Hoy escribe Fernando Bermejo
La historicidad de los evangelios –o, si se prefiere, el grado de fiabilidad que estos merecen– es una de esas cuestiones clave que, quizás precisamente en virtud de sus implicaciones potencialmente devastadoras, no acostumbran a ser respondidas de manera suficientemente clara.
Los autores confesionales acostumbran, sea a soslayar, sea a minimizar todo lo posible los problemas de fiabilidad de los evangelios con diversos procedimientos, y generalmente, tras un mero reconocimiento genérico pro forma de la existencia de tales problemas, en la práctica pasan a olvidarlos. Pero también a menudo los estudiosos laicos abordan de modo insatisfactorio esta cuestión, bien porque presuponen que el carácter hagiográfico de los evangelios hace superflua la demostración de su escasa fiabilidad, bien porque –más a menudo– se acomodan a las expectativas del lector medio, que en consonancia con la enseñanza eclesial tradicional tiende a asumir la básica verosimilitud de lo narrado.
El problema se plantea de forma particularmente acuciante en lo que respecta a los relatos de la pasión, que constituyen el punto neurálgico del kerigma cristiano hasta el punto de que, en la célebre frase de Martin Kähler, los evangelios pueden ser definidos como “relatos de la pasión precedidos de una extensa introducción”.
En diversos artículos, y de acuerdo con otros investigadores, he puesto de manifiesto de modo argumentado que, a pesar de su carácter de propaganda religiosa, existe un núcleo no solo verosímil sino históricamente probable en esos relatos, que consiste en que el galileo Jesús hijo de José (Jesús de Nazaret) fue ejecutado en Jerusalén por orden del prefecto romano Poncio Pilato hacia el año 30 e.c. con acusaciones de signo político –una posición antirromana–.
He argumentado asimismo que algunos otros detalles extraíbles de los relatos de la pasión tienen asimismo un altísimo grado de probabilidad: que hubo algún tipo de resistencia armada por parte del grupo de Jesús, que este fue ejecutado en una crucifixión colectiva –y que por tanto Jesús fue ejecutado con varias personas relacionadas ideológica y/u operativamente con él–, y que fue acusado (con fundamento) de enarbolar una pretensión regio-mesiánica.
Sin embargo, una vez admitido esto, poco más de tales relatos tiene visos de verosimilitud. Una gran proporción muy considerable de los contenidos de los relatos de la pasión oscila entre lo improbable y lo imposible. Esta proporción es mucho mayor de lo que la mayor parte de estudiosos están dispuestos a reconocer, tal como muestra un análisis mínimamente pausado. Las razones para ello han sido mostradas en solo algunas ocasiones por estudiosos particularmente críticos, aunque sus voces resultan apenas audibles en medio del ruido creado por las legiones de quienes repiten acríticamente las viejas cantilenas.
En un artículo que acaba de publicarse, he expuesto las razones principales no solo para desconfiar, sino para mantener positivamente que los relatos de la pasión son –dejando aparte el núcleo señalado– narraciones piadosas, apologéticas y polémicas, infestadas de incongruencias y cuya fiabilidad como fuentes históricas resulta muy limitada. Los lectores interesados pueden descargarlo gratuitamente en
https://uned.academia.edu/FernandoBermejoRubio
Resulta profundamente aleccionador que una gran cantidad de personas, incluso con una seria formación cultural, estén dispuestas a prestar amplio crédito a tales relatos hagiográficos como fuentes históricas. A ello ha contribuido no solo un eficaz y multisecular proceso de adoctrinamiento, sino también el hecho de que la dramática historia narrada en estos escritos –la de un ser ontológica y moralmente excepcional, víctima inocente de una conspiración por parte de una colectividad odiosa y desalmada– resulta vívida y profundamente cautivadora, a tal punto que para muchos oyentes y lectores a lo largo de los siglos ha poseído indudable verosimilitud, a pesar de sus abundantes e innegables incongruencias.
La necesidad de contar con relatos que doten de sentido a la difícil existencia humana, por inconsistentes que sean, parece inhibir la capacidad crítica del sedicente homo sapiens hasta límites insospechados.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
La historicidad de los evangelios –o, si se prefiere, el grado de fiabilidad que estos merecen– es una de esas cuestiones clave que, quizás precisamente en virtud de sus implicaciones potencialmente devastadoras, no acostumbran a ser respondidas de manera suficientemente clara.
Los autores confesionales acostumbran, sea a soslayar, sea a minimizar todo lo posible los problemas de fiabilidad de los evangelios con diversos procedimientos, y generalmente, tras un mero reconocimiento genérico pro forma de la existencia de tales problemas, en la práctica pasan a olvidarlos. Pero también a menudo los estudiosos laicos abordan de modo insatisfactorio esta cuestión, bien porque presuponen que el carácter hagiográfico de los evangelios hace superflua la demostración de su escasa fiabilidad, bien porque –más a menudo– se acomodan a las expectativas del lector medio, que en consonancia con la enseñanza eclesial tradicional tiende a asumir la básica verosimilitud de lo narrado.
El problema se plantea de forma particularmente acuciante en lo que respecta a los relatos de la pasión, que constituyen el punto neurálgico del kerigma cristiano hasta el punto de que, en la célebre frase de Martin Kähler, los evangelios pueden ser definidos como “relatos de la pasión precedidos de una extensa introducción”.
En diversos artículos, y de acuerdo con otros investigadores, he puesto de manifiesto de modo argumentado que, a pesar de su carácter de propaganda religiosa, existe un núcleo no solo verosímil sino históricamente probable en esos relatos, que consiste en que el galileo Jesús hijo de José (Jesús de Nazaret) fue ejecutado en Jerusalén por orden del prefecto romano Poncio Pilato hacia el año 30 e.c. con acusaciones de signo político –una posición antirromana–.
He argumentado asimismo que algunos otros detalles extraíbles de los relatos de la pasión tienen asimismo un altísimo grado de probabilidad: que hubo algún tipo de resistencia armada por parte del grupo de Jesús, que este fue ejecutado en una crucifixión colectiva –y que por tanto Jesús fue ejecutado con varias personas relacionadas ideológica y/u operativamente con él–, y que fue acusado (con fundamento) de enarbolar una pretensión regio-mesiánica.
Sin embargo, una vez admitido esto, poco más de tales relatos tiene visos de verosimilitud. Una gran proporción muy considerable de los contenidos de los relatos de la pasión oscila entre lo improbable y lo imposible. Esta proporción es mucho mayor de lo que la mayor parte de estudiosos están dispuestos a reconocer, tal como muestra un análisis mínimamente pausado. Las razones para ello han sido mostradas en solo algunas ocasiones por estudiosos particularmente críticos, aunque sus voces resultan apenas audibles en medio del ruido creado por las legiones de quienes repiten acríticamente las viejas cantilenas.
En un artículo que acaba de publicarse, he expuesto las razones principales no solo para desconfiar, sino para mantener positivamente que los relatos de la pasión son –dejando aparte el núcleo señalado– narraciones piadosas, apologéticas y polémicas, infestadas de incongruencias y cuya fiabilidad como fuentes históricas resulta muy limitada. Los lectores interesados pueden descargarlo gratuitamente en
https://uned.academia.edu/FernandoBermejoRubio
Resulta profundamente aleccionador que una gran cantidad de personas, incluso con una seria formación cultural, estén dispuestas a prestar amplio crédito a tales relatos hagiográficos como fuentes históricas. A ello ha contribuido no solo un eficaz y multisecular proceso de adoctrinamiento, sino también el hecho de que la dramática historia narrada en estos escritos –la de un ser ontológica y moralmente excepcional, víctima inocente de una conspiración por parte de una colectividad odiosa y desalmada– resulta vívida y profundamente cautivadora, a tal punto que para muchos oyentes y lectores a lo largo de los siglos ha poseído indudable verosimilitud, a pesar de sus abundantes e innegables incongruencias.
La necesidad de contar con relatos que doten de sentido a la difícil existencia humana, por inconsistentes que sean, parece inhibir la capacidad crítica del sedicente homo sapiens hasta límites insospechados.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo