Escribe Antonio Piñero
Seguimos con el libro de R. Armengol y su aclaración de la postura ética de Jesús como un rabino de la época cuya doctrina no era violenta. Repito sus palabras “La ideología originaria de Jesús… puede no coincidir con la de la Iglesia posterior… Es claro y “se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús” (p. 16)
Paso ahora a insistir en argumentos basados en hechos de Jesús de los que dan cuentan los Evangelio sobre los que he discutido muchas veces en este Blog.
1. El primero es el episodio de la “Purificación del Templo” (Mc 11,15-17 y paralelos). A pesar del tono eminentemente religioso que le otorgan los evangelistas (“Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!”: v. 17), debe interpretarse como un asalto en toda regla de Jesús para controlar el funcionamiento del santuario de modo que esta actuara conforme a lo que él creía que era la voluntad de Dios expresada en las Escrituras. (Es posible además que esta acción jesuánica pretendiera demostrar ante Dios el estado de preparación de sus fieles e “invitarle” a que iniciara por fin la instauración de su reino en la tierra de Israel.
De ningún modo puede interpretarse el incidente como el gesto de un hombre esencialmente pacífico. La acción de Jesús fue un ataque directo contra los que los fomentaban y se enriquecían con estas actividades: el clero del Templo, sobre todo los de alto rango y los saduceos, la facción religiosa que dirigía el santuario. He aquí el pasaje:
“Y llegan a Jerusalén. Y cuando entró en el templo empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los taburetes de los que vendían las palomas; y no permitía que alguien trasladase cosas atravesando por el templo; y enseñaba y les decía: “¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos”.
Es evidente que esta acción perturbó el funcionamiento de algo necesario para la ejecución de los sacrificios y para el pago de la tasa al Templo. Primero fue la acción violenta, y luego las razones (si es que hubo tiempo para Jesús para razonar con las Escrituras en medio de un caos de monedas por los suelos y animales sueltos). Ante la dificultad de algunos para justificar que el acto no fue violento –cómo no actuaron de inmediato los romanos, quienes vigilaban el recinto del Templo desde su acuartelamiento de la Torre Antonia, justo encima del Patio de los gentiles, donde ocurrió el incidente– prendiendo a Jesús, debe suponerse, si eran muchos los que estaban con el Nazareno, que los romanos esperaron una ocasión más oportuna para detenerlo, donde no hubiera tanta gente y no pudiera producirse una matanza de inocentes en la vorágine de la pugna entre defensores y detractores de la acción de Jesús; o bien que la acción fuera muy rápida y breve, de modo que cuando los romanos quisieron intervenir, Jesús y sus seguidores habrían huido o se habrían disuelto entre las multitudes.
Todo apunta en cualquier caso a que este episodio tuvo lugar muy cerca o simultáneamente con una revuelta antirromana, con el resultado de un muerto, en la cual fue hecho preso Barrabás (Mc 15,7). Ello indica al menos que se respiraba en aquellos momentos un ambiente violento de expectativas mesiánicas, del que debe suponerse que participaba Jesús, pues su acción iba en el sentido de purificar el Templo para prepararlo ante la inminente llegada del Reino. Aunque los evangelistas no establecen relación alguna entre los dos acontecimientos –la purificación y la revuelta mencionada– es poco creíble que no la hubiera, al menos ideológicamente, es decir, oposición a las autoridades judías y romanos por el pésimo estado moral, según ellos, de la nación.
2. Jesús recomendó no pagar el tributo al César.
Lo he aclarado repetidas veces. El núcleo de este pasaje fundamental –en el que fariseos y herodianos tienden una trampa dialéctica a Jesús descritos en esta famosa y críptica escena–, reza así en la versión del evangelista Marcos:
“¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?’ Jesús, consciente de su hipocresía, les dijo: ‘¿Por qué queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea’. Se la llevaron, y él les preguntó: ‘¿De quién son esta efigie y esta leyenda?’. Le contestaron: ‘Del César’. Jesús les dijo: ‘Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios’. Y quedaron maravillados” (Mc 12,14-17).
Se ha señalado que el sentido de esta escena, voluntariamente pretendido por el evangelista Marcos, es que Jesús afirmó de una manera sutil que los judíos debían pagar el tributo al Emperador. De este modo se alineaba de antemano con el pensamiento que Pablo de Tarso habría de expresar más tarde en su Carta a los romanos: “Es preciso someterse a las autoridades temporales no sólo por temor al castigo, sino por conciencia. Por tanto pagadles los tributos, pues son ministros de Dios ocupados en eso” (Rom 13, 5-6). Si el designio del evangelio de Marcos era hacer pasar a Jesús por un inocente, condenado injustamente por sedición, no podía poner en su boca más que una respuesta que desmentía la acusación de una posible negativa por su parte al pago del impuesto.
Pero en la realidad la respuesta del Nazareno no fue tal, sino la contraria. Y sabemos que lo indica Lucas en 23,2 (hablan los acusadores judíos ante Pilato): “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey.»
En primer lugar: si Jesús hubiere respondido afirmativamente en el sentido de admitir la obligación de pagar, habría perdido de inmediato el apoyo del pueblo, indignado contra el tributo, cosa que no ocurrió en absoluto, o al menos no lo narran los evangelistas que presentan (todavía) al pueblo como muy favorable a Jesús . Por tanto, debe concluirse que es muy probable que la respuesta doble de Jesús “Dad al César… y a Dios…” –así presentada por el evangelista y oscura para nosotros– no tuviera para los judíos piadosos de la época ningún doble sentido, sino uno sólo y muy claro que puede parafrasearse así: “Si tenéis por ahí denarios, acuñados por los romanos, podéis devolvérselos (griego apódote; no simplemente “dádselos”, griego dóte) al César, pues son suyos; pero los frutos de la tierra de Israel –que junto con ella misma son de Dios– dádselos sólo a Él”. Por tanto, la respuesta de Jesús para los judíos de la época era clara: NO debe pagarse el impuesto.
Jesús escapó hábilmente de la capciosa pregunta. Los romanos podían estar contentos porque no había habido ninguna incitación expresa a no pagar. Pero los celotas –que conocían el pensamiento de fondo de Jesús– también estaban satisfechos: el Nazareno estaba diciendo crípticamente, eso sí pero lo suficientemente claro para quien deseara entender, que no se debía pagar el tributo al César. Y por eso se justifica la acusación que transcribimos más arriba, recogida por Lucas: “Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»” (23,1-2).
Los evangelistas pensaban, evidentemente, que esa acusación era falsa. Pero la probabilidad histórica inclina la balanza a que no lo era. Y no pagar el impuesto a Roma era, sin duda alguna, una justificación de cualquier posible revuelta del pueblo judío en contra del poder romano. Indirectamente Jesús está haciendo política, que de momento no es violenta, en apariencia, pero que en sus circunstancias sí conducía a ella.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Seguimos con el libro de R. Armengol y su aclaración de la postura ética de Jesús como un rabino de la época cuya doctrina no era violenta. Repito sus palabras “La ideología originaria de Jesús… puede no coincidir con la de la Iglesia posterior… Es claro y “se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús” (p. 16)
Paso ahora a insistir en argumentos basados en hechos de Jesús de los que dan cuentan los Evangelio sobre los que he discutido muchas veces en este Blog.
1. El primero es el episodio de la “Purificación del Templo” (Mc 11,15-17 y paralelos). A pesar del tono eminentemente religioso que le otorgan los evangelistas (“Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!”: v. 17), debe interpretarse como un asalto en toda regla de Jesús para controlar el funcionamiento del santuario de modo que esta actuara conforme a lo que él creía que era la voluntad de Dios expresada en las Escrituras. (Es posible además que esta acción jesuánica pretendiera demostrar ante Dios el estado de preparación de sus fieles e “invitarle” a que iniciara por fin la instauración de su reino en la tierra de Israel.
De ningún modo puede interpretarse el incidente como el gesto de un hombre esencialmente pacífico. La acción de Jesús fue un ataque directo contra los que los fomentaban y se enriquecían con estas actividades: el clero del Templo, sobre todo los de alto rango y los saduceos, la facción religiosa que dirigía el santuario. He aquí el pasaje:
“Y llegan a Jerusalén. Y cuando entró en el templo empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los taburetes de los que vendían las palomas; y no permitía que alguien trasladase cosas atravesando por el templo; y enseñaba y les decía: “¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos”.
Es evidente que esta acción perturbó el funcionamiento de algo necesario para la ejecución de los sacrificios y para el pago de la tasa al Templo. Primero fue la acción violenta, y luego las razones (si es que hubo tiempo para Jesús para razonar con las Escrituras en medio de un caos de monedas por los suelos y animales sueltos). Ante la dificultad de algunos para justificar que el acto no fue violento –cómo no actuaron de inmediato los romanos, quienes vigilaban el recinto del Templo desde su acuartelamiento de la Torre Antonia, justo encima del Patio de los gentiles, donde ocurrió el incidente– prendiendo a Jesús, debe suponerse, si eran muchos los que estaban con el Nazareno, que los romanos esperaron una ocasión más oportuna para detenerlo, donde no hubiera tanta gente y no pudiera producirse una matanza de inocentes en la vorágine de la pugna entre defensores y detractores de la acción de Jesús; o bien que la acción fuera muy rápida y breve, de modo que cuando los romanos quisieron intervenir, Jesús y sus seguidores habrían huido o se habrían disuelto entre las multitudes.
Todo apunta en cualquier caso a que este episodio tuvo lugar muy cerca o simultáneamente con una revuelta antirromana, con el resultado de un muerto, en la cual fue hecho preso Barrabás (Mc 15,7). Ello indica al menos que se respiraba en aquellos momentos un ambiente violento de expectativas mesiánicas, del que debe suponerse que participaba Jesús, pues su acción iba en el sentido de purificar el Templo para prepararlo ante la inminente llegada del Reino. Aunque los evangelistas no establecen relación alguna entre los dos acontecimientos –la purificación y la revuelta mencionada– es poco creíble que no la hubiera, al menos ideológicamente, es decir, oposición a las autoridades judías y romanos por el pésimo estado moral, según ellos, de la nación.
2. Jesús recomendó no pagar el tributo al César.
Lo he aclarado repetidas veces. El núcleo de este pasaje fundamental –en el que fariseos y herodianos tienden una trampa dialéctica a Jesús descritos en esta famosa y críptica escena–, reza así en la versión del evangelista Marcos:
“¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?’ Jesús, consciente de su hipocresía, les dijo: ‘¿Por qué queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea’. Se la llevaron, y él les preguntó: ‘¿De quién son esta efigie y esta leyenda?’. Le contestaron: ‘Del César’. Jesús les dijo: ‘Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios’. Y quedaron maravillados” (Mc 12,14-17).
Se ha señalado que el sentido de esta escena, voluntariamente pretendido por el evangelista Marcos, es que Jesús afirmó de una manera sutil que los judíos debían pagar el tributo al Emperador. De este modo se alineaba de antemano con el pensamiento que Pablo de Tarso habría de expresar más tarde en su Carta a los romanos: “Es preciso someterse a las autoridades temporales no sólo por temor al castigo, sino por conciencia. Por tanto pagadles los tributos, pues son ministros de Dios ocupados en eso” (Rom 13, 5-6). Si el designio del evangelio de Marcos era hacer pasar a Jesús por un inocente, condenado injustamente por sedición, no podía poner en su boca más que una respuesta que desmentía la acusación de una posible negativa por su parte al pago del impuesto.
Pero en la realidad la respuesta del Nazareno no fue tal, sino la contraria. Y sabemos que lo indica Lucas en 23,2 (hablan los acusadores judíos ante Pilato): “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey.»
En primer lugar: si Jesús hubiere respondido afirmativamente en el sentido de admitir la obligación de pagar, habría perdido de inmediato el apoyo del pueblo, indignado contra el tributo, cosa que no ocurrió en absoluto, o al menos no lo narran los evangelistas que presentan (todavía) al pueblo como muy favorable a Jesús . Por tanto, debe concluirse que es muy probable que la respuesta doble de Jesús “Dad al César… y a Dios…” –así presentada por el evangelista y oscura para nosotros– no tuviera para los judíos piadosos de la época ningún doble sentido, sino uno sólo y muy claro que puede parafrasearse así: “Si tenéis por ahí denarios, acuñados por los romanos, podéis devolvérselos (griego apódote; no simplemente “dádselos”, griego dóte) al César, pues son suyos; pero los frutos de la tierra de Israel –que junto con ella misma son de Dios– dádselos sólo a Él”. Por tanto, la respuesta de Jesús para los judíos de la época era clara: NO debe pagarse el impuesto.
Jesús escapó hábilmente de la capciosa pregunta. Los romanos podían estar contentos porque no había habido ninguna incitación expresa a no pagar. Pero los celotas –que conocían el pensamiento de fondo de Jesús– también estaban satisfechos: el Nazareno estaba diciendo crípticamente, eso sí pero lo suficientemente claro para quien deseara entender, que no se debía pagar el tributo al César. Y por eso se justifica la acusación que transcribimos más arriba, recogida por Lucas: “Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»” (23,1-2).
Los evangelistas pensaban, evidentemente, que esa acusación era falsa. Pero la probabilidad histórica inclina la balanza a que no lo era. Y no pagar el impuesto a Roma era, sin duda alguna, una justificación de cualquier posible revuelta del pueblo judío en contra del poder romano. Indirectamente Jesús está haciendo política, que de momento no es violenta, en apariencia, pero que en sus circunstancias sí conducía a ella.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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