Escribe Antonio Piñero
Como prometí ayer resumo la crítica de F. Bermejo a la obra de R. A. Horsley. Este estudioso acepta,
· Que la proclama del reino de Dios por parte de Jesús suponía una revolución social y política, lo cual llevaba a exigir la retirada de los romanos del suelo de Israel. Que Jesús estaba convencido de que Dios iba a intervenir de modo inmediato en la historia para juzgar a las instituciones que impedían el triunfo de sus designios divinos sobre Israel.
· Que Jesús puede compararse a otros dirigentes, en Galilea (Judas de Gamala o el Galileo) o en Judea (“El profeta egipcio” o Teudas) que buscaban la independencia política de Israel del poder romano.
· Que en la cuestión del “tributo al César” (Mc 12,13-17) Horsley está de acuerdo con que Jesús afirmó que no se debía pagar en absoluto…; lo hizo con astucia, pero con suficiente claridad.
· Que las acciones de Jesús envueltas de un cierto secretismo (la preparación de la entrada triunfal o la de la Última Cena, de las que dijimos que suponían encuentros previos con partidarios de Jesús en Jerusalén y el uso de contraseñas) se debieron al comportamiento usual –estudiado hoy día por la sociología moderna– por parte de los revolucionarios de disimular sus actos punibles por los que mantenían la ley y el orden; que las actividades subversivas se procuran “disfrazar” siempre, de modo que las autoridades no caigan en la cuenta de nada. Jesús, por tanto, merece el calificativo de “revolucionario” porque estuvo implicado en ese tipo de acciones.
· Que en la tradición evangélica hay suficientes indicios como para sospechar que Jesús no solo practicó una resistencia pasiva frente a los romanos, sino que se vio envuelto junto con sus discípulos en alguna revuelta grave, que desde el punto de vista romano, era una subversión del orden establecido.
· Que la crítica a los ricos y a los estamentos superiores de la sociedad religiosa-civil de Israel significaba algo más que una mera protesta pacífica.
· Que el conjunto de la crítica de Horsley supone una estimación negativa de la pintura de Jesús como pacifista dibujada por los evangelistas.
Pero a la vez señala Bermejo las deficiencias de la evaluación global de Jesús por parte de Horsley:
· Sostiene este estudioso que no hay pruebas en los evangelios de que “Jesús defendiera, y mucho menos organizara, el tipo de rebelión armada que habría sido necesario para liberar a la sociedad de la potencia político-militar del imperio romano”.
Y replica: Naturalmente, esto es cierto. Pero se puede responder que la ausencia de organización de un ejército (por lo demás imposible, ya que Jesús era pobre y además sin base fija, un predicador itinerante) no supone que él rechazara totalmente la violencia de algún tipo. No hay ninguna condena expresa de la violencia por parte de Jesús en los Evangelios que merezca el calificativo de “histórica”. Es muy probable que Jesús mantuviera una postura parecida a los que escribieron o guardaron los Rollos del Mar Muerto: estaban dispuestos a colaborar con Dios en cuanto él iniciara la liberación de Israel. Hacia la misma actitud apuntan los textos ya comentados de Mc 14,47 y paralelos (“Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja”), Lc 22,36-38 (vender el manto y comprar una espada; al menos el grupo tenía dos) y Lc 22,49 (“Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?”).
· Que no se puede afirmar a la vez dos cosas contradictorias entre sí. Por un lado “Que incluso los evangelistas pintan a un Jesús que estuvo implicado en acciones con algún tipo de violencia, como la purificación del Templo, y a la vez “Que Jesús no preconizaba o no estaba implicado en acciones violentas” (sic). O bien sostener que Jesús afirmaba sus reivindicaciones socio-políticas estaban apoyadas por Dios, pero a la vez que sus acciones no implicaban revuelta alguna de importancia.
En síntesis: de la obra de Horsley puede deducirse que el movimiento de renovación y resistencia generada por Jesús no era “tan visible ni tan perjudicial” como los movimientos dirigidos por Teudas u otros profetas que arrastraban al pueblo. Y que, a pesar de que la renovación de Israel pensada por Jesús era claramente opuesta a los gobernantes del momento en Israel, y que tal renovación amenazaba a la orden imperial romano, las fuentes no ofrecen indicación alguna de que Jesús fuera un “bandido”, es decir, un revolucionario.
Por ello, F. Bermejo sostiene que la obra de R. A. Horsley da una de cal y otra de arena y que a la postre “resulta un experimento fallido”: no acaba de ser una interpretación correcta de todo el conjunto de la documentación que poseemos.
Que el lector juzgue.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
Como prometí ayer resumo la crítica de F. Bermejo a la obra de R. A. Horsley. Este estudioso acepta,
· Que la proclama del reino de Dios por parte de Jesús suponía una revolución social y política, lo cual llevaba a exigir la retirada de los romanos del suelo de Israel. Que Jesús estaba convencido de que Dios iba a intervenir de modo inmediato en la historia para juzgar a las instituciones que impedían el triunfo de sus designios divinos sobre Israel.
· Que Jesús puede compararse a otros dirigentes, en Galilea (Judas de Gamala o el Galileo) o en Judea (“El profeta egipcio” o Teudas) que buscaban la independencia política de Israel del poder romano.
· Que en la cuestión del “tributo al César” (Mc 12,13-17) Horsley está de acuerdo con que Jesús afirmó que no se debía pagar en absoluto…; lo hizo con astucia, pero con suficiente claridad.
· Que las acciones de Jesús envueltas de un cierto secretismo (la preparación de la entrada triunfal o la de la Última Cena, de las que dijimos que suponían encuentros previos con partidarios de Jesús en Jerusalén y el uso de contraseñas) se debieron al comportamiento usual –estudiado hoy día por la sociología moderna– por parte de los revolucionarios de disimular sus actos punibles por los que mantenían la ley y el orden; que las actividades subversivas se procuran “disfrazar” siempre, de modo que las autoridades no caigan en la cuenta de nada. Jesús, por tanto, merece el calificativo de “revolucionario” porque estuvo implicado en ese tipo de acciones.
· Que en la tradición evangélica hay suficientes indicios como para sospechar que Jesús no solo practicó una resistencia pasiva frente a los romanos, sino que se vio envuelto junto con sus discípulos en alguna revuelta grave, que desde el punto de vista romano, era una subversión del orden establecido.
· Que la crítica a los ricos y a los estamentos superiores de la sociedad religiosa-civil de Israel significaba algo más que una mera protesta pacífica.
· Que el conjunto de la crítica de Horsley supone una estimación negativa de la pintura de Jesús como pacifista dibujada por los evangelistas.
Pero a la vez señala Bermejo las deficiencias de la evaluación global de Jesús por parte de Horsley:
· Sostiene este estudioso que no hay pruebas en los evangelios de que “Jesús defendiera, y mucho menos organizara, el tipo de rebelión armada que habría sido necesario para liberar a la sociedad de la potencia político-militar del imperio romano”.
Y replica: Naturalmente, esto es cierto. Pero se puede responder que la ausencia de organización de un ejército (por lo demás imposible, ya que Jesús era pobre y además sin base fija, un predicador itinerante) no supone que él rechazara totalmente la violencia de algún tipo. No hay ninguna condena expresa de la violencia por parte de Jesús en los Evangelios que merezca el calificativo de “histórica”. Es muy probable que Jesús mantuviera una postura parecida a los que escribieron o guardaron los Rollos del Mar Muerto: estaban dispuestos a colaborar con Dios en cuanto él iniciara la liberación de Israel. Hacia la misma actitud apuntan los textos ya comentados de Mc 14,47 y paralelos (“Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja”), Lc 22,36-38 (vender el manto y comprar una espada; al menos el grupo tenía dos) y Lc 22,49 (“Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?”).
· Que no se puede afirmar a la vez dos cosas contradictorias entre sí. Por un lado “Que incluso los evangelistas pintan a un Jesús que estuvo implicado en acciones con algún tipo de violencia, como la purificación del Templo, y a la vez “Que Jesús no preconizaba o no estaba implicado en acciones violentas” (sic). O bien sostener que Jesús afirmaba sus reivindicaciones socio-políticas estaban apoyadas por Dios, pero a la vez que sus acciones no implicaban revuelta alguna de importancia.
En síntesis: de la obra de Horsley puede deducirse que el movimiento de renovación y resistencia generada por Jesús no era “tan visible ni tan perjudicial” como los movimientos dirigidos por Teudas u otros profetas que arrastraban al pueblo. Y que, a pesar de que la renovación de Israel pensada por Jesús era claramente opuesta a los gobernantes del momento en Israel, y que tal renovación amenazaba a la orden imperial romano, las fuentes no ofrecen indicación alguna de que Jesús fuera un “bandido”, es decir, un revolucionario.
Por ello, F. Bermejo sostiene que la obra de R. A. Horsley da una de cal y otra de arena y que a la postre “resulta un experimento fallido”: no acaba de ser una interpretación correcta de todo el conjunto de la documentación que poseemos.
Que el lector juzgue.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com