Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo de J. Mosterín
“Incluso aceptando las novedades paulinas, uno podría pensar que el Cristo, como redentor universal, inmolándose por todos, habría librado a todos del pecado hereditario, y punto. Pero no, Pablo complicó las cosas con su nueva doctrina de la salvación por la fe (pístis), que luego sería adoptada por Agustín y Lutero. Ya no sería la Ley, la Torá, ni las buenas obras, ni la virtud y ni siquiera la obediencia lo que salva, sino solo y exclusivamente la fe en el Cristo redentor Jesús.
Apostilla:
Opino que Pablo pretendió simplificar en extremo el acto de la salvación de los gentiles. Para un judío normal, la salvación viene sólo de la “ortopraxia”, traducida en un cumplimiento leal y puntilloso de la Ley. Para Pablo el acto de fe, impulsado y ayudado por la gracia concomitante de Dios (formulación posterior) sustituye a la ortopraxia. Es una comodidad enorme y mucho más sencillo. La salvación por la fe sólo puede entenderse y sólo pudo surgir en un ámbito intelectualista helénico, no puramente judío.
Sigue Mosterín:
“En efecto, a partir de su conversión, Pablo dejó de creer que el ser humano se justifica por sus obras, por su cumplimiento de la Ley, y pasó a sostener que solo la fe en Cristo podía justificarlo.
g[ El indulto del pecado, es decir, la gracia, es un don gratuito de Cristo. Y Cristo, que es Dios, se lo da a quien cree en él. Esta doctrina de Pablo será luego recogida por Agustín de Hipona y Lutero.
Porque yo no me acobardo de anunciar la buena noticia, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree, primero al judío, pero también al griego, pues por su medio se está revelando la amnistía que Dios concede única y exclusivamente por la fe [...] (Rom 1, 16).
En resumen: lo mismo que el delito de uno solo resultó en la condena de todos los hombres, así el acto de fidelidad de uno solo resultó en el indulto y la vida para todos los hombres; es decir, como la desobediencia de aquel solo hombre constituyó pecadores a la multitud, así también la obediencia de este solo constituirá justos a la multitud. [...] Así, mientras el pecado reinaba dando muerte, la gracia reina concediendo un indulto que acaba en vida eterna, gracias a Jesús, el Cristo, Señor nuestro (Rom 5, 18).
Ahora, en cambio, independientemente de toda Ley, está proclamada una amnistía que Dios concede, avalada por la Ley y los profetas, amnistía que Dios otorga por la fe en Jesús el Cristo a todos los que tienen esa fe. A todos sin distinción, porque todos pecaron y están privados de la presencia de Dios; pero graciosamente van siendo rehabilitados por la generosidad de Dios, mediante el rescate presente en el Cristo Jesús (Rom 3, 21). ]g
Sigue ahora una crítica desde el punto de vista de hoy día:
"Desde un punto de vista filosófico o psicológico, la fe no es ninguna virtud, sino un vicio, no constituye excelencia alguna, sino un defecto, un fallo del aparato cognitivo. Creer lo que no podemos ver ni comprobar ni demostrar, creer lo absurdo, creer lo increíble, es más bien una patología mental que una virtud o excelencia que merezca recompensa alguna.
“El judaísmo nunca insistió en la fe, sino en la praxis, en la acción, en el cumplimiento de la Torá en la conducta. Desde el punto de vista judío, lo más grave de la acción de Pablo no eran sus teorías sobre el pecado y la redención, sino su renuncia a la circuncisión de los conversos. Un judío podía discutir cualquier creencia, pero tenía que circuncidarse. De todos modos, las comunidades judías posteriores, para defender su cohesión en un medio hostil, hicieron uso a veces de la excomunión (jérem) por opiniones chocantes, como la impuesta por la comunidad de Amsterdam a Baruc de Spinoza en 1656.
“De todos modos, la insistencia obsesiva en la fe sería en el futuro una característica del cristianismo de terribles consecuencias, la fuente de las nociones de heterodoxia y herejía, de las cruzadas contra los infieles y los heréticos, de las persecuciones religiosas y de las torturas y hogueras de la inquisición.
Ya nos queda poco para concluir con el libro de Mosterín.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com