Escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy con la expansión, increíble para los ojos modernos, de la figura del apóstol Juan. Y podemos decir sin exagerar que casi todo en el cristianismo ha sufrido una expansión semejante a partir, sin duda, de unos leves elementos históricos, pero escasos. El lema de “En el cristianismo primitivo casi nada es como parece” una vez que se aplica el bisturí de la crítica.
El texto de los “Milagros de Juan” (recordemos que es del siglo V o VI d. C.) sigue narrando sucesos que se desarrollan en Éfeso, la capital de Asia Menor. El hecho de que “toda la ciudad de Éfeso y toda la provincia de Asia escucharan a Juan” provocó la natural alarma entre los adoradores de Diana (la Ártemis griega). Era, además, el templo de la diosa centro de peregrinaciones y fuente de ingresos, que la predicación de Juan ponía en peligro. Los Hechos canónicos de Lucas cuentan del motín organizado por los orfebres contra Pablo precisamente por el mismo motivo (Hch 19,21-28). Los “Milagros de Juan” refieren igualmente los problemas que tuvo Juan con el templo de Ártemis, que acabó por los suelos. También aquí Juan lanzó un reto a los devotos de la diosa. El templo se vino abajo con todos sus ídolos por la oración de Juan, con lo que se convirtieron y fueron bautizados doce mil gentiles, sin contar mujeres ni niños.
Aristodemo, el pontífice del culto a los ídolos centrado en el templo destruido, excitó una sedición en el pueblo. Juan mantuvo un largo debate con él utilizando como argumento su inmunidad ante los más severos venenos. Mientras el pueblo gritaba: “Uno solo es el Dos verdadero, el que predica Juan”, Aristodemo, incrédulo todavía, pidió al Apóstol que resucitara a dos hombres muertos por el veneno. Juan aceptó el reto, y cuando Aristodemo los vio volver a la vida, se postró ante Juan y corrió a contar al procónsul lo sucedido. El resultado fue la conversión del procónsul y de Aristodemo, quienes tras una semana de ayuno recibieron el bautismo. Destruyeron todos los ídolos y construyeron con el nombre de Juan una basílica cristiano. Termina así este apartado con el anuncio de la Metástasis, narrada en el capítulo posterior IX a base de los datos tomados de los Hch apócrifos de Juan primitivos (del siglo II d. C.)
La muerte de Herodes Agripa I
Sin una clara conexión con el conjunto de la narración de los “Milagros de Juan”, la obra termina con un capítulo dedicado a contar la muerte de Herodes Agripa I, el que detuvo y decapitó a Santiago, hermano de Juan, suceso que cuentan los Hchos canónicos en el capítulo 12. Con estos simples datos había aparecido mencionado Herodes en el capítulo I de los “Milagros de Juan”. Pero el acontecimiento de su muerte en una obra como la que narra los prodigios de Juan está introducido de una manera un tanto forzada. El autor parece consciente del detalle cuando intenta justificar la inclusión de la muerte de Agripa I en su relato. “Vale la pena que contemos qué digna muerte sufrió Herodes por tantos crímenes que cometió con los apóstoles”, se dice en el comienzo del capítulo. Luego, un descuidado “dijo” sin contexto alguno delata a los ojos de la crítica el hecho de que el autor está copiando textos ajenos. En primer lugar toma las referencias circunstanciales de los Hechos canónicos: Herodes baja a Cesarea; vestido con vestiduras regias, se sienta en el tribunal para dirigir la palabra al pueblo. Cuando el pueblo empezó a gritar que “aquello era la voz de Dios y no la de un hombre, enseguida lo hirió el ángel de Dios” (Hch 12,21-23).
El relato bíblico parece suponer que la enfermedad de Agripa fuera efecto de un ataque repentino y terrible de una enfermedad de momento desconocida motivado porque no dio a Dios la gloria debida. Pero sabemos por Flavio Josefo que ya arrastraba el rey una larga enfermedad. El texto de los “Milagros de Juan” va siguiendo el relato de Josefo en la Guerra Judía. Pero es obligado aclarar que este pasaje de los “Milagros de Juan” confunde a Herodes Agripa I (10 a. C. – 44 d. C.; Herodes Agripa I reinó en Judea del 41 al 44 d. C. con el título de rey, que le fue concedido por su amigo el emperador Calígula) con su abuelo Herodes el Grande (73 a. C.-4 a.C.) famoso por la narración fantasiosa de la matanza delos inocentes. Herodes Agripa I es el que hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, mientras que todos los datos que ofrece nuestro texto sobre la muerte (exitus: “salida” en latín ) de Herodes, son los que ofrece Flavio Josefo cuando narra la muerte de Herodes el Grande. Así lo entiende correctamente Eusebio en el comentario que hace del relato de Josefo y que recoge textualmente en su Historia de la Iglesia I 8, 9-16.
El texto de los “Milagros de Juan” (del Pseudo Abdías, como dijimos) es una reproducción, prácticamente literal, de la narración de Josefo (Guerra Judía I 656-660 con datos de 662 y 664-665). La coincidencia se extiende a los mínimos detalles. Habla de la enfermedad, la fiebre, el prurito intolerable, el cólico doloroso, la hinchazón de los pies como en el caso de un hidrópico, la podredumbre de los genitales convertidos en fuente de gusanos, los suspiros y las convulsiones. El colmo de tantos males hizo pensar a Josefo que “personas inspiradas por Dios”, vates o “profetas” según los “Milagros de Juan”, interpretaban los hechos más que como una enfermedad corporal como “suplicio de una venganza divina”. A pesar de todo, Herodes seguía buscando remedios. Recurrió a las aguas termales de la fuente de Calirroe, al otro lado del Jordán frente a Jericó. Los médicos pensaron que un baño en aceite caliente lo aliviaría, pero en el intento sufrió un desmayo, del que lo despertaron los gritos y lamentos de los criados que pensaron que ya había muerto.
Cuando perdió toda esperanza de salvación, repartió Herodes el Grande (Herodes Agripa I en los “Milagros de Juan”) entre los soldados, jefes y amistades, generosas cantidades de dinero. Y como desafiando a la muerte (minitans morti), ideó un crimen execrable. Encerró en el hipódromo a los varones nobles principales de Judea. Llamó a su hermana Salomé y a su cuñado Alejandro y les dio la orden de matar a los prisioneros del hipódromo tan pronto como él exhalara el último aliento. Pues consciente de que los judíos se alegrarían, quiso tener la seguridad de que toda Judea “lloraría su muerte”. Preso de un ardiente deseo de comer y de un acceso de tos, pidió una manzana y un cuchillo para partirla, como acostumbraba. Intentó “acelerar el destino” clavándose el cuchillo. Pero un pariente, dice Flavio Josefo, se lo impidió.
El autor de los “Milagros de Juan” refiere cómo todavía antes de morir mandó matar a su hijo Antípatro a quien tenía preso (todos estos suceso aparecen novelado en mi obra “La Puerta de Damasco /Herodes el Grande). Así, no sin grandes dolores y sin expiar su parricidio, “comido de gusanos expiró”. Con estas palabras de Hch 12,23 termina el relato de Abdías, a las que añade un comentario personal: “Viviendo una vida indigna, murió con una muerte digna”, es decir, bien merecida.
Y con esto acabamos esta miniserie, dentro de otra, sobre las expansiones a los escasos datos de la tradición primitiva sobre el apóstol Juan.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
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Enlace de un programa de radio que contiene una entrevista que me hicieron sobre “El antiguo Egipto y el cristianismo”
https://www.ivoox.com/programa-10-universo-sem-creencias-religion-audios-mp3_rf_20628169_1.html
Concluimos hoy con la expansión, increíble para los ojos modernos, de la figura del apóstol Juan. Y podemos decir sin exagerar que casi todo en el cristianismo ha sufrido una expansión semejante a partir, sin duda, de unos leves elementos históricos, pero escasos. El lema de “En el cristianismo primitivo casi nada es como parece” una vez que se aplica el bisturí de la crítica.
El texto de los “Milagros de Juan” (recordemos que es del siglo V o VI d. C.) sigue narrando sucesos que se desarrollan en Éfeso, la capital de Asia Menor. El hecho de que “toda la ciudad de Éfeso y toda la provincia de Asia escucharan a Juan” provocó la natural alarma entre los adoradores de Diana (la Ártemis griega). Era, además, el templo de la diosa centro de peregrinaciones y fuente de ingresos, que la predicación de Juan ponía en peligro. Los Hechos canónicos de Lucas cuentan del motín organizado por los orfebres contra Pablo precisamente por el mismo motivo (Hch 19,21-28). Los “Milagros de Juan” refieren igualmente los problemas que tuvo Juan con el templo de Ártemis, que acabó por los suelos. También aquí Juan lanzó un reto a los devotos de la diosa. El templo se vino abajo con todos sus ídolos por la oración de Juan, con lo que se convirtieron y fueron bautizados doce mil gentiles, sin contar mujeres ni niños.
Aristodemo, el pontífice del culto a los ídolos centrado en el templo destruido, excitó una sedición en el pueblo. Juan mantuvo un largo debate con él utilizando como argumento su inmunidad ante los más severos venenos. Mientras el pueblo gritaba: “Uno solo es el Dos verdadero, el que predica Juan”, Aristodemo, incrédulo todavía, pidió al Apóstol que resucitara a dos hombres muertos por el veneno. Juan aceptó el reto, y cuando Aristodemo los vio volver a la vida, se postró ante Juan y corrió a contar al procónsul lo sucedido. El resultado fue la conversión del procónsul y de Aristodemo, quienes tras una semana de ayuno recibieron el bautismo. Destruyeron todos los ídolos y construyeron con el nombre de Juan una basílica cristiano. Termina así este apartado con el anuncio de la Metástasis, narrada en el capítulo posterior IX a base de los datos tomados de los Hch apócrifos de Juan primitivos (del siglo II d. C.)
La muerte de Herodes Agripa I
Sin una clara conexión con el conjunto de la narración de los “Milagros de Juan”, la obra termina con un capítulo dedicado a contar la muerte de Herodes Agripa I, el que detuvo y decapitó a Santiago, hermano de Juan, suceso que cuentan los Hchos canónicos en el capítulo 12. Con estos simples datos había aparecido mencionado Herodes en el capítulo I de los “Milagros de Juan”. Pero el acontecimiento de su muerte en una obra como la que narra los prodigios de Juan está introducido de una manera un tanto forzada. El autor parece consciente del detalle cuando intenta justificar la inclusión de la muerte de Agripa I en su relato. “Vale la pena que contemos qué digna muerte sufrió Herodes por tantos crímenes que cometió con los apóstoles”, se dice en el comienzo del capítulo. Luego, un descuidado “dijo” sin contexto alguno delata a los ojos de la crítica el hecho de que el autor está copiando textos ajenos. En primer lugar toma las referencias circunstanciales de los Hechos canónicos: Herodes baja a Cesarea; vestido con vestiduras regias, se sienta en el tribunal para dirigir la palabra al pueblo. Cuando el pueblo empezó a gritar que “aquello era la voz de Dios y no la de un hombre, enseguida lo hirió el ángel de Dios” (Hch 12,21-23).
El relato bíblico parece suponer que la enfermedad de Agripa fuera efecto de un ataque repentino y terrible de una enfermedad de momento desconocida motivado porque no dio a Dios la gloria debida. Pero sabemos por Flavio Josefo que ya arrastraba el rey una larga enfermedad. El texto de los “Milagros de Juan” va siguiendo el relato de Josefo en la Guerra Judía. Pero es obligado aclarar que este pasaje de los “Milagros de Juan” confunde a Herodes Agripa I (10 a. C. – 44 d. C.; Herodes Agripa I reinó en Judea del 41 al 44 d. C. con el título de rey, que le fue concedido por su amigo el emperador Calígula) con su abuelo Herodes el Grande (73 a. C.-4 a.C.) famoso por la narración fantasiosa de la matanza delos inocentes. Herodes Agripa I es el que hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, mientras que todos los datos que ofrece nuestro texto sobre la muerte (exitus: “salida” en latín ) de Herodes, son los que ofrece Flavio Josefo cuando narra la muerte de Herodes el Grande. Así lo entiende correctamente Eusebio en el comentario que hace del relato de Josefo y que recoge textualmente en su Historia de la Iglesia I 8, 9-16.
El texto de los “Milagros de Juan” (del Pseudo Abdías, como dijimos) es una reproducción, prácticamente literal, de la narración de Josefo (Guerra Judía I 656-660 con datos de 662 y 664-665). La coincidencia se extiende a los mínimos detalles. Habla de la enfermedad, la fiebre, el prurito intolerable, el cólico doloroso, la hinchazón de los pies como en el caso de un hidrópico, la podredumbre de los genitales convertidos en fuente de gusanos, los suspiros y las convulsiones. El colmo de tantos males hizo pensar a Josefo que “personas inspiradas por Dios”, vates o “profetas” según los “Milagros de Juan”, interpretaban los hechos más que como una enfermedad corporal como “suplicio de una venganza divina”. A pesar de todo, Herodes seguía buscando remedios. Recurrió a las aguas termales de la fuente de Calirroe, al otro lado del Jordán frente a Jericó. Los médicos pensaron que un baño en aceite caliente lo aliviaría, pero en el intento sufrió un desmayo, del que lo despertaron los gritos y lamentos de los criados que pensaron que ya había muerto.
Cuando perdió toda esperanza de salvación, repartió Herodes el Grande (Herodes Agripa I en los “Milagros de Juan”) entre los soldados, jefes y amistades, generosas cantidades de dinero. Y como desafiando a la muerte (minitans morti), ideó un crimen execrable. Encerró en el hipódromo a los varones nobles principales de Judea. Llamó a su hermana Salomé y a su cuñado Alejandro y les dio la orden de matar a los prisioneros del hipódromo tan pronto como él exhalara el último aliento. Pues consciente de que los judíos se alegrarían, quiso tener la seguridad de que toda Judea “lloraría su muerte”. Preso de un ardiente deseo de comer y de un acceso de tos, pidió una manzana y un cuchillo para partirla, como acostumbraba. Intentó “acelerar el destino” clavándose el cuchillo. Pero un pariente, dice Flavio Josefo, se lo impidió.
El autor de los “Milagros de Juan” refiere cómo todavía antes de morir mandó matar a su hijo Antípatro a quien tenía preso (todos estos suceso aparecen novelado en mi obra “La Puerta de Damasco /Herodes el Grande). Así, no sin grandes dolores y sin expiar su parricidio, “comido de gusanos expiró”. Con estas palabras de Hch 12,23 termina el relato de Abdías, a las que añade un comentario personal: “Viviendo una vida indigna, murió con una muerte digna”, es decir, bien merecida.
Y con esto acabamos esta miniserie, dentro de otra, sobre las expansiones a los escasos datos de la tradición primitiva sobre el apóstol Juan.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Enlace de un programa de radio que contiene una entrevista que me hicieron sobre “El antiguo Egipto y el cristianismo”
https://www.ivoox.com/programa-10-universo-sem-creencias-religion-audios-mp3_rf_20628169_1.html