Escribe Antonio Piñero
En el libro Qué se sabe... de Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella, 2009, 271 pp., cuyos autores son Rafael Aguirre, Carmen Bernabé y Carlos Gil Albiol, se intenta responder responder a las preguntas de los lectores desde el punto de vista meramente histórico. Porque qué es Jesús/Jesucristo desde el punto de vista teológico es conocido por la inmensa mayoría de los lectores de esa serie de libros desde pequeñitos, gracias al aprendizaje del catecismo, a las clases de religión o a las homilías y sermones.
En la contracubierta, el aviso/reclamo de la Editorial sostiene que Jesús «no es patrimonio de ningún grupo ni iglesia», y que tal personaje, de trascendencia histórica mundial, debe conocerse bien históricamente. Hay que “socializar su historia”, se escribe, lo cual significa que los datos meramente históricos sobre el personaje (no los teológicos) deben ponerse al alcance de los lectores…, y que la publicación de ese libro, sencillo, breve, de fácil lectura responde adecuadamente a ese propósito.
Todo esto está muy bien. Pero luego los autores deslizan afirmaciones sobre Jesús que realmente no son históricas en sí mismas. Así, por ejemplo, que «su vida y su mensaje son inagotables: en realidad es imposible presentar “lo que se sabe de Jesús de Nazaret”, pero solo con evocarlo ya resulta fascinante». Ahora bien, opino que la afirmación de que la vida y mensaje de Jesús son “inagotables” entra de lleno en el ámbito de la fe, no de la historia. En todo caso lo que debe afirmarse no es que sea “inagotable”, sino que algunos datos o precisiones sobre su vida, dichos, hechos, o pensamiento en general no nos son accesibles por falta de fuentes. Y eso significa no que el personaje sea inagotable en sí, sino que nosotros somos forzadamente ignorantes, muy a nuestro pesar. Se trata de pura ignorancia, no de la profundidad insondable del personaje.
Me aclaro un poco más. Si en el título se dice “¿Qué se sabe… de Jesús de Nazaret?”, se supone que se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, aquello en los que están de acuerdo la mayoría de los estudiosos de Jesús, sobre todo los independientes. Naturalmente no puede uno fijarse solo en la opinión de los autores meramente confesionales (que les cuesto o no pueden afirmar como plenamente históricos datos que como historiadores creen incontestables pero que chocan con la verdad dogmática sobre el personaje).
Por ello, siempre he sostenido que las líneas básicas y fundamentales sobre la misión y figura de Jesús no son ningún “misterio” y menos “insondable” (véase mi breve ensayo El Jesús histórico. Otras aproximaciones. Reseña crítica de algunos libros significativos en lengua española, de Edit. Trotta, Madrid 2020, pp. 78 y siguientes). Pienso que es posible —aunque el libro resultante llegara a ser bastante grueso por la necesidad de aclaraciones— exponer todo lo que se sabe de Jesús..., si se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, todos, no una parte, como acabo de señalar.
Hoy día son suficientemente conocidas tales líneas básicas que dibujan bastante bien la figura e ideología de Jesús; buena parte de ellas las exponen los autores mencionados arribas al final de ese volumen indicado. En la cuarta parte del libro “¿Qué se sabe…?, titulada “Para profundizar», los tres autores señalan conjuntamente de nuevo la «relevancia actual de la historia de Jesús». En este apartado los tres reflexionan —entre otras cosas— sobre los consensos actuales en los estudios sobre el Jesús histórico. En el punto 7 de esa síntesis se destaca como idea que todo investigador debe aceptar, porque hay consenso prácticamente unánime (entre las obras serias de investigación), que «Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo».
Muy bien. Pero si esto es así, la pregunta resulta evidente: Si Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo, parece evidente que Jesús nunca intentó fundar una religión nueva. Entonces, ¿es históricamente posible sostener –tal como apunta el capítulo 16 del evangelio de Mateo– que Jesús fundó una iglesia que habría de durar eternamente, ya que las puertas del infierno no habrían de prevalecer contra ella y que tal iglesia y su jefe supremo tiene el poder de “atar o desatar en la tierra que será atado o desatado en los cielos”? Es claro que tal concepción va en contra de lo que sabe históricamente, con total seguridad: que la predicación de la inminentísima llegada del reino de Dios por parte de Jesús y de la preocupación que debían tener todas las gentes de entrar en ese Reino, es un ámbito en el que tal iglesia no cabe en modo alguno.
A esta cuestión responden los autores (en especial en el volumen siguiente, “Así empezó el cristianismo”, de la misma editorial, publicado en 2010) con la idea de que Jesús tuvo una “cristología implícita”, a saber que de su pensamiento implícito –nunca explícito– se deduce que en la nueva sociedad de sus seguidores sí tenía cabida una asociación que remedara y superara la del grupo minúsculo de sus doce apóstoles que representaban simbólicamente a las doce tribus de Israel. Creo que esta respuesta no pertenece al ámbito de la historia, sino al de la teología (una construcción mental humana, falible, cambiante), y que el problema de la fundación de una iglesia, tal como se describe en el Evangelio de Mateo, una iglesia que sigue hasta hoy día, que se proclama sucesora de Jesús y de su grupo, no corresponde al pensamiento de un Jesús judío, que por tanto nunca quiso superar el judaísmo, que era su religión desde pequeño hasta su muerte.
Por tanto, si se es consecuente, habrá que decir con toda claridad que la institución de la Iglesia de Dios no encaja de ningún modo con el Jesús histórico. No es fácil decírselo al grupo de fieles que asiste a la misa los domingos. Pero históricamente, así es.
Seguiremos con algún punto más que, creo, puede ser evidente.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
NOTA:
Enlace al tema “¿Posibles influencias mitológicas de Egipto en la construcción de la figura de Jesucristo?”
Entrevista a Antonio Piñero:
https://youtu.be/M6_S-92l99I
En el libro Qué se sabe... de Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella, 2009, 271 pp., cuyos autores son Rafael Aguirre, Carmen Bernabé y Carlos Gil Albiol, se intenta responder responder a las preguntas de los lectores desde el punto de vista meramente histórico. Porque qué es Jesús/Jesucristo desde el punto de vista teológico es conocido por la inmensa mayoría de los lectores de esa serie de libros desde pequeñitos, gracias al aprendizaje del catecismo, a las clases de religión o a las homilías y sermones.
En la contracubierta, el aviso/reclamo de la Editorial sostiene que Jesús «no es patrimonio de ningún grupo ni iglesia», y que tal personaje, de trascendencia histórica mundial, debe conocerse bien históricamente. Hay que “socializar su historia”, se escribe, lo cual significa que los datos meramente históricos sobre el personaje (no los teológicos) deben ponerse al alcance de los lectores…, y que la publicación de ese libro, sencillo, breve, de fácil lectura responde adecuadamente a ese propósito.
Todo esto está muy bien. Pero luego los autores deslizan afirmaciones sobre Jesús que realmente no son históricas en sí mismas. Así, por ejemplo, que «su vida y su mensaje son inagotables: en realidad es imposible presentar “lo que se sabe de Jesús de Nazaret”, pero solo con evocarlo ya resulta fascinante». Ahora bien, opino que la afirmación de que la vida y mensaje de Jesús son “inagotables” entra de lleno en el ámbito de la fe, no de la historia. En todo caso lo que debe afirmarse no es que sea “inagotable”, sino que algunos datos o precisiones sobre su vida, dichos, hechos, o pensamiento en general no nos son accesibles por falta de fuentes. Y eso significa no que el personaje sea inagotable en sí, sino que nosotros somos forzadamente ignorantes, muy a nuestro pesar. Se trata de pura ignorancia, no de la profundidad insondable del personaje.
Me aclaro un poco más. Si en el título se dice “¿Qué se sabe… de Jesús de Nazaret?”, se supone que se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, aquello en los que están de acuerdo la mayoría de los estudiosos de Jesús, sobre todo los independientes. Naturalmente no puede uno fijarse solo en la opinión de los autores meramente confesionales (que les cuesto o no pueden afirmar como plenamente históricos datos que como historiadores creen incontestables pero que chocan con la verdad dogmática sobre el personaje).
Por ello, siempre he sostenido que las líneas básicas y fundamentales sobre la misión y figura de Jesús no son ningún “misterio” y menos “insondable” (véase mi breve ensayo El Jesús histórico. Otras aproximaciones. Reseña crítica de algunos libros significativos en lengua española, de Edit. Trotta, Madrid 2020, pp. 78 y siguientes). Pienso que es posible —aunque el libro resultante llegara a ser bastante grueso por la necesidad de aclaraciones— exponer todo lo que se sabe de Jesús..., si se acepta que lo «que se sabe» es el consenso medio de los investigadores, todos, no una parte, como acabo de señalar.
Hoy día son suficientemente conocidas tales líneas básicas que dibujan bastante bien la figura e ideología de Jesús; buena parte de ellas las exponen los autores mencionados arribas al final de ese volumen indicado. En la cuarta parte del libro “¿Qué se sabe…?, titulada “Para profundizar», los tres autores señalan conjuntamente de nuevo la «relevancia actual de la historia de Jesús». En este apartado los tres reflexionan —entre otras cosas— sobre los consensos actuales en los estudios sobre el Jesús histórico. En el punto 7 de esa síntesis se destaca como idea que todo investigador debe aceptar, porque hay consenso prácticamente unánime (entre las obras serias de investigación), que «Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo».
Muy bien. Pero si esto es así, la pregunta resulta evidente: Si Jesús se mantuvo siempre fiel al judaísmo, parece evidente que Jesús nunca intentó fundar una religión nueva. Entonces, ¿es históricamente posible sostener –tal como apunta el capítulo 16 del evangelio de Mateo– que Jesús fundó una iglesia que habría de durar eternamente, ya que las puertas del infierno no habrían de prevalecer contra ella y que tal iglesia y su jefe supremo tiene el poder de “atar o desatar en la tierra que será atado o desatado en los cielos”? Es claro que tal concepción va en contra de lo que sabe históricamente, con total seguridad: que la predicación de la inminentísima llegada del reino de Dios por parte de Jesús y de la preocupación que debían tener todas las gentes de entrar en ese Reino, es un ámbito en el que tal iglesia no cabe en modo alguno.
A esta cuestión responden los autores (en especial en el volumen siguiente, “Así empezó el cristianismo”, de la misma editorial, publicado en 2010) con la idea de que Jesús tuvo una “cristología implícita”, a saber que de su pensamiento implícito –nunca explícito– se deduce que en la nueva sociedad de sus seguidores sí tenía cabida una asociación que remedara y superara la del grupo minúsculo de sus doce apóstoles que representaban simbólicamente a las doce tribus de Israel. Creo que esta respuesta no pertenece al ámbito de la historia, sino al de la teología (una construcción mental humana, falible, cambiante), y que el problema de la fundación de una iglesia, tal como se describe en el Evangelio de Mateo, una iglesia que sigue hasta hoy día, que se proclama sucesora de Jesús y de su grupo, no corresponde al pensamiento de un Jesús judío, que por tanto nunca quiso superar el judaísmo, que era su religión desde pequeño hasta su muerte.
Por tanto, si se es consecuente, habrá que decir con toda claridad que la institución de la Iglesia de Dios no encaja de ningún modo con el Jesús histórico. No es fácil decírselo al grupo de fieles que asiste a la misa los domingos. Pero históricamente, así es.
Seguiremos con algún punto más que, creo, puede ser evidente.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
NOTA:
Enlace al tema “¿Posibles influencias mitológicas de Egipto en la construcción de la figura de Jesucristo?”
Entrevista a Antonio Piñero:
https://youtu.be/M6_S-92l99I