Hasta el momento, en este blog “Cristianismo e historia” hemos tratado del tema general “la divinización de Jesús”, y dentro de él hemos terminado la breve exposición -en lo posible- de dos de los temas generales previos, a saber “la religión de Jesús” y “¿Dijo Jesús de sí mismo que era Dios?”.
Las conclusiones de este segundo tema fueron expuestas brevemente al final de la nota del día anterior (2-24-8). Igualmente expusimos en su momento que –según se desprendía de la religión de Jesús, tal como nos la pintan directa e indirectamente los relatos evangélicos- no parece que pueda caber dentro de la mente de un judío piadoso, como era sin duda el Nazareno, que se considerase a sí mismo Dios, ni mucho menos.
Dentro del tratamiento general sobre "La divinización de Jesús", tocaría ahora abordar los temas siguientes:
· ¿Implica el mesianismo de Jesús que fuera Dios?
· ¿Implica igualmente el título el “Hijo del Hombre” que Jesús fuera Dios realmente? Y por último,
· ¿Puede deducirse del modo como Jesús concebía a Dios que él era asimismo Dios?
A pesar de que de un modo lógico tendríamos que abordar en tres series estos tres temas, pienso que para no cansar a los lectores, y por afán de ofrecer algo variado, voy a dejarlos de lado momentáneamente, y voy a comenzar con el segundo gran tema general que es también el propósito de este blog sobre "cristianismo e historia" “Qué es necesario saber para entender bien a Pablo de Tarso”.
El tema me parece muy importante, pues subyace en el fondo la notable cuestión de quién fue en verdad el fundador del cristianismo. De algún modo esta cuestión está presente en varios de los libros publicados en España recientemente sobre Pablo, como:
· J. L. Reed, En busca de Pablo, Verbo Divino, Estella, 2006
· F. Vouga, Yo, Pablo. Ls confesiones del Apóstol, Sal Terrae, Santander, 2007.
· S. Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, Sal Terrae, Santander, 2007
Y algún otro más antiguo, pero difundido, como el de G. Barbaglio, Pablo de Tarso y los orígenes del cristianismo, Sígueme, Salamanca, 1989
El desarrollo, pues, de este tema nuevo -para entemnder a Pablo- sería, de un modo general , del modo siguiente:
1. Quién y cómo era el Pablo precristiano
2. La llamada “conversión” de Pablo
3. Análisis filológico y breve comentario de las cartas auténticas que nos ha legado el Pablo cristiano
4. Síntesis del pensamiento de Pablo de Tarso.
Comenzamos hoy con el tema 1. “El Pablo precristiano” e iniciamos nuestro comentario indicando de qué fuentes disponemos para estudiarlo.
Las fuentes antiguas para conocer a Pablo son fundamentalmente dos:
A. Un conjunto de cartas, unas catorce, denominada en conjunto el “corpus paulino” de entre las cuales hay siete que llevan la marca clara de haber salido de una misma mano. El autor de ellas se denomina a sí mismo “Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol” (Romanos 1,1). Otras siete, que llevan también su nombre, pero que por su vocabulario e ideas teológicas parecen no proceder de esta misma mano.
B. Una sección muy importante, sobre todo a partir del capítulo 11, de una obra recogida en el Nuevo Testamento, titulada “Hechos de los apóstoles”, que en realidad es la segunda parte del Evangelio llamado “según Lucas”.
Y prácticamente no hay más, pues otras menciones en la antigüedad, como los prólogos antimarcionitas –escritos contre le hereje Marción- a las cartas de Pablo, dependen en realidad de estas dos fuentes. Del mismo modo puede decirse de cualesquiera otras menciones a Pablo que empiezan a surgir sobre todo a partir de mediados del siglo II de nuestra era, que dependen de las dos ya mencionadas.
Como es lógico, si entre las fuentes, A. y B., hubiere alguna discrepancia habrá que atender sobre todo y en primer lugar al testimonio de las llamadas cartas auténticas.
Para lo que sigue inmediatamente, a modo de introducción, tomo material de mi obra Guía para entender el Nuevo Testamento, Editorial Trotta, Madrid, 3ª edición 2008, capítulo 11, pp. 253ss. Luego expondré lo que puede saberse del “Pablo precristiano” de la mano del capítulo de Martin Hengel “Der vorchristliche Paulus”, de la obra en equipo, Paulus und das antike Judentum, editada por el mismo Hengel y publicada en la editorial J.C.B. Mohr, de Tubinga de 1992.
Que yo sepa esta obra no ha sido traducida al castellano, aunque de este capítulo se ha hecho una versión italiana, a cargo de G. Pontoglio, publicada como librito con el título Il Paolo precristiano (Studi Biblici 100), Brescia (Paideia Editrice) 1992, 204 pp. Si alguna vez necesitamos citar algún pasaje concreto, lo haremos directamente de la edición original alemana que es la que tenemos.
El modo de imprimir el Nuevo Testamento hoy día –modo que viene desde muy atrás y se apoya en el orden de algunos de los grandes manuscritos que desde el siglo IV d.C. nos han transmitido el Nuevo Testamento entero- juega una pasada a la mayoría de sus lectores. Lo primero que se encuentra el lector son los Evangelios junto con los Hechos de los Apóstoles. Como estas obras tratan de Jesús y el autor que viene a continuación, Pablo de Tarso, supone el conocimiento previo de aquel, de un modo espontáneo las gentes tienden a creer que los Evangelios se compusieron cronológicamente primero y que luego escribió Pablo sus cartas. Pero esto no fue así. La primera composición del Nuevo Testamento es la Carta primera a los tesalonicenses, redactada hacia el 51 d.C.
Dentro del Nuevo Testamento se han transmitido trece cartas que llevan el nombre de Pablo, a las que la tradición añadió otra: la Epístola a los hebreos. Sin embargo, el término medio de la investigación tanto protestante como católica reconoce hoy como plenamente auténticas sólo siete de ellas. Las otras siete son declaradas no genuinas, “pseudónimas” o “deuteropaulinas” (paulinas de segunda clase), es decir, obras de discípulos más o menos directos de Pablo.
El próximo día ofreceremos una visión de conjunto de los argumentos en los que se apoya esta distinción tan importante.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Las conclusiones de este segundo tema fueron expuestas brevemente al final de la nota del día anterior (2-24-8). Igualmente expusimos en su momento que –según se desprendía de la religión de Jesús, tal como nos la pintan directa e indirectamente los relatos evangélicos- no parece que pueda caber dentro de la mente de un judío piadoso, como era sin duda el Nazareno, que se considerase a sí mismo Dios, ni mucho menos.
Dentro del tratamiento general sobre "La divinización de Jesús", tocaría ahora abordar los temas siguientes:
· ¿Implica el mesianismo de Jesús que fuera Dios?
· ¿Implica igualmente el título el “Hijo del Hombre” que Jesús fuera Dios realmente? Y por último,
· ¿Puede deducirse del modo como Jesús concebía a Dios que él era asimismo Dios?
A pesar de que de un modo lógico tendríamos que abordar en tres series estos tres temas, pienso que para no cansar a los lectores, y por afán de ofrecer algo variado, voy a dejarlos de lado momentáneamente, y voy a comenzar con el segundo gran tema general que es también el propósito de este blog sobre "cristianismo e historia" “Qué es necesario saber para entender bien a Pablo de Tarso”.
El tema me parece muy importante, pues subyace en el fondo la notable cuestión de quién fue en verdad el fundador del cristianismo. De algún modo esta cuestión está presente en varios de los libros publicados en España recientemente sobre Pablo, como:
· J. L. Reed, En busca de Pablo, Verbo Divino, Estella, 2006
· F. Vouga, Yo, Pablo. Ls confesiones del Apóstol, Sal Terrae, Santander, 2007.
· S. Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, Sal Terrae, Santander, 2007
Y algún otro más antiguo, pero difundido, como el de G. Barbaglio, Pablo de Tarso y los orígenes del cristianismo, Sígueme, Salamanca, 1989
El desarrollo, pues, de este tema nuevo -para entemnder a Pablo- sería, de un modo general , del modo siguiente:
1. Quién y cómo era el Pablo precristiano
2. La llamada “conversión” de Pablo
3. Análisis filológico y breve comentario de las cartas auténticas que nos ha legado el Pablo cristiano
4. Síntesis del pensamiento de Pablo de Tarso.
Comenzamos hoy con el tema 1. “El Pablo precristiano” e iniciamos nuestro comentario indicando de qué fuentes disponemos para estudiarlo.
Las fuentes antiguas para conocer a Pablo son fundamentalmente dos:
A. Un conjunto de cartas, unas catorce, denominada en conjunto el “corpus paulino” de entre las cuales hay siete que llevan la marca clara de haber salido de una misma mano. El autor de ellas se denomina a sí mismo “Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol” (Romanos 1,1). Otras siete, que llevan también su nombre, pero que por su vocabulario e ideas teológicas parecen no proceder de esta misma mano.
B. Una sección muy importante, sobre todo a partir del capítulo 11, de una obra recogida en el Nuevo Testamento, titulada “Hechos de los apóstoles”, que en realidad es la segunda parte del Evangelio llamado “según Lucas”.
Y prácticamente no hay más, pues otras menciones en la antigüedad, como los prólogos antimarcionitas –escritos contre le hereje Marción- a las cartas de Pablo, dependen en realidad de estas dos fuentes. Del mismo modo puede decirse de cualesquiera otras menciones a Pablo que empiezan a surgir sobre todo a partir de mediados del siglo II de nuestra era, que dependen de las dos ya mencionadas.
Como es lógico, si entre las fuentes, A. y B., hubiere alguna discrepancia habrá que atender sobre todo y en primer lugar al testimonio de las llamadas cartas auténticas.
Para lo que sigue inmediatamente, a modo de introducción, tomo material de mi obra Guía para entender el Nuevo Testamento, Editorial Trotta, Madrid, 3ª edición 2008, capítulo 11, pp. 253ss. Luego expondré lo que puede saberse del “Pablo precristiano” de la mano del capítulo de Martin Hengel “Der vorchristliche Paulus”, de la obra en equipo, Paulus und das antike Judentum, editada por el mismo Hengel y publicada en la editorial J.C.B. Mohr, de Tubinga de 1992.
Que yo sepa esta obra no ha sido traducida al castellano, aunque de este capítulo se ha hecho una versión italiana, a cargo de G. Pontoglio, publicada como librito con el título Il Paolo precristiano (Studi Biblici 100), Brescia (Paideia Editrice) 1992, 204 pp. Si alguna vez necesitamos citar algún pasaje concreto, lo haremos directamente de la edición original alemana que es la que tenemos.
El modo de imprimir el Nuevo Testamento hoy día –modo que viene desde muy atrás y se apoya en el orden de algunos de los grandes manuscritos que desde el siglo IV d.C. nos han transmitido el Nuevo Testamento entero- juega una pasada a la mayoría de sus lectores. Lo primero que se encuentra el lector son los Evangelios junto con los Hechos de los Apóstoles. Como estas obras tratan de Jesús y el autor que viene a continuación, Pablo de Tarso, supone el conocimiento previo de aquel, de un modo espontáneo las gentes tienden a creer que los Evangelios se compusieron cronológicamente primero y que luego escribió Pablo sus cartas. Pero esto no fue así. La primera composición del Nuevo Testamento es la Carta primera a los tesalonicenses, redactada hacia el 51 d.C.
Dentro del Nuevo Testamento se han transmitido trece cartas que llevan el nombre de Pablo, a las que la tradición añadió otra: la Epístola a los hebreos. Sin embargo, el término medio de la investigación tanto protestante como católica reconoce hoy como plenamente auténticas sólo siete de ellas. Las otras siete son declaradas no genuinas, “pseudónimas” o “deuteropaulinas” (paulinas de segunda clase), es decir, obras de discípulos más o menos directos de Pablo.
El próximo día ofreceremos una visión de conjunto de los argumentos en los que se apoya esta distinción tan importante.
Saludos cordiales de Antonio Piñero