Notas

Realidades “eutanásicas” en la historia del cristianismo (168-08)

Redactado por Antonio Piñero el Viernes, 18 de Febrero 2011 a las 07:10


Hoy escribe Antonio Piñero



La cuestión de la eutanasia como hoy se plantea no suele tratarse en la historia del cristianismo oficial. La razón es ya sabida: la doctrina es que se debe respetar la vida humana en cualquier circunstancia y condición. Y ello como consecuencia de un mandato divino “No matarás”.

Sin embargo, argumenta Monclús en el libro que estamos comentando, que “recorriendo la historia del cristianismo nos encontramos con la realidad desconcertante de una serie de hechos que resultan ser casos aceptados, a veces predicados enardecidamente por la Iglesia, de una búsqueda práctica (y positiva) de la muerte, no sólo ajena, sino también propia” (p. 238). Por ello la defensa de la vida sobre la muerte queda negada en la práctica o tiene muchas excepciones que debilitan su fuerza.

Conocemos y hemos mencionado ya el caso de los mártires. Monclús interpreta que en muchísimos casos, bien analizados, hay una búsqueda positiva de la muerte, lo que no se compagina con la recta actitud pasiva de dejar a Dios que la envíe. Monclús cita un buen número de casos tomados sobre todo de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea (hay edición en la B.A.C, con texto bilingüe, Madrid, 2001).

Quizá uno de los textos más claros, que Monclús cita expresamente pero sin aportar el pasaje concreto, es de Ignacio de Antioquía hacia el 110, camino de Roma, para ser juzgado una vez que había sido apresado por ser cristiano. Tomo el ejemplo de R. Stark, La expansión del cristianismo (Madrid, Trotta, 2008, cap. 8 “Los mártires. El sacrificio como elección racional”


Lo que temía Ignacio no era morir en el circo, sino que los cristianos bien intencionados pudieran conseguir que se le perdonara. Así, escribió anticipadamente a sus compañeros en Roma pidiendo que no interfirieran de ningún modo para evitar su martirio:

La verdad es que temo que sea vuestro amor lo que me perjudique. Para vosotros es sin duda fácil lograr lo que buscáis; pero para mí es difícil ganar mi camino hacia Dios, si vosotros no tenéis consideración conmigo... No me concedáis otra cosa que dejar que mi sangre sea derramada como sacrificio a Dios...

Escribo a todas las iglesias, y a todas se lo encarezco, que muero voluntariamente por Dios con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo suplico: no me mostréis una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras, que son para mí medios de alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las bestias salvajes he de ser molido para ser presentado como pan puro de Cristo (Epístola a los romanos I 2; II 2; IV 1).

Ignacio buscaba la gloria, tanto aquí como en el más allá. Esperaba ser recordado a través de los siglos y se comparaba con los mártires que se habían ido antes que él, incluido Pablo, “tras cuyas huellas deseo hallarme cuando me encuentre con Dios”.

Y en este apartado cita Monclús el Memorial de los santos, obra de Eulogio de Córdoba y un decreto ambiguo de un concilio, celebrado en esa ciudad en el verano del 852, en el que indirectamente se afirma que muchos mártires buscaron su muerte de un modo positivo, lo que era reprobable. El canon conciliar dice:

“Lo pasado, pasado. No desaprobamos la conducta de los que han buscado el martirio estos últimos años; pueden darles culto, si les place, aquellos que quisieran haber muerto como ellos. Pero prohibimos a los cristianos que en adelante se presenten a sufrir esta muerte sagrada” (p. 270).


Otro aspecto importante de esta sección del libro de Monclús es la consideración de la eutanasia pasiva, aceptada por la Iglesia, que es el ascetismo extremo. Monclús recalca que es una contradicción que la ascética cristiana desprecie en absoluto la vida, que también es un don de Dios y que esté poniendo de modo semidirecto todo los medios para eliminarla.

La muerte, según Monclús, se promueve de dos formas. Una, por el sacrificio y la renuncia a los placeres e incluso dimensiones esenciales –como comer, beber y sexo- de la vida, otorgados y querido por Dios. La segunda: deseando y esperando el fin de esta vida, que es muerte, para así liberarse y llegar a la vida verdadera del más allá:

“Estas dos formas de actuación son complementarias, pues el sacrificio, con sus privaciones, su dolor físico y psíquico buscado y padecido, sus enfermedades sobrellevadas sin terapia, etc. acerca a la muerte, y este acercamiento se considera bueno. La muerte no se contempla como algo malo, sino bueno, y cuanto la acerque se agradece y adopta gozosamente. Con ello en realidad, nos encontramos ante un paradójico enfoque eutanásico de la muerte, pues la muerte se considera y desea como algo bueno, y se favorecen los medios físicos y psíquicos para que llegue cuanto antes” (p. 277).

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 18 de Febrero 2011
| Comentarios