Hoy escribe Antonio Piñero
Continuamos con la segunda entrega de la miniserie “Viudas, mártires, diáconos, sacerdotes… Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas “
La tradición primitiva judeocristiana sobre la resurrección de Jesús recuerda que -aunque las mujeres no fueran en el judaísmo circundante capaces de dar testimonio judicial por sí mismas- fueron de hecho los primeros testigos de ella (Mc 16,1-8, aunque se callan por miedo; Jn 20: María Magdalena es la primera testigo de la resurrección y transmite el mensaje).
Dentro de esta comunidad judeocristiana primitiva se supone que las mujeres eran también profetisas en la vida diaria (¿?), aunque el único testimonio específico de los Hechos no se refiera a esta comunidad, sino a la de los judíos helenistas –que tiene ya otra teología-: en Hch 21,8, en Cesarea habitaba como evangelista Felipe (uno de los siete diáconos nombrados en Hch 6,5; 8,5), que tenía “cuatro hijas profetisas”, que eran vírgenes. En este pasaje comienza a insinuarse la unión de virginidad y carisma divino que será típico del cristianismo posterior..
Además, a juzgar por Hch 9,36:
En la ciudad de Jope había una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir ‘Gacela’. Estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía,
ciertas mujeres ricas cumplían la función de “benefactoras” dentro del grupo. No es preciso suponer que tal beneficencia tuviera un origen especial divino, es decir, carismático.
Podría suponerse también (muy dudoso) que, al no diferenciarse apenas el judeocristianismo, salvo en la tensión escatológica y la teología que conllevaba, del judaísmo medio de su época, y como en éste existía la posibilidad teórica de que una mujer leyera la Torá en la sinagoga (Oepke, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament ,“Diccionario teológico del Nuevo Testamento”; no traducido al español, pero sí al inglés y al italiano, artículo Gyné [“mujer”], columnas 787,30, que reenvía a Strack- Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash [“Comentario al Nuevo Testamento a partir del Talmud y del Midrás”], III 467, IV 157s), pudiera ser posible que tal costumbre existiera teóricamente también en el judeocristianismo.
Pero, según la misma costumbre, la mujer debía declinar una posible invitación de este estilo y retirarse al anonimato en público que la costumbre le asignaba (es decir, recluirse en el lugar de las mujeres, en la zona superior y tapadas por celosías, si la sinagoga era grande; si no, a un lado, distinto de los varones y todas juntas).
De todos modos opino que esta costumbre apuntada por Oepke parece referirse a época posterior a Jesús. Sin duda alguna en Tosephta, Meg. IV 226,4 (ya en pleno siglo III: época de la Misná) se desaprueba expresamente que las mujeres hagan lecturas públicas en las sinagogas.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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