Escribe Antonio Piñero
En el artículo que estamos extractando y comentando “Jesús y la resistencia antirromana Una reevaluación de los argumentos”, publicado en la revista “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, aborda ahora F. Bermejo una cuestión interesante que debemos discutir y que paso a plantearles: “¿Qué significa ser sedicioso en la sociedad en la vivió Jesús?”.
La pregunta es pertinente ya que los evangelistas escriben a) mucho tiempo después de la muerte de Jesús; b) en un contexto vital muy diferente; c) con una mentalidad religiosa que depende, al menos en parte, de la teología de Pablo de Tarso quien había sido el principal impulsor de la fe en Jesús como mesías fuera de Israel; d) con un deseo de hacer propaganda religiosa de la fe que profesaban, es decir, “desde la fe y para la fe”. Por tanto y a priori se puede albergar la sospecha de que sean sesgados, incluso sin pretenderlo expresamente..
Y la cuestión planteable es: ¿en qué grado son los evangelistas consistentemente fieles a la mentalidad de Jesús que a priori podemos suponer era ya bastante diferente a la suya? En efecto, Jesús vivía en un Israel con unas tradiciones cerradas; Jesús predicaba solo para los israelitas; ellos, los evangelistas, vivían dentro del Imperio Romano y con una mentalidad abierta a la admisión de los gentiles dentro de la fe común que ya profesaban. ¿Nos presentan a un Jesús consistente con el patrón de recurrencia que hemos expuesto hasta el momento en esta serio, por el contrario, nos ofrecen una figura sublimada e idealizada con el paso de los años y por influencia de sus ideas teológicas previas? Esta es, pues, la cuestión.
O cómo había planteado Samuel Brandon, ¿sufrió el evangelio de Marcos –el que inició el género literario biográfico sobre Jesús – la presión psicológica del temor al Imperio Romano, que había acabado hacía poco con una revolución sangrante en Israel (la guerra del 66-73), y en el que las autoridades de este podían considerar muy probablemente que la fe en Jesús –al fin y al cabo un judío crucificado– que estaban propagando era un peligro real para el imperio? ¿Era el cristianismo a los ojos de los romanos una apología disfrazada de lo que hoy se denominaría terrorismo?
En el siglo pasado ha habido autores que pensaron que la presentación de Jesús por parte de los evangelistas estaba totalmente distorsionada. Esto les llevó a sostener que Jesús en realidad era una figura militar que había intentado llevar a cabo una suerte de asonada o golpe de estado, como llegó a afirmar Karl Kautsky (quien en 1908 publicó una obra de gran impacto: El origen del cristianismo, versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953) y en cierto modo en España, Josep Montserrat en su libro “El galileo armado” (EDAF, Madrid 2007). En esta línea, Jesús entró en Jerusalén como el rey de Israel o salvador mesiánico, intentó apoderarse del Templo. Pero escapó. Más tarde, sin embargo, los soldados de Pilato mezclaron la sangre de otros seguidores galileos de Jesús con la de los sacrificios del Templo. Jesús finalmente fue detenido y eliminado por los romanos, quienes en juicio sumarísimo por obra de Pilato, condenaron a él y a dos de sus seguidores a la muerte en cruz.
Uno de los casos más famosos en esta línea de interpretación es el de Robert Eissler, que en un libro muy amplio, Jesús, el rey que nunca reinó (Munich 1929-1930; el título del libro está en realidad en griego: Iesoús basileús ou basileúsas) defendió una posición muy semejante. En esta obra utilizaba Eisler además de los Evangelios fuentes judías extracristianas sobre Jesús, en especial la versión eslava antigua de la Guerra de los judíos de Flavio Josefo. En opinión de la mayoría de los expertos, es esta versión eslava una expansión medieval del texto griego del historiador judío, pero Eisler la consideraba como la fuente principal para recobrar el original perdido, arameo, de la Guerra, aunque mutilado en algunas partes por los escribas cristianos.
Pero, Eisler otorgaba a esta versión un extraordinario valor. Dicho de paso, hay hoy día un consenso bastante generalizado a este respecto, pues en el Josefo eslavo se perciben ecos de “noticias” sobre Jesús que pertenecen al acervo difamatorio judío sobre este personaje recogido en el Talmud –siglos V/VII: tratado Sanhedrin 43ª– y las “historias” sobre el Nazareno recopiladas en la obra conocida como “Toledoth Jesu” (literalmente “Las generaciones de Jesús”), cuya última versión es quizás de los siglos X/XI. Lo cierto es, sin embargo, que Eisler le concedió una importancia extraordinaria para descifrar qué fue realmente Jesús.
La imagen de Jesús de Eisler es la de un judío muy religioso dedicado al principio de su vida pública a la predicación de un mensaje, tanto para los judíos como para el resto del mundo, orientado a lograr la paz universal por medio de la implantación del reinado de Dios. Pero este proceso pacífico fracasó en la práctica, por lo que se vio impelido a utilizar la acción violenta como medio alternativo. Reunió Jesús en torno a sí a muchos discípulos, a los que exigió la renuncia provisoria a todos los bienes del mundo y la retirada al desierto. Una vez convenientemente preparados, era su intención dirigirse a Jerusalén y, desde allí, repetir la experiencia del éxodo de los judíos cuando salieron de Egipto.
Así pues, una vez conquistada la capital, Jesús tenía el propósito de dirigir el pueblo israelita al Jordán y volver a una suerte de estado primitivo, ideal, en el que –entre otras cosas- la función del Templo sería sustituida por la “Tienda de la reunión” de la época de los Patriarcas (la descripción idealizada de esta “tienda” puede verse en los capítulos 25-31 del libro del Éxodo. Era el lugar en el que Yahvé conversaba con Moisés, según Éxodo 33,11 y Números 12,4-10). Jesús, que se dejó llevar por sus discípulos más exaltados en la confección de estos planes y en sus ideas sobre la venida del reino de Dios, reunió a unos 150 seguidores fieles en el Monte de Olivos y una gran multitud de otros secuaces menos calificados. Tanto él como algunos de sus discípulos albergaban ciertas dudas sobre lo que había que hacer. Pedro, por ejemplo, no estaba del todo convencido de cómo debía realizarse la acción sobre Jerusalén.
Con todo, Jesús inició la gran aventura de la instauración del reino divino pergeñando una entrada triunfal en la capital de Israel, donde pensaba hacer una solemne proclamación mesiánica. Posteriormente pretendía apoderarse del Templo. De hecho Jesús y sus seguidores lograron ocupar una parte del santuario, pero fueron derrotados por los romanos, prevenidos e impulsados por una denuncia previa de los dirigentes judíos. Jesús fue detenido y condenado como mago, engañador del pueblo, insurgente y revolucionario, enemigo del Imperio y pretendiente real al trono de Israel, por lo que murió crucificado.
El fracaso de Jesús, aunque real, no fue del todo inútil. Según Eisler, su nombre y figura sirvieron de cierta inspiración para otros movimientos revolucionarios y mesiánicos posteriores contra el poder de los romanos, no sólo para la primera Gran Revuelta contra Roma -que fracasó en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de las tropas de Tito-, sino incluso para el segundo gran intento de alzamiento antirromano, el de Bar Kochba, que fracasó igualmente ante las legiones del emperador Adriano en el 135.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://www.pineroandhudgins.com/
En el artículo que estamos extractando y comentando “Jesús y la resistencia antirromana Una reevaluación de los argumentos”, publicado en la revista “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, aborda ahora F. Bermejo una cuestión interesante que debemos discutir y que paso a plantearles: “¿Qué significa ser sedicioso en la sociedad en la vivió Jesús?”.
La pregunta es pertinente ya que los evangelistas escriben a) mucho tiempo después de la muerte de Jesús; b) en un contexto vital muy diferente; c) con una mentalidad religiosa que depende, al menos en parte, de la teología de Pablo de Tarso quien había sido el principal impulsor de la fe en Jesús como mesías fuera de Israel; d) con un deseo de hacer propaganda religiosa de la fe que profesaban, es decir, “desde la fe y para la fe”. Por tanto y a priori se puede albergar la sospecha de que sean sesgados, incluso sin pretenderlo expresamente..
Y la cuestión planteable es: ¿en qué grado son los evangelistas consistentemente fieles a la mentalidad de Jesús que a priori podemos suponer era ya bastante diferente a la suya? En efecto, Jesús vivía en un Israel con unas tradiciones cerradas; Jesús predicaba solo para los israelitas; ellos, los evangelistas, vivían dentro del Imperio Romano y con una mentalidad abierta a la admisión de los gentiles dentro de la fe común que ya profesaban. ¿Nos presentan a un Jesús consistente con el patrón de recurrencia que hemos expuesto hasta el momento en esta serio, por el contrario, nos ofrecen una figura sublimada e idealizada con el paso de los años y por influencia de sus ideas teológicas previas? Esta es, pues, la cuestión.
O cómo había planteado Samuel Brandon, ¿sufrió el evangelio de Marcos –el que inició el género literario biográfico sobre Jesús – la presión psicológica del temor al Imperio Romano, que había acabado hacía poco con una revolución sangrante en Israel (la guerra del 66-73), y en el que las autoridades de este podían considerar muy probablemente que la fe en Jesús –al fin y al cabo un judío crucificado– que estaban propagando era un peligro real para el imperio? ¿Era el cristianismo a los ojos de los romanos una apología disfrazada de lo que hoy se denominaría terrorismo?
En el siglo pasado ha habido autores que pensaron que la presentación de Jesús por parte de los evangelistas estaba totalmente distorsionada. Esto les llevó a sostener que Jesús en realidad era una figura militar que había intentado llevar a cabo una suerte de asonada o golpe de estado, como llegó a afirmar Karl Kautsky (quien en 1908 publicó una obra de gran impacto: El origen del cristianismo, versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953) y en cierto modo en España, Josep Montserrat en su libro “El galileo armado” (EDAF, Madrid 2007). En esta línea, Jesús entró en Jerusalén como el rey de Israel o salvador mesiánico, intentó apoderarse del Templo. Pero escapó. Más tarde, sin embargo, los soldados de Pilato mezclaron la sangre de otros seguidores galileos de Jesús con la de los sacrificios del Templo. Jesús finalmente fue detenido y eliminado por los romanos, quienes en juicio sumarísimo por obra de Pilato, condenaron a él y a dos de sus seguidores a la muerte en cruz.
Uno de los casos más famosos en esta línea de interpretación es el de Robert Eissler, que en un libro muy amplio, Jesús, el rey que nunca reinó (Munich 1929-1930; el título del libro está en realidad en griego: Iesoús basileús ou basileúsas) defendió una posición muy semejante. En esta obra utilizaba Eisler además de los Evangelios fuentes judías extracristianas sobre Jesús, en especial la versión eslava antigua de la Guerra de los judíos de Flavio Josefo. En opinión de la mayoría de los expertos, es esta versión eslava una expansión medieval del texto griego del historiador judío, pero Eisler la consideraba como la fuente principal para recobrar el original perdido, arameo, de la Guerra, aunque mutilado en algunas partes por los escribas cristianos.
Pero, Eisler otorgaba a esta versión un extraordinario valor. Dicho de paso, hay hoy día un consenso bastante generalizado a este respecto, pues en el Josefo eslavo se perciben ecos de “noticias” sobre Jesús que pertenecen al acervo difamatorio judío sobre este personaje recogido en el Talmud –siglos V/VII: tratado Sanhedrin 43ª– y las “historias” sobre el Nazareno recopiladas en la obra conocida como “Toledoth Jesu” (literalmente “Las generaciones de Jesús”), cuya última versión es quizás de los siglos X/XI. Lo cierto es, sin embargo, que Eisler le concedió una importancia extraordinaria para descifrar qué fue realmente Jesús.
La imagen de Jesús de Eisler es la de un judío muy religioso dedicado al principio de su vida pública a la predicación de un mensaje, tanto para los judíos como para el resto del mundo, orientado a lograr la paz universal por medio de la implantación del reinado de Dios. Pero este proceso pacífico fracasó en la práctica, por lo que se vio impelido a utilizar la acción violenta como medio alternativo. Reunió Jesús en torno a sí a muchos discípulos, a los que exigió la renuncia provisoria a todos los bienes del mundo y la retirada al desierto. Una vez convenientemente preparados, era su intención dirigirse a Jerusalén y, desde allí, repetir la experiencia del éxodo de los judíos cuando salieron de Egipto.
Así pues, una vez conquistada la capital, Jesús tenía el propósito de dirigir el pueblo israelita al Jordán y volver a una suerte de estado primitivo, ideal, en el que –entre otras cosas- la función del Templo sería sustituida por la “Tienda de la reunión” de la época de los Patriarcas (la descripción idealizada de esta “tienda” puede verse en los capítulos 25-31 del libro del Éxodo. Era el lugar en el que Yahvé conversaba con Moisés, según Éxodo 33,11 y Números 12,4-10). Jesús, que se dejó llevar por sus discípulos más exaltados en la confección de estos planes y en sus ideas sobre la venida del reino de Dios, reunió a unos 150 seguidores fieles en el Monte de Olivos y una gran multitud de otros secuaces menos calificados. Tanto él como algunos de sus discípulos albergaban ciertas dudas sobre lo que había que hacer. Pedro, por ejemplo, no estaba del todo convencido de cómo debía realizarse la acción sobre Jerusalén.
Con todo, Jesús inició la gran aventura de la instauración del reino divino pergeñando una entrada triunfal en la capital de Israel, donde pensaba hacer una solemne proclamación mesiánica. Posteriormente pretendía apoderarse del Templo. De hecho Jesús y sus seguidores lograron ocupar una parte del santuario, pero fueron derrotados por los romanos, prevenidos e impulsados por una denuncia previa de los dirigentes judíos. Jesús fue detenido y condenado como mago, engañador del pueblo, insurgente y revolucionario, enemigo del Imperio y pretendiente real al trono de Israel, por lo que murió crucificado.
El fracaso de Jesús, aunque real, no fue del todo inútil. Según Eisler, su nombre y figura sirvieron de cierta inspiración para otros movimientos revolucionarios y mesiánicos posteriores contra el poder de los romanos, no sólo para la primera Gran Revuelta contra Roma -que fracasó en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de las tropas de Tito-, sino incluso para el segundo gran intento de alzamiento antirromano, el de Bar Kochba, que fracasó igualmente ante las legiones del emperador Adriano en el 135.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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