Hoy escribe Gonzalo del Cerro
El martirio del santo apóstol Pablo
Por razones litúrgicas, el martirio de los apóstoles se ha conservado en versiones más cuidadas y numerosas. Su texto goza de una independencia buscada y claramente perceptible. El martirio de Pablo está desarrollado en siete densos capítulos que narran las circunstancias más notables de los sucesos esenciales de la culminación gloriosa de su misión. Cuando Pablo llegó a Roma, lo estaban esperando Lucas y Tito. Lucas venía de las Galias según el texto, pero es evidente la confusión con Galacia según los datos que conocemos por 2 Tim 4,10s y el Pseudo Lino.
El encuentro produjo en Pablo la lógica satisfacción. El apócrifo, de acuerdo con lo que conocemos por los Hechos de Lucas (Hch 28,30), informa que Pablo alquiló una casa en las afueras de Roma, donde predicaba la palabra de la verdad. Su fama se extendió de forma que muchos de la casa del César se unieron a la fe de Pablo, con lo que reinó entre los hermanos una gran alegría (c. 1).
El texto cuenta el episodio de un cierto Patroclo, escanciador del emperador Nerón, que acudió a escuchar a Pablo. No encontró la forma de acercarse a causa de la multitud y se sentó sobre una ventana elevada, con tan mala fortuna que cayó y se mató. Dieron parte del suceso al emperador, pero Pablo tuvo conocimiento por el Espíritu y ordenó que lo levantaran y se lo trajeran. Los presentes quedaron perplejos ante lo sucedido. Pablo pidió a todos que imploraran al Señor para que el joven viviera y pudieran todos permanecer tranquilos y sin problemas. El muchacho recobró el aliento, lo colocaron sobre una cabalgadura y lo remitieron a la casa del César.
Nerón tuvo noticia de la muerte de su escanciador, de la que se sintió muy triste. Ordenó, pues, que otro le sirviera el vino. Pero los esclavos le dieron la noticia de que Patroclo vivía y estaba dispuesto para servir a Nerón. Tuvo un acceso de temor y no se atrevía a entrar en la habitación. Cuando lo hizo y vio a su copero, le interrogó: “Patroclo, ¿vives?” siguió un diálogo en el que a la pregunta del emperador acerca del que le había hecho vivir, respondió: “Cristo Jesús, el rey de los siglos”. Era lo peor que Nerón podía escuchar en un tiempo en que las cañas se le antojaban lanzas. Interpretó las palabras del copero en el sentido de que acabaría con todos los reinos y sería el único rey por los siglos. El emperador le dio una bofetada mientras le espetaba la cuestión más comprometida: “¿Sirves tú a ese rey?” La respuesta no podía ser otra que la afirmativa, apoyada en una razón apodíctica: “Porque me ha resucitado cuando estaba muerto” (c. 2,2).
Otros personajes del séquito de Nerón confesaron ser “servidores en el ejército del rey de los siglos”. El emperador ordenó encerrarlos en prisión después de haberlos atormentado cruelmente, aunque los amaba tiernamente. No contento con eso, promulgó un edicto por el que condenaba a muerte a todos los cristianos que se confesaran servidores de Cristo. El manuscrito A añade el detalle de que muchos eran sin más asesinados. Cuando Pablo fue arrestado, otros prisioneros se fijaban en él para ver cómo reaccionaba y oír lo que respondía.
El César coligió que se trataba del jefe de los cristianos (c. 3). Le interrogó, pues, cómo había podido entrar en el imperio para hacer una leva de soldados entre los súbditos del emperador. Pablo respondió con gran libertad que los soldados del gran rey eran convocados del mundo entero. Que el mismo Nerón sería bien venido y conseguiría grandes ventajas cuando el nuevo rey purificara el mundo con el fuego. El César ordenó que los prisioneros fueran quemados en la hoguera, pero que Pablo fuera decapitado de acuerdo con la ley de los romanos. El texto del relato insiste en que Pablo no se mantenía en silencio, sino que frecuentaba al prefecto Longo y al centurión Cesto. Mientras tanto, Nerón hacía morir a tantos cristianos que suscitó el celo de muchos romanos, quienes protestaban por unas muertes que debilitaban en el fondo la fuerza de Roma. Las razones tocaron el corazón de Nerón, que dio una nueva orden para que no se tocara a los cristianos hasta que reflexionara más detenidamente sobre el problema.
El emperador tomó la decisión de confirmar su sentencia de muerte contra Pablo. Pero éste le dijo con absoluta libertad que siempre había vivido para su rey. Aunque fuera decapitado, no moriría, sino que resucitaría para aparecerse al emperador y convencerle de que su rey vendría a juzgar a todo el universo. Longo y Cesto se dirigieron a Pablo preguntando de dónde iba a venir ese rey en quien creía incluso a las puertas de la muerte. Pablo se extendió en una prolija explicación exhortándoles a librarse del fuego y a conseguir la salvación, que les vendría no de la tierra, sino del cielo. El que crea en ese Dios vivo, vivirá para siempre.
Los dos funcionarios insistieron en pedir a Pablo: “Ayúdanos y te libraremos”. Pablo perseveró en afirmar que no temía la muerte porque creía en que vivía para Dios. Para él la muerte equivalía a la entrada en la gloria del Padre. La seguridad de Pablo conmovió a los dos interlocutores que se planteaban ya la cuestión sobre una posible vida una vez que Pablo hubiera sido decapitado (c. 4).
En éstas estaban cuando Nerón envió a dos emisarios para informarse si Pablo había sido ya decapitado. Encontraron que Pablo aún vivía y continuaba sembrando la semilla de su palabra. Decía a los dos emisarios Partenio y Feretas: “Creed en el Dios vivo, que me resucitará a mí y a todos los que creen en él”. Los emisarios de Nerón lo tenían claro: “Cuando mueras y resucites, creeremos en tu Dios” (c 5,1). Hacían además lo mismo que Longo y Cesto, pedían con insistencia la gracia de la salvación. Pablo les dio una pista clara y segura. Debían acudir al día siguiente a la tumba de Pablo, donde encontrarían a dos varones orando. Serán Tito y Lucas, quienes les darán el sello del Señor, es decir, el bautismo.
Entonces se puso en pie con las manos levantadas mirando hacia oriente y oró durante largo rato. Como en otros momentos de su vida de tensión especial, habló en hebreo con sus padres. Luego, sin pronunciar una palabra, ofreció su cuello al verdugo. Cuando los soldados cortaron su cabeza, saltó leche sobre las vestiduras del verdugo. Los presentes quedaron admirados mientras los soldados se retiraron y anunciaron al César lo ocurrido. Como los prodigios se antojaban escasos para la categoría del apóstol, otras versiones enriquecen el relato con diversos detalles. Lo que saltó fue sangre mezclada con leche. La perífrasis del Pseudo Lino habla de una efusión de luz y de gran abundancia de aromas que llenaron el ambiente (c. 5,2).
Cuando el emperador Nerón se enteró de la noticia con sus detalles, quedó maravillado y perplejo. Se encontraba en sesión con varios filósofos y el centurión, cuando vino Pablo, se colocó delante de todos ellos y dijo: “César, aquí estoy yo, Pablo, el soldado de Dios. No he muerto, sino que vivo en mi Dios”. A continuación, le anunció que dentro de no muchos días, le sobrevendría un gran castigo por haber derramado sangre de inocentes. Pablo desapareció. Y Nerón ordenó que liberaran a todos los presos con su copero Patroclo y a los demás cristianos. El autor olvida que los cristianos mencionados habían muerto ya quemados en la hoguera según el texto de los capítulos 2,2 y 3,2.
Et relato del martirio de Pablo termina con el capítulo 7, donde se cuenta cómo al amanecer el día siguiente fueron al sepulcro de Pablo Longo y Cesto como Pablo les había intimado. Al acercarse a la tumba, vieron a dos varones en oración y a Pablo en medio de ellos. Tito y Lucas, al ver a los dos soldados, se dieron a la fuga. Longo y Cesto se pusieron a gritar diciendo: “No os perseguimos para mataros, sino para que nos deis la vida que Pablo nos prometió”. Tito y Lucas se alegraron cuando oyeron estas palabras, y les dieron el sello del Señor. Todos glorificaron a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, a quien el autor dedica una doxología final.
Abadía de Le Tre Fontane, lugar del martirio de Pablo en Roma.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
El martirio del santo apóstol Pablo
Por razones litúrgicas, el martirio de los apóstoles se ha conservado en versiones más cuidadas y numerosas. Su texto goza de una independencia buscada y claramente perceptible. El martirio de Pablo está desarrollado en siete densos capítulos que narran las circunstancias más notables de los sucesos esenciales de la culminación gloriosa de su misión. Cuando Pablo llegó a Roma, lo estaban esperando Lucas y Tito. Lucas venía de las Galias según el texto, pero es evidente la confusión con Galacia según los datos que conocemos por 2 Tim 4,10s y el Pseudo Lino.
El encuentro produjo en Pablo la lógica satisfacción. El apócrifo, de acuerdo con lo que conocemos por los Hechos de Lucas (Hch 28,30), informa que Pablo alquiló una casa en las afueras de Roma, donde predicaba la palabra de la verdad. Su fama se extendió de forma que muchos de la casa del César se unieron a la fe de Pablo, con lo que reinó entre los hermanos una gran alegría (c. 1).
El texto cuenta el episodio de un cierto Patroclo, escanciador del emperador Nerón, que acudió a escuchar a Pablo. No encontró la forma de acercarse a causa de la multitud y se sentó sobre una ventana elevada, con tan mala fortuna que cayó y se mató. Dieron parte del suceso al emperador, pero Pablo tuvo conocimiento por el Espíritu y ordenó que lo levantaran y se lo trajeran. Los presentes quedaron perplejos ante lo sucedido. Pablo pidió a todos que imploraran al Señor para que el joven viviera y pudieran todos permanecer tranquilos y sin problemas. El muchacho recobró el aliento, lo colocaron sobre una cabalgadura y lo remitieron a la casa del César.
Nerón tuvo noticia de la muerte de su escanciador, de la que se sintió muy triste. Ordenó, pues, que otro le sirviera el vino. Pero los esclavos le dieron la noticia de que Patroclo vivía y estaba dispuesto para servir a Nerón. Tuvo un acceso de temor y no se atrevía a entrar en la habitación. Cuando lo hizo y vio a su copero, le interrogó: “Patroclo, ¿vives?” siguió un diálogo en el que a la pregunta del emperador acerca del que le había hecho vivir, respondió: “Cristo Jesús, el rey de los siglos”. Era lo peor que Nerón podía escuchar en un tiempo en que las cañas se le antojaban lanzas. Interpretó las palabras del copero en el sentido de que acabaría con todos los reinos y sería el único rey por los siglos. El emperador le dio una bofetada mientras le espetaba la cuestión más comprometida: “¿Sirves tú a ese rey?” La respuesta no podía ser otra que la afirmativa, apoyada en una razón apodíctica: “Porque me ha resucitado cuando estaba muerto” (c. 2,2).
Otros personajes del séquito de Nerón confesaron ser “servidores en el ejército del rey de los siglos”. El emperador ordenó encerrarlos en prisión después de haberlos atormentado cruelmente, aunque los amaba tiernamente. No contento con eso, promulgó un edicto por el que condenaba a muerte a todos los cristianos que se confesaran servidores de Cristo. El manuscrito A añade el detalle de que muchos eran sin más asesinados. Cuando Pablo fue arrestado, otros prisioneros se fijaban en él para ver cómo reaccionaba y oír lo que respondía.
El César coligió que se trataba del jefe de los cristianos (c. 3). Le interrogó, pues, cómo había podido entrar en el imperio para hacer una leva de soldados entre los súbditos del emperador. Pablo respondió con gran libertad que los soldados del gran rey eran convocados del mundo entero. Que el mismo Nerón sería bien venido y conseguiría grandes ventajas cuando el nuevo rey purificara el mundo con el fuego. El César ordenó que los prisioneros fueran quemados en la hoguera, pero que Pablo fuera decapitado de acuerdo con la ley de los romanos. El texto del relato insiste en que Pablo no se mantenía en silencio, sino que frecuentaba al prefecto Longo y al centurión Cesto. Mientras tanto, Nerón hacía morir a tantos cristianos que suscitó el celo de muchos romanos, quienes protestaban por unas muertes que debilitaban en el fondo la fuerza de Roma. Las razones tocaron el corazón de Nerón, que dio una nueva orden para que no se tocara a los cristianos hasta que reflexionara más detenidamente sobre el problema.
El emperador tomó la decisión de confirmar su sentencia de muerte contra Pablo. Pero éste le dijo con absoluta libertad que siempre había vivido para su rey. Aunque fuera decapitado, no moriría, sino que resucitaría para aparecerse al emperador y convencerle de que su rey vendría a juzgar a todo el universo. Longo y Cesto se dirigieron a Pablo preguntando de dónde iba a venir ese rey en quien creía incluso a las puertas de la muerte. Pablo se extendió en una prolija explicación exhortándoles a librarse del fuego y a conseguir la salvación, que les vendría no de la tierra, sino del cielo. El que crea en ese Dios vivo, vivirá para siempre.
Los dos funcionarios insistieron en pedir a Pablo: “Ayúdanos y te libraremos”. Pablo perseveró en afirmar que no temía la muerte porque creía en que vivía para Dios. Para él la muerte equivalía a la entrada en la gloria del Padre. La seguridad de Pablo conmovió a los dos interlocutores que se planteaban ya la cuestión sobre una posible vida una vez que Pablo hubiera sido decapitado (c. 4).
En éstas estaban cuando Nerón envió a dos emisarios para informarse si Pablo había sido ya decapitado. Encontraron que Pablo aún vivía y continuaba sembrando la semilla de su palabra. Decía a los dos emisarios Partenio y Feretas: “Creed en el Dios vivo, que me resucitará a mí y a todos los que creen en él”. Los emisarios de Nerón lo tenían claro: “Cuando mueras y resucites, creeremos en tu Dios” (c 5,1). Hacían además lo mismo que Longo y Cesto, pedían con insistencia la gracia de la salvación. Pablo les dio una pista clara y segura. Debían acudir al día siguiente a la tumba de Pablo, donde encontrarían a dos varones orando. Serán Tito y Lucas, quienes les darán el sello del Señor, es decir, el bautismo.
Entonces se puso en pie con las manos levantadas mirando hacia oriente y oró durante largo rato. Como en otros momentos de su vida de tensión especial, habló en hebreo con sus padres. Luego, sin pronunciar una palabra, ofreció su cuello al verdugo. Cuando los soldados cortaron su cabeza, saltó leche sobre las vestiduras del verdugo. Los presentes quedaron admirados mientras los soldados se retiraron y anunciaron al César lo ocurrido. Como los prodigios se antojaban escasos para la categoría del apóstol, otras versiones enriquecen el relato con diversos detalles. Lo que saltó fue sangre mezclada con leche. La perífrasis del Pseudo Lino habla de una efusión de luz y de gran abundancia de aromas que llenaron el ambiente (c. 5,2).
Cuando el emperador Nerón se enteró de la noticia con sus detalles, quedó maravillado y perplejo. Se encontraba en sesión con varios filósofos y el centurión, cuando vino Pablo, se colocó delante de todos ellos y dijo: “César, aquí estoy yo, Pablo, el soldado de Dios. No he muerto, sino que vivo en mi Dios”. A continuación, le anunció que dentro de no muchos días, le sobrevendría un gran castigo por haber derramado sangre de inocentes. Pablo desapareció. Y Nerón ordenó que liberaran a todos los presos con su copero Patroclo y a los demás cristianos. El autor olvida que los cristianos mencionados habían muerto ya quemados en la hoguera según el texto de los capítulos 2,2 y 3,2.
Et relato del martirio de Pablo termina con el capítulo 7, donde se cuenta cómo al amanecer el día siguiente fueron al sepulcro de Pablo Longo y Cesto como Pablo les había intimado. Al acercarse a la tumba, vieron a dos varones en oración y a Pablo en medio de ellos. Tito y Lucas, al ver a los dos soldados, se dieron a la fuga. Longo y Cesto se pusieron a gritar diciendo: “No os perseguimos para mataros, sino para que nos deis la vida que Pablo nos prometió”. Tito y Lucas se alegraron cuando oyeron estas palabras, y les dieron el sello del Señor. Todos glorificaron a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, a quien el autor dedica una doxología final.
Abadía de Le Tre Fontane, lugar del martirio de Pablo en Roma.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro