Notas

“Sobre el reino del mesías y la Jerusalén celeste en el Libro I de Henoc” (2-27-47)

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 7 de Septiembre 2009 a las 06:47




Hoy escribe Antonio Piñero

Tema: Seguimos con textos sobre el mesías davídico, político-guerrero en tiempos en torno a Jesús y nos concentramos en el reino del mesías y su entorno


1. Comienzo del reino mesiánico (Recogido en el Libro I de Henoc. 1 Henoc 90,18-22; Apócrifos del Antiguo Testamento, IV 121-2)

Se trata en este texto del combate escatológico entre las fuerzas del mal y del bien, inmediatamente antes de la instauración del reino de Dios. Las “ovejas” son los israelitas justos. Las bestias y aves del cielo son los malvados. El dueño de las ovejas es Dios (o a veces su mesías). Los hombres blancos. Los siete hombres blancos son los arcángeles que traen las almas pare el juicio. Los setenta pastores son los que han gobernado mal al pueblo de Israel (reyes, normalmente).

He aquí el texto:

Vi que se llegó a ellos el dueño de las ovejas y tomó en su mano la vara de su cólera, y golpeó la tierra, que se abrió. Todas las bestias y aves del cielo dejaron de estar junto a las ovejas y fueron tragadas por la tierra, que las cubrió. Vi que se dio a las ovejas una gran espada, y salieron las ovejas contra todas las bestias salvajes a matarlas, y todas las bestias y aves del cielo huyeron ante ellas.

Vi que era construido un trono en la tierra amena, y se sentaba en él el dueño de las ovejas y el otro cogía los libros sellados y los abría ante el dueño de las ovejas. El dueño llamó a los siete primeros hombres blancos y mandó que trajeran ante él el primer astro que precedió a los astros de penes como de caballo, y trajeron a todos ante él. Y dijo al hombre que escribía ante él: “Toma a estos setenta pastores a quienes entregué las ovejas y mataron a más de las que les había ordenado”.


2. El Juicio final de todas las naciones (1 Henoc 90,23-27; Apócrifos del Antiguo Testamento IV 122)

El juicio final es a veces confuso en estos textos apocalípticos, porque se confunden en el tiempo dos Juicios (ambos “finales”). El primero es la antesala al reino mesiánico en la tierra, en el que los malvados serán juzgados y no entrarán en el Reino. El segundo Juicio Final, el definitivo, es como el primero, pero ocurrirá sólo cuando se termine el reino mesiánico en la tierra y venga el “otro mundo”, ultraterreno y definitivo. Este mundo se describe con la apariencia del primero (se dirá que es “una nueva tierra y un nuevo cielo”), pero en realidad se trata de un mundo en el más allá.

Veamos ya el texto:

Entonces vi a todos atados, todos de pie ante él. Primero fue el juicio de los astros: fueron juzgados, resultaron culpables y marcharon al lugar de la condena. Los echaron en un lugar profundo, lleno de fuego flameante y de columnas incandescentes. Y los setenta pastores fueron juzgados, resultaron culpables y fueron arrojados también al abismo de fuego. Vi en aquel momento que se abría un abismo como el anterior, en medio de la tierra, lleno de fuego. Trajeron a las ovejas ciegas y fueron juzgadas. Resultaron culpables, fueron arrojadas a aquella sima de fuego y comenzaron a arder. Y esta sima estaba a la derecha de la casa. Entonces vi a las ovejas arder y a sus huesos quemarse.

3. La nueva Jerusalén (1 Henoc 90,28-41; Apócrifos del Antiguo Testamento IV 122-3)

Aquí se ve cómo esta “nueva Jerusalén” puede entenderse como “nueva” aquí en la tierra. Pero estos mismo elementos serán tomados por el autor del Apocalipsis del Nuevo Testamento, el vidente Juan, para describir la “Jerusalén celestial”, el paraíso ultramundano. La clave está en que los apocalípticos conciben el reino mesiánico en la tierra como un adelanto del reino mesiánico definitivo en el otro mundo. Por ello las descripciones son las mismas

He aquí el texto:

Me levanté para ver hasta que él enrolló la vieja casa. Sacaron todas las columnas, vigas y ornamentos de la casa enrollados junto con ella; los sacaron y los echaron en un lugar al sur de la tierra. Vi que trajo el dueño de las ovejas una casa nueva, más grande y alta que la primera, y la puso en el lugar de la que había sido recogida. Todas sus columnas y ornamentos eran nuevos y mayores que los de la antigua que había quitado, y el dueño de las ovejas estaba dentro.

Vi a todas las ovejas que quedaron y cómo todos los animales de la tierra y todas las aves caían prosternándose ante las ovejas, suplicándoles y obedeciéndoles en todas sus órdenes […] Las ovejas eran todas blancas, y su lana espesa y pura. Todos los que habían perecido y habían sido dispersados, todas las bestias del campo y todas las ovejas del cielo (el resto que quedaba) se reunieron en esa casa. El dueño de las ovejas se alegró muchísimo, pues todos eran buenos y habían vuelto a casa. vi que depusieron la espada a había sido entregada a las ovejas, la volvieron a su vaina y la sellaron ante el dueño […] vi que nacía un toro blanco de grandes cuernos y cómo todas las bestias del campo y las aves del cielo lo temían y suplicaban en todo momento. Vi que se transmutaban las especies y se convertían todos en toros blancos…

Esta es la visión que vi cuando me dormí. Me desperté, bendije al Señor justo y le alabé. Luego lloré con gran llanto, y mis lágrimas no se detenían…, pues todo llegará y se cumplirá.


4. Reino mesiánico (1 Henoc 10,17-11,1; Apócrifos del Antiguo Testamento IV 47-48)

Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y vejez. En esos días toda la tierra será labrada con justicia, toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición. Plantarán en ella toda clase de árboles amenos y vides, y la parra que se plante en ella dará frutos en abundancia. De cuanta semilla sea plantada en la tierra una medida producirá mil, y cada medida de aceitunas producirá diez tinajas de aceite. Purifica tú la tierra de toda injusticia, de toda iniquidad, pecado, impiedad, y de toda impureza que se comete sobre ella: extírpalas de ella; que sean justos todos los hijos de los hombres, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. Sea pura la tierra de toda corrupción y pecado, de toda plaga y dolor, y yo no volveré a enviar contra ella un diluvio por todas las generaciones, hasta la eternidad.

En esos días abriré los tesoros de bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. La paz y la verdad serán compañeras por siempre, en todas las generaciones.

Seguiremos con otros textos de la época.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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• Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Los apóstoles en la literatura apócrifa”

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Magíster de "Ciencias de las Religiones" Universidad PABLO DE OLAVIDE, Sevilla (Véase postal de 26-06-2009)

Para obtener más información:

http://www.upo.es/historia_antigua/master_religiones/index.jsp

Saludos de nuevo.






Lunes, 7 de Septiembre 2009
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