Escribe Antonio Piñero
En mi postal anterior, de hace unos días, comentaba la aparición de dos libritos, verdaderamente interesantes, del teólogo argentino, afincado en España, que lleva un nombre muy bíblico, Ariel: “Dios (’El) es mu león”, lo cual quiere decir: “Dios es mi fortaleza; no una persona humana”. Estos libros son interesantes por varios aspectos. En primer lugar, porque el autor saca partido literario-teológico de las prisas actuales: los libros se hacen cada día más breves y con letra un poco mayor. Se pasan rápidamente los capítulos y el lector tiene la impresión de que ha leído mucho en poco tiempo. Segundo: porque la temática de cada capítulo está expuesta muy clara y ordenadamente. La dificultad o el “enigma” es más que claro. Tercero: porque el texto tiene su pizca de “suspense” al ir exponiendo Ariel dificultades del pasaje bíblico que va a comentar, o mejor esclarecer, para luego pasar rápidamente a la solución de las dificultades. Y, finalmente, cuarto, porque la última parte de cada capitulito suele tener una aplicación del texto bíblico a la vida actual, espiritual, del lector cristiano.
Él pasaje que deseo comentar hoy brevemente es el Magníficat (Lucas 1,46-55), capítulo quinto del segundo libro. Ciertamente, el autor expone con total claridad, según he dicho, lo que la crítica bíblica ha ido desgranando como comentario al texto desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. En el caso del Magníficat resalta Ariel con los críticos la belleza y potencia literaria del texto, pero al punto expone las dificultades que genera su lectura atenta: el Magníficat no alude a la visita que María hace a su pariente Isabel (no “prima”: el texto no lo dice; lo de “prima” es una interpretación medieval, si no me equivoco); no menciona la reciente concepción virginal, ni el embarazo de Isabel, ni la futura maternidad de María, ni el anuncio del ángel… Nada tiene que ver en el Magníficat con el motivo de la presunta visita de la madre de Jesús a su pariente.
Para que se entienda la cuestión el autor explica a continuación, también brevemente, el contenido del himno, y pasa rápidamente a exponer tres posible soluciones a las cuestiones planteadas. Estas no son eludibles, sostiene; hay que encararlas y ofrecer respuestas. De lo contrario, la fe en la inerrancia absoluta del texto bíblico haría que el lector adoptase la actitud de la “fe del carbonero”. Hoy ya no es posible.
La primera solución es: fue María misma la que compuso el himno. El autor, junto con la casi totalidad de los estudiosos rechaza esta idea. Las razones las leerá el lector provechosamente en el libro. Pero, en síntesis: el himno es una composición tan elaborada con temas y alusiones bíblicas tan precisas y bien encadenadas que es imposible, o muy inverosímil, una composición “a bote pronto” por parte de María. Se rechaza, pues.
La segunda solución: el himno fue compuesto por el propio Lucas, utilizando material propio. Se trataría no de un préstamo, sino de una elaboración de primera mano utilizando motivos bíblicos. Lucas era un buen biblista. El autor, Ariel, rechaza también esta segunda solución sobre todo por las dificultades que presenta el texto para encajar en el contexto del capítulo 1 del Evangelio, donde está situada. Tiene, además, ciertas dificultades sintácticas. Lucas no pudo ser tan torpe. ¡Rechazada!
Y la tercera es que el autor primario no fue Lucas, sino que este utilizó un himno anterior, judeocristiano, compuesto por alguien de su comunidad, un himno judío elaborado por alguien que conocía al dedillo la Biblia hebrea. O bien que Lucas la tomó prestada esta composición del Magníficat de una comunidad judeocristiana vecina. Lucas sólo tuvo que hacer una breve labor de encaje. Así el himno fue “empotrado” por el tercer evangelista dentro de su propio material previo, el capítulo 1 de su Evangelio, aunque esta tarea de taraceado literario no le salió demasiado bien.
Opino: si el Evangelio de Lucas se compuso en Éfeso, la hipótesis de una comunidad de judeocristianos vecina es muy posible…, ya que probablemente también el Evangelio de Juan se redactó, por partes, en esa misma ciudad. Era fácil, pues el trasvase de material. Además, la hipótesis del préstamo explica que las hazañas de Dios descritas en el Magníficat vayan dirigidas a Israel, el pueblo elegido, y que la salvación se narre en el himno en pasado, no en futuro… Es decir, la salvación ha ocurrido ya; fue obra de Jesús (pensaría el autor judeocristiano), ya muerto y resucitado, que está en la derecha del Padre. Por tanto la salvación ya ocurrió…, aunque en el momento en el que Lucas la pone en boca de María, aún embarazada de Jesús, esa salvación será en el futuro.
Otras razones y razonamientos más completos los leerá el lector en el texto de Ariel, de muy fácil lectura y comprensión.
Personalmente estoy de acuerdo básicamente con esta tercera solución, aunque añade algunas precisiones de mi propio coleto, pero compartidas con la crítica:
1. Me parece imposible que fuera el mismo Lucas quien añadió el Magníficat. Incluso si se me apura, creo que no fue él (Lucas es un personaje desconocido) quien añadiera ni siquiera los dos capítulos primeros de su Evangelio. Este empieza con toda claridad, me parece, (como una obra de historia de aquella época del Impero Romano helenístico con precisiones temporales e históricas para situar bien en esa historia contemporánea al héroe del relato, Jesús, y de su predecesor, Juan Bautista, del que “Lucas” hablará inmediatamente:
“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; 2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; 5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. 6 Y todos verán la salvación de Dios”.
2. Los personajes del Evangelio propiamente tal (capítulos 3-24) no tienen la menor idea de las maravillas ocurridas con María, de la concepción virginal, del nacimiento prodigioso, del episodio de los pastores…, etc. Por supuesto, María misma no lo sabe. Todo eso se explica si fue alguien distinto a Lucas el que añadió estos dos capítulos primeros, una vez que el Evangelio estaba ya redactado al completo. Esto debió de ocurrir pronto, porque el Evangelio completo aparece en los testimonios manuscritos más antiguos.
3. La teología implícita del himno, militarista y gloriosa, muy judía, del futuro mesías, Jesús, nada tiene que ver con la teología del resto del Evangelio; este argumento se refuerza si se piensa en el cántico de Zacarías, padre de Juan Bautista, que sigue en este capítulo al cántico de María (1,68-79). El “Benedictus” es mucho más judío aún y más militarista; más judío. Este cántico está impregnado de las esperanza mesiánicas totalmente judías, que no serán las del cristianismo –ni mucho menos– que se desarrollarán bien pronto: la de un Jesús pacífico, no militarista, manso y humilde de corazón, presente en los evangelios de Mateo y de Lucas.
4. Tanto el Magníficat como el conjunto de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas (al igual que los de Mateo) son muy legendarios. Están trufados del espíritu literario que se hará visible más tarde en el Evangelios apócrifos: el deseo de rellenar a base de fantasía lo que no se sabe de la concepción, nacimiento, infancia y adolescencia del héroe, Jesús, porque cuando se compone el Evangelio respectivo, hacia la década 80-90 del siglo I d. C., nadie sabía nada de esos momentos de la vida de Jesús. En mi opinión, los evangelios apócrifos comienzan con Mt 1-2 y Lc 1-2. Por tanto dentro del Nuevo Testamento mismo.
Pero dejadas aparte estas dificultades mías, que no son muy ortodoxas, pero que están de acuerdo con la crítica común, el lector de Ariel Álvarez Valdés disfrutará muchísimo con la lectura a de este segundo libro de los “Nuevos enigmas bíblicos”. El espíritu didáctico del autor es evidente y saludable. Pero que sepa el lector que la apertura a la crítica bíblica seria, como se hace en esos libritos conduce al escepticismo.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
En mi postal anterior, de hace unos días, comentaba la aparición de dos libritos, verdaderamente interesantes, del teólogo argentino, afincado en España, que lleva un nombre muy bíblico, Ariel: “Dios (’El) es mu león”, lo cual quiere decir: “Dios es mi fortaleza; no una persona humana”. Estos libros son interesantes por varios aspectos. En primer lugar, porque el autor saca partido literario-teológico de las prisas actuales: los libros se hacen cada día más breves y con letra un poco mayor. Se pasan rápidamente los capítulos y el lector tiene la impresión de que ha leído mucho en poco tiempo. Segundo: porque la temática de cada capítulo está expuesta muy clara y ordenadamente. La dificultad o el “enigma” es más que claro. Tercero: porque el texto tiene su pizca de “suspense” al ir exponiendo Ariel dificultades del pasaje bíblico que va a comentar, o mejor esclarecer, para luego pasar rápidamente a la solución de las dificultades. Y, finalmente, cuarto, porque la última parte de cada capitulito suele tener una aplicación del texto bíblico a la vida actual, espiritual, del lector cristiano.
Él pasaje que deseo comentar hoy brevemente es el Magníficat (Lucas 1,46-55), capítulo quinto del segundo libro. Ciertamente, el autor expone con total claridad, según he dicho, lo que la crítica bíblica ha ido desgranando como comentario al texto desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. En el caso del Magníficat resalta Ariel con los críticos la belleza y potencia literaria del texto, pero al punto expone las dificultades que genera su lectura atenta: el Magníficat no alude a la visita que María hace a su pariente Isabel (no “prima”: el texto no lo dice; lo de “prima” es una interpretación medieval, si no me equivoco); no menciona la reciente concepción virginal, ni el embarazo de Isabel, ni la futura maternidad de María, ni el anuncio del ángel… Nada tiene que ver en el Magníficat con el motivo de la presunta visita de la madre de Jesús a su pariente.
Para que se entienda la cuestión el autor explica a continuación, también brevemente, el contenido del himno, y pasa rápidamente a exponer tres posible soluciones a las cuestiones planteadas. Estas no son eludibles, sostiene; hay que encararlas y ofrecer respuestas. De lo contrario, la fe en la inerrancia absoluta del texto bíblico haría que el lector adoptase la actitud de la “fe del carbonero”. Hoy ya no es posible.
La primera solución es: fue María misma la que compuso el himno. El autor, junto con la casi totalidad de los estudiosos rechaza esta idea. Las razones las leerá el lector provechosamente en el libro. Pero, en síntesis: el himno es una composición tan elaborada con temas y alusiones bíblicas tan precisas y bien encadenadas que es imposible, o muy inverosímil, una composición “a bote pronto” por parte de María. Se rechaza, pues.
La segunda solución: el himno fue compuesto por el propio Lucas, utilizando material propio. Se trataría no de un préstamo, sino de una elaboración de primera mano utilizando motivos bíblicos. Lucas era un buen biblista. El autor, Ariel, rechaza también esta segunda solución sobre todo por las dificultades que presenta el texto para encajar en el contexto del capítulo 1 del Evangelio, donde está situada. Tiene, además, ciertas dificultades sintácticas. Lucas no pudo ser tan torpe. ¡Rechazada!
Y la tercera es que el autor primario no fue Lucas, sino que este utilizó un himno anterior, judeocristiano, compuesto por alguien de su comunidad, un himno judío elaborado por alguien que conocía al dedillo la Biblia hebrea. O bien que Lucas la tomó prestada esta composición del Magníficat de una comunidad judeocristiana vecina. Lucas sólo tuvo que hacer una breve labor de encaje. Así el himno fue “empotrado” por el tercer evangelista dentro de su propio material previo, el capítulo 1 de su Evangelio, aunque esta tarea de taraceado literario no le salió demasiado bien.
Opino: si el Evangelio de Lucas se compuso en Éfeso, la hipótesis de una comunidad de judeocristianos vecina es muy posible…, ya que probablemente también el Evangelio de Juan se redactó, por partes, en esa misma ciudad. Era fácil, pues el trasvase de material. Además, la hipótesis del préstamo explica que las hazañas de Dios descritas en el Magníficat vayan dirigidas a Israel, el pueblo elegido, y que la salvación se narre en el himno en pasado, no en futuro… Es decir, la salvación ha ocurrido ya; fue obra de Jesús (pensaría el autor judeocristiano), ya muerto y resucitado, que está en la derecha del Padre. Por tanto la salvación ya ocurrió…, aunque en el momento en el que Lucas la pone en boca de María, aún embarazada de Jesús, esa salvación será en el futuro.
Otras razones y razonamientos más completos los leerá el lector en el texto de Ariel, de muy fácil lectura y comprensión.
Personalmente estoy de acuerdo básicamente con esta tercera solución, aunque añade algunas precisiones de mi propio coleto, pero compartidas con la crítica:
1. Me parece imposible que fuera el mismo Lucas quien añadió el Magníficat. Incluso si se me apura, creo que no fue él (Lucas es un personaje desconocido) quien añadiera ni siquiera los dos capítulos primeros de su Evangelio. Este empieza con toda claridad, me parece, (como una obra de historia de aquella época del Impero Romano helenístico con precisiones temporales e históricas para situar bien en esa historia contemporánea al héroe del relato, Jesús, y de su predecesor, Juan Bautista, del que “Lucas” hablará inmediatamente:
“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; 2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; 5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. 6 Y todos verán la salvación de Dios”.
2. Los personajes del Evangelio propiamente tal (capítulos 3-24) no tienen la menor idea de las maravillas ocurridas con María, de la concepción virginal, del nacimiento prodigioso, del episodio de los pastores…, etc. Por supuesto, María misma no lo sabe. Todo eso se explica si fue alguien distinto a Lucas el que añadió estos dos capítulos primeros, una vez que el Evangelio estaba ya redactado al completo. Esto debió de ocurrir pronto, porque el Evangelio completo aparece en los testimonios manuscritos más antiguos.
3. La teología implícita del himno, militarista y gloriosa, muy judía, del futuro mesías, Jesús, nada tiene que ver con la teología del resto del Evangelio; este argumento se refuerza si se piensa en el cántico de Zacarías, padre de Juan Bautista, que sigue en este capítulo al cántico de María (1,68-79). El “Benedictus” es mucho más judío aún y más militarista; más judío. Este cántico está impregnado de las esperanza mesiánicas totalmente judías, que no serán las del cristianismo –ni mucho menos– que se desarrollarán bien pronto: la de un Jesús pacífico, no militarista, manso y humilde de corazón, presente en los evangelios de Mateo y de Lucas.
4. Tanto el Magníficat como el conjunto de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas (al igual que los de Mateo) son muy legendarios. Están trufados del espíritu literario que se hará visible más tarde en el Evangelios apócrifos: el deseo de rellenar a base de fantasía lo que no se sabe de la concepción, nacimiento, infancia y adolescencia del héroe, Jesús, porque cuando se compone el Evangelio respectivo, hacia la década 80-90 del siglo I d. C., nadie sabía nada de esos momentos de la vida de Jesús. En mi opinión, los evangelios apócrifos comienzan con Mt 1-2 y Lc 1-2. Por tanto dentro del Nuevo Testamento mismo.
Pero dejadas aparte estas dificultades mías, que no son muy ortodoxas, pero que están de acuerdo con la crítica común, el lector de Ariel Álvarez Valdés disfrutará muchísimo con la lectura a de este segundo libro de los “Nuevos enigmas bíblicos”. El espíritu didáctico del autor es evidente y saludable. Pero que sepa el lector que la apertura a la crítica bíblica seria, como se hace en esos libritos conduce al escepticismo.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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