Escribe Antonio Piñero
Foto: de nuevo la cubierta del libro o la cabeza de Dioniso
Concluyo hoy la reseña del estupendo libro de David Hernández de la Fuente, El despertar del alma. Dioniso y Ariadna: mito y misterio.
Sí es verdad, en mi opinión, que los gnósticos dicen de un modo real que la “Énnoia”, el Pensamiento del Padre, el Súper Trascendente, el Gran Espíritu Invisible, ha “descendido” a la tierra en cuanto que en algunos elegidos, no muchos, en su espíritu o mente superior habita una “parte” (griego-copto: méros), una chispa de esa Énnoia / Pensamiento. En este sentido, al igual que el Logos del Evangelio de Juan se encarna, la Énnoia se encarna por participación consustancial en el espíritu de los gnósticos elegidos. Y ese pensamiento (ya con minúscula porque está dentro del ser humano) está aprisionado dormido, ebrio, en la materia y debe ser despertado por medio del eón (entidad divina del Pleroma) Salvador, para que librándose de las ataduras materiales ascienda al cielo, es decir, al lugar de donde procede la chispa divina que le habita.
Aquí –al navegar aunque sea poco por este proceloso mar de la gnosis– creo que a nuestro autor le habría venido muy bien recibir la ayuda de una cierta bibliografía en español, como los dos volúmenes de Los gnósticos de José Monserrat Torrents (Clásicos Gredos, 59, Madrid 1983) y la “Introducción General”, de unas cien páginas, a la edición de la Biblioteca copto-gnóstica de Nag Hammadi del mismo Montserrat y de quien esto escribe, publicada en el primero de los tres volúmenes de estas obras gnóstica Trotta, Madrid, 5ª edición de 2015). Pienso que le habría aclarado bastante este punto del “acercamiento” de la Sabiduría a nuestro universo. Pero en su descargo debo decir que el autor afirma que el ámbito de su libro no es el adecuado para tratar a fondo “la espinosa cuestión de la relación entre la gnosis, su fundamental base platónica y los cultos mistéricos –como el de Dioniso– en su evolución tardía”.
Nuestro autor cita también el mito de Simón Mago (que en la tradición gnóstica se conoce a través de algunos textos de Justino Mártir Justino Mártir (1 Apología 26, 1-3. 56; Diálogo con Trifón, 120, 6), quien afirmaba de sí mismo que la Gran Potencia (“Dios por encima de todo principio (arkhé), potestad (exousía) y potencia (dýnamis”) según Justino, e Ireneo de Lyon, Contra los Herejes, I 23,1-3), y la mujer que le acompañaba en sus correrías de mago (historia inicial en Hechos de los apóstoles 8,9-13). Aquí podría cuadrar relativamente lo que decía anteriormente nuestro autor sobre el contacto de la Sabiduría gnóstica con el mundo inferior, la tierra. Hernández de la Fuente insiste con razón en el paralelismo (aunque muy tardío en mi opinión, no tan temprano, siglo II como dice el autor) del mito del despertar de Ariadna con lo ocurrido con la esposa de Simón Mago, de nombre Helena, de la que Simón afirmaba que era una encarnación de la Sabiduría inferior, o Sabiduría lasciva (Proúnikos; lasciva porque ama la materia; no lo entendamos sexualmente). Según Simón, él mismo como potencia de Dios había logrado la redención de Helena, que estaba como dormida en la materia.
Y aquí deseo simplemente apostillar de nuevo el pensamiento de nuestro autor. Este comenta que Sofía “es la encarnación del “Pensamiento”, Énnoia, caído en desgracia y descendido a nuestro mundo”. Opino, sin embargo, que esto debe aclararse porque tiene una parte de verdad, pero puede entenderse mal. No es Énnoia propiamente la que ha caído en desgracia (Énnoia, también llamada Proténnoia, es nada menos que el primer Pensamiento del Padre, el Uno, el Gran Espíritu invisible), sino Sabiduría, el último de los eones emanados del Padre. Este eón el que “cae” ciertamente, pero no en nuestro mundo, “ni en nuestra edad de hierro”, sino en el ámbito de la pura materia inteligible creada por ella misma, aunque es luego, inmediatamente, rescatada por el eón Salvador. La que ha caído en desgracia con toda propiedad en el ámbito de la materia es la “centella divina” (que está dentro del alma de los gnósticos), la participación consustancial de la Énnoia, a través de la insuflación del espíritu por parte de Sabiduría (que representa en algunos aspectos a Énnoia) en el primer ser humano creado por el Demiurgo. Gracias a esa insuflación dentro del “alma superior” del hombre elegido (también llamada “espíritu” o “mente”, griego noûs) existe una chispa o centella divina en los hombres espirituales, los elegidos, los gnósticos.
Prescindiendo de esta precisión que quizás no tenga demasiada importancia para lo que pretende Hernández de la Fuente en su libro, como antes dije, es importante lo que este escribe a continuación: “El alma, en el mito de Helena y Simón Mago, es la que se lamenta (al darse cuenta que no está en la plenitud de la divinidad, el Pleroma, donde debería residir) como una Ariadna, por haber caído en el plano terrenal. Es un mito, pues, de la regeneración del alma, con el trasfondo platónico de la fragmentación y regeneración del alma, que es una clara asimilación a lo que pudo significar Ariadna en el dionisismo contemporáneo”. En el ámbito cristiano es otro dios, Jesucristo, el que rescata a esta Ariadna gnóstica, pues es gracias a la unión con Cristo como se redime la sabiduría postrada (la “centella divina”) y se devuelve al mundo inmortal, siguiendo el esquema del motivo alma-Ariadna” (p. 224). Como se ve es esta una sugerencia muy interesante sobre la que se puede meditar.
De la Fuente añade otro paralelismo interesante: el de Ariadna-María que se cruza en el proceso de asimilación entre Dioniso-Cristo: se trata de la conexión evidente entre la ascensión a los cielos de la joven princesa cretense como la Corona Borealis y la asunción o Dormición de María… que aparece en la literatura cristiana, no estrictamente dogmática (en realidad apócrifa) en los siglos IV y VI” (p. 224).
Este capítulo cuarto, que es el que estoy comentando especialmente, sigue con los temas de la iconografía en la que se mezclan Dioniso y Cristo, ya que “el primero constituía sin duda el equivalente más obvio del Hijo de Dios cristiano”. Es esta una muestra de la pervivencia del dionisismo hasta bien entrado el siglo V, idea que va contra la concepción de algunos optimistas que han pensado que el cristianismo en ese siglo había ya erradicado totalmente el paganismo. La iconografía demuestra que no es así. El libro de Hernández de la Fuente presenta aquí un buen monto de ilustraciones (pp. 228-237) que lo demuestran con toda evidencia. Lo que llama más la atención dentro de este proceso de fusión, sincretismo, entre Dioniso y Cristo es la gema que se hallaba en el Museo de Antigüedades (Antikensammlungen) de Berlín, que se perdió en la Segunda guerra mundial, pero del que quedan fotografías: el “Orfeo crucificado”, denominado gema del Orpheos bakkikós: ¡nada menos que un Dioniso crucificado como Jesús!
El mencionado capítulo cuarto del interesante y sugestivo libro de Hernández de la Fuente finaliza con una exposición y breve análisis de la “Poesía de Dioniso-Cristo”, sobre todo del poema “Ariadna” del poeta greco-egipcio Nono de Panópolis (actual Akhmim) del que no se conocen fechas exactas (finales del siglo IV – principios del V), del que se discute si era pagano o cristiano, ya que compuso también una “Paráfrasis” el evangelio de Juan. Comenta Hernández dela Fuente: “No es que Dioniso sea en Nono un rival de Cristo, sino que más bien aparece como una figura paralela, complementaria, casi otra visión de la misma divinidad redentora” (p. 245).
Y luego, a modo de conclusión final del capítulo, se halla una síntesis de la cuestión de las semejanzas entre Dioniso – Cristo que merece ser citada: “Dioniso es una divinidad que viene a despertar a los mortales… una dios único, hijo del Padre, hecho palabra, carne y vid, un dios curador a través de su planta redentora, que promete felicidad a los seres humanos en su venida a este mundo y llevarlos a un más allá dichoso como a la propia Ariadna… Es ante todo un Dioniso influido por la gran divinidad que habrá de imponerse al fin a lo largo de todo el Mediterráneo: Cristo. Dicho de otra manera, sin esta influencia cruzada –pues el Dioniso tardo antiguo influirá a su vez en la imagen de Cristo– no es posible explicar esta nueva visión tardía del dios cruel de Las Bacantes de Eurípides (s. V a. C.), del desgarro ritual del cabritillo, y su definitiva transformación en un hijo del padre Zeus con una misión ante la humanidad, que llora las penas de esta, se compadece de los hombres y cura sus dolencias mediante su don milagroso”
“Pero no solo eso: poco a poco se constata que Dioniso y su mi tema del despertar de Ariadna, es decir, del dios que salva al alma de su caída, tiene la más clara pervivencia en Cristo y el cristianismo, así como los misterios báquicos se pueden mirar en el espejo de la liturgia cristiana. Así lo muestra la evolución de la divinidad pagana en paralelo con la cristiana en aspectos relacionados con la salvación y la redención más allá de la muerte, que habrían sido excepcionales en la vertiente pública del Dioniso arcaico y clásico, auné estaban implícitos en sus misterios. Tal vez el cristianismo implique hacer público el misterio del mitema de Dioniso como el dios que despierta a los mortales, en una liturgia en la que el dios que muere, resucita y salva es consumido ritualmente por todo el que quiera ser aceptado en una iniciación a misterios universales”. (pp. 246-247).
Es un libro este que merece la pena leer por lo sugestivo que es. A mí me confirma en lo que he escrito y dicho mil veces en clases y conferencias: a veces las religiones se parecen muchísimo no porque copien expresamente (aunque a veces también ocurre), sino porque todas ellas expresan anhelos y deseos –en las relaciones del ser humano con el deseado más allá y la divinidad– que son comunes a todos los hombres. Los modos de expresar la religación ser humano–divinidad no son muchos; por eso se encuentran a veces los mismos en casi todas las religiones. Depende de nuestro sistema cerebral. La religión como tal es un producto humano, y cada vez veo más claro cuánta razón tenía Jenófanes de Colofón (hacia 570- 468 a.C.), en el contexto de una acerba crítica del politeísmo, en su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría en sus Stromata V 109,2-3; VII 22,1:
Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo (G. S. Kirk – J. E. Raven, Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid 1969, 241).
Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres” (citado en la “Guía para entender a Pablo de Tarso, p. 45). Enhorabuena al autor del libro que he comentado, David Hernández de la Fuente, y a la Editorial Ariel por haberlo publicado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Foto: de nuevo la cubierta del libro o la cabeza de Dioniso
Concluyo hoy la reseña del estupendo libro de David Hernández de la Fuente, El despertar del alma. Dioniso y Ariadna: mito y misterio.
Sí es verdad, en mi opinión, que los gnósticos dicen de un modo real que la “Énnoia”, el Pensamiento del Padre, el Súper Trascendente, el Gran Espíritu Invisible, ha “descendido” a la tierra en cuanto que en algunos elegidos, no muchos, en su espíritu o mente superior habita una “parte” (griego-copto: méros), una chispa de esa Énnoia / Pensamiento. En este sentido, al igual que el Logos del Evangelio de Juan se encarna, la Énnoia se encarna por participación consustancial en el espíritu de los gnósticos elegidos. Y ese pensamiento (ya con minúscula porque está dentro del ser humano) está aprisionado dormido, ebrio, en la materia y debe ser despertado por medio del eón (entidad divina del Pleroma) Salvador, para que librándose de las ataduras materiales ascienda al cielo, es decir, al lugar de donde procede la chispa divina que le habita.
Aquí –al navegar aunque sea poco por este proceloso mar de la gnosis– creo que a nuestro autor le habría venido muy bien recibir la ayuda de una cierta bibliografía en español, como los dos volúmenes de Los gnósticos de José Monserrat Torrents (Clásicos Gredos, 59, Madrid 1983) y la “Introducción General”, de unas cien páginas, a la edición de la Biblioteca copto-gnóstica de Nag Hammadi del mismo Montserrat y de quien esto escribe, publicada en el primero de los tres volúmenes de estas obras gnóstica Trotta, Madrid, 5ª edición de 2015). Pienso que le habría aclarado bastante este punto del “acercamiento” de la Sabiduría a nuestro universo. Pero en su descargo debo decir que el autor afirma que el ámbito de su libro no es el adecuado para tratar a fondo “la espinosa cuestión de la relación entre la gnosis, su fundamental base platónica y los cultos mistéricos –como el de Dioniso– en su evolución tardía”.
Nuestro autor cita también el mito de Simón Mago (que en la tradición gnóstica se conoce a través de algunos textos de Justino Mártir Justino Mártir (1 Apología 26, 1-3. 56; Diálogo con Trifón, 120, 6), quien afirmaba de sí mismo que la Gran Potencia (“Dios por encima de todo principio (arkhé), potestad (exousía) y potencia (dýnamis”) según Justino, e Ireneo de Lyon, Contra los Herejes, I 23,1-3), y la mujer que le acompañaba en sus correrías de mago (historia inicial en Hechos de los apóstoles 8,9-13). Aquí podría cuadrar relativamente lo que decía anteriormente nuestro autor sobre el contacto de la Sabiduría gnóstica con el mundo inferior, la tierra. Hernández de la Fuente insiste con razón en el paralelismo (aunque muy tardío en mi opinión, no tan temprano, siglo II como dice el autor) del mito del despertar de Ariadna con lo ocurrido con la esposa de Simón Mago, de nombre Helena, de la que Simón afirmaba que era una encarnación de la Sabiduría inferior, o Sabiduría lasciva (Proúnikos; lasciva porque ama la materia; no lo entendamos sexualmente). Según Simón, él mismo como potencia de Dios había logrado la redención de Helena, que estaba como dormida en la materia.
Y aquí deseo simplemente apostillar de nuevo el pensamiento de nuestro autor. Este comenta que Sofía “es la encarnación del “Pensamiento”, Énnoia, caído en desgracia y descendido a nuestro mundo”. Opino, sin embargo, que esto debe aclararse porque tiene una parte de verdad, pero puede entenderse mal. No es Énnoia propiamente la que ha caído en desgracia (Énnoia, también llamada Proténnoia, es nada menos que el primer Pensamiento del Padre, el Uno, el Gran Espíritu invisible), sino Sabiduría, el último de los eones emanados del Padre. Este eón el que “cae” ciertamente, pero no en nuestro mundo, “ni en nuestra edad de hierro”, sino en el ámbito de la pura materia inteligible creada por ella misma, aunque es luego, inmediatamente, rescatada por el eón Salvador. La que ha caído en desgracia con toda propiedad en el ámbito de la materia es la “centella divina” (que está dentro del alma de los gnósticos), la participación consustancial de la Énnoia, a través de la insuflación del espíritu por parte de Sabiduría (que representa en algunos aspectos a Énnoia) en el primer ser humano creado por el Demiurgo. Gracias a esa insuflación dentro del “alma superior” del hombre elegido (también llamada “espíritu” o “mente”, griego noûs) existe una chispa o centella divina en los hombres espirituales, los elegidos, los gnósticos.
Prescindiendo de esta precisión que quizás no tenga demasiada importancia para lo que pretende Hernández de la Fuente en su libro, como antes dije, es importante lo que este escribe a continuación: “El alma, en el mito de Helena y Simón Mago, es la que se lamenta (al darse cuenta que no está en la plenitud de la divinidad, el Pleroma, donde debería residir) como una Ariadna, por haber caído en el plano terrenal. Es un mito, pues, de la regeneración del alma, con el trasfondo platónico de la fragmentación y regeneración del alma, que es una clara asimilación a lo que pudo significar Ariadna en el dionisismo contemporáneo”. En el ámbito cristiano es otro dios, Jesucristo, el que rescata a esta Ariadna gnóstica, pues es gracias a la unión con Cristo como se redime la sabiduría postrada (la “centella divina”) y se devuelve al mundo inmortal, siguiendo el esquema del motivo alma-Ariadna” (p. 224). Como se ve es esta una sugerencia muy interesante sobre la que se puede meditar.
De la Fuente añade otro paralelismo interesante: el de Ariadna-María que se cruza en el proceso de asimilación entre Dioniso-Cristo: se trata de la conexión evidente entre la ascensión a los cielos de la joven princesa cretense como la Corona Borealis y la asunción o Dormición de María… que aparece en la literatura cristiana, no estrictamente dogmática (en realidad apócrifa) en los siglos IV y VI” (p. 224).
Este capítulo cuarto, que es el que estoy comentando especialmente, sigue con los temas de la iconografía en la que se mezclan Dioniso y Cristo, ya que “el primero constituía sin duda el equivalente más obvio del Hijo de Dios cristiano”. Es esta una muestra de la pervivencia del dionisismo hasta bien entrado el siglo V, idea que va contra la concepción de algunos optimistas que han pensado que el cristianismo en ese siglo había ya erradicado totalmente el paganismo. La iconografía demuestra que no es así. El libro de Hernández de la Fuente presenta aquí un buen monto de ilustraciones (pp. 228-237) que lo demuestran con toda evidencia. Lo que llama más la atención dentro de este proceso de fusión, sincretismo, entre Dioniso y Cristo es la gema que se hallaba en el Museo de Antigüedades (Antikensammlungen) de Berlín, que se perdió en la Segunda guerra mundial, pero del que quedan fotografías: el “Orfeo crucificado”, denominado gema del Orpheos bakkikós: ¡nada menos que un Dioniso crucificado como Jesús!
El mencionado capítulo cuarto del interesante y sugestivo libro de Hernández de la Fuente finaliza con una exposición y breve análisis de la “Poesía de Dioniso-Cristo”, sobre todo del poema “Ariadna” del poeta greco-egipcio Nono de Panópolis (actual Akhmim) del que no se conocen fechas exactas (finales del siglo IV – principios del V), del que se discute si era pagano o cristiano, ya que compuso también una “Paráfrasis” el evangelio de Juan. Comenta Hernández dela Fuente: “No es que Dioniso sea en Nono un rival de Cristo, sino que más bien aparece como una figura paralela, complementaria, casi otra visión de la misma divinidad redentora” (p. 245).
Y luego, a modo de conclusión final del capítulo, se halla una síntesis de la cuestión de las semejanzas entre Dioniso – Cristo que merece ser citada: “Dioniso es una divinidad que viene a despertar a los mortales… una dios único, hijo del Padre, hecho palabra, carne y vid, un dios curador a través de su planta redentora, que promete felicidad a los seres humanos en su venida a este mundo y llevarlos a un más allá dichoso como a la propia Ariadna… Es ante todo un Dioniso influido por la gran divinidad que habrá de imponerse al fin a lo largo de todo el Mediterráneo: Cristo. Dicho de otra manera, sin esta influencia cruzada –pues el Dioniso tardo antiguo influirá a su vez en la imagen de Cristo– no es posible explicar esta nueva visión tardía del dios cruel de Las Bacantes de Eurípides (s. V a. C.), del desgarro ritual del cabritillo, y su definitiva transformación en un hijo del padre Zeus con una misión ante la humanidad, que llora las penas de esta, se compadece de los hombres y cura sus dolencias mediante su don milagroso”
“Pero no solo eso: poco a poco se constata que Dioniso y su mi tema del despertar de Ariadna, es decir, del dios que salva al alma de su caída, tiene la más clara pervivencia en Cristo y el cristianismo, así como los misterios báquicos se pueden mirar en el espejo de la liturgia cristiana. Así lo muestra la evolución de la divinidad pagana en paralelo con la cristiana en aspectos relacionados con la salvación y la redención más allá de la muerte, que habrían sido excepcionales en la vertiente pública del Dioniso arcaico y clásico, auné estaban implícitos en sus misterios. Tal vez el cristianismo implique hacer público el misterio del mitema de Dioniso como el dios que despierta a los mortales, en una liturgia en la que el dios que muere, resucita y salva es consumido ritualmente por todo el que quiera ser aceptado en una iniciación a misterios universales”. (pp. 246-247).
Es un libro este que merece la pena leer por lo sugestivo que es. A mí me confirma en lo que he escrito y dicho mil veces en clases y conferencias: a veces las religiones se parecen muchísimo no porque copien expresamente (aunque a veces también ocurre), sino porque todas ellas expresan anhelos y deseos –en las relaciones del ser humano con el deseado más allá y la divinidad– que son comunes a todos los hombres. Los modos de expresar la religación ser humano–divinidad no son muchos; por eso se encuentran a veces los mismos en casi todas las religiones. Depende de nuestro sistema cerebral. La religión como tal es un producto humano, y cada vez veo más claro cuánta razón tenía Jenófanes de Colofón (hacia 570- 468 a.C.), en el contexto de una acerba crítica del politeísmo, en su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría en sus Stromata V 109,2-3; VII 22,1:
Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo (G. S. Kirk – J. E. Raven, Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid 1969, 241).
Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres” (citado en la “Guía para entender a Pablo de Tarso, p. 45). Enhorabuena al autor del libro que he comentado, David Hernández de la Fuente, y a la Editorial Ariel por haberlo publicado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html