Hoy escribe Antonio Piñero
Tras las afirmaciones de la nota anterior, nuestra opinión es que sí puede hablarse con rigor de una cierta “helenización” de la Biblia hebrea al pasar al griego. Las concepciones judeohelenísticas condujeron con cierta frecuencia a los traductores a desviarse premeditadamente del sentido literal del modelo hebreo que tenían ante sus ojos.
Comencemos por el ámbito de los contenidos superficiales: la versión de los Setenta contiene en este terreno variantes de traducción que suponen una helenización. Veamos tan sólo unos ejemplos de una lista que podría ser larga, pero cansina:
• “La simple traducción de los términos tohûwwohu —expresión enigmática de probable contenido mítico— (Gn 1,2, 'yermo y vacío', versión de Cantera-Iglesias, o 'un caos informe', versión de Alonso Schökel), por el griego aóratos kaì akataskeúastos, 'invisible y desorganizado', constituye toda una helenización de la referencia bíblica” (Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, Trotta, [tiene varias ediciones; pero tengo la de 1993] 463).
• Cuando el texto hebreo presenta al lector “entrañas” o “corazón” refiriéndose a un contexto de pensamiento, los LXX suelen presentar el vocablo diánoia (“pensamiento”), lo que indica sin duda un acercamiento al mundo más abstracto e intelectual de los griegos.
• El traductor del libro de Job (42,14) ha sustituido el nombre de una de las hijas del paciente sufridor, llamada en el texto hebreo “Cuerno, o tarrito de afeites” (con el sentido de “suma de las esencias”, qéren-happuk) por el más helénico “Cuerno de Amaltea”, es decir, de la cabra que amamantó a Zeus niño en el Monte Ida, en Creta (cf. el apócrifo Testamento de Job, 52,4).
• Los LXX, en Job 9,9, sustituyen los nombres hebreos de ciertas constelaciones (la Osa, las Siete Estrellas [?] y las Cámaras del Sur) por las “Pléyades, Héspero, Arturo y las Cámaras del Sur”.
Otra muestra de helenización es la adopción por parte de los LXX de términos políticos griegos absolutamente inadecuados para representar las condiciones sociales y políticas de los hebreos, pero indispensables, quizás, para hacer accesible y comprensible a los lectores griegos el texto sagrado.
De este modo, aparecen en los LXX términos como pólis (“ciudad”), démos (“pueblo” o “demarcación, distrito local”), ekklesía (“asamblea”) y phýle (“tribu”), que tienen en griego unas connota¬ciones radicalmente distintas a las del mundo hebreo.
Por ejemplo:
• En Gn 23,11 Efrón el hitita, hablando con Abrahán, llama a “los hijos de su pueblo” (heb.) ciudadanos en sentido griego (politôn).
• Hay otros casos, por el contrario, en los que el empleo mecánico y continuo de un vocablo griego (por ejemplo psyché, “alma”), ensanchado forzadamente en su campo semántico para traducir otro hebreo, lleva a notables confusiones (en hebreo el término correspondiente, nepheš, significa a veces incluso un “cadáver”, lo que jamás ocurre en griego).
En este apartado han de señalarse los notables cambios semánticos que a veces se llevan a cabo en algunos vocablos que aparecen cargados de un nuevo significado.
• Es conocido el caso de dóxa que pasa de “opinión” a “gloria” (de Yahvé), el de anáthema, que se transforma de “ofrenda” en “anatema” (heb. hérem),
• O el de eulogía, que pasa de significar “alabanza” a “bendición” (heb. berakhá).
• Peculiar es el caso del heb. berít, “alianza”, término tan fundamental en la Biblia hebrea para significar la relación de protección y clientela que un superior regala a un inferior, que es traducido incomprensiblemente por diathéke, que significa “promesa”, “prenda” y de ahí “testamento”. Quizás los traductores quisieron reflejar en ese neologismo semántico la diferencia sustancial entre cualquier “acuerdo” o “alianza” respecto a la única “alianza” importante para el pueblo judío, la de Yahvé con Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Tras las afirmaciones de la nota anterior, nuestra opinión es que sí puede hablarse con rigor de una cierta “helenización” de la Biblia hebrea al pasar al griego. Las concepciones judeohelenísticas condujeron con cierta frecuencia a los traductores a desviarse premeditadamente del sentido literal del modelo hebreo que tenían ante sus ojos.
Comencemos por el ámbito de los contenidos superficiales: la versión de los Setenta contiene en este terreno variantes de traducción que suponen una helenización. Veamos tan sólo unos ejemplos de una lista que podría ser larga, pero cansina:
• “La simple traducción de los términos tohûwwohu —expresión enigmática de probable contenido mítico— (Gn 1,2, 'yermo y vacío', versión de Cantera-Iglesias, o 'un caos informe', versión de Alonso Schökel), por el griego aóratos kaì akataskeúastos, 'invisible y desorganizado', constituye toda una helenización de la referencia bíblica” (Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, Trotta, [tiene varias ediciones; pero tengo la de 1993] 463).
• Cuando el texto hebreo presenta al lector “entrañas” o “corazón” refiriéndose a un contexto de pensamiento, los LXX suelen presentar el vocablo diánoia (“pensamiento”), lo que indica sin duda un acercamiento al mundo más abstracto e intelectual de los griegos.
• El traductor del libro de Job (42,14) ha sustituido el nombre de una de las hijas del paciente sufridor, llamada en el texto hebreo “Cuerno, o tarrito de afeites” (con el sentido de “suma de las esencias”, qéren-happuk) por el más helénico “Cuerno de Amaltea”, es decir, de la cabra que amamantó a Zeus niño en el Monte Ida, en Creta (cf. el apócrifo Testamento de Job, 52,4).
• Los LXX, en Job 9,9, sustituyen los nombres hebreos de ciertas constelaciones (la Osa, las Siete Estrellas [?] y las Cámaras del Sur) por las “Pléyades, Héspero, Arturo y las Cámaras del Sur”.
Otra muestra de helenización es la adopción por parte de los LXX de términos políticos griegos absolutamente inadecuados para representar las condiciones sociales y políticas de los hebreos, pero indispensables, quizás, para hacer accesible y comprensible a los lectores griegos el texto sagrado.
De este modo, aparecen en los LXX términos como pólis (“ciudad”), démos (“pueblo” o “demarcación, distrito local”), ekklesía (“asamblea”) y phýle (“tribu”), que tienen en griego unas connota¬ciones radicalmente distintas a las del mundo hebreo.
Por ejemplo:
• En Gn 23,11 Efrón el hitita, hablando con Abrahán, llama a “los hijos de su pueblo” (heb.) ciudadanos en sentido griego (politôn).
• Hay otros casos, por el contrario, en los que el empleo mecánico y continuo de un vocablo griego (por ejemplo psyché, “alma”), ensanchado forzadamente en su campo semántico para traducir otro hebreo, lleva a notables confusiones (en hebreo el término correspondiente, nepheš, significa a veces incluso un “cadáver”, lo que jamás ocurre en griego).
En este apartado han de señalarse los notables cambios semánticos que a veces se llevan a cabo en algunos vocablos que aparecen cargados de un nuevo significado.
• Es conocido el caso de dóxa que pasa de “opinión” a “gloria” (de Yahvé), el de anáthema, que se transforma de “ofrenda” en “anatema” (heb. hérem),
• O el de eulogía, que pasa de significar “alabanza” a “bendición” (heb. berakhá).
• Peculiar es el caso del heb. berít, “alianza”, término tan fundamental en la Biblia hebrea para significar la relación de protección y clientela que un superior regala a un inferior, que es traducido incomprensiblemente por diathéke, que significa “promesa”, “prenda” y de ahí “testamento”. Quizás los traductores quisieron reflejar en ese neologismo semántico la diferencia sustancial entre cualquier “acuerdo” o “alianza” respecto a la única “alianza” importante para el pueblo judío, la de Yahvé con Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com