Hoy escribe Fernando Bermejo
Proseguimos hoy el análisis de la obra de Jonathan Klawans, Purity, Sacrifice, and the Temple. Symbolism and Supersessionism in the Study of Ancient Judaism, Oxford University Press, Oxford, 2006. Me centro para ello en uno de los capítulos más importantes del libro, el capítulo 3º de la Primera Parte (titulado “Rethinking the Prophetic Critique”), que versa sobre la crítica profética del culto y las diversas aproximaciones que los estudiosos contemporáneos han hecho a esta cuestión.
El punto de partida es la denuncia de la práctica sacrificial en textos como 1 Sam 15, 22-23; Is 1, 11; Jer 6, 20; Os 6, 6; Am 5, 21-24. De lo que se trata es de explicar las razones de esta reiterada condena del sacrificio en los textos proféticos.
El autor llama la atención sobre el hecho de que ni la comprensión evolucionista de Julius Wellhausen ni el modelo de Max Weber, basado en su noción de “tipos ideales” que establece una diferencia nítida entre sacerdotes y profetas, proporcionan un fundamento adecuado para comprender la compleja dinámica entre sacerdotes y profetas en el antiguo Israel, como tampoco lo hacen según él otros enfoques empleados. Algunos de esos enfoques buscan mantener una diferencia cualitativa entre los profetas y los sacerdotes, y lo hacen así afirmando que los antiguos sacerdotes compusieron textos rituales “secos” mientras que los profetas, cuya actividad es posterior, infundieron en estos rituales un sentido de moralidad.
En relación a las limitaciones de la diferenciación tajante de Weber entre profetas y sacerdotes, Klawans llama la atención sobre los siguientes hechos:
1) muchos profetas fueron sacerdotes, o al menos estuvieron activamente implicados en acciones sacerdotales y sacrificiales. Así, Jeremías descendía de sacerdotes (Jer 1, 1), como también Ezequiel (Ez 1, 1-3). Héroes proféticos como Moisés, Samuel y Elías son recordados como gente que realizó ofrendas sacrificiales (v. gr. Ex 24, 4-8; 1 Sam 3, 1; 1 Re 18, 30-39). Incluso se ha conjeturado que Isaías puede haber tenido antepasados sacerdotales. Y sin duda profetas más tardíos como Ageo, Zacarías y Malaquías estuvieron activamente implicados en la restauración del culto sacrificial a comienzos del período del Segundo Templo
2) Otro desafío directo a la dicotomía weberiana procede de una diferente dirección: si uno se fija en ciertos textos como Lv 19, pueden encontrarse fácilmente, dentro de las tradiciones sacerdotales, ideas y ética que están en armonía con el mensaje profético (en este sentido, Klawans llama la atención sobre la importancia de Mary Douglas).
3) Un tercer aspecto consiste en identificar aspectos de los libros proféticos que parecen mitigar la pretensión de que los profetas rechazaron categóricamente el sacrificio. Por ejemplo, los profetas no ponen objeciones únicamente al sacrificio. Amós, por ejemplo, pone objeciones a las festividades israelitas, e Isaías a las oraciones (Is 1, 14-15).
4) Otro aspecto interesante es que algunos profetas contemplan templos y sacrificios en sus visiones escatológicas. Así, por ejemplo, Isaías y Miqueas dibujan un futuro en el que pueblos de muchas naciones convertirían sus espadas en arados y vendrían a adorar a Dios en el templo de Jerusalén (Is 2, 1-4; Miq 4, 1-5).
Ante estos y otros hechos textuales, el desafío consiste en proporcionar una explicación a la crítica profética del sacrificio sin incurrir en anacronismos o en pseudoexplicaciones determinadas por posiciones teológicas contemporáneas. El autor lanza un caveat sobre la necesidad de rechazar las explicaciones que hacen del sacerdocio un sistema intrínsecamente inmoral como las que intentan negar el conflicto real entre sacerdotes y profetas. Para ello, habla de la necesidad de recordar estas palabras de H. H. Rowley: “considerar a los profetas solo en términos óptimos y a los sacerdotes solo en términos pésimos es imprudente. Hubo buenos sacerdotes y buenos profetas, y si bien hubo indudablemente diferencias de énfasis entre ellos, todos ellos fueron exponentes de la misma religión”.
En otro post veremos la explicación proporcionada por Klawans a la cuestión de la crítica sacrificial en el profetismo bíblico.
Posdata. Recientemente, Antonio Piñero y yo hemos recibido un correo electrónico de una persona una de cuyas traducciones fue objeto de observaciones críticas en algunos de mis posts anteriores, solicitando la publicación de la extensa Réplica que acompaña. Esta Réplica será publicada íntegramente el próximo miércoles en este mismo espacio.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Proseguimos hoy el análisis de la obra de Jonathan Klawans, Purity, Sacrifice, and the Temple. Symbolism and Supersessionism in the Study of Ancient Judaism, Oxford University Press, Oxford, 2006. Me centro para ello en uno de los capítulos más importantes del libro, el capítulo 3º de la Primera Parte (titulado “Rethinking the Prophetic Critique”), que versa sobre la crítica profética del culto y las diversas aproximaciones que los estudiosos contemporáneos han hecho a esta cuestión.
El punto de partida es la denuncia de la práctica sacrificial en textos como 1 Sam 15, 22-23; Is 1, 11; Jer 6, 20; Os 6, 6; Am 5, 21-24. De lo que se trata es de explicar las razones de esta reiterada condena del sacrificio en los textos proféticos.
El autor llama la atención sobre el hecho de que ni la comprensión evolucionista de Julius Wellhausen ni el modelo de Max Weber, basado en su noción de “tipos ideales” que establece una diferencia nítida entre sacerdotes y profetas, proporcionan un fundamento adecuado para comprender la compleja dinámica entre sacerdotes y profetas en el antiguo Israel, como tampoco lo hacen según él otros enfoques empleados. Algunos de esos enfoques buscan mantener una diferencia cualitativa entre los profetas y los sacerdotes, y lo hacen así afirmando que los antiguos sacerdotes compusieron textos rituales “secos” mientras que los profetas, cuya actividad es posterior, infundieron en estos rituales un sentido de moralidad.
En relación a las limitaciones de la diferenciación tajante de Weber entre profetas y sacerdotes, Klawans llama la atención sobre los siguientes hechos:
1) muchos profetas fueron sacerdotes, o al menos estuvieron activamente implicados en acciones sacerdotales y sacrificiales. Así, Jeremías descendía de sacerdotes (Jer 1, 1), como también Ezequiel (Ez 1, 1-3). Héroes proféticos como Moisés, Samuel y Elías son recordados como gente que realizó ofrendas sacrificiales (v. gr. Ex 24, 4-8; 1 Sam 3, 1; 1 Re 18, 30-39). Incluso se ha conjeturado que Isaías puede haber tenido antepasados sacerdotales. Y sin duda profetas más tardíos como Ageo, Zacarías y Malaquías estuvieron activamente implicados en la restauración del culto sacrificial a comienzos del período del Segundo Templo
2) Otro desafío directo a la dicotomía weberiana procede de una diferente dirección: si uno se fija en ciertos textos como Lv 19, pueden encontrarse fácilmente, dentro de las tradiciones sacerdotales, ideas y ética que están en armonía con el mensaje profético (en este sentido, Klawans llama la atención sobre la importancia de Mary Douglas).
3) Un tercer aspecto consiste en identificar aspectos de los libros proféticos que parecen mitigar la pretensión de que los profetas rechazaron categóricamente el sacrificio. Por ejemplo, los profetas no ponen objeciones únicamente al sacrificio. Amós, por ejemplo, pone objeciones a las festividades israelitas, e Isaías a las oraciones (Is 1, 14-15).
4) Otro aspecto interesante es que algunos profetas contemplan templos y sacrificios en sus visiones escatológicas. Así, por ejemplo, Isaías y Miqueas dibujan un futuro en el que pueblos de muchas naciones convertirían sus espadas en arados y vendrían a adorar a Dios en el templo de Jerusalén (Is 2, 1-4; Miq 4, 1-5).
Ante estos y otros hechos textuales, el desafío consiste en proporcionar una explicación a la crítica profética del sacrificio sin incurrir en anacronismos o en pseudoexplicaciones determinadas por posiciones teológicas contemporáneas. El autor lanza un caveat sobre la necesidad de rechazar las explicaciones que hacen del sacerdocio un sistema intrínsecamente inmoral como las que intentan negar el conflicto real entre sacerdotes y profetas. Para ello, habla de la necesidad de recordar estas palabras de H. H. Rowley: “considerar a los profetas solo en términos óptimos y a los sacerdotes solo en términos pésimos es imprudente. Hubo buenos sacerdotes y buenos profetas, y si bien hubo indudablemente diferencias de énfasis entre ellos, todos ellos fueron exponentes de la misma religión”.
En otro post veremos la explicación proporcionada por Klawans a la cuestión de la crítica sacrificial en el profetismo bíblico.
Posdata. Recientemente, Antonio Piñero y yo hemos recibido un correo electrónico de una persona una de cuyas traducciones fue objeto de observaciones críticas en algunos de mis posts anteriores, solicitando la publicación de la extensa Réplica que acompaña. Esta Réplica será publicada íntegramente el próximo miércoles en este mismo espacio.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo