Notas
Foto: Dale C. Allison. Entre los historiadores confesiones –es presbiteriano– es uno que sostiene tesis bastante compatibles con las expuestas en esta serie.
Escribe Antonio Piñero Vamos a concentrarnos ahora en los momentos finales de la vida de Jesús, muy importantes para caracterizar su figura. Y aquí es donde el investigador independiente cae más en la cuenta de que se exige mucho cuidado a la hora de extraer datos de los documentos que tiene a su disposición, los Evangelios, dado el carácter sesgado y propagandístico de ellos, que se corresponde muy bien con el tipo de biografía que se hacía en la época que consideramos. A ningún historiador se le ocurre aceptar todos los datos que aparecen en las “Vidas Paralelas” de Plutarco. Ningún estudioso admite sin crítica las noticias sobre las vidas de los filósofos de Diógenes Laercio. De ningún modo tratamos todo el texto de la “Vida de Apolonio de Tiana” aceptando todo lo que diga Filóstrato sin someterlo a escrutinio, e igualmente no miramos con ojos crédulos, ni mucho menos, la “Vida de Pitágoras” de Porfirio. Pues si es así, tampoco se admite sin crítica lo que nos dicen los Evangelios que pertenecen al mismo estilo biográfico ensalzatorio. Y aquí tenemos el fundamento del porqué hay pasajes y datos que parecen al historiador aceptables, atendibles, y otros que no puede admitir por incongruentes, contradictorios o no encajables con lo que se ha establecido ya como firme. No se puede explicar detenidamente la metodología crítica de este proceso de selección, de aceptación y rechazo porque nace del ejercicio del sentido común, del conocimiento de la época y sobre todo –en el caso de una “biografía”–, de los rasgos previamente adquiridos del sujeto biografiado por la investigación previa y que parecen sólidos. A partir de una estructura firme se van agregando otros datos proporcionados por el criterio de coherencia. En el caso de los últimos días o semanas de la vida de Jesús hay contradicciones entre los Evangelio o inverosimilitudes notables que nos llevan a ponernos en guardia. Fernando Bermejo se ha encargado en sus diversos artículos dedicados al final de la vida de Jesús (y que como he dicho y repito, están al alcance de todos: pueden encontrarse en Academia.edu). Así, señala Bermejo cómo es inverosímil, entre muchos otros, y que debe estudiarse: · Por qué un Jesús, políticamente inofensivo, declarado inocente por el prefecto romano (Mc 15,5.10 y par.; lavatorio de las manos de Pilato: Mt 27,24, independientemente si este rito pudo verosímilmente ser ejecutado por un prefecto imperial). Conociendo a Pilato por otras fuentes, Filón de Alejandría sobre todo, es increíble que se dejara presionar por las autoridades judías sin base alguna para condenar a la muerte en cruz a un individuo que cree firmemente que es inocente. · Por qué no hay ni un solo dato que sustente la costumbre de liberar un preso durante la Pascua y menos un preso político condenado públicamente por sedición, a la vez que se declara culpable un inocente a la que la turba judía había clamado como maestro hasta hacía unos instantes. Los jefes de los judíos declaraban que debían proceder con extrema prudencia ya que podía declararse un motín popular si se prendía Jesús durante la fiesta (Mc · Por qué Jesús fue condenado a morir en medio de dos lestaí (Mc ) es decir, en medio de dos individuos condenados por sedición contra el Imperio. · ¿Cómo explicar el titulus crucis? ¿Fue una pura invención de Pilato, un prefecto que tenía que enviar al Emperador obligadamente un informe de los hechos notables que se hubieran producido en cada momento? Estos y otros ejemplos muestran que hay muchos datos implausibles e incongruentes en los Evangelios cuando relatan la vida en general y en especial la pasión y muerte de Jesús. Es imposible para un historiador honesto aceptarlos todos; debe hacer una selección conforme a los criterios de la crítica y el modo de proceder ya ejercitado durante doscientos cincuenta años. El historiador debe considerar que la inconsistencia y la implausibilidad no aparece en detalles nimios o aislados, sino por todas partes y, ciertamente, afectan a la credibilidad del núcleo de la narración evangélica. Bermejo señala que los rasgos que caracterizan el proceder de los evangelistas son: a) Omisión de información relevante. b) Añadidos sospechosos que proceden de la interpretación de Jesús más que de los hechos. c) Modificación de dichos o hechos de Jesús para adecuar lo narrado a los intereses y tendencias redaccionales de cada evangelista. Y responde F. Bermejo a un argumento frecuentemente esgrimido a este respecto: “Es imposible que los evangelista hubieran compuesto una versión muy diferente de lo acontecido, porque la habrían refutado otras personas que habrían estado presentes en los hechos”: · Hay una distancia de décadas entre lo acontecido y lo narrado. No había ya testigos fehacientes. · Los Evangelios se componen en lugares y tiempos (de cuarenta a setenta años después de la muerte de Jesús; en Roma, En Asia Menor (Éfeso) o en Siria) en donde no es en absoluto verosímil que hubiera testigos presenciales que pudieran refutar sus interpretaciones. · Los evangelios se componen en griego y no en la lengua, arameo, de los posibles testigos. · La Gran Guerra judía y la destrucción de Jerusalén obligaba a los evangelistas a presentar el judeocristianismo y su héroe Jesús como entidades muy diversas a los revoltosos judíos que con su gran rebelión habían causado una conmoción notable en el Imperio, cuyos efectos estaban palpables en la época de su composición. · Los evangelistas creen ya, por influencia de la teología paulina, conocida directa o indirectamente, que el mesías de Israel no era en realidad un hombre corriente sino un Hijo de Dios muy especial y que cuando escriben sobre él está ya exaltado a los cielos en donde ha sido nombrado por Dios “Señor y Mesías”. Como argumenta Bermejo en síntesis al comentar estas circunstancias: “Los destinatarios de los evangelios y sus propios autores carecieron de la posibilidad, voluntad o interés de verificar la credibilidad de las versiones de los hechos que ellos proporcionaban, ya fuera porque tales versiones reflejaban –al menos parcialmente– sus propias creencias, o bien porque respondían a sus expectativas y necesidades”. Creo que no se puede sostener que el método empleado por esta serie para sustentar la idea de que Jesús, al menos al final de su vida, tuvo pretensiones regio-mesiánicas, que se vio envuelto en acciones violentas –las deseara expresamente o no, pero que no fueron condenadas– y que fue considerado un sedicioso por las autoridades del Imperio, es un método caduco, inane e inoperante. Todo lo contrario, a veces no llega al atrevimiento que muchos autores confesionales, en sus “Comentarios” científicos a los Evangelios, muestran cuando atribuyen a los evangelistas unas libertades de redacción, transposición, modificación e interpretación de sus fuentes que consideradas fríamente nos llevan a perder toda la fe en la posibilidad de considerarlos documentos históricos objetivos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Domingo, 19 de Marzo 2017
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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