Escribe Antonio Piñero
Si los lectores vuelven la vista atrás y recuerdan los treinta y tantos puntos/pasajes de los Evangelios que enumeramos al principio de esta serie y que forman un conjunto/patrón recurrente, observarán –como apunta Fernando Bermejo– que tienen al menos tres puntos en común:
A. “Se refieren a acciones o dichos que implican una participación de Jesús (o su entorno) en la violencia o actividades sediciosas” desde el punto de vista del Imperio Romano;
B. “En ellos se describen ciertos acontecimientos cruciales que afectan al destino de Jesús, su muerte, acontecimientos que tienen lugar durante los últimos días de este en Jerusalén”;
C. “Muchos de ellos, una vez analizados, resultan faltos de sentido, muestras ausencias de detalles importantes y en conjunto resultan poco comprensibles”.
De estas tres observaciones puede deducirse que muy posiblemente el material ha sido estilizado o retocado por la tradición o especialmente por los evangelistas, acción que condujo a ocultar al lector la naturaleza política-social de ellos, que no era meramente religiosa. Pero a la vez “su opacidad por lo general presenta una forma coherente”. “Esto indica que mucho material que los evangelistas tenían a su disposición era realmente embarazoso”, pero que incluso ahora, una vez reunido, forma un conjunto que tiene en sí un sentido claro. Y si bien se transmiten en los escritos evangélicos, podemos pensar con los ojos de hoy que fueron minimizados, y en algunos casos alterados, porque eran contrarios al sentir general cristiano y a su teología en el momento en que pasaron a formar parte de una historia sobre Jesús.
Dijimos anteriormente que este material reunido en bloque pasa muy bien la prueba del criterio de dificultad. Es más, supera con creces el tamiz del criterio denominado “plausibilidad contextual” o “plausibilidad histórica”. Este criterio señala, que –salvo contadas ocasiones en las que se puede comprobar una originalidad absoluta de Jesús– cualquier retrato de este ”ha de encajar bien con el conjunto del Israel del siglo I de nuestra era”, sobre todo con el ambiente galileo que por múltiples detalles formaba el entorno de Jesús. Este entorno era o bien el régimen de Herodes Antipas que había dado muerte al mentor de Jesús, Juan Bautista, y que deseaba eliminar igualmente a su “discípulo” (entiéndase como se entienda) Jesús, o al entorno de Judea nítida y directamente controlado por el Imperio.
El material que hemos estudiado encaja muy bien, en efecto, en el contexto judío en el que vivió el judío Jesús de Nazaret. En efecto, comenta F. Bermejo: “Si es verdad el dicho de que 'cuanto mejor se inscriba una tradición en el contexto judío concreto de la Galilea Israel, tanto más resalta su autenticidad’, entonces es importante que el material que hemos estudiado corresponda a la situación concreta sociopolítica que existía en realidad en toda la vida de Jesús, la de un Israel bajo control romano”.
“La íntima relación entre religión y política, visible en el pensamiento de Jesús no sólo es típica por completo del judaísmo, sino especialmente de los grupos de la resistencia antirromana, cuyos miembros se inspiraron a menudo en una verdadera piedad y devoción dentro de la religión judía tradicional, al igual que sus prototipos históricos: las acciones de los Macabeos para liberar a Israel del yugo del Imperio seléucida. Jesús comparte tanto con Judas el galileo y con los rebeldes de la Guerra de los judíos (66-73 d. C.) una seriedad teocrática radical, que admite sólo a Dios como el señor de toda la humanidad verdadero y justo. Todos ellos buscaban ayuda divina para restaurar el reino de Israel”.
En muchas ocasiones he insistido por mi parte en que la base de esta piedad teocrática era el lema que tanto el fariseo Sadoc como el mismo Judas el galileo habían manifestado: “No estaremos sujetos ni a los romanos, ni a ninguna otra persona, sino sólo a Dios, porque sólo él es el verdadero y legítimo señor de los hombres, (en concreto de su pueblo elegido, Israel)”. Esta frase está recogida expresamente por Flavio Josefo en su Guerra de los judíos VII 323.
“La perspectiva de sufrimiento e incluso la disposición ansiosa para perder su vida por Dios tiene el mismo espíritu que los rebeldes galileos” que efectivamente perdieron su vida en el 6 d. C. en su revolución contra la imposición de un censo a Judea, nueva provincia romana, con vistas a la imposición de los tributos. No en vano, el dicho referido a “llevar cada uno su propia cruz” ha sido considerado que tiene su origen en los movimientos de la resistencia antirromana, que implicaba también a Herodes Antipas. Un exegeta protestante, bastante cercano a posiciones católicas en muchos puntos y nada sospechoso de atribuir a Jesús actitudes sediciosas respecto al Imperio, como Martin Hengel, ya fallecido, ha llegado a afirmar que la fórmula del seguimiento a las ideas de Jesús, “tomar su cruz” (Mc 8,34 y sus paralelos Mt 16,24 y Lc 9,23) está claramente inspirada en el espíritu de los celotas, y que de ahí había pasado a la vida diaria de aquellos que, llenos de sentimiento religioso, estaban dispuestos a dar sus vidas (en la cruz), ya que su ideal religioso era rechazado por los romanos por sus implicaciones políticas y sociales.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com