Hoy escribe Gonzalo del Cerro
El siglo XIX conoció el florecimiento de los estudios e investigaciones sobre los Hechos Apócrifos de los Apóstoles con los trabajos de C. Tischendorf, Th. Zahn, W. Wright, M. R. James, y la obra poco menos que definitiva de R. A. Lipsius y M. Bonnet. Esta atención no ha cesado en toda la extensión del siglo XX, en el que son dignos de particular mención los trabajos de C. Schmidt, H. Hemmecke, J. Flamion, R. Vouaux y otros más recientes como E. Junod, J. D. Kaestli, J. M. Prieur, A. F. J. Klijn, etc.
En ese contexto me permito incluir la edición de los dos volúmenes de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles que A. Piñero y yo mismo hemos dado a la publicidad, para cuyo proyecto de cuatro volúmenes estamos trabajando en la corrección del volumen III. Estos trabajos se han visto enriquecidos por hallazgos arqueológicos y paleográficos, que han venido a llenar algunas de las numerosas lagunas que aún quedan.
El interés de nuestro estudio sobre el uso de la Sagrada Escritura en los HchAp debe situarse en el marco de los trabajos mencionados. Porque los HchAp ocupan, como vamos viendo, una parcela importante dentro de la historia cristiana de los primeros siglos. Empiezan a surgir cuando ya han desaparecido los apóstoles y otros testigos de vista (autóptai en griego) de la vida y la predicación de Jesús, cuando todavía no se tienen ideas claras sobre la forma propia de ser cristiano, cuando los padres apologetas se afanan por defender lo razonable de las posturas cristianas frente a las doctrinas paganas y judías. La iglesia iba perfilando sus listas oficiales de libros inspirados. El primer canon de la Biblia conocido, el de Muratori, es contemporáneo de los primeros HchAp.
Pero a la vez sectas pseudos místicas pretendían imponer criterios propios en los campos de la doctrina y la práctica del evangelio. De todo podemos encontrar huellas ciertas en las páginas de los HchAp, siempre en torno a la figura de unos apóstoles, cuya actividad no había terminado con lo que nos cuentan los libros canónicos. Debo dejar claro que no trato de exponer datos ni desde la historia ni desde la fe. Me muevo con mayor comodidad partiendo de los textos.
Es decir, no pretendo defender ni la verdad histórica ni la verdad teológica, sino la verdad literaria o textual. Luego, los historiadores tienen el campo libre para sus elucubraciones y sus estudios de contextos históricos. Las mismas novelas ofrecen siempre elementos válidos para el estudio de la época y la mentalidad de sus ciudadanos. Y los HchAp son en realidad novelas, escritas muchos años después de la muerte de sus protagonistas, cuando sus figuras habían sufrido la lógica transformación del tiempo y la devoción.
Los autores de los HchAp, su imaginación y su devoción, quieren demostrar que sus héroes no se han ido del todo, que su memoria sigue viva en las comunidades cristianas. Y con un sistemático optimismo exponen la experiencia de la salvación frente al orgullo pagano. Entre los variados objetivos que los autores señalan a la composición de los HchAp, podemos quizás añadir este tan sencillo como elemental: el consuelo oportuno para mantener viva la esperanza.
En todo caso podría ser éste uno de los posibles aspectos que se encierran en ese otro más amplio y genérico de instruir y edificar al sencillo pueblo cristiano. En varias ocasiones los textos delatan esa intención. Virginia Burrus, en el artículo ya citado (Semeia 38, 106) defiende la tesis de que los cuentos populares actúan como catarsis o “wish fulfilment”, y permiten expresar emociones reprimidas y escapar de la triste realidad a una fantasía más placentera. Puede verse en este sentido el artículo de F. Morard, “Souffrance et Martyre dans les Actes Apocryphes des Aportes” en el citado volumen de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, 95-108.
Uno de los elementos característicos de los HchAp es el martirio glorioso de sus héroes. De ahí que muchos fragmentos de los martirios hayan pasado al elenco de los textos litúrgicos de la iglesia. El martirio del apóstol correspondiente aparece tratado como una apoteosis. Es un elemento prácticamente ausente de los Hechos de lo Apóstoles canónicos. Es la expresión del triunfo definitivo del bien sobre el mal, del poder de Dios sobre la presuntuosa debilidad humana, de la virtud de los apóstoles sobre la maldad de los hombres, del mártir sobre el perseguidor.
Siguiendo el sistema de anillos concéntricos que se van estrechando, nos aproximaremos poco a poco al tema central de nuestro estudio, la presencia de la Biblia en los textos de los HchAp. Y es que los cinco grandes HchAp ofrecen campos inmensos y muy variados. Muchos han sido ya tratados por mentes preclaras. Otros son objeto de encendidas controversias. Algún aspecto queda todavía sin roturar. Y siempre quedan rincones ocultos en los que cualquier estudioso dispone de elementos suficientes capaces para atraer su afición y su trabajo.
Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
El siglo XIX conoció el florecimiento de los estudios e investigaciones sobre los Hechos Apócrifos de los Apóstoles con los trabajos de C. Tischendorf, Th. Zahn, W. Wright, M. R. James, y la obra poco menos que definitiva de R. A. Lipsius y M. Bonnet. Esta atención no ha cesado en toda la extensión del siglo XX, en el que son dignos de particular mención los trabajos de C. Schmidt, H. Hemmecke, J. Flamion, R. Vouaux y otros más recientes como E. Junod, J. D. Kaestli, J. M. Prieur, A. F. J. Klijn, etc.
En ese contexto me permito incluir la edición de los dos volúmenes de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles que A. Piñero y yo mismo hemos dado a la publicidad, para cuyo proyecto de cuatro volúmenes estamos trabajando en la corrección del volumen III. Estos trabajos se han visto enriquecidos por hallazgos arqueológicos y paleográficos, que han venido a llenar algunas de las numerosas lagunas que aún quedan.
El interés de nuestro estudio sobre el uso de la Sagrada Escritura en los HchAp debe situarse en el marco de los trabajos mencionados. Porque los HchAp ocupan, como vamos viendo, una parcela importante dentro de la historia cristiana de los primeros siglos. Empiezan a surgir cuando ya han desaparecido los apóstoles y otros testigos de vista (autóptai en griego) de la vida y la predicación de Jesús, cuando todavía no se tienen ideas claras sobre la forma propia de ser cristiano, cuando los padres apologetas se afanan por defender lo razonable de las posturas cristianas frente a las doctrinas paganas y judías. La iglesia iba perfilando sus listas oficiales de libros inspirados. El primer canon de la Biblia conocido, el de Muratori, es contemporáneo de los primeros HchAp.
Pero a la vez sectas pseudos místicas pretendían imponer criterios propios en los campos de la doctrina y la práctica del evangelio. De todo podemos encontrar huellas ciertas en las páginas de los HchAp, siempre en torno a la figura de unos apóstoles, cuya actividad no había terminado con lo que nos cuentan los libros canónicos. Debo dejar claro que no trato de exponer datos ni desde la historia ni desde la fe. Me muevo con mayor comodidad partiendo de los textos.
Es decir, no pretendo defender ni la verdad histórica ni la verdad teológica, sino la verdad literaria o textual. Luego, los historiadores tienen el campo libre para sus elucubraciones y sus estudios de contextos históricos. Las mismas novelas ofrecen siempre elementos válidos para el estudio de la época y la mentalidad de sus ciudadanos. Y los HchAp son en realidad novelas, escritas muchos años después de la muerte de sus protagonistas, cuando sus figuras habían sufrido la lógica transformación del tiempo y la devoción.
Los autores de los HchAp, su imaginación y su devoción, quieren demostrar que sus héroes no se han ido del todo, que su memoria sigue viva en las comunidades cristianas. Y con un sistemático optimismo exponen la experiencia de la salvación frente al orgullo pagano. Entre los variados objetivos que los autores señalan a la composición de los HchAp, podemos quizás añadir este tan sencillo como elemental: el consuelo oportuno para mantener viva la esperanza.
En todo caso podría ser éste uno de los posibles aspectos que se encierran en ese otro más amplio y genérico de instruir y edificar al sencillo pueblo cristiano. En varias ocasiones los textos delatan esa intención. Virginia Burrus, en el artículo ya citado (Semeia 38, 106) defiende la tesis de que los cuentos populares actúan como catarsis o “wish fulfilment”, y permiten expresar emociones reprimidas y escapar de la triste realidad a una fantasía más placentera. Puede verse en este sentido el artículo de F. Morard, “Souffrance et Martyre dans les Actes Apocryphes des Aportes” en el citado volumen de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, 95-108.
Uno de los elementos característicos de los HchAp es el martirio glorioso de sus héroes. De ahí que muchos fragmentos de los martirios hayan pasado al elenco de los textos litúrgicos de la iglesia. El martirio del apóstol correspondiente aparece tratado como una apoteosis. Es un elemento prácticamente ausente de los Hechos de lo Apóstoles canónicos. Es la expresión del triunfo definitivo del bien sobre el mal, del poder de Dios sobre la presuntuosa debilidad humana, de la virtud de los apóstoles sobre la maldad de los hombres, del mártir sobre el perseguidor.
Siguiendo el sistema de anillos concéntricos que se van estrechando, nos aproximaremos poco a poco al tema central de nuestro estudio, la presencia de la Biblia en los textos de los HchAp. Y es que los cinco grandes HchAp ofrecen campos inmensos y muy variados. Muchos han sido ya tratados por mentes preclaras. Otros son objeto de encendidas controversias. Algún aspecto queda todavía sin roturar. Y siempre quedan rincones ocultos en los que cualquier estudioso dispone de elementos suficientes capaces para atraer su afición y su trabajo.
Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro