proceso de formación a partir de esta época tuvo influjo decisivo el movimiento profético de un solo Yahvé” (p. 269).
El monoteísmo teórico, por tanto, no era propio de la religión oficial –patrocinada por el monarca y sus acólitos- en contraposición con la religión popular, politeísta y tendiente a la magia. La verdadera contraposición se dio entre un politeísmo, tanto de la monarquía como del pueblo y un grupo de gentes religiosas, entre los que destacaban los profetas, cuya figura épica es Elías, que luchaban por implantar el culto de un dios único.
La transición de la época politeísta hasta el yahvismo posterior, se dio según Trebolle, por un movimiento doble de convergencia y de diferenciación. El movimiento de convergencia se hizo asimilando con la figura de Yahvé las características de otros dioses: ‘El, Baal e incluso la divinidad femenina Asherá. Yahvé tiene en sí mismo, y mejor, las cualidades de cualquier otra deidad. De Baal en concreto Yahvé asume las características de Dios guerrero y de los fenómenos atmosféricos de los cielos.
El proceso de diferenciación de Yahvé se logró, al parecer, por un impulso interno de la religión yahvista que desde sus orígenes tendía a oponerse a cualquier otra divinidad.
Finalmente es interesante la síntesis de nuestro autor que resume en tres fases la evolución del discurso sobre la unicidad de Dios:
1. En un principio “no tendrás otros dioses más que a mí” (Ex 20 Y Dt 5), lo que manifiesta que se acepta que existen otros dioses, a los que no se debe hacer caso alguno, sin embargo.
2. “Yahvé nuestro Dios es el solo Yahvé” (Dt 6,4), donde se establece la obligación del culto a una sola divinidad.
3. Llegada a una formulación estrictamente monoteísta: “Yo, Yahvé, soy el primero y el último; fuera de mí no hay otros dioses” (Is 44,6).
Por último, Trebolle se hace eco de la teoría dentro de la historia de las religiones (propugnada por ya Jakob Burckhardt en el siglo XIX) que el cambio a una religión estrictamente monoteísta no pudo ser más que instantánea, es decir, por una imposición desde las superiores instancias religiosas. En este caso hubieron de ser las que encarnaron, a la vuelta de exilio, ya en Israel, los impulsos continuos que desde la época de Elías y del profeta Oseas se habían hecho en este sentido. Por tanto, el movimiento encabezado por Nehemías y Esdras.
Esto supone que el monoteísmo absoluto en Israel, a pesar de que la Biblia lo muestra como un fenómeno campante ya entre los antepasados de Israel, en los orígenes, es un hecho mucho más tardío de lo que se supone. Esta tesis no desconoce, ni le resta méritos a aportaciones anteriores a este movimiento monoteísta: los redactores deuteronomistas, el profeta Jeremías y las reformas religiosas y políticas de los reyes de Judá Ezequías y Josías en el siglo VII a.C.
Saludos cordiales de Antonio Piñero