Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero
Sinesio de Cirene (370-413) es el tercer autor de la escuela alejandrina que se ocupa de la transmigración. Intelectual, político y también obispo, con una buena formación en retórica y derecho, siguió en Alejandría las enseñanzas de Hipatia, quien le introdujo en la filosofía pitagórica y neoplatónica. Se le llamó el “platónico con mitra”. En su Dión, 8-9 (traduccción. española de Fernando García Romero 1995) afirma con claridad que su estilo de vida preferido es el de los griegos.
No es, pues, de extrañar que los himnos de Sinesio muestren en su vocabulario cierto colorido platónico, que comparte con los gnósticos. Así, por ejemplo, en el Himno I, en donde, en lo referente a nuestro tema, podemos leer:
“Pues tú en el universo depositaste el alma y a través del alma sembraste la inteligencia en el cuerpo” (565-566).
Estas palabras apuntan a la creencia en la preexistencia del alma. Esta creencia y la de la transmigración aparecen también en su tratado Sobre los ensueños, cuando afirma que el pneuma es el vehículo específico del alma durante el viaje que la lleva desde la patria celeste al mundo de la materia y viceversa, y que le es posible al alma purificarse con el tiempo, con el trabajo y con otras vidas con el fin de volver a ascender (7).
Añade, tal vez para armonizar sus pensamientos con la resurrección de la carne, que la sustancia corpórea no tiene otro recurso que unirse al alma cuando ésta asciende para ascender con ella, elevarse así de su caída y entrar en armonía con las esferas (10) y que para el ascenso del alma se necesita un pneuma sano. Por tanto, dice, preocuparse por tener un pneuma sano es ejercitarse en la piedad religiosa (11). Un eco de la culpa precedente y del deseo de liberación se puede percibir en el Himno III, que dice así:
“Que mi alma, sin soportar la huella de las penas, lleve una vida sosegada, con sus dos pupilas en tu resplandor, para que limpio de materia, me apresure yo por senderos sin retorno, fugitivo de los pesares de la tierra, a unirme a la fuente del alma”.
Y poco después le pide al Hijo que le envíe al Espíritu:
“Así quieras tú enviármelo, de acuerdo con el Padre, para que riegue de vida las alas de mi alma y dé cumplimiento a los dones divinos”.
Sinesio, de sólida formación platónica y obispo de la Pentápolis, parece asumir la idea de la preexistencia del alma y la doctrina de la transmigración, pues piensa que el alma puede purificarse en otras vidas para volver a ascender a Dios y aproximarse a Él por “senderos sin retorno”, liberado ya de “la huella de las penas”.
Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero