Hoy escribe Andrés Torres Queiruga / (Antonio Piñero)
Amigos lectores:
Transcribo fielmente la crítica a la crítica que acepto sinceramente. No he tocado, como es lógico, ni una coma.
“Querido Antonio,
Gracias por tu amplia recensión de mi libro sobre el mal. No siempre es fácil encontrar lectores que entren en el libro, lo lean y entren en un diálogo serio y demorado.
Tu exposición en el primer bloque es exacta. Sólo fíjate —tú que seguramente sabes más griego que yo— en que pisteo-dicea, como bien explicas a continuación, deriva de pistis, -eos y dikaia (justificación de “fe” en sentido amplio, filosófico o cosmovisional).
La crítica me pareció algo apresurada, pienso que seguramente que por falta de tiempo para una lectura con posibilidad de más tiempo y dedicación.
La ponerología es estrictamente filosófica. Discutible, sin duda, como todo lo humano; pero sería preciso discutirla entrando en los argumentos concretos. No entiendo las razones que das para afirmar que el dilema de Epicuro es también hoy inevitable. Insistes en la incomprensibilidad divina (lo que iría –kantianamente-- tanto contra la argumentación teísta como contra la atea). Pero fíjate en que yo insisto en partir “desde abajo”, desde el mundo, desde lo controlable racional o razonablemente. Y sigo pensando, mientras no aparezcan razones convincentes, que un mundo-sin-mal es un constructo intelectual tan vacío y contradictorio (aunque menos claramente apreciable) como un círculo-cuadrado o una clase dividida-en-tres-mitades. En esto no pensaron --no por incapaces, claro está, sino porque lo dieron por supuesto (en esto todavía no modernos), ni Hume ni Kant, en cuya “autoridad” te apoyas).
Después mi discurso cambia efectivamente de plano, porque ya quiere ser justificación de la respuesta cristiana, por ser la que más me convence. Es, pues un discurso teo-lógico (acentuando ambos extremos de la palabra). Y habrás notado que reconozco igual derecho a que las otras “fes” hagan lo mismo con sus respuestas, indicando que no entro en discusiones porque, aunque las conozco (más o menos) y atiendo sus críticas, les corresponde a ellas elaborar su “pisteodiciea”.
Y, ahí sí, te confieso que cuando se trata de los razonamientos ya dentro de la “teodicea”, me ha asombrado bastante que me atribuyas un fundamentalismo teológico que considero a mil leguas de toda mi obra, incluida esta (por algo cuando otros juzgan mi libro de la Revelación, me acusan de inmanentista, reduccionista y otras curiosidades). Si lo repasas, verás que someto a crítica expresa y muy dura las opiniones que me atribuyes. Tengo la impresión de que ese punto te ha traicionado un poco el citar abruptamente párrafos de la Conclusión, que, acudiendo a un lenguaje simbólico (no diría mítico), ya previa y largamente aclarado, criticado y fundamentado en la parte última (lo hago, creo yo, en la misma dirección que tú indicas y practicas, aunque no coincidamos en las conclusiones), pudiera dar esa impresión, cuyo tenor me repugna tanto como a ti.
Fíjate, para concretar, en el tema de la “subida a Jerusalén”. Yo insinúo la posibilidad –no la certeza- de que Jesús buscase una decisión divina (tú, en cambio, afirmas que fue allí seguro del triunfo). Después hipotizo algo en lo que me parece que estarás de acuerdo: es posible que Jesús, conforme a la mentalidad ambiental, “esperase” una intervención divina para salvar al justo en el último momento; y, como me he atrevido a escribir en el libro de la Resurrección, sigo hipotizando que esa fue “la última lección que Jesús tuvo que aprender” (así se realiza siempre, en mi parecer, el proceso revelador), a saber, que el apoyo y la acción divina se realiza no con intervencionismos milagrosos, sino en su sostenernos trascendentalmente, haciendo posible y apoyando nuestra libertad, pero dejándonos con todo respeto la decisión. “estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre… (Apocalipsis). Esto es preservar, de verdad y sin caer en el deísmo la autonomía humana, tal como he tratado de aclarar en mi libro “Fin del cristianismo premoderno”.
Hay después cuestiones que considero más secundarias, aunque pueden ayudar a la claridad.
No sé hasta que punto das por seguro que, desde el resultado “ponerológico del mal inevitable, “la conclusión lógica sería: ¡Mejor no haber creado el universo!” Es una opinión que, efectivamente, han sostenido bastantes. Pero por lo mismo es también una “pisteodicea”, es decir, una conclusión cosmovisional, en principio legítima, pero que, igual que todas, necesita justificarse y responder a las objeciones; por ejemplo, al sentido de las víctimas la historia, que en ese caso serían para siempre irredimibles (algo tan importante en la discusión actual). Por eso creo que no puede defenderse que la “pisteodicea” representada por la “náusea” sartriana es simplemente “negativa”, diciendo que “toda afirmación negativa no necesita demostrarse.- Sólo necesita demostrase la afirmación positiva, a saber, la existencia de una esperanza religiosa que explique de verdad la necesidad y obligatoriedad de la existencia del mal”. Por un lado, la respuesta sartriana es ciertamente negativa como actitud de vida, pero como discurso es tan positiva y tan necesitada de justificación como la esperanza cristiana o como la postura agnóstica. Y, por otro, la invetabilidad (yo distingo con cuidado entre “inevitabilidad” y “necesidad” u “obligatoriedad”) del mal no es parte exclusiva de la respuesta cristiana, sino conclusión general, condición universal de la existencia finita, a la que, justamente por eso, todos tenemos que enfrentarnos. El problema es común, pues todos tenemos que vivir y encontrar sentido en un mundo con crímenes y sufrimientos. Diferentes son sólo las respuestas. Por eso necesitamos buscar la que nos parezca la más acertada. Y yo creo e insisto en que, siendo tan decisiva y tan difícil, es preciso buscarla entre todos, estableciendo un diálogo lo más colaborador y fructífero posible.
Querido Antonio, tú lo has hecho tanto con tu recensión como con tu crítica. Y, como bien dices al final, el hecho de que el diálogo no llegue a la plena concordancia no implica desconocimiento y menos desestima de la labor del otro. Es simplemente el precio del respeto mutuo en el difícil “conflicto de las interpretaciones”. Según dicen los programas, pronto nos veremos en Porto, en el Congreso sobre "¿Quién fue (es) Jesucristo?" y seguramente tendremos ocasión de charlar largamente acerca de esta y de otras cuestiones, tal vez no menos interesantes.
Hasta entonces, un fuerte abrazo,
Andrés Torres Queiruga”
Por mi parte, Saludos cordiales
www.antoniopinero.com
Amigos lectores:
Transcribo fielmente la crítica a la crítica que acepto sinceramente. No he tocado, como es lógico, ni una coma.
“Querido Antonio,
Gracias por tu amplia recensión de mi libro sobre el mal. No siempre es fácil encontrar lectores que entren en el libro, lo lean y entren en un diálogo serio y demorado.
Tu exposición en el primer bloque es exacta. Sólo fíjate —tú que seguramente sabes más griego que yo— en que pisteo-dicea, como bien explicas a continuación, deriva de pistis, -eos y dikaia (justificación de “fe” en sentido amplio, filosófico o cosmovisional).
La crítica me pareció algo apresurada, pienso que seguramente que por falta de tiempo para una lectura con posibilidad de más tiempo y dedicación.
La ponerología es estrictamente filosófica. Discutible, sin duda, como todo lo humano; pero sería preciso discutirla entrando en los argumentos concretos. No entiendo las razones que das para afirmar que el dilema de Epicuro es también hoy inevitable. Insistes en la incomprensibilidad divina (lo que iría –kantianamente-- tanto contra la argumentación teísta como contra la atea). Pero fíjate en que yo insisto en partir “desde abajo”, desde el mundo, desde lo controlable racional o razonablemente. Y sigo pensando, mientras no aparezcan razones convincentes, que un mundo-sin-mal es un constructo intelectual tan vacío y contradictorio (aunque menos claramente apreciable) como un círculo-cuadrado o una clase dividida-en-tres-mitades. En esto no pensaron --no por incapaces, claro está, sino porque lo dieron por supuesto (en esto todavía no modernos), ni Hume ni Kant, en cuya “autoridad” te apoyas).
Después mi discurso cambia efectivamente de plano, porque ya quiere ser justificación de la respuesta cristiana, por ser la que más me convence. Es, pues un discurso teo-lógico (acentuando ambos extremos de la palabra). Y habrás notado que reconozco igual derecho a que las otras “fes” hagan lo mismo con sus respuestas, indicando que no entro en discusiones porque, aunque las conozco (más o menos) y atiendo sus críticas, les corresponde a ellas elaborar su “pisteodiciea”.
Y, ahí sí, te confieso que cuando se trata de los razonamientos ya dentro de la “teodicea”, me ha asombrado bastante que me atribuyas un fundamentalismo teológico que considero a mil leguas de toda mi obra, incluida esta (por algo cuando otros juzgan mi libro de la Revelación, me acusan de inmanentista, reduccionista y otras curiosidades). Si lo repasas, verás que someto a crítica expresa y muy dura las opiniones que me atribuyes. Tengo la impresión de que ese punto te ha traicionado un poco el citar abruptamente párrafos de la Conclusión, que, acudiendo a un lenguaje simbólico (no diría mítico), ya previa y largamente aclarado, criticado y fundamentado en la parte última (lo hago, creo yo, en la misma dirección que tú indicas y practicas, aunque no coincidamos en las conclusiones), pudiera dar esa impresión, cuyo tenor me repugna tanto como a ti.
Fíjate, para concretar, en el tema de la “subida a Jerusalén”. Yo insinúo la posibilidad –no la certeza- de que Jesús buscase una decisión divina (tú, en cambio, afirmas que fue allí seguro del triunfo). Después hipotizo algo en lo que me parece que estarás de acuerdo: es posible que Jesús, conforme a la mentalidad ambiental, “esperase” una intervención divina para salvar al justo en el último momento; y, como me he atrevido a escribir en el libro de la Resurrección, sigo hipotizando que esa fue “la última lección que Jesús tuvo que aprender” (así se realiza siempre, en mi parecer, el proceso revelador), a saber, que el apoyo y la acción divina se realiza no con intervencionismos milagrosos, sino en su sostenernos trascendentalmente, haciendo posible y apoyando nuestra libertad, pero dejándonos con todo respeto la decisión. “estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre… (Apocalipsis). Esto es preservar, de verdad y sin caer en el deísmo la autonomía humana, tal como he tratado de aclarar en mi libro “Fin del cristianismo premoderno”.
Hay después cuestiones que considero más secundarias, aunque pueden ayudar a la claridad.
No sé hasta que punto das por seguro que, desde el resultado “ponerológico del mal inevitable, “la conclusión lógica sería: ¡Mejor no haber creado el universo!” Es una opinión que, efectivamente, han sostenido bastantes. Pero por lo mismo es también una “pisteodicea”, es decir, una conclusión cosmovisional, en principio legítima, pero que, igual que todas, necesita justificarse y responder a las objeciones; por ejemplo, al sentido de las víctimas la historia, que en ese caso serían para siempre irredimibles (algo tan importante en la discusión actual). Por eso creo que no puede defenderse que la “pisteodicea” representada por la “náusea” sartriana es simplemente “negativa”, diciendo que “toda afirmación negativa no necesita demostrarse.- Sólo necesita demostrase la afirmación positiva, a saber, la existencia de una esperanza religiosa que explique de verdad la necesidad y obligatoriedad de la existencia del mal”. Por un lado, la respuesta sartriana es ciertamente negativa como actitud de vida, pero como discurso es tan positiva y tan necesitada de justificación como la esperanza cristiana o como la postura agnóstica. Y, por otro, la invetabilidad (yo distingo con cuidado entre “inevitabilidad” y “necesidad” u “obligatoriedad”) del mal no es parte exclusiva de la respuesta cristiana, sino conclusión general, condición universal de la existencia finita, a la que, justamente por eso, todos tenemos que enfrentarnos. El problema es común, pues todos tenemos que vivir y encontrar sentido en un mundo con crímenes y sufrimientos. Diferentes son sólo las respuestas. Por eso necesitamos buscar la que nos parezca la más acertada. Y yo creo e insisto en que, siendo tan decisiva y tan difícil, es preciso buscarla entre todos, estableciendo un diálogo lo más colaborador y fructífero posible.
Querido Antonio, tú lo has hecho tanto con tu recensión como con tu crítica. Y, como bien dices al final, el hecho de que el diálogo no llegue a la plena concordancia no implica desconocimiento y menos desestima de la labor del otro. Es simplemente el precio del respeto mutuo en el difícil “conflicto de las interpretaciones”. Según dicen los programas, pronto nos veremos en Porto, en el Congreso sobre "¿Quién fue (es) Jesucristo?" y seguramente tendremos ocasión de charlar largamente acerca de esta y de otras cuestiones, tal vez no menos interesantes.
Hasta entonces, un fuerte abrazo,
Andrés Torres Queiruga”
Por mi parte, Saludos cordiales
www.antoniopinero.com