NotasEscribe Antonio Piñero Otra de las preguntas que suelen formularse a propósito de la crucifixión de Jesús es “¿Quién fue en último término el causante de su muerte?”. La investigación confesional más antigua solía echar la culpa por entero a las autoridades judías y prestaban absoluta fe a lo que se desprende de la lectura rápida de los Evangelios: fueron los jefes de los judíos. Los romanos y su prefecto –que no habían intervenido en la purificación del Templo– actuaron como meros comparsas y no fueron culpables en el fondo. Pilato, aun persuadido de la inocencia de Jesús, lo condenó a muerte por complacer a las autoridades judías y al pueblo. Ni siquiera es lícito hablar de soborno, sino de una mera cesión por parte del Prefecto a las presiones de los judíos. Este punto de vista es simplemente inverosímil. No cuadra con el modo de ser de Pilato tal como lo describen Flavio Josefo y Filón: sus actuaciones cuando provocó a los judíos introduciendo estandartes de las legiones con el busto del emperador; de su enfrentamiento con el sacerdocio y el pueblo por el empleo de dinero del tesoro del pueblo para construir un acueducto para Jerusalén; de su asesinato de miles de samaritanos al final de su mandato, por el cual fue destituido por Vitelio, y aprobado por Tiberio. No parece posible que Pilato permaneciera impasible cuando los judíos mismos acusaban a Jesús de alteraciones de orden público y de hacerse su rey mesiánico, figura antirromana por excelencia. Como la crucifixión fue colectiva, y los judíos no pudieron ser responsables de la muerte en cruz de los dos bandoleros, parece evidente que los romanos actuaron como acusadores de esos dos personajes y los condenaron a muerte. ¿Es creíble que en ese caso colocaran a Jesús en medio de ellos, aun considerándolo inocente? No parece plausible. Es inverosímil que los sumos sacerdotes hubieran actuado solo por pura envidia contra Jesús (Mc 15,10: Pilato “se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia”). ¿Cómo se inventaron igualmente los jefes religiosos de los judíos de las acusaciones contra Jesús que recoge Lucas 23,1-2 (“Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»), si es que eran una estricta mentira? Es sencillamente inverosímil. E igualmente lo es, como afirma el Cuarto Evangelio, que ante todo el pueblo judío gritaran contra Jesús «No tenemos más rey que el César» (Jn 19,15). Por el contrario, sí es verosímil la versión de este evangelio cuando pinta la escena de la deliberación del Sanedrín en casa de Caifás donde se pensó que lo mejor era eliminar a Jesús: “Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. 48 Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» 49 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, 50 ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación»” (Jn 11,47-50). Esta versión es sumamente verosímil: hubo una actuación de consuno entre las autoridades judías y las romanas para quitar de en medio a Jesús por razones puramente políticas y de orden público…, en absoluto por razones de envidia, blasfemia contra Dios y otras acciones de Jesús contra la religión judía. De ello se deduce que el prendimiento de Jesús fue probablemente una acción conjunta de la policía del Templo y de los romanos (Jn 18, 3: Judas llega al monte de los Olivos “con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas”). Incluso, si se me apura, parece inverosímil la presencia de guardias judíos contra Jesús, ya que iba en contra de las costumbres romanas de actuar solos y con disciplina militar estricta. Es más verosímil incluso que fueran los romanos solo lo que decidieron el prendimiento de Jesús y que –en todo caso– que se unieran a su grupo (cohorte) algunos acompañantes de Judas del entorno de los sumos sacerdotes. La decisión de prender a Jesús debió de partir en concreto de los romanos, por el interés que ellos mismos tenían. En todo caso podemos hablar también de una conjunción de intereses políticos (y económicos) por parte de las autoridades del Templo con los intereses puramente políticos y de orden público de los romanos. Por último: en general se suele explicar el silencio de Jesús ante Pilato (sobre todo) como un acto de majestad y autocontención, o bien como una decisión interna de aceptar el designio divino de su muerte en cruz con vistas a la redención de toda la humanidad. Pero, aparte de que una redención por toda la humanidad no encaja en absoluto con el perfil religioso de un judío a carta cabal como Jesús, el silencio de este, en especial ante Pilato (la escena de Jesús ante Herodes Antipas relatada solo por Lucas tiene muchas dificultades históricas), se explica mucho mejor si se tiene en cuenta el hecho de que un reo acusado de sedición puede temer verosímilmente que cualquier palabra que pronuncie ante la autoridad puede ser utilizada en contra suya y de su causa. En conjunto creo válido el resumen de la situación qua hace F. Bermejo en el artículo sobre “Jesús y la resistencia antirromana” que estamos comentando: “La responsabilidad de la crucifixión de Jesús corresponde a Pilato, que tenía el imperium (el único con capacidad de ordenar una condena a muerte en la Judea del momento)… Debe quedar claro que Jesús podría haber sido arrestado y crucificado por el prefecto romano sin la intervención de los jefes de los sacerdotes, porque la predicación de Jesús, las pretensiones y las actividades eran extremadamente contrarias al dominio de Roma… El que fueron los sacerdotes los que persuadieron a Pilato para hacer el trabajo… los presuntos motivos (odio, la envidia, hostilidad mortal... ) son casi increíbles y son todos probablemente invenciones cristianas… “Pero a la vez la idea de que las autoridades judías jugaron un papel en el destino de Jesús no deja de ser razonable... Si el Evangelio habla de la responsabilidad de las autoridades judías en detención de Jesús conserva probablemente un núcleo duro de la memoria histórica. El comportamiento de los judíos –que implicaba la dura decisión de entregar a un compañero judío (o un grupo de judíos) a los romanos para su ejecución – se explica mejor si Jesús, efectivamente, había actuado como un sedicioso: con el tiempo se habían alarmado sumamente las autoridades por la gravedad del peligro político que constituía Jesús y su grupo, puesto que ello podría conducir fácilmente a la muerte de muchas personas inocentes por los romanos. Las autoridades judías tenían la responsabilidad de mantener el orden público y la paz en Judea y, por lo tanto, la obligación de cooperar en el mantenimiento del gobierno romano en su tierra. Así pues, si tomaron parte los judíos en el prendimiento de Jesús, su intervención debió de haber sido de acuerdo con un escenario como el contenido en Jn 11,47-50 (citado arriba), pasaje que va en contra de la perspectiva del propio evangelista. Este texto es realista en la medida en que supone la existencia de actitudes profundamente contradictorios hacia Jesús dentro de las autoridades…, Los vv. 49-50 transmiten claramente la existencia de una discusión áspera entre las autoridades judías respecto a Jesús y, por lo tanto, parecen apuntar a la probabilidad de que al menos algunos de ellos tenían la intención de que se le permitiera a Jesús predicar y actuar sin perturbaciones ( " Si le dejamos ir de esta manera ... " : v. 48). La presuposición de la existencia de actitudes profundamente contradictorias hacia Jesús niega radicalmente la tendencia de los Evangelios a presentar a las autoridades judías en su totalidad como hostil a él”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Lunes, 13 de Febrero 2017
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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