Hoy escribe Antonio Piñero
Naturalmente el cuadro paulino parcialmente igualitario en la intimidad del matrimonio no lo es, ni mucho menos, en la valoración social de la mujer, por el hecho de que Pablo postula como norma de convivencia social el que la mujer quede subordinada al varón. En este misma Primera carta a los Corintios escribe el Apóstol (11,3-10):
« Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. 4 Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza. 5 Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada. 6 Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra. »
« 7 Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. 8 Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre; 9 pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre. 10 Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles. »
Apenas hay que nada que comentar en ese pasaje, pues el sentido es claro en las líneas generales que aquí nos interesan. Como indicamos arriba, Pablo concentra su argumentación en el texto de Génesis 2,7 (el segundo comentado) olvidando el primero.
Un eco débil de la tendencia igualitaria que podría obtenerse con buena voluntad de este mismo pasaje genesiaco le sirve a Pablo para restablecer un cierto equilibrio entre varón y mujer (1 Cor 11,11-15):
Sin embargo, en el Señor, ni la mujer es independiente del hombre, ni el hombre independiente de la mujer. 12 Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; y todas las cosas proceden de Dios. 13 Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? 14 ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra, 15 pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo. 3 Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.
Pero el texto de 1 Tes 4,3-5
« “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual; 4 que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”, »
en el que Pablo utiliza para designar a la mujer un término que parece teóricamente vejatorio (griego skeúos, “objeto”), nos hace pensar que Pablo, en el fondo, albergaba sobre la mujer las mismas ideas negativas que su época. Un talante análogo fundamenta la alta estima de la virginidad en 1 Cor 7,25-38, el texto que principalmente estamos comentando.
En síntesis, de la premisa cristonómica de Gál 3,28 no deriva Pablo ninguna norma ético-social, ningún dictum igualitario varón-mujer en el ámbito de lo social. La igualdad escatológica queda aplastada en la vida, aquí en la tierra antes del fin, por la desigualdad patriarcalista, según esquemas tradicionales. Y normalmente no podría esperarse que fuera de otro modo, porque el Apóstol es hijo de su tiempo y porque la preocupación por el fin del mundo presente hace que no le importaran nada las reformas sociales de “acá abajo”.
¿Podría decirse, pues, que para Pablo la mujer es un ser humanode segundo grado? Muchos comentaristas lo niegan rotundamente, pues hay que tener en cuenta los pasajes que más arriba hemos expuesto acerca de las funciones de las mujeres en la comunidad como patronas, benefactoras, maestras, evangelizadoras, diaconisas, etc., más la igualdad de manifestarse en público como orantes en alta voz y profetisas.
Otros aceptan que Pablo albergaba para su interior, y lo dejó mostrar en 1 Cor 7, un dualismo que contrapone “lo espiritual a lo mundano/sexual”, representado sobre todo en la carnalidad de las mujeres, pero que, por suerte, no llega a deducir de ello una norma antimundana y antimateria/anticuerpo de tal calibre como cien años más tarde hará el cristianismo gnóstico.
En general podría decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel uno y otro (el uno para el otro) en las relaciones sexuales y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad.
En la próxima postal comentaremos algunos aspecto positivos de la consideración paulina de la mujer.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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