Escribe Antonio Piñero
Foto: Miniatura que representa la Escuela de Traductores de Toledo
Y vuelvo a mi sentencia principal: la presente versión al castellano de obra de Brown aunque es buena no la califico de “muy buena” por tres razones. La primera, porque los vocablos castellanos están a veces mal escogidos: ¿por qué repetir una y otra vez (incluso en lamentables casos de rimas internas o repetición de vocablos) la palabra “renunciación” cuando tenemos su homóloga y mejor sonante “renuncia”? Pues porque el inglés dice renunciation. ¿Por qué utilizar continuamente “preservar” cuando el español (pero no el inglés) distingue perfectamente entre “conservar” (por ejemplo, la riqueza) y “preservar”? Porque el inglés utiliza siempre to preserve y no tiene otro verbo. ¿Por qué olvidar el inefable vocablo “hincapié” para repetir hasta la náusea la palabra “énfasis”?. Porque el inglés tiene una palabra homófona. Y no digamos el uso de la palabra “servicio” por el correcto “oficio” religioso: porque el inglés emplea service. Son casos de transcripciones ad litteram, no de una verdadera traducción. Antes citamos el caso de la diferencia entre “un sentir común” y “el sentido común”. El resultado es que a menudo el texto que se lee suena ineludiblemente a inglés (anglicum sapit), y –creo– una buena regla para juzgar una versión es que no se sepa el lector que lo que está leyendo ha sido escrito en otra lengua.
En segundo lugar, porque hay algún que otro pasaje del libro (aparte de alguno con preposiciones equivocadas) que no se entiende bien. No me detendré mucho aquí, sino que pondré solo un ejemplo. Hablando de Escipión el Africano, brillantísimo hombre de armas pero austero y sin fortuna personal, se afirma que obtuvo los honores del triunfo, y se comenta: “Tales palabras fueron escritas en un texto algo formal. Pero si el mensaje de Agustín llegó a circular en su propio monasterio, seguramente por primera vez un artesano (o una artesana) de Hipona se habrá encontrado en relación con el general más grande de Roma”. Tuve que leerlo un par de veces para entenderlo, ya que el texto parece como traducido por un ordenador. Aun sin tener el texto inglés delante ante mis ojos, diría en primer lugar que en buen castellano no se utiliza normalmente el sintagma “un texto algo formal”, que chirría al oído, sino que para que se entienda bien habría que escribir “un texto redacto en estilo un tanto formalista”, o algo parecido. Y lo que sigue sería: “Seguramente por vez primera un artesano, o artesana, de Hipona se veía considerado al mismo nivel que el general más grande de Roma”.
Y la tercera razón es que debemos ser cuidadosos con la manera de citar y escribir siguiendo las normas de la ortotipografía española, publicadas por la Real Academia. Me cuesta comprender por qué se cita correctamente, por ejemplo, Lc 13,58 (con coma), pero al lado aparece otra del tratado De Genesi ad litteram (de Agustín) como 11.15.19 (con tres puntos). Ahora se suele escribir el precio de un artículo en el escaparte de una tienda, por ejemplo, como 11.50, cuando desde décadas al menos hemos utilizado el sistema alemán que separa los decimales con una coma y no con un punto. Todo por influencia masiva del inglés y la falta de reflexión. Otro ejemplo afectaría al uso desbocado de las mayúsculas en este libro. La norma actual es utilizarlas cuanto menos mejor. Pero en nuestro libro se emplean desconsideradamente y suele transcribir, por ejemplo y a la manera inglesa, lo siguiente: “La bondad de Dios y Su misericordia manifestada en Sus acciones…”, cosa que se nos antoja cuanto menos como muy raro. Se nota que esas frases no están pensadas en español. Otro caso es el uso indebido de guiones como el “Pseudo-Jerónimo”, por el correcto Pseudo Jerónimo, sin más, y otros diversos casos. No me extraña que algún día escribamos “auto-móvil”.
No deseo que estas críticas empañen la labor de la traductora, Agustina Luengo (a propósito: ¡bien por el Editor al situar su nombre en la cubierta y en la portada del libro!). Me permito insistir en que su tarea ha sido desempeñada con dignidad, pero le ha faltado el tiempo para repasarla y pulirla aún más, y en algún caso el haberse dirigido a un especialista como en el caso indicado del extraño y aparente masculino “Eustoquio”.
Una palabra sobre la Bibliografía: es inmensa, 107 páginas. Se nota, sin embargo, que el autor no ha acumulado obras y obras para impresionar al lector, pues en la lista sólo aparecen las que son citadas, al menos una vez, en el texto. Tanto ahí como en las notas a pie de página, Peter Brown emite juicios rápidos sobre el valor de muchas de esas obras, lo cual tiene su mérito y es un riesgo que solo corre quien camina con paso seguro. Es verdad que cualquier hábil falsificador puede citar la idea, o tesis central, de un autor valiéndose de los instrumentos bibliográficos al uso, o de los resúmenes de los artículos en sus primeras páginas, pero es mucho más difícil citar ideas de un autor para construir una hipótesis interpretativa compleja sobre un personaje o hecho, que es lo que a menudo hace Brown.
No puede decirse, pues, que el volumen presente no esté construido en permanente diálogo con la bibliografía actual, ya que el autor demuestra manejarla con soltura. Hay poca bibliografía española, incluso sobre temas de Hispania, en la que esta aparece casi únicamente en obras dedicada a las Galias y territorios conexos, lo que es una pena ya que –al parecer– Peter Brown entiende la lengua española. Habría que pensar si trata de la mera obediencia ciega al axioma Hispanicum est non legitur (“Está escrito en español, luego no se tiene en cuenta”), o bien que los Abstracts en inglés, que anteceden normalmente los muchos artículos sobre el “Bajo Imperio en Hispania” en las revistas y obras españolas, no tienen la debida difusión. Sí agradezco, y mucho, a la traductora el que se haya tomado la molestia de señalar las versiones españolas de las fuentes primarias cuando le ha sido posible.
Y finalmente mi valoración del “Índice de materias y nombres”: es también amplio (pp. 1150-1224) y útil, pero en él no encuentro el lema (o “voz”; diría aquí que el vocablo “entrada” es un mero anglicismo, que supone, como a menudo, ignorancia de la riqueza y uso de la propia lengua) “Hispania”…, y eso que hay unas sesenta menciones a ella en el libro, y en algún caso, como en el de Prisciliano, o los concilios de Elvira y de Toledo en más de una página seguida. Estoy casi seguro que un catedrático de Princeton no es el autor de este Índice, sino que está confeccionado por alguno de sus ayudantes. Sugiero la hipótesis de que el sujeto que lo hizo no tenía ni idea de dónde estaba Hispania, que seguramente confundió con la patria antigua de los denostados hispanos en los Estados Unidos. No tenía importancia registrarla. Pero naturalmente sí “Britania”, aunque en la obra tenga una presencia muchísimo menor. Es un fallo muy serio debido al elevado número de veces que aparece este vocablo en el texto. Pienso que el editor español debió de haber observado esta ausencia, pues para nuestros lectores el tema es de importancia. ¿Se podría quizás haberlo subsanado, amén de enviar una queja al editor norteamericano? Habría sido interesante, además –por parte del autor o del primer editor; no lo sé–, el haber añadido una tabla cronológica con los emperadores y autores importantes mencionados en la obra. En ciertos momentos, debido al enorme jaleo que supone para los lectores normales el baile de césares y emperadores de la época, ayuda mucho al lector a situarse.
Y dejo las nimiedades para volver a la grandiosidad del conjunto: ha sido un tiempo espléndido el empleado en leer un par de veces este generoso volumen de Peter Brown. He aprendido muchísimo con su obra; se me han abierto los ojos, y en algunos momentos he empezado sencillamente a ver. Me declaro sin pudor admirador suyo, y no solo de su talento histórico, sino también de su buen hacer literario. Merece, y mucho, la pena el esfuerzo de haber traducido al español, y con nobleza, esta obra de veras monumental.
Ya sí termino esta larguísima reseña.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Foto: Miniatura que representa la Escuela de Traductores de Toledo
Y vuelvo a mi sentencia principal: la presente versión al castellano de obra de Brown aunque es buena no la califico de “muy buena” por tres razones. La primera, porque los vocablos castellanos están a veces mal escogidos: ¿por qué repetir una y otra vez (incluso en lamentables casos de rimas internas o repetición de vocablos) la palabra “renunciación” cuando tenemos su homóloga y mejor sonante “renuncia”? Pues porque el inglés dice renunciation. ¿Por qué utilizar continuamente “preservar” cuando el español (pero no el inglés) distingue perfectamente entre “conservar” (por ejemplo, la riqueza) y “preservar”? Porque el inglés utiliza siempre to preserve y no tiene otro verbo. ¿Por qué olvidar el inefable vocablo “hincapié” para repetir hasta la náusea la palabra “énfasis”?. Porque el inglés tiene una palabra homófona. Y no digamos el uso de la palabra “servicio” por el correcto “oficio” religioso: porque el inglés emplea service. Son casos de transcripciones ad litteram, no de una verdadera traducción. Antes citamos el caso de la diferencia entre “un sentir común” y “el sentido común”. El resultado es que a menudo el texto que se lee suena ineludiblemente a inglés (anglicum sapit), y –creo– una buena regla para juzgar una versión es que no se sepa el lector que lo que está leyendo ha sido escrito en otra lengua.
En segundo lugar, porque hay algún que otro pasaje del libro (aparte de alguno con preposiciones equivocadas) que no se entiende bien. No me detendré mucho aquí, sino que pondré solo un ejemplo. Hablando de Escipión el Africano, brillantísimo hombre de armas pero austero y sin fortuna personal, se afirma que obtuvo los honores del triunfo, y se comenta: “Tales palabras fueron escritas en un texto algo formal. Pero si el mensaje de Agustín llegó a circular en su propio monasterio, seguramente por primera vez un artesano (o una artesana) de Hipona se habrá encontrado en relación con el general más grande de Roma”. Tuve que leerlo un par de veces para entenderlo, ya que el texto parece como traducido por un ordenador. Aun sin tener el texto inglés delante ante mis ojos, diría en primer lugar que en buen castellano no se utiliza normalmente el sintagma “un texto algo formal”, que chirría al oído, sino que para que se entienda bien habría que escribir “un texto redacto en estilo un tanto formalista”, o algo parecido. Y lo que sigue sería: “Seguramente por vez primera un artesano, o artesana, de Hipona se veía considerado al mismo nivel que el general más grande de Roma”.
Y la tercera razón es que debemos ser cuidadosos con la manera de citar y escribir siguiendo las normas de la ortotipografía española, publicadas por la Real Academia. Me cuesta comprender por qué se cita correctamente, por ejemplo, Lc 13,58 (con coma), pero al lado aparece otra del tratado De Genesi ad litteram (de Agustín) como 11.15.19 (con tres puntos). Ahora se suele escribir el precio de un artículo en el escaparte de una tienda, por ejemplo, como 11.50, cuando desde décadas al menos hemos utilizado el sistema alemán que separa los decimales con una coma y no con un punto. Todo por influencia masiva del inglés y la falta de reflexión. Otro ejemplo afectaría al uso desbocado de las mayúsculas en este libro. La norma actual es utilizarlas cuanto menos mejor. Pero en nuestro libro se emplean desconsideradamente y suele transcribir, por ejemplo y a la manera inglesa, lo siguiente: “La bondad de Dios y Su misericordia manifestada en Sus acciones…”, cosa que se nos antoja cuanto menos como muy raro. Se nota que esas frases no están pensadas en español. Otro caso es el uso indebido de guiones como el “Pseudo-Jerónimo”, por el correcto Pseudo Jerónimo, sin más, y otros diversos casos. No me extraña que algún día escribamos “auto-móvil”.
No deseo que estas críticas empañen la labor de la traductora, Agustina Luengo (a propósito: ¡bien por el Editor al situar su nombre en la cubierta y en la portada del libro!). Me permito insistir en que su tarea ha sido desempeñada con dignidad, pero le ha faltado el tiempo para repasarla y pulirla aún más, y en algún caso el haberse dirigido a un especialista como en el caso indicado del extraño y aparente masculino “Eustoquio”.
Una palabra sobre la Bibliografía: es inmensa, 107 páginas. Se nota, sin embargo, que el autor no ha acumulado obras y obras para impresionar al lector, pues en la lista sólo aparecen las que son citadas, al menos una vez, en el texto. Tanto ahí como en las notas a pie de página, Peter Brown emite juicios rápidos sobre el valor de muchas de esas obras, lo cual tiene su mérito y es un riesgo que solo corre quien camina con paso seguro. Es verdad que cualquier hábil falsificador puede citar la idea, o tesis central, de un autor valiéndose de los instrumentos bibliográficos al uso, o de los resúmenes de los artículos en sus primeras páginas, pero es mucho más difícil citar ideas de un autor para construir una hipótesis interpretativa compleja sobre un personaje o hecho, que es lo que a menudo hace Brown.
No puede decirse, pues, que el volumen presente no esté construido en permanente diálogo con la bibliografía actual, ya que el autor demuestra manejarla con soltura. Hay poca bibliografía española, incluso sobre temas de Hispania, en la que esta aparece casi únicamente en obras dedicada a las Galias y territorios conexos, lo que es una pena ya que –al parecer– Peter Brown entiende la lengua española. Habría que pensar si trata de la mera obediencia ciega al axioma Hispanicum est non legitur (“Está escrito en español, luego no se tiene en cuenta”), o bien que los Abstracts en inglés, que anteceden normalmente los muchos artículos sobre el “Bajo Imperio en Hispania” en las revistas y obras españolas, no tienen la debida difusión. Sí agradezco, y mucho, a la traductora el que se haya tomado la molestia de señalar las versiones españolas de las fuentes primarias cuando le ha sido posible.
Y finalmente mi valoración del “Índice de materias y nombres”: es también amplio (pp. 1150-1224) y útil, pero en él no encuentro el lema (o “voz”; diría aquí que el vocablo “entrada” es un mero anglicismo, que supone, como a menudo, ignorancia de la riqueza y uso de la propia lengua) “Hispania”…, y eso que hay unas sesenta menciones a ella en el libro, y en algún caso, como en el de Prisciliano, o los concilios de Elvira y de Toledo en más de una página seguida. Estoy casi seguro que un catedrático de Princeton no es el autor de este Índice, sino que está confeccionado por alguno de sus ayudantes. Sugiero la hipótesis de que el sujeto que lo hizo no tenía ni idea de dónde estaba Hispania, que seguramente confundió con la patria antigua de los denostados hispanos en los Estados Unidos. No tenía importancia registrarla. Pero naturalmente sí “Britania”, aunque en la obra tenga una presencia muchísimo menor. Es un fallo muy serio debido al elevado número de veces que aparece este vocablo en el texto. Pienso que el editor español debió de haber observado esta ausencia, pues para nuestros lectores el tema es de importancia. ¿Se podría quizás haberlo subsanado, amén de enviar una queja al editor norteamericano? Habría sido interesante, además –por parte del autor o del primer editor; no lo sé–, el haber añadido una tabla cronológica con los emperadores y autores importantes mencionados en la obra. En ciertos momentos, debido al enorme jaleo que supone para los lectores normales el baile de césares y emperadores de la época, ayuda mucho al lector a situarse.
Y dejo las nimiedades para volver a la grandiosidad del conjunto: ha sido un tiempo espléndido el empleado en leer un par de veces este generoso volumen de Peter Brown. He aprendido muchísimo con su obra; se me han abierto los ojos, y en algunos momentos he empezado sencillamente a ver. Me declaro sin pudor admirador suyo, y no solo de su talento histórico, sino también de su buen hacer literario. Merece, y mucho, la pena el esfuerzo de haber traducido al español, y con nobleza, esta obra de veras monumental.
Ya sí termino esta larguísima reseña.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html