Hoy escribe Antonio Piñero
Pregunta:
Me dirijo a usted, pues anhelo saber su posición objetiva e independiente, acerca de la diferencia que existe entre el canon formado por la Iglesia Católica, y el canon elaborado a raíz de la reforma protestante. Desde el magisterio de la Iglesia católica hacen mención de siete escritos que formaban parte de la Septuaginta, formado antes de nuestra era cristiana. Por otro lado, desde la postura protestante, estos siete libros fueron introducidos posteriormente, para defender los dogmas tales como la intersección de los muertos, etc. Así mismo aluden al hecho de que el canon judío nunca tuvo estos libros como inspirados por Dios. Doctor Piñero: mis preguntas son dos; 1) ¿Era la versión de los \"setenta\" los rollos que eran leídos en las sinagogas del mundo paulino; por estar traducidos al griego; 2) Fue la Septuaginta el conjunto de libros sagrados en toda su totalidad en los tiempos de Jesús?
RESPUESTA:
1. En líneas generales sí. Algunos judeocristianos, raros, podrían leer en hebreo. Pero incluso estos utilizaban la versión griega porque creían que estaba inspirada
2. En tiempos de Jesús aún no se había promulgado ningún decreto rabínico sobre la lista oficial de libros sagrados del judaísmo. Además el texto de la Biblia era relativamente fluido como lo demuestran las distintas versiones de los libros bíblicos hallados en Qumrán. Ahora bien, el pueblo creía firmemente desde un siglo al menos antes de Jesús que el Pentateuco, los Profetas y los Salmos estaban estrictamente inspirados y eran palabra de Dios. Además pensaban que desde el reino de Artajerjes II (más o menos a principios siglo IV a.C.) Dios había decidido que se había acabado la inspiración profética estricta y que Él había dicho ya todo. Sólo había que estudiar la «Biblia» e interpretarla correctamente
La historia del canon hebreo es muy complicada porque no hay documentos al respecto, pero sí muchas leyendas. Probablemente a raíz del auge del judeocristianismo a finales del siglo I, y tras la dispersión del pueblo judío por los fracasos de las dos guerras contra Roma (66-70 / 132-135), es posible que para sobrevivir como pueblo en la Diáspora se hicieran ya listas de libros sagrados dentro del judaísmo
Le añado los complementos de mi libro Literatura judía de época helenística en lengua griega. Desde la versión de la Biblia en griego hasta el Nuevo Testamento. Síntesis 2007 (Serie: Historia Universal de la literatura griega. Volumen 26. En Historia de la Literatura Universal vol. 70), Madrid, 300 pp., ISBN: 84-9756-443-X. Y le recomiendo la lectura del capítulo sobre el canon hebreo, del Prof. Julio Trebolle que está den mi libro (editado junto con J. Peláez), cuyos datos le paso (también sobre mi capítulo del canon del Nuevo Testamento): Los libros sagrados en las grandes religiones: judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo y budismo. Los fundamentalismos, El Almendro, Córdoba, 2007, 298 pp. ISBN 978-84-8005-107-1. Editor junto con J. Peláez. Autor del capítulo “Cómo y porqué se formó el canon del Nuevo Testamento”, pp. 177-210.
Aquí van los complementos:
LA VERSIÓN AL GRIEGO DE LA BIBLIA HEBREA (LXX, SETENTA, SEPTUAGINTA): SU IMPACTO CULTURAL Y RELIGIOSO
El hecho cultural y literario, y el documento más importante del judaísmo de la época helenística, en lo que a este volumen respecta, es la traducción de la Torá hebrea (la Ley) al griego, la llamada versión de los Setenta (latín, Septuaginta). La tarea de traducción comenzó en fecha temprana, hacia principios del s. III a.C., en Alejandría, durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a.C.), y su completa ejecución habría de durar siglos. Algo tan aparen¬temente simple hoy como verter un corpus de textos sagrados de una lengua a otra fue en la antigüedad un fenómeno sin precedentes, en especial porque se trataba de literatura legal, histórica y poética de un pueblo y lengua semíticos trasladados al lenguaje de la superior cultura griega. Por ello, el acceso al tesoro religioso de los judíos por medio de una traducción a la lengua universal del momento habría de tener notables consecuen¬cias en el ámbito de lo cultural y lo religio¬so. Pasado el tiempo, esta versión influiría decisivamente en la conforma¬ción teológica del cristianismo --será la Biblia adoptada por los cristianos-- y en las relaciones de éste con el judaísmo. La Biblia hebrea en ropaje griego es un testimonio importante de la unión entre helenismo y religión judía, pues quienes compusieron algunos de sus libros o los que utilizaron tal versión daban testimonio de que su judaísmo podía plasmarse con toda propiedad en una lengua distinta a la “sagrada”, el hebreo, la lengua de la creación, en opinión general de los “sabios”, los rabinos.
Sin embargo, vista desde la distancia de los siglos, esta empresa de traducción parecía inevitable y necesaria por la nutrida presencia de judíos en toda la Diáspora controlada por los griegos (especialmente en Egipto), para quienes el hebreo, por falta de práctica, había llegado a ser una lengua difícilmente comprensible.
2.1. El origen de la traducción al griego de la Biblia (Los Setenta)
Como se ha apuntado, la traducción al griego del texto hebreo de la Biblia no se hizo en un acto, sino en varios y con diversas escenas. En realidad no se sabe exactamente cómo empezó, aunque sobre sus orígenes circularon ya en la antigüedad algunas leyendas. La más importante es la recogida en la llamada Carta de Aristeas a Filócrates (escrita —según la opinión común— entre el 200-150 a.C.; cf. 4.7.2). En síntesis la historia que transmite este escrito es la siguiente: el bibliotecario del rey Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.), Demetrio de Fálero, propone al monarca la traducción de la ley de los judíos para enriquecer con ella la biblioteca real. El monarca accede y ordena escribir al sumo sacerdote de Jerusalén pidiéndole el envío de varones cualificados para verter las Escrituras (al principio sólo el Pentateuco: los cinco primeros libros de la Biblia) al griego. Notemos de pasada cómo la “Carta” supone que ya en Palestina había gente que sabía tan bien la lengua helénica como para efectuar una versión nada fácil (cf. 1.2) La respuesta del sumo sacerdote es afirmativa. Inme¬diatamente envía a Alejandría a 72 varones expertos en ambas lenguas. El rey los acoge, y los somete a una serie de pruebas de sabiduría, de las que los futuros traductores salen airosos. Reunidos en un cierto lugar, probablemente la isla de Faros, los 72 varones hacen una traducción colectiva que se concluye precisamente en 72 días. Más tarde se añadirá a la leyenda el hecho milagroso de que los traductores, trabajando separada-mente, produjeron cada uno una versión que por singular inspiración divina coincidía al pie de la letra con la de los demás. Una vez vertida, la Ley es leída en público en griego, y recibe de todos grandes alabanzas. Se hacen de ella dos copias: una va a la biblioteca del Rey, y otra pasa a manos de los judíos.
Esta versión del origen de los Setenta ha suscitado desde la antigüe¬dad numerosas dudas y cuestiones. Muchos investigadores no han prestado crédi¬to a los datos de la Epís-tola de Aristeas y han propuesto teorías para el origen de esta traducción bíblica distintas de las que presenta el anónimo autor de tal “carta”. Las más interesantes suponen que la versión de los Setenta se debió: A) a las necesidades litúrgicas de la comunidad judía de Alejandría que había olvidado el hebreo y precisaba una versión inteligible del texto sacro para ser leída durante los oficios litúrgicos sabatinos, o privadamente; B) A conveniencias y exigencias culturales, ya personales o del conjunto de la comunidad hebrea: si los griegos se educaban literariamente con la lectura de Homero, los judíos de Alejandría lo hacían con la lectura y estudio de la Ley; C) A afanes de proselitismo: difundir el texto sacro entre los griegos; D) A razones de orden jurídico o relacionadas con la comunidad judía de Alejandría, a saber, la posesión en griego de un ejemplar de la Torá que fuese el código de los tribunales judíos de justicia.
Estas teorías sobre las causas que motivaron la versión de los LXX están erizadas de dificultades, aunque quizás la última sea la menos improbable de todas. En primer lugar, las fuentes no mencionan nunca una iniciativa judía, alejandrina o no, como inicio de la tarea de traducción. Sabemos, más bien, que los judíos de Alejandría mantenían continuos contactos con la metrópoli y se hallaban siempre subordinados y dependientes del sumo sacerdote de Jerusalén. En consecuencia, éste tendría que haber autorizado la versión. Pero este hecho es bastante inverosímil, ya que en el propio Israel por aquella época estaba terminantemente prohibido que las traducciones orales de textos bíblicos del hebreo al arameo (que debían hacerse corrien¬temente en las sinagogas, ya que el común del pueblo en Israel mismo era arameo hablante y no entendía bien el hebreo) se plasmaran por escrito. Mucho menos permitirían las autoridades de Jerusalén una versión al griego.
En segundo lugar, no se ve claro lo de las necesidades litúrgicas, pues no consta de ningún modo que en el s. III a.C. se leyeran en las sinagogas alejandrinas de un modo sistemático la Ley y los Profetas, y en grandes secciones. Parece ser que el establecimiento rígido de esta costumbre es mucho más tardío, quizás en el primer siglo de la era cristiana, como deducimos de Lc 4,16-20. En el s. III a.C., en sábados y festividades, se leían tan sólo probablemente unos pocos versículos bíblicos. Si en la liturgia se necesitaba una versión en lengua vernácula (griego), bastaba con que se hiciera oralmente en cada ocasión, al igual que se obraba en Israel cuando un trujamán (traductor) vertía sobre la marcha del hebreo al arameo (targum). Por otro lado, la Epístola a Aristeas no dice que de la Ley traducida se hicieran copias para distribuirlas en las sinagogas. De hecho sólo menciona dos: una se depositó en la biblioteca real, y la otra fue entregada a los jefes de la comunidad judía en Alejandría a petición propia.
En tercero, no son verosímiles las motivaciones culturales privadas o públicas, ya que razones de lectura personal (o en bibliotecas semiprivadas) no parecen que justificaran una empresa tan costosa como la traducción de toda la Ley y otros libros de la Biblia a la lengua griega.
Hoy día los investigadores tienden a aceptar las líneas generales de la versión de la Epístola de Aristeas, pero despojando a este escrito de los rasgos inverosímiles o legendarios. Así, unos piensan que es muy probable que la iniciativa de la traducción partiera del Rey. Y esto no por un mero afán literario, sino por razones de tipo jurídico. Los judíos pretendían siempre, aun en la Diáspora, atenerse a las costumbres patrias (la ley de Moisés), por lo que luchaban por conseguir de los monarcas un régimen jurídico especial. Por ello, a la administración ptolemaica en Alejandría le pudo muy bien interesar tener a su disposición un ejemplar en griego de esa famosa ley que tanto invocaban los judíos y por la que regían sus vidas. Hemos afirmado que en la antigüedad apenas se hacían traducciones, pero sí eran usuales en el Oriente (por ejemplo, el imperio persa) desde tiempos antiguos la versión de decretos y leyes reales. No es extraño, por tanto, que la Ley, como código jurídico que afectaba a una parte importante de la población de Alejandría, fuera vertida al griego al igual que, por ejemplo, se tradujo el derecho consuetudinario egipcio, que afectaba a la pobla¬ción subyugada del país en aquellos ámbitos no contemplados por leyes griegas más generales.
Otros estudiosos, sin embargo, niegan que la ley especí¬fica por la que se regía la comunidad de los judíos alejandrinos hubiera de ser precisamente el Pentateuco, por lo que no ven claras las razones de tipo jurídico para la versión. Más bien, se inclinan a considerar que tras la indicación de la Epístola a Aristeas del interés del bibliotecario real por poseer la Ley en la Biblioteca se escondió en realidad un propósito cultural por parte del monarca.
2.2 Fecha de la traducción
Sea exactamente como fuere el motivo último de la versión de los LXX, al principio, s. III a.C. como se apuntaba más arriba, sólo se tradujeron los cinco primeros libros de la Biblia. La base textual de esta versión era la forma alejandrina del texto hebreo, a su vez una variante de la palestinense.
Sólo más tarde les tocó el turno a otros escritos, hasta el último, el Eclesiastés, que fue vertido por un judío llamado Áquila hacia el año 125 de nuestra era. En el intermedio se tradujeron los Salmos (hacia 210 a.C.), luego Ezequiel, Isaías, Reyes, Jueces (ya concluida su traducción a mediados del s. II a.C., pues ya en esos momentos Eupólemo, historiador judío, emplea los LXX para su Crónica). Los libros de Daniel, Esdras, Macabeos, Job, Proverbios estaban ya vertidos a finales del s. II a.C. Parece que Ester estaba ya traducido poco después del 114 a.C. El nieto de Jesús ben Sira (el autor del Eclesiástico), llegado a Egipto el 132 a.C., menciona la existencia de una traducción, evidentemente completa, de la Torá, de los Profetas y de los restantes escritos, que debía ser la de los LXX (Eclo, Prólogo). Finalmente, Ester, Rut, Cantar de los Cantares fueron trasladados al griego bien un poco antes, o ya en tiempos de la era cristiana.
La leyenda de la versión milagrosa se amplió, aplicándose a todos los libros del texto vetero¬tes¬tamentario, y se supuso que gozaba de la misma inspiración divina. Finalmente se añadieron a la colección algunos escritos de fecha más re¬ciente, compuestos ya originariamente en griego (ciclo de los Maca¬beos y la Sabiduría de Salomón).
2.3. Calidad de la traducción
La Biblia griega de los LXX recoge, pues, versiones de diferentes traductores, de muy variada calidad y de épocas distintas. Las traducciones de los diferentes libros de la Biblia, y a menudo también las de las diversas partes de un mismo libro, son diferentes en lengua, estilo y técnica de traducción, aunque se encuentran también marcadas coincidencias y rasgos comunes. En general la calidad de las versiones es buena y tendente a la fidelidad literal. Cada libro presenta características propias. La versión de Proverbios y Job se aparta considerablemente del texto hebreo que conocemos, pero su griego es excelente. La traducción del Eclesiastés es, por el contrario, de una literalidad extremada y servil. A veces aparecen traslaciones de frases hebreas difícilmente inteligibles para un griego nativo. En ocasiones los traductores proceden más libremente con el original hebreo, como quizás suceda con el libro de Job (el Job de los LXX es una sexta parte más breve que el texto masorético), o con los Proverbios, donde los LXX se apartan considerablemente del original hebreo, quizás por tener un texto base distinto al que conocemos. Así, por poner un ejemplo, en Prov 8,22-31 la Sabiduría aparece más claramente que en el texto hebreo como figura divina personificada, engendrada por Dios y garante de una perfecta creación. Las expresiones filosóficas griegas no tuvieron relevancia en la traducción de los Setenta más que en casos excepcionales (cf. 2.5). Pero ya se trate de una versión literal o de una más libre, los Setenta llegaron a ser la fuente del lenguaje teológico del judaísmo helenístico y, por tanto, del cristianismo primitivo.
2.4 Lugares de procedencia de la traducción de algunos libros en particular
Por medio del estudio de las técnicas de traducción (véase, Fernández Marcos 1998, 34ss), del agrupamiento de vocablos típicos de un lugar con un sentido determinado, por alusiones históricas, por ciertas expresiones características o incluso por alguna leve tendencia teológica en la traducción, los expertos han llegado también a afinar ciertos criterios internos para dilucidar en qué zona geográfica se tradujo cada uno de los libros. Ciertamente, en Egipto se tradujeron —además del Pentateuco— Jueces, 1-4 Reyes, 1-2 Crónicas (Paralipómenos), Proverbios, Job, Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel. Lo más sor-prendente es la afirmación común de los investigadores de que no fue Alejandría la cuna de todas las versiones; muchos libros se tradujeron al griego en la misma Palestina. Así, vieron la luz en Judea probablemente Rut, Ester, Cantar, Lamentaciones, Judit, 1 Macabeos. De origen palestino, aunque moraran en Alejan¬dría, era el traductor del Eclesiástico. Sobre el resto de los libros (por ejemplo los “profetas menores”) se albergan dudas casi inso¬lubles respecto a su lugar geográfico de procedencia.
2.5 Interés de la versión de los Setenta
Ya se ha hablado al principio de este capítulo de la trascendencia religiosa y cultural de esta versión. Como a finales del siglo II a.C. se había completado la traducción de los libros bíblicos más importantes del luego llamado canon hebreo, y puesto que los manuscritos a partir de los cuales se imprime hoy el texto hebreo son muy tardíos --del s. X d.C. en adelante, con la excepción de los manuscritos hebreos bíblicos hallado en Qumrán--, la versión de los LXX, realizada sobre manuscritos mucho más antiguos, ofrece además un doble interés. A unos investigadores interesa las lecturas de los textos hebreos que subyacen a la traducción y que pueden reconstruirse, ya que la versión es por lo general muy literal. Así pues, los LXX pueden servir para restaurar críticamente el texto hebreo del Antiguo Testamento. A otros estudiosos les atraen los LXX por el carácter griego mismo de la versión, como fuente para el conocimiento de la lengua, ideas y religión del judaísmo helenístico, que se expresó en griego.
3.1 La cuestión del llamado "canon alejandrino de las Escrituras"
La amplia difusión de la versión de los Setenta al griego en la época helenística tardía indica que ésta fue sin duda la traducción más importante de la Biblia hebrea. Pero ello no significa que no hubiera por entonces otras en uso como se apuntaba al final de 2.6. Parece que en Palestina y en Antioquía de Siria se emplearon entre judíos que sabían poco hebreo traducciones al griego diferentes de la de los LXX, de suerte que ésta debe considerarse en principio como una versión local alejandrina. En esta ciudad, sin embargo, fue donde pronto consiguieron los Setenta la misma autoridad que tuvo el texto hebreo en Palestina. Testimonio de ello es Filón de Alejandría, quien en su expo¬sición e interpretación total de la “Torá” (así se expresa en hebreo “ley”, griego nómos) emplea esta traduc¬ción, y no el texto hebreo.
Es bien sabido que al comparar los Setenta con la Biblia hebrea hallamos que la versión griega contiene un número mayor de libros, además de ciertos comple¬mentos o añadiduras. Las adiciones más importantes de los LXX son las siguientes: a los Salmos (el 151; la llamada Oración de Manasés); a Daniel (3,24-90: oración de Azarías e himno de los tres jóvenes; más la historia de Susana, y Bel y el dragón: caps. 13 y 14); a Ester (1,1a-1s; 3,13a-13g; 4,17a-17s; 5,1a-1f; 5,2ab; 8,12a-12x; 10,3a-31).
Libros presentes en los LXX pero ausentes del canon hebreo son: 1 y 2 Macabeos; Eclesiástico; Judit; Tobías; Sabi¬du¬ría; Baruc; Epístola de Jeremías. Estos libros son considerados canónicos de segunda clase ("deuterocanónicos") por los católi¬cos; los judíos y las confesiones protestantes, por el contrario, los consideran senci¬lla¬mente "apócrifos", en el sentido no de “falsos” sin más, sino de “no admitidos en el canon”.
Hay otros libros en los LXX que no son estimados como canónicos ni siquiera por los católicos (éstos suelen designarlos unas veces como "pseudoepígrafos", y otras como "apócrifos"): Salmos de Salomón; 1 (3) Esdras; 3 y 4 Macabeos; 9 Cantos de la Iglesia griega (Plegarias de Moisés; de Ana; de Habacuc; de Isaías; de Jonás; de María, madre de Jesús; de Zacarías; de Ezequías; de Simeón).
Por si tales diferencias fueran pocas, en algunos libros como en Jeremías, Job o Ezequiel, la diversidad de orden y contenido de los capítulos entre los LXX y la Biblia hebrea es muy notable.
Tabla 1
Adiciones más importantes de los LXX a la Biblia hebrea:
A los Salmos: el 151; la llamada Oración de Manasés.
A Daniel: 3,24-90 (oración de Azarías e himno de los tres jóvenes)
13-14 (historia de Susana, y Bel y el dragón)
A Ester (1,1a-1s; 3,13a-13g; 4,17a-17s; 5,1a-1f; 5,2ab; 8,12a-12x; 10,3a-31).
Libros añadidos a la Biblia hebrea (considerados apócrifos por judíos y protestantes; considerados canónicos de segunda clase por los católicos):
1 2 Macabeos
Eclesiástico
Judit
Tobías
Sabiduría
Baruc, + Epístola de Jeremías
Libros añadidos a la Biblia hebrea (considerados apócrifos por judíos y protestantes y católicos):
Salmos de Salomón
1 (3) Esdras
3 y 4 Macabeos
9 Cantos de la Iglesia griega (Plegarias de Moisés; de Ana; de Habacuc; de Isaías; de Jonás; de María, madre de Jesús; de Zacarías; de Ezequías; de Simeón
Todas estas divergencias han sustentado recurrentemente la hipótesis de que los judíos de Alejandría tuvieron un canon propio de escritos sagrados —diferente del hebreo—, heredado luego por los cristianos junto con la Biblia en griego. Este supuesto ha estado en vigor hasta tiempos recientes en los que ha sufrido severas críticas. En general a partir de 1964, año de aparición de la obra de A.C. Sundberg (The Old Testament in the Early Church. Londres), no se admite ya fácilmente la hipótesis del canon alejandrino por tres razones principales:
A) Alejandría no fue nunca un centro religioso independiente de Jerusalén de modo que pudiera formular su canon propio.
B) Las citas que hacen el Nuevo Testamento y los Padres apostólicos de libros sagrados no se corresponden con lo que abarcaría el canon alejandrino, ya que el canon particular de esos cristianos primitivos contenía también diversos apócrifos o pseudoepí-grafos, no presentes en los LXX. Así, Mateo cita como Escritura a 4 Esdras y a la Asunción de Moisés; la Epístola de Judas cita 1 Henoc y la Asunción de Isaías como canónicos. Los Padres apostólicos reconocían también como tales 4 Esdras, Henoc y Eldad y Modad (libro hoy perdido). De este modo el número de libros bíblicos utilizados por la Iglesia antigua no sólo excede el canon hebreo, sino también el presunto canon alejandrino tal.
C) Por último, no es cierta tampoco la característica principal del llamado canon alejandrino: la presencia en él de libros compuestos exclusivamente en griego. Sabemos hoy día que parte de esos presuntos libros en griego fueron redactados en Palestina en hebreo o arameo y luego traducidos a la lengua helénica.
De estas críticas se obtiene en general la conclusión siguiente: no existía de ningún modo un canon especial en Alejandría, sino que tanto el cristianismo como el judaísmo antes del llamado sínodo de rabinos de Yabne/Yamnia (hacia el 90 d.C.) mantenían un canon bíblico fluido, cuyas fronteras no estaban aún estrictamente delimitadas.
Los cristianos se separaron formalmente de la disciplina de la Sinagoga antes de ese Sínodo, por lo que a partir de ese estado de indeterminación de la lista de Escrituras sagradas tuvo el cristianismo que asumir la tarea de fijar su propio canon. A la postre, los cristianos, ya independientes de la Sinagoga, aceptaron un canon distinto del judío, el cual se atuvo a las decisiones de los “sabios” en el Concilio de Yabne/Yamnia. Después de la reforma protestante, las diversas confesiones evangélicas volvieron sus ojos a la antigua normativa judía, no aceptando como canónico ninguno de los libros que sólo se hallaban en los LXX. Los católicos, por su parte, en el Concilio de Trento, sancionaron la costumbre tradicional de la Iglesia antigua declarando canónicos a los siete libros arriba mencionados, más el de Baruc. Hoy día, sin embargo, se ha impuesto la denominación de "deuterocanónicos", es decir, “canónicos de segunda clase”, lo que supone de hecho un acercamiento al punto de vista judío y protestante.
Tabla 2
DIVERSO USO DE VOCABULARIO PARA DESIGNAR OBRAS CANÓNICAS Y NO CANÓNICAS
Deuterocanónicos: para los protestantes y judíos son simplemente “apócrifos”
Apócrifos: los católicos reservan este vocablo para los escritos que los judíos y protestantes denominan “pseudoepígrafos”
Pseudoepígrafos: los católicos denominan a los escritos “pseudoepígrafos” unas veces así (como los protestantes) y otras “apócrifos”.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Pregunta:
Me dirijo a usted, pues anhelo saber su posición objetiva e independiente, acerca de la diferencia que existe entre el canon formado por la Iglesia Católica, y el canon elaborado a raíz de la reforma protestante. Desde el magisterio de la Iglesia católica hacen mención de siete escritos que formaban parte de la Septuaginta, formado antes de nuestra era cristiana. Por otro lado, desde la postura protestante, estos siete libros fueron introducidos posteriormente, para defender los dogmas tales como la intersección de los muertos, etc. Así mismo aluden al hecho de que el canon judío nunca tuvo estos libros como inspirados por Dios. Doctor Piñero: mis preguntas son dos; 1) ¿Era la versión de los \"setenta\" los rollos que eran leídos en las sinagogas del mundo paulino; por estar traducidos al griego; 2) Fue la Septuaginta el conjunto de libros sagrados en toda su totalidad en los tiempos de Jesús?
RESPUESTA:
1. En líneas generales sí. Algunos judeocristianos, raros, podrían leer en hebreo. Pero incluso estos utilizaban la versión griega porque creían que estaba inspirada
2. En tiempos de Jesús aún no se había promulgado ningún decreto rabínico sobre la lista oficial de libros sagrados del judaísmo. Además el texto de la Biblia era relativamente fluido como lo demuestran las distintas versiones de los libros bíblicos hallados en Qumrán. Ahora bien, el pueblo creía firmemente desde un siglo al menos antes de Jesús que el Pentateuco, los Profetas y los Salmos estaban estrictamente inspirados y eran palabra de Dios. Además pensaban que desde el reino de Artajerjes II (más o menos a principios siglo IV a.C.) Dios había decidido que se había acabado la inspiración profética estricta y que Él había dicho ya todo. Sólo había que estudiar la «Biblia» e interpretarla correctamente
La historia del canon hebreo es muy complicada porque no hay documentos al respecto, pero sí muchas leyendas. Probablemente a raíz del auge del judeocristianismo a finales del siglo I, y tras la dispersión del pueblo judío por los fracasos de las dos guerras contra Roma (66-70 / 132-135), es posible que para sobrevivir como pueblo en la Diáspora se hicieran ya listas de libros sagrados dentro del judaísmo
Le añado los complementos de mi libro Literatura judía de época helenística en lengua griega. Desde la versión de la Biblia en griego hasta el Nuevo Testamento. Síntesis 2007 (Serie: Historia Universal de la literatura griega. Volumen 26. En Historia de la Literatura Universal vol. 70), Madrid, 300 pp., ISBN: 84-9756-443-X. Y le recomiendo la lectura del capítulo sobre el canon hebreo, del Prof. Julio Trebolle que está den mi libro (editado junto con J. Peláez), cuyos datos le paso (también sobre mi capítulo del canon del Nuevo Testamento): Los libros sagrados en las grandes religiones: judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo y budismo. Los fundamentalismos, El Almendro, Córdoba, 2007, 298 pp. ISBN 978-84-8005-107-1. Editor junto con J. Peláez. Autor del capítulo “Cómo y porqué se formó el canon del Nuevo Testamento”, pp. 177-210.
Aquí van los complementos:
LA VERSIÓN AL GRIEGO DE LA BIBLIA HEBREA (LXX, SETENTA, SEPTUAGINTA): SU IMPACTO CULTURAL Y RELIGIOSO
El hecho cultural y literario, y el documento más importante del judaísmo de la época helenística, en lo que a este volumen respecta, es la traducción de la Torá hebrea (la Ley) al griego, la llamada versión de los Setenta (latín, Septuaginta). La tarea de traducción comenzó en fecha temprana, hacia principios del s. III a.C., en Alejandría, durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a.C.), y su completa ejecución habría de durar siglos. Algo tan aparen¬temente simple hoy como verter un corpus de textos sagrados de una lengua a otra fue en la antigüedad un fenómeno sin precedentes, en especial porque se trataba de literatura legal, histórica y poética de un pueblo y lengua semíticos trasladados al lenguaje de la superior cultura griega. Por ello, el acceso al tesoro religioso de los judíos por medio de una traducción a la lengua universal del momento habría de tener notables consecuen¬cias en el ámbito de lo cultural y lo religio¬so. Pasado el tiempo, esta versión influiría decisivamente en la conforma¬ción teológica del cristianismo --será la Biblia adoptada por los cristianos-- y en las relaciones de éste con el judaísmo. La Biblia hebrea en ropaje griego es un testimonio importante de la unión entre helenismo y religión judía, pues quienes compusieron algunos de sus libros o los que utilizaron tal versión daban testimonio de que su judaísmo podía plasmarse con toda propiedad en una lengua distinta a la “sagrada”, el hebreo, la lengua de la creación, en opinión general de los “sabios”, los rabinos.
Sin embargo, vista desde la distancia de los siglos, esta empresa de traducción parecía inevitable y necesaria por la nutrida presencia de judíos en toda la Diáspora controlada por los griegos (especialmente en Egipto), para quienes el hebreo, por falta de práctica, había llegado a ser una lengua difícilmente comprensible.
2.1. El origen de la traducción al griego de la Biblia (Los Setenta)
Como se ha apuntado, la traducción al griego del texto hebreo de la Biblia no se hizo en un acto, sino en varios y con diversas escenas. En realidad no se sabe exactamente cómo empezó, aunque sobre sus orígenes circularon ya en la antigüedad algunas leyendas. La más importante es la recogida en la llamada Carta de Aristeas a Filócrates (escrita —según la opinión común— entre el 200-150 a.C.; cf. 4.7.2). En síntesis la historia que transmite este escrito es la siguiente: el bibliotecario del rey Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.), Demetrio de Fálero, propone al monarca la traducción de la ley de los judíos para enriquecer con ella la biblioteca real. El monarca accede y ordena escribir al sumo sacerdote de Jerusalén pidiéndole el envío de varones cualificados para verter las Escrituras (al principio sólo el Pentateuco: los cinco primeros libros de la Biblia) al griego. Notemos de pasada cómo la “Carta” supone que ya en Palestina había gente que sabía tan bien la lengua helénica como para efectuar una versión nada fácil (cf. 1.2) La respuesta del sumo sacerdote es afirmativa. Inme¬diatamente envía a Alejandría a 72 varones expertos en ambas lenguas. El rey los acoge, y los somete a una serie de pruebas de sabiduría, de las que los futuros traductores salen airosos. Reunidos en un cierto lugar, probablemente la isla de Faros, los 72 varones hacen una traducción colectiva que se concluye precisamente en 72 días. Más tarde se añadirá a la leyenda el hecho milagroso de que los traductores, trabajando separada-mente, produjeron cada uno una versión que por singular inspiración divina coincidía al pie de la letra con la de los demás. Una vez vertida, la Ley es leída en público en griego, y recibe de todos grandes alabanzas. Se hacen de ella dos copias: una va a la biblioteca del Rey, y otra pasa a manos de los judíos.
Esta versión del origen de los Setenta ha suscitado desde la antigüe¬dad numerosas dudas y cuestiones. Muchos investigadores no han prestado crédi¬to a los datos de la Epís-tola de Aristeas y han propuesto teorías para el origen de esta traducción bíblica distintas de las que presenta el anónimo autor de tal “carta”. Las más interesantes suponen que la versión de los Setenta se debió: A) a las necesidades litúrgicas de la comunidad judía de Alejandría que había olvidado el hebreo y precisaba una versión inteligible del texto sacro para ser leída durante los oficios litúrgicos sabatinos, o privadamente; B) A conveniencias y exigencias culturales, ya personales o del conjunto de la comunidad hebrea: si los griegos se educaban literariamente con la lectura de Homero, los judíos de Alejandría lo hacían con la lectura y estudio de la Ley; C) A afanes de proselitismo: difundir el texto sacro entre los griegos; D) A razones de orden jurídico o relacionadas con la comunidad judía de Alejandría, a saber, la posesión en griego de un ejemplar de la Torá que fuese el código de los tribunales judíos de justicia.
Estas teorías sobre las causas que motivaron la versión de los LXX están erizadas de dificultades, aunque quizás la última sea la menos improbable de todas. En primer lugar, las fuentes no mencionan nunca una iniciativa judía, alejandrina o no, como inicio de la tarea de traducción. Sabemos, más bien, que los judíos de Alejandría mantenían continuos contactos con la metrópoli y se hallaban siempre subordinados y dependientes del sumo sacerdote de Jerusalén. En consecuencia, éste tendría que haber autorizado la versión. Pero este hecho es bastante inverosímil, ya que en el propio Israel por aquella época estaba terminantemente prohibido que las traducciones orales de textos bíblicos del hebreo al arameo (que debían hacerse corrien¬temente en las sinagogas, ya que el común del pueblo en Israel mismo era arameo hablante y no entendía bien el hebreo) se plasmaran por escrito. Mucho menos permitirían las autoridades de Jerusalén una versión al griego.
En segundo lugar, no se ve claro lo de las necesidades litúrgicas, pues no consta de ningún modo que en el s. III a.C. se leyeran en las sinagogas alejandrinas de un modo sistemático la Ley y los Profetas, y en grandes secciones. Parece ser que el establecimiento rígido de esta costumbre es mucho más tardío, quizás en el primer siglo de la era cristiana, como deducimos de Lc 4,16-20. En el s. III a.C., en sábados y festividades, se leían tan sólo probablemente unos pocos versículos bíblicos. Si en la liturgia se necesitaba una versión en lengua vernácula (griego), bastaba con que se hiciera oralmente en cada ocasión, al igual que se obraba en Israel cuando un trujamán (traductor) vertía sobre la marcha del hebreo al arameo (targum). Por otro lado, la Epístola a Aristeas no dice que de la Ley traducida se hicieran copias para distribuirlas en las sinagogas. De hecho sólo menciona dos: una se depositó en la biblioteca real, y la otra fue entregada a los jefes de la comunidad judía en Alejandría a petición propia.
En tercero, no son verosímiles las motivaciones culturales privadas o públicas, ya que razones de lectura personal (o en bibliotecas semiprivadas) no parecen que justificaran una empresa tan costosa como la traducción de toda la Ley y otros libros de la Biblia a la lengua griega.
Hoy día los investigadores tienden a aceptar las líneas generales de la versión de la Epístola de Aristeas, pero despojando a este escrito de los rasgos inverosímiles o legendarios. Así, unos piensan que es muy probable que la iniciativa de la traducción partiera del Rey. Y esto no por un mero afán literario, sino por razones de tipo jurídico. Los judíos pretendían siempre, aun en la Diáspora, atenerse a las costumbres patrias (la ley de Moisés), por lo que luchaban por conseguir de los monarcas un régimen jurídico especial. Por ello, a la administración ptolemaica en Alejandría le pudo muy bien interesar tener a su disposición un ejemplar en griego de esa famosa ley que tanto invocaban los judíos y por la que regían sus vidas. Hemos afirmado que en la antigüedad apenas se hacían traducciones, pero sí eran usuales en el Oriente (por ejemplo, el imperio persa) desde tiempos antiguos la versión de decretos y leyes reales. No es extraño, por tanto, que la Ley, como código jurídico que afectaba a una parte importante de la población de Alejandría, fuera vertida al griego al igual que, por ejemplo, se tradujo el derecho consuetudinario egipcio, que afectaba a la pobla¬ción subyugada del país en aquellos ámbitos no contemplados por leyes griegas más generales.
Otros estudiosos, sin embargo, niegan que la ley especí¬fica por la que se regía la comunidad de los judíos alejandrinos hubiera de ser precisamente el Pentateuco, por lo que no ven claras las razones de tipo jurídico para la versión. Más bien, se inclinan a considerar que tras la indicación de la Epístola a Aristeas del interés del bibliotecario real por poseer la Ley en la Biblioteca se escondió en realidad un propósito cultural por parte del monarca.
2.2 Fecha de la traducción
Sea exactamente como fuere el motivo último de la versión de los LXX, al principio, s. III a.C. como se apuntaba más arriba, sólo se tradujeron los cinco primeros libros de la Biblia. La base textual de esta versión era la forma alejandrina del texto hebreo, a su vez una variante de la palestinense.
Sólo más tarde les tocó el turno a otros escritos, hasta el último, el Eclesiastés, que fue vertido por un judío llamado Áquila hacia el año 125 de nuestra era. En el intermedio se tradujeron los Salmos (hacia 210 a.C.), luego Ezequiel, Isaías, Reyes, Jueces (ya concluida su traducción a mediados del s. II a.C., pues ya en esos momentos Eupólemo, historiador judío, emplea los LXX para su Crónica). Los libros de Daniel, Esdras, Macabeos, Job, Proverbios estaban ya vertidos a finales del s. II a.C. Parece que Ester estaba ya traducido poco después del 114 a.C. El nieto de Jesús ben Sira (el autor del Eclesiástico), llegado a Egipto el 132 a.C., menciona la existencia de una traducción, evidentemente completa, de la Torá, de los Profetas y de los restantes escritos, que debía ser la de los LXX (Eclo, Prólogo). Finalmente, Ester, Rut, Cantar de los Cantares fueron trasladados al griego bien un poco antes, o ya en tiempos de la era cristiana.
La leyenda de la versión milagrosa se amplió, aplicándose a todos los libros del texto vetero¬tes¬tamentario, y se supuso que gozaba de la misma inspiración divina. Finalmente se añadieron a la colección algunos escritos de fecha más re¬ciente, compuestos ya originariamente en griego (ciclo de los Maca¬beos y la Sabiduría de Salomón).
2.3. Calidad de la traducción
La Biblia griega de los LXX recoge, pues, versiones de diferentes traductores, de muy variada calidad y de épocas distintas. Las traducciones de los diferentes libros de la Biblia, y a menudo también las de las diversas partes de un mismo libro, son diferentes en lengua, estilo y técnica de traducción, aunque se encuentran también marcadas coincidencias y rasgos comunes. En general la calidad de las versiones es buena y tendente a la fidelidad literal. Cada libro presenta características propias. La versión de Proverbios y Job se aparta considerablemente del texto hebreo que conocemos, pero su griego es excelente. La traducción del Eclesiastés es, por el contrario, de una literalidad extremada y servil. A veces aparecen traslaciones de frases hebreas difícilmente inteligibles para un griego nativo. En ocasiones los traductores proceden más libremente con el original hebreo, como quizás suceda con el libro de Job (el Job de los LXX es una sexta parte más breve que el texto masorético), o con los Proverbios, donde los LXX se apartan considerablemente del original hebreo, quizás por tener un texto base distinto al que conocemos. Así, por poner un ejemplo, en Prov 8,22-31 la Sabiduría aparece más claramente que en el texto hebreo como figura divina personificada, engendrada por Dios y garante de una perfecta creación. Las expresiones filosóficas griegas no tuvieron relevancia en la traducción de los Setenta más que en casos excepcionales (cf. 2.5). Pero ya se trate de una versión literal o de una más libre, los Setenta llegaron a ser la fuente del lenguaje teológico del judaísmo helenístico y, por tanto, del cristianismo primitivo.
2.4 Lugares de procedencia de la traducción de algunos libros en particular
Por medio del estudio de las técnicas de traducción (véase, Fernández Marcos 1998, 34ss), del agrupamiento de vocablos típicos de un lugar con un sentido determinado, por alusiones históricas, por ciertas expresiones características o incluso por alguna leve tendencia teológica en la traducción, los expertos han llegado también a afinar ciertos criterios internos para dilucidar en qué zona geográfica se tradujo cada uno de los libros. Ciertamente, en Egipto se tradujeron —además del Pentateuco— Jueces, 1-4 Reyes, 1-2 Crónicas (Paralipómenos), Proverbios, Job, Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel. Lo más sor-prendente es la afirmación común de los investigadores de que no fue Alejandría la cuna de todas las versiones; muchos libros se tradujeron al griego en la misma Palestina. Así, vieron la luz en Judea probablemente Rut, Ester, Cantar, Lamentaciones, Judit, 1 Macabeos. De origen palestino, aunque moraran en Alejan¬dría, era el traductor del Eclesiástico. Sobre el resto de los libros (por ejemplo los “profetas menores”) se albergan dudas casi inso¬lubles respecto a su lugar geográfico de procedencia.
2.5 Interés de la versión de los Setenta
Ya se ha hablado al principio de este capítulo de la trascendencia religiosa y cultural de esta versión. Como a finales del siglo II a.C. se había completado la traducción de los libros bíblicos más importantes del luego llamado canon hebreo, y puesto que los manuscritos a partir de los cuales se imprime hoy el texto hebreo son muy tardíos --del s. X d.C. en adelante, con la excepción de los manuscritos hebreos bíblicos hallado en Qumrán--, la versión de los LXX, realizada sobre manuscritos mucho más antiguos, ofrece además un doble interés. A unos investigadores interesa las lecturas de los textos hebreos que subyacen a la traducción y que pueden reconstruirse, ya que la versión es por lo general muy literal. Así pues, los LXX pueden servir para restaurar críticamente el texto hebreo del Antiguo Testamento. A otros estudiosos les atraen los LXX por el carácter griego mismo de la versión, como fuente para el conocimiento de la lengua, ideas y religión del judaísmo helenístico, que se expresó en griego.
3.1 La cuestión del llamado "canon alejandrino de las Escrituras"
La amplia difusión de la versión de los Setenta al griego en la época helenística tardía indica que ésta fue sin duda la traducción más importante de la Biblia hebrea. Pero ello no significa que no hubiera por entonces otras en uso como se apuntaba al final de 2.6. Parece que en Palestina y en Antioquía de Siria se emplearon entre judíos que sabían poco hebreo traducciones al griego diferentes de la de los LXX, de suerte que ésta debe considerarse en principio como una versión local alejandrina. En esta ciudad, sin embargo, fue donde pronto consiguieron los Setenta la misma autoridad que tuvo el texto hebreo en Palestina. Testimonio de ello es Filón de Alejandría, quien en su expo¬sición e interpretación total de la “Torá” (así se expresa en hebreo “ley”, griego nómos) emplea esta traduc¬ción, y no el texto hebreo.
Es bien sabido que al comparar los Setenta con la Biblia hebrea hallamos que la versión griega contiene un número mayor de libros, además de ciertos comple¬mentos o añadiduras. Las adiciones más importantes de los LXX son las siguientes: a los Salmos (el 151; la llamada Oración de Manasés); a Daniel (3,24-90: oración de Azarías e himno de los tres jóvenes; más la historia de Susana, y Bel y el dragón: caps. 13 y 14); a Ester (1,1a-1s; 3,13a-13g; 4,17a-17s; 5,1a-1f; 5,2ab; 8,12a-12x; 10,3a-31).
Libros presentes en los LXX pero ausentes del canon hebreo son: 1 y 2 Macabeos; Eclesiástico; Judit; Tobías; Sabi¬du¬ría; Baruc; Epístola de Jeremías. Estos libros son considerados canónicos de segunda clase ("deuterocanónicos") por los católi¬cos; los judíos y las confesiones protestantes, por el contrario, los consideran senci¬lla¬mente "apócrifos", en el sentido no de “falsos” sin más, sino de “no admitidos en el canon”.
Hay otros libros en los LXX que no son estimados como canónicos ni siquiera por los católicos (éstos suelen designarlos unas veces como "pseudoepígrafos", y otras como "apócrifos"): Salmos de Salomón; 1 (3) Esdras; 3 y 4 Macabeos; 9 Cantos de la Iglesia griega (Plegarias de Moisés; de Ana; de Habacuc; de Isaías; de Jonás; de María, madre de Jesús; de Zacarías; de Ezequías; de Simeón).
Por si tales diferencias fueran pocas, en algunos libros como en Jeremías, Job o Ezequiel, la diversidad de orden y contenido de los capítulos entre los LXX y la Biblia hebrea es muy notable.
Tabla 1
Adiciones más importantes de los LXX a la Biblia hebrea:
A los Salmos: el 151; la llamada Oración de Manasés.
A Daniel: 3,24-90 (oración de Azarías e himno de los tres jóvenes)
13-14 (historia de Susana, y Bel y el dragón)
A Ester (1,1a-1s; 3,13a-13g; 4,17a-17s; 5,1a-1f; 5,2ab; 8,12a-12x; 10,3a-31).
Libros añadidos a la Biblia hebrea (considerados apócrifos por judíos y protestantes; considerados canónicos de segunda clase por los católicos):
1 2 Macabeos
Eclesiástico
Judit
Tobías
Sabiduría
Baruc, + Epístola de Jeremías
Libros añadidos a la Biblia hebrea (considerados apócrifos por judíos y protestantes y católicos):
Salmos de Salomón
1 (3) Esdras
3 y 4 Macabeos
9 Cantos de la Iglesia griega (Plegarias de Moisés; de Ana; de Habacuc; de Isaías; de Jonás; de María, madre de Jesús; de Zacarías; de Ezequías; de Simeón
Todas estas divergencias han sustentado recurrentemente la hipótesis de que los judíos de Alejandría tuvieron un canon propio de escritos sagrados —diferente del hebreo—, heredado luego por los cristianos junto con la Biblia en griego. Este supuesto ha estado en vigor hasta tiempos recientes en los que ha sufrido severas críticas. En general a partir de 1964, año de aparición de la obra de A.C. Sundberg (The Old Testament in the Early Church. Londres), no se admite ya fácilmente la hipótesis del canon alejandrino por tres razones principales:
A) Alejandría no fue nunca un centro religioso independiente de Jerusalén de modo que pudiera formular su canon propio.
B) Las citas que hacen el Nuevo Testamento y los Padres apostólicos de libros sagrados no se corresponden con lo que abarcaría el canon alejandrino, ya que el canon particular de esos cristianos primitivos contenía también diversos apócrifos o pseudoepí-grafos, no presentes en los LXX. Así, Mateo cita como Escritura a 4 Esdras y a la Asunción de Moisés; la Epístola de Judas cita 1 Henoc y la Asunción de Isaías como canónicos. Los Padres apostólicos reconocían también como tales 4 Esdras, Henoc y Eldad y Modad (libro hoy perdido). De este modo el número de libros bíblicos utilizados por la Iglesia antigua no sólo excede el canon hebreo, sino también el presunto canon alejandrino tal.
C) Por último, no es cierta tampoco la característica principal del llamado canon alejandrino: la presencia en él de libros compuestos exclusivamente en griego. Sabemos hoy día que parte de esos presuntos libros en griego fueron redactados en Palestina en hebreo o arameo y luego traducidos a la lengua helénica.
De estas críticas se obtiene en general la conclusión siguiente: no existía de ningún modo un canon especial en Alejandría, sino que tanto el cristianismo como el judaísmo antes del llamado sínodo de rabinos de Yabne/Yamnia (hacia el 90 d.C.) mantenían un canon bíblico fluido, cuyas fronteras no estaban aún estrictamente delimitadas.
Los cristianos se separaron formalmente de la disciplina de la Sinagoga antes de ese Sínodo, por lo que a partir de ese estado de indeterminación de la lista de Escrituras sagradas tuvo el cristianismo que asumir la tarea de fijar su propio canon. A la postre, los cristianos, ya independientes de la Sinagoga, aceptaron un canon distinto del judío, el cual se atuvo a las decisiones de los “sabios” en el Concilio de Yabne/Yamnia. Después de la reforma protestante, las diversas confesiones evangélicas volvieron sus ojos a la antigua normativa judía, no aceptando como canónico ninguno de los libros que sólo se hallaban en los LXX. Los católicos, por su parte, en el Concilio de Trento, sancionaron la costumbre tradicional de la Iglesia antigua declarando canónicos a los siete libros arriba mencionados, más el de Baruc. Hoy día, sin embargo, se ha impuesto la denominación de "deuterocanónicos", es decir, “canónicos de segunda clase”, lo que supone de hecho un acercamiento al punto de vista judío y protestante.
Tabla 2
DIVERSO USO DE VOCABULARIO PARA DESIGNAR OBRAS CANÓNICAS Y NO CANÓNICAS
Deuterocanónicos: para los protestantes y judíos son simplemente “apócrifos”
Apócrifos: los católicos reservan este vocablo para los escritos que los judíos y protestantes denominan “pseudoepígrafos”
Pseudoepígrafos: los católicos denominan a los escritos “pseudoepígrafos” unas veces así (como los protestantes) y otras “apócrifos”.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com